Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 28 de diciembre de 2013

Páginas ajenas: EL DÍA DE LOS INOCENTES, de Josip Novakovich


(Fragmento)

Balanceaba piedras más grandes, haciendo que los trenes se golpearan cada vez más, hasta que un mediodía le atrapó un policía y lo abofeteó de tal modo que sus huellas quedaron grabadas en las suaves mejillas del niño toda esa tarde (las huellas eran tan claras que un adivino podría haber leído en ellas cuántas esposas, niños, años y dinero disfrutaría o sufriría). Para evitar la riña de su madre, permaneció lejos del hogar. Se arrastró al interior de un búnker de la Segunda Guerra Mundial, a unos veinte metros de la colina de las vías ferroviarias. Las telarañas de la parte superior y las ortigas de la parte inferior hicieron que su entrada fuera molesta. En el interior reinaba una total oscuridad. Al caminar a lo largo de la pared, sintió que se había hecho un corte en el dedo índice, a causa de un fragmento de proyectil, que era parte de una estructura de hormigón. Se estremeció pensando en serpientes y esqueletos humanos alrededor de él en la húmeda oscuridad.
 
Tras un instante, su miedo se disipó. Cogió un cráneo con un agujero en la parte superior de la cabeza y lo envolvió en papeles de periódico, como si fuera una sandía. Escondió el cráneo en el ático, imaginando que sería como el habitáculo de un espectro. El fantasma del hombre ejecutado visitaría lo que le quedaba de cuerpo y quizás saldría con su cráneo por la noche para fumar cigarrillos y echar un melancólico vistazo.
 
Por la noche, mientras acudió al lugar donde dejó el cráneo, Iván lió un cigarrillo que había encontrado en la cuneta, fumó y tosió. No había señal alguna del fantasma e Iván se sintió desafiante. Tal vez no había fantasma, sólo almas y las almas se alejaban hacia el cielo o hacia el infierno. ¿Qué pasaría con la resurrección? Saboreaba el misterio en torno del cráneo.
 
Seguro de sí mismo, hizo una apuesta con varios chicos de su clase acerca de que él podría acostarse sobre los rieles bajo un tren en marcha. Un cuarto de hora antes de la hora prevista para que pasara el tren, se dirigió a la estación de tren y comprobó las vías en busca de cualquier objeto de metal, y no encontrando ninguna, se sintió lo suficientemente seguro como para tumbarse en ellas.
 
Cuando el tren apareció alrededor de la curva, pensó que podría haberse añadido otro vagón, con un gancho de metal colgante que aplastara lentamente su cráneo. Saltó de los rieles a la cuneta un segundo antes de que el tren le alcanzara. Los chicos se rieron de él. Iván los persiguió porque odiaba parecer ridículo, pero esto sólo hizo más grotesca la situación.
 
 
Josip Novakovich (Croata nacionalizado canadiense, 1956)

viernes, 27 de diciembre de 2013

Diciembre: LA ESFINGE DE LOS HIELOS, de Jules Verne


(Fragmento del capítulo XIX: El grupo desaparece)

A primera hora del viernes 27 de diciembre, la Halbrane puso el cabo al Suroeste.
 
El servicio de a bordo, marchó como de costumbre, con la misma obediencia y la misma regularidad. Entonces no era ni peligroso ni cansado. El tiempo era siempre bueno y la mar también. Si estas condiciones no transformaban los gérmenes de la insurrección, y yo lo esperaba, no encontrarían motivo para desarrollarse, y no habría dificultades. Además, el cerebro trabaja poco en las naturalezas groseras.
 
Los ignorantes no se abandonan nunca al fuego de la imaginación; encerrados en el presente, el porvenir no les preocupa.
 
Sólo el hecho brutal que les pone frente a la realidad les saca de su indiferencia.
 
¿Se produciría este hecho?
 
En lo que concierne a Dirk Peters, reconocida su identidad, ¿ no debía de cambiar nada en su manera de ser, y continuaría tan poco comunicativo como de costumbre? Debo hacer presente que, después de la revelación, los marineros no parecía que sentían repugnancia por motivo de las escenas del Grampus, excusables, después de todo, dadas las circunstancias. Además, ¿podía olvidarse que el mestizo había arriesgado su vida por salvar la de Martín Holt? No obstante, él continuó separado del resto, comiendo en un rincón, durmiendo en otro... navegando «al largo de la tripulación». ¿Tenía, pues, para conducirse de tal modo, algún otro motivo que ignorábamos, y que tal vez el porvenir nos haría conocer?
 
 
Jules Verne (Francia, 1828-1905).

viernes, 20 de diciembre de 2013

Nieve: NEVADA (del poemario Mitología del olvido)


Paráfrasis de Noche y nieve,
de José Emilio Pacheco

Me despertó el silencio de la nieve
pedazos de cielo que se desplomaron
como impertinencias del olvido:
es el insomnio del tiempo
que refleja su vigilia perpetua
en un espejo de luz congelada.
Extenso jardín del invierno
tapizado de flores con pétalos de frío,
bajo la partitura silente de los copos
tengo más preguntas que respuestas.

Jules Etienne

domingo, 17 de noviembre de 2013

Trenes: DE LAS MILES DE MUJERES..., de Abbas Saffari


De las miles de mujeres
que mañana  bajarán del tren
solo una es hermosa,
las demás son pasajeros.
 
 
Abbas Saffari (Irán, 1951) 

domingo, 13 de octubre de 2013

Exilio: LAS POÉTICAS DE JOYCE, de Umberto Eco

 
(Fragmento de El catolicismo de Joyce)
 
«Te voy a decir lo que haré y lo que no haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar mi patria y mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia.» Con la confesión de Stephen a Cranly, el joven Joyce presenta su propio programa de exilio: los supuestos de la tradición irlandesa y de la educación jesuítica pierden su valor de regla creída y observada. El camino que acabará en las últimas páginas del Work in Progress continúa bajo el signo de una absoluta disponibilidad espiritual.

 
Umberto Eco (Italia, 1932)

sábado, 12 de octubre de 2013

Exilio: EXILIADOS, de James Joyce


(Fragmento del tercer acto)

Richard (Pasa una página): ¡Ah, sí, aquí está! Un irlandés distinguido. (Comienza a leer con voz bastante elevada y áspera). No es uno de los menos fundamentales de los problemas con los que se enfrenta nuestra patria plantearse qué actitud adoptar para con aquellos de sus hijos que, habiéndola abandonado en su hora crítica han sido llamados de nuevo ahora a ella, en vísperas de su tan largamente esperada victoria; a ella, a quien por fin han aprendido a amar en la soledad y en el exilio. Hemos dicho en el exilio, mas nos vemos obligados a hacer una distinción. Existe un exilio económico y otro espiritual. Hay quienes la abandonaron para procurarse el pan que sustenta a los hombres, y hay otros, sí, sus hijos más favorecidos, que la abandonaron para buscar en otras tierras ese alimento del espíritu que mantiene viva a una nación de seres humanos. Quienes evoquen la vida intelectual del Dublín de hace una década, tendrán muchos recuerdos del señor Rowan. Algo de aquella fiera indignación que laceraba el corazón...

 
James Joyce (Irlanda, 1882-1941)

viernes, 11 de octubre de 2013

Páginas ajenas: EXILIO, de Alejandra Pizarnik

"Esta manía de saberme ángel..."

a Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en que vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
 
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
 
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles.
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
 
 
Alejandra Pizarnik (Argentina, 1936-1972)

jueves, 10 de octubre de 2013

Exilio: LA PROVINCIA DEL HOMBRE, del Elias Canetti


"Únicamente en el exilio se da uno cuenta de hasta qué
punto el mundo ha sido siempre un mundo de proscritos."
Elias Canetti
 
(Fragmento)
 
Hay una vieja seguridad en la lengua que se atreve a darse nombres. El escritor que vive en el exilio, y de un modo muy especial el dramaturgo, está seriamente debilitado en más de una dimensión. Alejado de su aire lingüístico, carece del alimento familiar de los nombres. Puede que antes no se diera cuenta en absoluto de los nombres que oía a diario; pero ellos sí se daban cuenta de él y le llamaban seguros, redondos, perfectos. Cuando planeaba sus personajes los sacaba de la seguridad de una enorme tormenta de nombres, y aunque luego pudiera utilizar uno que en la claridad de sus recuerdos ya no significara nada, una vez u otra este personaje había estado allí y se había oído llamar. Ahora, para el que ha emigrado, el recuerdo de sus nombres no está perdido, sin duda, pero ya no es un viento vivo el que se los trae; el exiliado los guarda como un tesoro muerto, y cuanto más tiempo tenga que permanecer alejado de su antiguo clima, con tanta mayor codicia acariciarán sus dedos los viejos nombres.
 
De ahí que al escritor que vive en el exilio, si es que no se da totalmente por vencido, lo único que le queda es una cosa: respirar el nuevo aire hasta que éste le llame a él también. Durante mucho tiempo este aire quiere hacerlo, se está preparando y no dice nada. El escritor lo nota y se siente herido; puede que cierre los oídos, entonces ya no puede llegarle ningún nombre. Lo extranjero crece y, cuando se despierta, lo que encuentra a su lado es el viejo granero que se ha secado, y sacia su hambre con granos de trigo que vienen de su juventud.
 
 
Elias Canetti (Escritor búlgaro en lengua alemana nacionalizado inglés y fallecido en Suiza, 1905-1994). Obtuvo el premio Nobel en 1981. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Exilio: LO QUE DEJÉ POR TI, de Rafael Alberti

"... caballos sobre el sol de las arenas..."

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tu, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.


Rafael Alberti (España, 1902-1999)

martes, 8 de octubre de 2013

Exilio: EL CUADERNO DE MAYA, de Isabel Allende

"En el pueblo, los palafitos se conectaban con puentes de madera..."

(Fragmentos del primer capítulo: Verano)

Hace una semana, mi abuela me abrazó sin lágrimas en el aeropuerto de San Francisco y me repitió que, si en algo valoraba mi existencia, no me comunicara con nadie conocido hasta que tuviéramos la certeza de que mis enemigos ya no me buscaban. Mi Nini es paranoica, como son los habitantes de la República Popular Independiente de Berkeley, a quienes persiguen el gobierno y los extraterrestres, pero en mi caso no exageraba: toda medida de precaución es poca. Me entregó un cuaderno de cien hojas para que llevara un diario de vida, como hice desde los ocho años hasta los quince, cuando se me torció el destino. «Vas a tener tiempo de aburrirte, Maya. Aprovecha para escribir las tonterías monumentales que has cometido, a ver si les tomas el peso», me dijo. Existen varios diarios míos, sellados con cinta adhesiva industrial, que mi abuelo guardaba bajo llave en su escritorio y ahora mi Nini tiene en una caja de zapatos debajo de su cama. Éste sería mi cuaderno número 9. Mi Nini cree que me servirán cuando me haga un psicoanálisis, porque contienen las claves para desatar los nudos de mi personalidad; pero si los hubiera leído, sabría que contienen un montón de fábulas capaces de despistar al mismo Freud. En principio, mi abuela desconfía de los profesionales que ganan por hora, ya que los resultados rápidos no les convienen. Sin embargo hace una excepción con los psiquiatras, porque uno de ellos la salvó de la depresión y de las trampas de la magia cuando le dio por comunicarse con los muertos.
 
Puse el cuaderno en mi mochila, para no ofenderla, sin intención de usarlo, pero es cierto que aquí el tiempo se estira y escribir es una forma de ocupar las horas. Esta primera semana de exilio ha sido larga para mí. Estoy en un islote casi invisible en el mapa, en plena Edad Media. Me resulta complicado escribir sobre mi vida, porque no sé cuánto recuerdo y cuánto es producto de mi imaginación; la estricta verdad puede ser tediosa y por eso, sin darme ni cuenta, la cambio o la exagero, pero me he propuesto corregir ese defecto y mentir lo menos posible en el futuro. Y así es como ahora, cuando hasta los yanomamis del Amazonas usan computadoras, yo estoy escribiendo a mano. Me demoro y mi escritura debe de ser cirílica, porque ni yo misma logro descifrarla, pero supongo que se irá enderezando página a página. Escribir es como andar en bicicleta: no se olvida, aunque uno pase años sin practicar. Trato de avanzar en orden cronológico, ya que algún orden se requiere y pensé que ése se me haría fácil, pero pierdo el hilo, me voy por las ramas o me acuerdo de algo importante varias páginas más adelante y no hay modo de intercalarlo. Mi memoria se mueve en círculos, espirales y saltos de trapecista.
...

 En el pueblo, los palafitos se conectaban con puentes de madera y en la calle principal, por llamarla de algún modo, vi burros, bicicletas, un jeep con el emblema de fusiles cruzados de los carabineros, la policía chilena, y tres o cuatro coches viejos, que en California serían de colección si estuviesen menos abollados. Manuel me explicó que debido al terreno irregular y al barro inevitable del invierno, el transporte pesado se hace en carretas con bueyes, el liviano con muías y la gente se moviliza a caballo y a pie. Unos letreros despintados identificaban tiendas modestas, un par de almacenes, la farmacia, varias tabernas, dos restaurantes, que consistían en un par de mesas metálicas frente a sendas pescaderías, y un local de internet, donde vendían pilas, gaseosas, revistas y cachivaches para los visitantes, que llegan una vez por semana, acarreados por agencias de ecoturismo, a degustar el mejor curanto de Chiloé. El curanto lo describiré más adelante, porque todavía no lo he probado.
 
Isabel Allende (Chilena nacida en Perú y nacionalizada estadounidense, 1942)

La ilustración corresponde a una fotografía de la isla de Chiloé, al sur de Chile. 

lunes, 7 de octubre de 2013

Exilio: TÚ, INDOMABLE, de Paul Auster

"... desde el instante en que te cortes las venas, las raíces comenzarán a recitar la masacre..."

Tú, indomable
en este flujo terrestre:
tú, donde las últimas semillas
auguran cercanía:
tú harás sonar
el delirio coral
de la memoria, e irás
por el camino de los ojos. No te queda
otra, ni más larga, salida: desde el instante
en que te cortes
las venas, las raíces comenzarán
a recitar la masacre
de las piedras. Vivirás. Construirás tu casa
aquí: olvidarás
tu nombre. La tierra
es el único exilio.
 
 
Paul Auster (Estados Unidos, 1982)
 
(Traducido al español por Jordi Doce)

domingo, 6 de octubre de 2013

Exilio: EL MUNDO DE AYER (autobiografía), de Stefan Zweig

"Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional..."
 
(Párrafo inicial)

Nací en 1881, en un imperio grande y poderoso -la monarquía de los Habsburgo-, pero no se molesten en buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro. Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada a la condición de ciudad de provincia alemana. En la lengua en que la había escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas. De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos. También he perdido a mi patria propiamente dicha, la que había elegido mi corazón, Europa, a partir del momento en que ésta se ha suicidado desgarrándose en dos guerras fratricidas.
 
 
Stefan Zweig (Austríaco fallecido en Brasil, 1881-1942)

Exilio: CONTIGO, de Luis Cernuda



¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
 
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
 
El destierro y la muerte
para mí están adonde
no estés tú.
 
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
 
 
Luis Cernuda (España, 1902-1963)

sábado, 5 de octubre de 2013

Ciudadanos del mundo: VOCACIÓN ERRANTE, NI DE AQUÍ NI DE ALLÁ


Ya en otras ocasiones me he referido al concepto de ciudadano del mundo que, al parecer, tuvo su origen en una frase de Sócrates: "No soy ni de Atenas ni de Corinto, soy un ciudadano del mundo". Al margen de las ocupaciones cuya esencia es viajera -como los exploradores, marinos, pilotos aviadores y azafatas o transportistas-, en ese aspecto uno de los oficios más paradójicos es el de escritor. Y es que para serlo se requieren largas jornadas de aislamiento que supondrían una naturaleza sedentaria, sin embargo, es bien sabido que entre los individuos más inquietos se cuentan los escritores. Es raro aquel que nace y muere en el mismo lugar. Casi todos han radicado en distintas naciones en determinada época de sus vidas. Algunos con motivo de sus estudios, otros porque tampoco les es ajeno el desempeño de encomiendas diplomáticas, la mayoría por la mera inquietud de conocer el mundo, y desafortunadamente muchos -más de los que sería deseable-, lo hacemos en un exilio forzoso.

Esto último se debe al papel que los escritores asumen con frecuencia como la voz de una sociedad o de ser también quienes llevan el recuento histórico de una nación. Sabido es que para quienes ejercen el poder siempre resulta incómodo afrontar los juicios sobre su desempeño, la enumeración de sus abusos y hasta recibir las propuestas para enmendar los errores cometidos. El escritor, por esencia, no puede ni debe permanecer en silencio, a reserva de convertirse en cómplice de los políticos y dejar de merecer su condición de conciencia crítica.

Jean-Marie Gustave Le Clézio, francés que recibió el premio Nobel de literatura en 2008, sería el epítome del trotamundos: su infancia transcurrió entre la Francia ocupada de la segunda guerra y Nigeria, luego vivió en Tailandia, México (tradujo Las profecías del Chilam Balam al francés y escribió una tesis sobre la conquista de Michoacán), Panamá, Estados Unidos y, sobre todo, en la remota isla de Mauricio, en busca de sus raíces genealógicas. Por si no fuera suficiente, se casó con una mujer originaria de Marruecos, de nombre Jemia, con quien tuvo dos hijas. Esta es una de sus reflexiones sobre nuestro mundo globalizado:

La condición de extranjero hoy nos define como humanos, pese a que vivimos en sociedades en las que el hogar, las fronteras y las leyes sociales son importantes. Lo que se llama mundialización es el invento de un ser humano nuevo que supera las fronteras y se comunica de diversas maneras nuevas. Un extranjero es alguien que puede imaginar los otros mundos y puede trasladarse a otras civilizaciones. En el mundo actual no existe choque de culturas. Hay un poder central del mundo industrial y tecnológico, pero las culturas se resisten a ese poder y se afirman en su medio. Ese enfrentamiento responde al esfuerzo por sobrevivir.

Francia no tuvo la suerte de países como los de América Central o del Sur, que aceptaron una inmigración sin prejuicios. Alemania, España, Italia y Francia se congelaron en un autorrespeto de su historia, y eso es ilusorio. Ahora construyen murallas mentales para impedir la mezcla, pero ésta es una corriente natural. Son sociedades que se vuelven más racistas, más xenófobas.”

Y así nos encontramos con que entre los españoles que llegaron a México durante la guerra civil, estaban Luis Cernuda, Max Aub, Ramón Xirau y Tomás Segovia -estos dos últimos todavía adolescentes-, mientras que León Felipe decía: "Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo..." A Rafael Alberti no le permitieron desembarcar en Tampico, de otra manera su nombre seguramente se habría unido a los mencionados, en cambio, junto con Gómez de la Serna y Francisco Ayala, se exilió en Argentina. También Antonio Machado tuvo que salir de España, aunque el prefirió permanecer en Europa y quedó enterrado en el poblado francés de Coilloure: "Murió el poeta lejos del hogar/ le cubre el polvo de un país vecino."

Con el ascenso de Hitler al poder, en 1933, Thomas Mann se trasladó a Suiza –donde le había precedido Hermann Hesse-, y después a Estados Unidos, durante la guerra. Adquirió la ciudadanía checoeslovaca, primero, y la estadonidense más tarde, por lo que le retiraron la nacionalidad alemana. Años después de concluida la guerra se le restituyó en forma honoraria en Lübeck, su ciudad natal. Murió, al igual que Hesse, en Suiza. Su hermano Heinrich fue declarado persona non grata por los nazis y logró huír a Francia, para después encontrarse con Thomas en Estados Unidos.

Al igual que los hermanos Mann, el ruso Vladimir Nabokov llegó a radicar en los Estados Unidos durante la guerra, cuando tenía cuarenta años de edad. Y si bien su biografía indica que nació en San Petersburgo y murió en Suiza, su novela más conocida, Lolita, fue escrita en idioma inglés cuando vivía en Ashland, Oregon.

En su discurso de agradecimiento al recibir el premio Nobel de literatura ante la Academia Sueca, en 1971, Pablo Neruda narraba la forma en que tuvo que atravesar los Andes a caballo, para poder salir de Chile rumbo a Argentina. Vivió su exilio primero en París y, sobre todo, en Italia.

Cuando T. S. Eliot obtuvo ese mismo premio en 1948, su nacionalidad era la británica -nació en St. Louis Missouri, en Estados Unidos-. En cambio, Saul Bellow era originario de Lachine, en la provincia canadiense de Québec, pero al recibir el Nobel en 1976, era ciudadano estadounidense.

El colombiano García Márquez se había establecido en México y el peruano Vargas Llosa en Barcelona, cuando a su vez también recibieron el Nobel. Julio Cortázar nació en Bruselas y falleció en París, sin embargo, es uno de los escritores argentinos más destacados del siglo 20. Otro argentino, Jorge Luis Borges, pasó los últimos años de su vida en Suiza -como Chaplin-, donde murió en 1986. El mexicano Carlos Fuentes radicó en Venecia por una corta temporada, después en París cuando ocupaba el cargo de embajador, más tarde se estableció en Londres para finalmente regresar a morir en México, que tampoco era su país natal, puesto que nació en Panamá, lugar en el que su padre desempeñaba un cargo diplomático en 1928. Sus restos reposan en un cementerio parisino al igual que los de Julio Cortázar.

Malcolm Lowry era un inglés que vivía en North Vancouver -al otro lado de la bahía-, durante la época en la que escribió su célebre novela Bajo el volcán, que transcurre durante un día de muertos en la ciudad de Cuernavaca, en México. Por su parte, William Gibson es un estadounidense que reside desde la década de los años setenta en una de las pequeñas islas del estrecho de Georgia (el mismo al que José Emilio Pacheco le dedicó un poema con ese título, ya que radicó en Vancouver en una época de su vida), en esta provincia canadiense de la Columbia Británica –desde la que también escribo la presente crónica-. A él se debe la creación del término hoy de uso común ciberespacio, en su obra de ciencia ficción Neuromante (Neuromantic), la gran ironía del asunto estriba en que tan avanzado futurismo fue creado en una antigua máquina de escribir todavía mecánica.

Y como los anteriores hay numerosos ejemplos más. Es como si los escritores hubiesen venido repitiendo la expresión socrática con la que inicia este texto, a lo largo de todos estos siglos, frase a la que Facundo Cabral parecería haberle puesto música: "No soy de aquí, ni soy de allá".

 
Jules Etienne

viernes, 4 de octubre de 2013

Exilio: SOBRE LA DENOMINACIÓN DE EMIGRANTES, de Bertolt Brecht

"Cada uno de los que vamos con los zapatos rotos entre la multitud..."
 
Siempre me pareció falso el nombre que nos han dado:
emigrantes.
Pero emigración significa éxodo. Y nosotros
no hemos salido voluntariamente
eligiendo otro país. Ni inmigramos a otro país
para en él establecernos, mejor si es para siempre.
Nosotros hemos huido. Expulsados somos, desterrados.
Y no es hogar, es exilio el país que nos acoge.
Inquietos estamos, si podemos junto a las fronteras,
esperando al día de la vuelta, a cada recién llegado,
febriles, preguntando, no olvidando nada, a nada renunciando,
no perdonando nada de lo que ocurrió, no perdonando.
¡Ah, no nos engaña la quietud del Sund! Llegan gritos
hasta nuestros refugios. Nosotros mismos
casi somos como rumores de crímenes que pasaron
la frontera.
Cada uno de los que vamos con los zapatos rotos entre la multitud
la ignominia mostramos que hoy mancha nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros
se quedará aquí. La última palabra
aún no ha sido dicha.
 
 
Bertolt Brecht: Eugen Berthold Friedrich Brecht (Alemania, 1898-1956)

Exilio: HABLA, MEMORIA, de Vladimir Nabokov

"... contra un cielo de color melocotón..."

(Fragmento del capítulo duodécimo)
 
4

Tuve inesperadamente noticia de su paradero alrededor de un mes después de mi llegada a la zona sur de Crimea. Mi familia se estableció en las cercanías de Yalta, en Gaspra, junto al pueblo de Koreiz. Todo parecía allí extranjero; los olores no eran rusos, los sonidos tampoco, el asno que rebuznaba cada atardecer justo cuando el muecín empezaba a cantar desde el minarete del pueblo (una delgada torre azul recortada en silueta contra un cielo de color melocotón) era sin duda vecino de Bagdad. Y allí, en un camino de herradura próximo a un cretoso lecho de río por el que diversas cintas serpenteantes de agua poco profunda discurrían sobre piedras ovaladas; allí me encontré a mí mismo con una carta de Tamara en la mano. Miré los abruptos Montes de Yayla, cuyos rocosos ceños estaban cubiertos por el karakul del oscuro pino táurico; y la franja de matorral de hoja perenne que separaba la montaña del mar; y el translúcido cielo rosa, en el que brillaba una presumida media luna, con una sola estrella húmeda en su vecindad; y aquel artificioso escenario me pareció como una litografía de una edición bellamente ilustrada, pero desgraciadamente resumida, de Las mil y una noches. De repente sentí toda la angustia del exilio. Estaba el caso de Pushkin, claro; Pushkin, que había errado por aquí, proscrito, entre estos cipreses y laureles naturalizados, pero aunque sus elegías llegaron quizás a estimularme, creo que mi exaltación no era simple pose. A partir de entonces y durante varios años, hasta que la redacción de una novela me alivió de esa fértil emoción, la pérdida de mi país fue para mí lo mismo que la pérdida de mi amor.
 
 
 Vladimir Nabokov (Ruso nacionalizado estadounidense, 1899-1977)
 
La ilustración corresponde al llamado Nido de la golondrina, en Gaspra, península de Crimea.

jueves, 3 de octubre de 2013

Páginas ajenas: EXILIO, de Pablo Neruda

"Me sentí solo en el jardín, perdido..."

Entre castillos de piedra cansada,
calles de Praga bella,
sonrisas y abedules siberianos,
Capri, fuego en el mar, aroma
de romero amargo
y el último, el amor,
el esencial amor se unió a mi vida
en la paz generosa,
mientras tanto,
entre una mano y otra mano amiga
se iba cavando un agujero oscuro
en la piedra de mi alma
y allí mi patria ardía
llamándome, esperándome, incitándome
a ser, a preservar, a padecer.
 
El destierro es redondo:
un círculo, un anillo:
le dan vuelta tus pies, cruzas la tierra,
no es tu tierra,
te despierta la luz, y no es tu luz,
la noche llega: faltan tus estrellas,
hallas hermanos: pero no es tu sangre.
eres como un fantasma avergonzado
de no amar más que a los que tanto te aman,
y aún es tan extraño que te falten
las hostiles espinas de tu patria,
el ronco desamparo de tu pueblo,
los asuntos amargos que te esperan
y que te ladrarán desde la puerta.
 
Pero con corazón irremediable
recordé cada signo innecesario
como si sólo deliciosa miel
se anidara en el árbol de mi tierra
y esperé en cada pájaro
el más remoto trino,
el que me despertó desde la infancia
bajo la luz mojada.
Me pareció mejor la tierra pobre
de mi país, el cráter, las arenas,
el rostro mineral de los desiertos
que la copa de luz que me brindaron.
 
Me sentí solo en el jardín, perdido:
fui un rústico enemigo de la estatua,
de lo que muchos siglos decidieron
entre abejas de plata y simetría.
Destierros! La distancia
se hace espesa,
respiramos el aire por la herida:
vivir es un precepto obligatorio.
 
Así es de injusta el alma sin raíces:
Rechaza la belleza que le ofrecen:
Busca su desdichado territorio:
Y sólo allí el martirio o el sosiego.



 Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1971.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Exilio: EL EXILIO, de Víctor Hugo

"Se puede arrancar un árbol de raíz, no se arrancará el día del cielo. Mañana, la aurora."
 
(Fragmento)
 
II

El exilio es la desnudez del derecho. Nada más terrible. ¿Para quién? ¿Para aquel que sufre el exilio? No, para aquel que lo inflige. El suplicio se vuelve y muerde al verdugo. Un soñador que se pasea solo sobre la arena; un desierto en torno de un meditabundo; una cabeza vieja y tranquila en torno de la cual giran las aves de la tempestad, atónitas; la asiduidad de un filósofo al alba tranquilizadora de la mañana; Dios tomado por testigo, de tiempo en tiempo, en presencia de peñascos y árboles; una caña que no solamente piensa, sino medita; cabellos que de negros se tornan grises y de grises se vuelven blancos en la soledad; un hombre que siente, cada vez más, que se convierte en una sombra; el largo pasar de los años sobre aquel que está ausente, pero que no está muerto; la pesadumbre de este desheredado, la nostalgia de este inocente: nada más redituable para los malhechores coronados. Hagan lo que hagan los momentáneos todopoderosos, el fondo eterno se les resiste. Ellos no tienen más que la superficie de la certeza. El fondo pertenece a los pensadores. Se exilia a un hombre. Sea; ¿y después? Se puede arrancar un árbol de raíz, no se arrancará el día del cielo. Mañana, la aurora.
 
 
Víctor Hugo (Francia, 1802-1885)
 
Es posible escuchar el texto completo en un audio de cuatro partes en descargacultura.unam.mx

martes, 1 de octubre de 2013

Exilio: LA TIERRA NATAL, de Ana Ajmátova

"Esa tierra que con nada se mezcla. Pero en ella yacemos y somos ella..."

No la llevamos en oscuros amuletos,
Ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,
No perturba nuestro amargo sueño,
Ni nos parece el paraíso prometido.
En nuestra alma no la convertimos
En objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
Ni siquiera la recordamos.
 
Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
Esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
Y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.
 
 
Ana Ajmátova (Rusa nacida en Ucrania, 1889-1966)
 
(Traducido al español por María Fernanda Palacio)

lunes, 30 de septiembre de 2013

Exilio: SOSTIENE PEREIRA, de Antonio Tabucchi


(Fragmento de la nota a la décima edición)

El señor Pereira me visitó por primera vez una noche de septiembre de 1992. En aquella época no se llamaba todavía Pereira, no poseía trazos definidos, era una presencia vaga, huidiza y difuminada, pero que deseaba ya ser protagonista de un libro. Era sólo un personaje en busca de autor. No sé por qué me eligió precisamente a mí para ser narrado. Una hipótesis posible es que el mes anterior, en un tórrido día de agosto en Lisboa, hice una visita. Recuerdo con nitidez aquel día. Por la mañana compré un diario de la ciudad y leí la noticia de que un viejo periodista había muerto en el Hospital de Santa María de Lisboa y que sus restos mortales estaban expuestos para el último adiós en la capilla ardiente del hospital. Por discreción no deseo revelar el nombre de esa persona. Diré únicamente que era alguien a quien había conocido fugazmente en París a finales de los años sesenta, cuando él, como exiliado portugués, escribía en un periódico parisiense. Era un hombre que había ejercido su oficio de periodista en los años cuarenta y cincuenta en Portugal, bajo la dictadura de Salazar. Y había conseguido hacerle una buena jugarreta a la dictadura salazarista publicando en un periódico portugués un feroz artículo contra el régimen. Después, naturalmente, había tenido serios problemas con la policía y se había visto obligado a escoger la vía del exilio. Yo sabía que después del setenta y cuatro, cuando Portugal recuperó la democracia, había regresado a su país, pero no había vuelto a encontrarme con él. Ya no escribía, se había jubilado, no sé a qué se dedicaba, por desgracia había sido olvidado. En aquel período, Portugal vivía la vida convulsa y agitada de un país que ha recuperado la democracia después de cincuenta años de dictadura. Era un país joven, dirigido por gente joven. Nadie se acordaba ya de un viejo periodista que se había opuesto con determinación a la dictadura de Salazar.
 
 
Antonio Tabucchi (Italia, 1943-2012)

domingo, 29 de septiembre de 2013

Páginas ajenas: EXILIO, de Álvaro Mutis

"... a las grandes noches del Tolima en donde un vasto desorden de aguas grita hasta el alba..."

Voz del exilio, voz de pozo cegado,
voz huérfana, gran voz que se levanta
como hierba furiosa o pezuña de bestia,
voz sorda del exilio,
hoy ha brotado como una espesa sangre
reclamando mansamente su lugar
en algún sitio del mundo.
Hoy ha llamado en mí
el griterío de las aves que pasan en verde algarabía
sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano,
sobre las heladas espumas que bajan de los páramos,
golpeando y sonando
y arrastrando consigo la pulpa del café
y las densas flores de los cámbulos.

Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,
un espeso remanso hace girar,
de pronto, lenta, dulcemente,
rescatados en la superficie agitada de sus aguas,
ciertos días, ciertas horas del pasado,
a los que se aferra furiosamente
la materia más secreta y eficaz de mi vida.
Flotan ahora como troncos de tierno balso,
en serena evidencia de fieles testigos
y a ellos me acojo en este largo presente de exilado.
En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido
Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia
y luego Perpignan, Arreglen, Dakar, Marsella.
A su rabia me uno, a su miseria
y olvido así quién soy, de dónde vengo,
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
grita hasta el alba su vocerío vegetal;
su destronado poder, entre las ramas del sombrío,
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre.

Y es entonces cuando peso mi exilio
y miro la irrescatable soledad de lo perdido
por lo que de anticipada muerte me corresponde
en cada hora, en cada día de ausencia
que lleno con asuntos y con seres
cuya extranjera condición me empuja
hacia la cal definitiva
de un sueño que roerá sus propias vestiduras,
hechas de una corteza de materias
desterradas por los años y el olvido.

 
Álvaro Mutis (Colombia, 1923-2013)

La ilustración corresponde al río Magdalena en el departamento de Tolima, en Colombia.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Páginas ajenas: FÁBULA, de Octavio Paz

"Donde los labios de un solo sorbo beban El árbol, la nube, el relámpago Yo mismo y la muchacha".

a Álvaro Mutis

Edades de fuego y de aire
Mocedades de agua
Del verde al amarillo
                                            Del amarillo al rojo
Del sueño a la vigilia
                                            Del deseo al acto
Sólo había un paso que tú dabas sin esfuerzo
Los insectos eran joyas animadas
El calor reposaba al borde del estanque
La lluvia era un sauce de pelo suelto
En la palma de tu mano crecía un árbol
Aquel árbol cantaba reía y profetizaba
Sus vaticinios cubrían de alas el espacio
Había milagros sencillos llamados pájaros
Todo era de todos
                                     Todos eran todo
Sólo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol
Un día se rompió en fragmentos diminutos
Son las palabras del lenguaje que hablamos
Fragmentos que nunca se unirán
Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado.


Una mujer de movimiento de río
De transparentes ademanes de agua
Una muchacha de agua
Donde leer lo que pasa y no regresa
Un poco de agua donde los ojos beban
Donde los labios de un solo sorbo beban
El árbol, la nube, el relámpago
Yo mismo y la muchacha


Octavio Paz (México, 1914-1998). Obtuvo el premio Nobel en 1990.