"Una mariposa colocada en un frasco de aceita, iluminaba débilmente la estancia."
(Fragmento del capítulo XIII)
Una mariposa colocada en un frasco de aceite, iluminaba
débilmente la estancia; las cortinas del lecho estaban corridas y junto a él se
encontraba el padre Leysen. Felipe retrocedió; la sangre se le helaba en las
venas; no podía hablar. Falto de aliento, se apoyó contra la pared y, al fin,
exhaló un profundo suspiro, que hizo volver la cabeza al sacerdote, quien, al
conocerlo, le extendió la mano sin pronunciar una palabra.
- ¿Ha muerto?
-preguntó Felipe.
- No, hijo mío; aún queda esperanza. En este momento sufre una
crisis terrible; antes del atardecer se decidirá su suerte, y sabremos si se
puede esperar que se restablezca, o seguirá la suerte de los muchos centenares
de víctimas que la epidemia ha llevado al sepulcro.
El padre Leysen se acercó al
lecho y descorrió las cortinas. Amina permanecía insensible, respiraba con
dificultad y tenía los ojos cerrados. Felipe besó apasionadamente su ardorosa
mano, y prorrumpió en amargo llanto; pero el párroco le convenció de que debía
tranquilizarse, y ambos tomaron asiento junto a la enferma.
- Penosamente, has
llegado a tiempo de presenciar una terrible escena, Felipe; escena muy dolorosa
para ti, que eres tan vehemente e impetuoso; pero es preciso conformarse con la
voluntad de Dios. Todavía queda alguna esperanza, según ha dicho el médico que
la asiste, y a quien estamos esperando. Tu esposa padece fiebre tifoidea,
enfermedad que ha arrebatado la vida a centenares de familias en estos dos
últimos meses, hasta tal punto que puede considerarse afortunada la casa en que
no ha habido más que una defunción. Siento que hayas regresado en esta ocasión,
porque la enfermedad es contagiosa. Muchas personas han huido del país, y, para
colmo de desdichas, casi carecemos de médicos porque la muerte no ha respetado
a nadie.
Frederick Marryat (Inglaterra, 1792-1848).
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