"... me dijo que intentara entrar en el sótano de la peste."
(Fragmento)
Era una época de superchería y Martext estaba
interesado en saber lo que el otro había oído.
- ¿Qué dijo, qué dijo, Ravenswood? -preguntó con un
susurro áspero.
- Es extraño. Mandé al pobre Donald con la carta para
contarle lo que me dijo, pero ahora que está usted aquí no me atrevo a hablar.
Me controlaré. Escuche: usted sabe bien que mi familia fue una de las primeras
en ser atacada por la plaga de 1661. Mi hermana, Janet, se metió en el armario
secreto de la escalera. Cómo encontró el resorte, sólo el cielo lo sabe, porque
cuando la encontramos yaciente, fuera, sobre las escaleras, vencida por la
peste, sólo pudo decirnos que había entrado en el sótano. Aquella misma noche
murió. Mi padre decidió desvelar el misterio. Rompió el panel con la mano y
entró; dos horas más tarde, un antiguo criado lo descubrió tumbado en el suelo
con la marca de la plaga, en un estrecho rellano en lo alto de la escalera.
Ambos murieron esa noche. Todos, tanto los que únicamente pasaron por delante
como los que entraron por esa puerta fatal, murieron por igual. Alarmada, mi
madre mandó llamar a unos trabajadores para que entablaran la entrada. Los
carpinteros corrieron la misma suerte que los anteriores.
- He oído todo esto antes, amigo mío -dijo el maestro
Ephraim, observando que el narrador hacía una pausa-; aunque todo esto no es
comparable, el Señor ha permitido, en su sabiduría, que hubiera algunos de
estos peligrosos receptáculos de la muerte. En otras partes de esta ciudad hay
más de uno, donde los vecinos viven en un temor constructivo. Pero, ¿qué tiene
que ver todo esto, señor Ravenswood, con las palabras del fantasma de Nielson?
- Además de pronunciar palabras que no puedo mencionar,
me dijo que intentara entrar en el sótano de la peste.
- ¡Dios no lo permita!
- He recibido aún otro augurio -contestó Ravenswood en
tono sepulcral; sus ojos mostraban un brillo aún más fiero-; además, es por una
causa gloriosa. Me dijo, señor, tan llanamente como podría haber hablado un
hombre vivo, que quien entrara en el sótano de la peste sacaría a nuestra
iglesia del presente estado desventurado en el que se encuentra.
Cualquier espectador imparcial podría haber notado que
las palabras de Ravenswood eran producto de la fiebre. El terrible fuego de sus
ojos, el temblor de sus manos débiles, lo voluble y salvaje de sus palabras…
Todo tendía a probar el mismo hecho. Pero, por motivos de superstición, los
hombres abandonaron el privilegio del sentido común en el año 1667. Además,
¡quién es más sordo que el que no quiere oír! El señor Martext deseaba creer en
la renovación de su iglesia oprimida y la imposibilidad física del asunto no le
perturbó demasiado.
Robert Louis Stevenson (Escocés fallecido en la isla de Samoa, 1850-1894).
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