Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 31 de julio de 2021

Venecia: LOS AMANTES DE VENECIA, de Charles Maurras

"... una ciudad me ha provocado siempre el efecto de una prisión que soporto por mis compañeros de cautiverio."

Ellos

(Fragmento del capítulo V)

Los primeros días del tête-à-tête fueron encantadores. No hay indicio de disputa en esa parte del viaje. Vieron Aviñón, y se embarcaron en Marsella rumbo a Génova. Habiéndolos cansado el mar, retomaron la ruta terrestre. "Roma y Venecia se echaron a perder. La cara de Venecia cayó diez veces en el piso". Se detuvieron en Florencia, Ferrara y Bolonia. ¡Venecia por fin, 19 de enero de 1834! Venecia la roja, de los Cuentos de España y de Italia, la ciudad de los sueños de George, "la única en el mundo", diría más tarde, que había amado por ella misma, porque, "una ciudad me ha dado siempre el efecto de una prisión que soporto por mis compañeros de cautiverio".

Sin embargo, es en el primer día de Venecia que varios críticos han situado la gran ruptura de los dos amantes. Por lo tanto, no debemos creer nada de la alegre canción fechada "Venecia, 3 de febrero de 1831" en las Poesías nuevas y que exhala felicidad:

"¡Vivir y morir allí! "

Charles Maurras (Francia, 1868-1952).

viernes, 30 de julio de 2021

Venecia: CARTAS DE MUSSET Y GEORGE SAND (Prólogo), de Jorge Luis Borges


El amor suele ser un convenio tácito cuyas partes se comprometen a hallarse indispensables y milagrosas. Juzgar que la otra persona es milagrosa es una operación harto fácil, ya que todos vivimos en el anhelo de hallar personas milagrosas; avenirnos a que nos juzguen milagrosos no es mucho más difícil, ya que nadie se juzga por su conducta ni aún por sus palabras y pensamientos, sino por la partícula de inmediata divinidad que lo impulsa a vivir, la que se denomina voluntad en el lenguaje de Schopenhauer… En el convenio celebrado por George Sand y Musset, hay que notar esta circunstancia anormal: las partes eran realmente extraordinarias. No lo eran sólo para Dios; lo eran para los hombres, también. Heine declaró preferir (Ueber die franzoesische Buehme, 1940) el verso de Musset y la prosa de Sand al verso y a la prosa de Hugo; no es tarea difícil multiplicar testimonios análogos. El amor desea una secreta publicidad, desea misterio, simpatías y símbolos; el amor de Aurore Dudevant y de Alfred de Musset fue casi un espectáculo del París de la época romántica y lo es para nosotros aún.
 
Los amores de George Sand fueron numerosos, pero sucesivamente “únicos” e indiscutiblemente sinceros. ¡Mi corazón es una tumba!, le escribía a Sainte-Beuve. Más bien una necrópolis, corrigió después Jules Sandeau… Saint-Beuve, hacia 1833, le propuso varias alianzas. La silenciosa, desdeñosa mujer las rehusó. Opinó que Dumas era “trop commis-voyageur”, Jouffroy “trop vertueux”, Musset “trop dandy”. Sin embargo, accedió a conocer al último e irreparablemente se enamoraron. La historia ha sido comprendida por Swinburne: “Alfred era voluble y George no se condujo como un perfecto caballero”.
 
Naturalmente, ese epigrama no agota la curiosa aventura. Tampoco parecen agotarla los volúmenes suscitados por ella: La confesión d’un enfant du siécle, Elle et lui, Lui et elle, Les lettres d’un voyageur, Le secrétaire intime… Las circunstancias que es posible extraer de esas páginas gárrulas, tumultuosas y por lo general antagónicas, son las que paso a referir: A fines de 1833, George Sand logró el consentimiento de la madre de Musset para emprender con él un viaje a Italia. En enero de 1834 se establecieron en Venecia. Desgraciadamente para Musset, no era el amor la única pasión de George Sand; la dominaba y la abrasaba también la pasión del trabajo. Nueve y diez horas cada día, la pluma fatigaba el papel; las copiosas tareas de redacción usurpaban las noches; los ciento diez volúmenes futuros de sus Obras Completas entenebrecían el presente. Musset, tal vez abochornado de su relativa esterilidad, buscó el socorro del alcohol y de las mujeres. Lo postró una crisis nerviosa, agravada por las alucinaciones y por el frenesí del delirium tremens. Entonces, George Sand se consagró a salvarlo. Renunció a los queridos manuscritos, renunció a los diversos géneros literarios; a casi todo renunció para compartir y amparar sus confusas noches de insomnio. No estaba sola en la tremenda tarea: la secundaba un médico veneciano, Pietro Pagello, de quien –fatalmente- se enamoró. Lo demás está en estas cartas. También en la novela Jacques, cuyo protagonista declara: “Nunca me he impuesto la constancia. Cuando he sentido que el amor había muerto, lo he dicho sin remordimiento o bochorno, y he acatado la Providencia, que me conducía a otra parte.”
 
Tales fueron las circunstancias de la aventura. Pero lo verdadero en toda la aventura no son las circunstancias concretas, es la general y abstracta pasión. Esa pasión que quiere comprender y abrazar todas las relaciones humanas y hace que en el Cantar de los Cantares, el rey le diga a la sulamita hermana mía, esposa mía, y que en estas cartas enamoradas, Alfred de Musset acaricie a George Sand con los nombres de hermana, de hija y de madre. Esa pasión impersonal que hace que toda carta de amor parezca redactada por nosotros, dirigida a nosotros.
 
Prólogo para Cartas de Musset y George Sand, publicada por Editora Inter-Americana. Buenos Aires, Argentina, 1945.
 
 
Jorge Luis Borges (Argentino fallecido en Suiza, 1899-1986).

jueves, 29 de julio de 2021

Venecia: EN VENECIA, de Alfred de Musset

"Venecia es tan bella que una cadena sobre ella parece un collar arrojado sobre la belleza."

En Venecia la roja,
No hay un barco que se mueva,
No hay un pescador en el agua,
No hay un farol.
 
La luna que se difumina
Cubre su frente cuando pasa
Una nube estrellada
A medias velada.
 
Todo se calla, menos los guardias
Con largas alabardas
Que vigilan las almenas
De los arsenales.
 
¡Ah!, ahora más de una
Esperan, al claro de luna,
Algún lirio joven
Con el oído al acecho.
 
Sobre la brisa amorosa
La Vanina soñadora,
En su cuna flotando
Pasa cantando.
 
Mientras que para la fiesta
Narcisa se arregla,
Frente a su espejo
La máscara negra.
 
Dejemos al antiguo reloj
En el palacio del viejo dogo
Contarle de sus noches
Los largos hastíos.
 
Sobre su mar indiferente,
Venecia indolente
No cuenta ni sus días
Ni sus amores.
 
Ya que Venecia es tan bella
Que una cadena sobre ella
Parece un collar arrojado
Sobre la belleza.
 
 
Alfred de Musset (Francia, 1810-1857).

(Traducido al español por Jules Etienne).

miércoles, 28 de julio de 2021

Casanova y Venecia: LAS MIL FUGAS DE CASANOVA, de Juan Villoro

"Museo de gestos, adorador de mujeres bellísimas..."

(Fragmento inicial)

A los setenta y dos años Casanova vive en el castillo de Dux, Bohemia, en soledad punitiva. Por segunda ocasión ha sido exiliado de la Serenísima República de Venecia, carece de fortuna y amigos cercanos, y se ve obligado a aceptar el apoyo del conde Waldstein, quien le da un puesto simbólico de bibliotecario. En las escasas ocasiones en que el dueño del castillo visita sus propiedades y manda encender los candelabros para una cena, el huésped veneciano ofrece una estampa de lujosa decrepitud. Sus medias de seda con ligas de colores, sus chalecos de terciopelo, sus puños de encaje y su sombrero emplumado fueron elegantes en una época perdida: para 1797 se han vuelto vistosamente ridículos. En algún momento de la noche el conde pide a su invitado que pague su estancia narrando su lejano escape de la Cárcel de los Plomos. En un francés trabajado por italianismos, el aventurero cuenta una historia que los comensales escuchan con una mezcla de atención y piedad. Giacomo Casanova, autoproclamado Caballero de Seingalt, se ha convertido en una pieza digna de un gabinete de curiosidades, semejante al ciervo de seis cuernos, el autómata de cuerda o la Torre de Babel esculpida en una nuez. Tolerado con fatiga por la aristocracia local y repudiado sin miramientos por una servidumbre que coloca su caricatura en el retrete y le sirve los macarrones fríos, el veneciano intenta una última fuga. Durante trece horas diarias, que se le van «como trece minutos», escribe su vida.

Museo de gestos, adorador de mujeres bellísimas que yacen bajo tierra, sobreviviente de una era que ya semeja un espejismo, el anciano Casanova despierta el contradic- torio interés del libertino en cautiverio.

Juan Villoro (México, 1956).

La ilustración es obra de Auguste Leroux.

martes, 27 de julio de 2021

Casanova y Venecia: LA AMANTE DE BOLZANO, de Sándor Márai

"... los gondoleros se apoyaban en sus largos remos, discutían los detalles de su fuga..."
 
(Fragmento inicial del capítulo La noticia)

Durmieron asustados, roncando, jadeando y resoplando. Y mientras dormían sentían que algo les estaba ocurriendo. Sentían que alguien rondaba la posada; que alguien les dirigía la palabra y que tenían que responder como nunca habían respondido. La pregunta que el desconocido les dirigía era altiva, descarada, violenta y, por encima de todo, temeraria y triste. Sin embargo, por la mañana, al despertar, ya no se acorda- ban de ella.

 Mientras dormían, volaba la noticia de que él había llegado, de que se había fugado de los Plomos, de que se había escapado en góndola de su ciudad natal a plena luz del día, tomándoles el pelo a todas sus excelencias, a todos los temibles señores de la Inquisición, a Lorenzo, el guardia de la prisión; se decía que había ayudado a fugarse al fraile que había colgado los hábitos, que se había escapado de la fortaleza del dux, que lo habían visto en Mestre, regateando con el cochero de una diligencia, y en Treviso, tomando vermut en un café, e incluso un campesino juró haberlo visto en medio de los prados, donde hechizaba a las vacas. Voló la noticia por los palacetes de Venecia y por las tabernas de la periferia; los cardenales y los ilustres senadores, los verdugos y los policías, los espías y los tahúres, los amantes y los maridos, las muchachas en misa y las mujeres en sus cálidas camas se reían y gritaban: «Jo, jo, jo!» O bien se carcajeaban, todos contentos: «Ja, ja, ja!» O ahogaban sus risas en la almohada o en el pañuelo, y exclamaban: «Ji, ji, ji!» Todos estaban contentos de que se hubiese fugado. La noche siguiente le comunicaron la noticia al papa, que se acordaba de él, y se acordó también de que un día le había impuesto personalmente una condecoración menor, y se rió con la noticia. Se difundió ésta por toda Venecia; los gondoleros se apoyaban en sus largos remos, discutían los detalles de su fuga con todo tipo de comentarios entendidos, y se alegraban con ella, se alegraban porque él era veneciano, porque había burlado la autoridad y el poder, y se alegraban porque alguien hubiese sido más fuerte que la tiranía, más fuerte que las piedras y las cadenas, más fuerte que el tejado de placas de plomo. Hablaban en voz baja, escupían en el agua y se frotaban las manos, muy felices. La noticia volaba, y todos sentían cierto calor en el corazón. «¿En realidad qué había hecho?», se preguntaban. Había jugado a las cartas. Dios mío, quizá no jugaba del todo limpio, hacía saltar la banca en todos los tugurios por donde pasaba, jugaba disfrazado con una máscara, aliado con tahúres profesionales. Pero, después de todo, ¿quién no había hecho una cosa así en Venecia? Por las noches daba una paliza a los que lo habían delatado y seducía a las mujeres para llevárselas fuera de la ciudad, a Murano, a una casa que tenía alquilada... Pero ¿quién no hacía tal cosa, sobre todo siendo joven, en Venecia? Era descarado, hablaba mucho, hablaba demasiado... Pero ¿quién callaba en Venecia?
 
Sándor Márai (Húngaro nacionalizado estadounidense, 1900-1989).

La ilustración corresponde a un detalle de El Gran Canal y la iglesia de Santa María de la Salud (1730),
de Giovanni Antonio Canal, Canaletto.

lunes, 26 de julio de 2021

Casanova y Venecia: LA CONVERSIÓN DE CASANOVA, de Hermann Hesse

"Él, a quien había convertido e una ceebridad su huida de las cámaras de plomo venecianas..."

(Fragmento inicial)

En Stuttgart, hacia donde lo atrajo la fama mundial de la lujuriosa corte de Carlos Eugenio, no le fue bien a Giacomo Casanova, el caballero de fortuna. Ciertamente, como en toda ciudad del orbe volvió a encontrarse enseguida con una cantidad de viejos conocidos, entre ellos la veneciana Gardella, por entonces favorita del duque; y pasó algunos días alegre y despreocupado en compañía de bailarines y bailarinas, músicos y actrices de su amistad. Asimismo parecía que tenía asegurada una buena acogida en casa del embajador austríaco, en la corte y aun en lo del propio duque. Pero apenas entrado en calor, el tarambana salió una noche de francachela en compañía de algunos oficiales. Se intercambiaron apuestas y corrió vino de Hungría y el final de la diversión fue que Casanova perdió en el juego marcos por un equivalente a cuatro mil luises de oro, sus costosos relojes y sortijas y tuvo que hacerse llevar en coche a su casa en deplorable estado de ánimo. A todo esto se agregó un desgra- ciado proceso. Las cosas habían llegada tan lejos para el temerario que amén de la pérdida de sus bienes también se vio en peligro de ser incorporado al regimiento del duque en calidad de soldado forzoso. Por supuesto, no le falto tiempo para poner los pies en polvorosa. Él, a quien había convertido en una celebridad su huida de las cámaras de plomo venecianas, también pudo escapar de la captura que pesaba sobre él en Stuttgart y hasta le fue posible salvar su baúl con el que pudo llegar a salvo a Furstenberg, después de pasar por Tubingia.

Sin embargo, aquel individuo ágil no causaba la menor impresión de ser un hombre golpeado por el destino. En la posada fue servido como viajero de primera categoría a causa de su atuendo y de la prestancia de su porte. Lucía un reloj de oro adornado con piedras preciosas, a veces tomaba una pizca de rapé de una cajita de oro, a veces de otra de plata, vestía ropas extraordinariamente finas, delicadas, calzas de seda y puntillas holandesas. El valor de sus prendas, piedras, puntillas y joyas había sido justipreciado hacía poco en Stuttgart por un entendido en cien mil francos. No hablaba alemán, pero su francés era perfecto y sus modales los de un acaudalado, mimado pero bondadoso caballero en viaje de placer. Era exigente, pero no escatima- ba propinas ni se mostraba remiso en el pago de sus consumos.

Al cabo de un viaje precipitado había llegado a aquella localidad de noche. Mientras se lavaba y empolvaba le prepararon a su pedido una cena excelente que, acom- pañada de una botella de vino del Rin, le ayudó a pasar pronto y de manera agrada- ble el resto de aquella jornada. Seguidamente se retiró a descansar a hora temprana y durmió maravillosamente hasta durmió la mañana. Sólo entonces consideró llegado el momento de poner en orden sus asuntos.

Hermann Hesse (Alemán nacionalizado suizo, 1877-1962). Obtuvo el premio Nobel en 1946.

domingo, 25 de julio de 2021

Casanova y Venecia: MEMORIAS (Historia de mi vida), de Giacomo Casanova

"... después de lo cual el jefe de los arqueros me llevó a la terrible cárcel de los Plomos."

(Fragmentos del capítulo 11)

Era al anochecer, día 25 de julio de 1755.

Al día siguiente, al despuntar el día, entra en mi cuarto el terrible messer-grande. Despertar, verle y oírle preguntar si yo era Giacomo Casanova, fue hecho en un instante.

- Sí; yo soy Casanova -dije.
 
* * *
Mientras tanto yo me vestía sin darme cuenta de ello. Me puse una camisa con encajes y mi hermosa casaca nueva, casi maquinalmente, y sin que el messer-grande, que no dejaba un momento de observarme, tomase a mal que yo me vistiese como si acudiera a una fiesta. Me hicieron entrar en una góndola, con una escolta de cuatro hombres, después de lo cual el jefe de los arqueros me llevó a la terrible cárcel de los Plomos.

* * *

El último día de septiembre pasé la noche sin dormir, y me hallaba impaciente por ver el nuevo día, tan seguro estaba de recuperar aquel día mismo la libertad. Expiraba el poder de quienes me habían encerrado; pero amaneció, y nada sucedió. Permanecí cinco o seis días en la desesperación y deduje que se habían propuesto tenerme allí toda mi vida. Esta espantosa idea me hizo reír, pues me sentía capaz de abreviar mi prisión a mi antojo, empeñándome en escapar o en hacerme dar muerte. A principios de noviembre concebí seriamente el proyecto de escaparme y desde aquel momento no tuve más idea que ésta. Concebí cien medios a cual más atrevido, pero siempre un nuevo plan me hacía desechar aquel a que acababa de pergeñar. Durante ese laborioso trabajo imaginativo sucedió un singular acontecimiento que me hizo comprender el triste estado de mi espíritu. Me hallaba de pie en el desván mirando hacia el ventanillo. De pronto vi una gruesa viga del techo que se inclinaba hacia la derecha y que por un movimiento contrario pero lento e interrumpido, volvía a su posición primera. Como al mismo tiempo yo había perdido el equilibrio, comprendí que era una sacudida, un temblor de tierra. Laurencio y los esbirros, que en aquel momento salían de mi calabozo, dijeron que también habían experimentado un movimiento de oscilación. La disposición de mi ánimo era tal que este hecho me causó un sentimiento de alegría que sentí en mi interior sin decir una palabra. Cuatro o cinco segundos después se produjo la misma oscilación y no pude menos de exclamar:

- ¡Otra, otra, gran Dios, pero más fuerte!

Los arqueros, espantados de lo que les parecía la impiedad de un loco desesperado, huyeron despavoridos. Entre los acontecimientos posibles, pensaba yo, está el derrumbe del palacio ducal, lo que ayudará a que recupere mi libertad. En la situación en que me encontraba, casi nada es la vida y la libertad lo es todo; de hecho, es que sentía que empezaba a volverme loco.
  
Giacomo Casanova (Italiano, 1725-1798).
 
Las ilustraciones corresponden a la cárcel de los Plomos en el Palacio Ducal de Venecia
y a un grabado de la fuga de Casanova elaborado en 1864.

sábado, 24 de julio de 2021

Casanova y Venecia: CASANOVA, de Stefan Zweig


(Fragmento)
 
Ninguna mujer puede retenerlo mucho tiempo en sus brazos, ninguna regla puede persuadirlo de permanecer entre las fronteras de cualquier país, ninguna ocupación puede importarle más allá de un período breve. Escapa de los calabozos en Venecia porque prefiere poner en riesgo su vida a dejar que las cosas se tornen amargas. Todos sus talentos, todas sus habilidades, todos sus poderes, todo su valor y su genio, para mantenerse día tras día a merced de la fortuna, su diosa. Esa es la razón por la que su existencia permanece tan mutable como el agua que corre, ahora aparece ante una fuente espumosa que brilla bajo el sol, ahora es el torrente de una cascada que se precipita ominosa en el abismo más oscuro. De la mesa de un príncipe, de la vida fácil de un manirroto con dinero en la bolsa hasta aquel que sólo puede conseguir comida empeñando su abrigo, de seductor a rufián, se mueve siempre con ligereza gracias al espíritu de su naturaleza mercurial, carece de sentido común en los días de buena fortuna y permanece ecuánime ante la adversidad, siempre lleno de valor y confianza.
 
Stefan Zweig (Austria, 1881-1942).

viernes, 23 de julio de 2021

Venecia: BOUVARD Y PÉCUCHET, de Gustave Flaubert


 (Fragmento del capítulo 5)

Bouvard tomó a George Sand.
 
Lo entusiasmaron las bellas adúlteras y los nobles amantes, hubiera querido ser Jacques, Simón, Bénédict, Lélio y vivir en Venecia. Suspiraba, no sabía qué le pasaba y se encontraba a sí mismo cambiado.
 
Pécuchet, que trabajaba con la literatura histórica, estudiaba las obras de teatro. Se tragó dos Pharamond, tres Clovis, cuatro Charlemagne, varios Phílippe Auguste, un montón de Juanas de Arco y muchas marquesas de Pompadour y conspiraciones de Cellamare.
 
Casi todas le parecieron más tontas aun que las novelas, ya que para el teatro existe una historia convencional que no se puede destruir. Luis XI no dejará de arrodillarse ante las figurillas de su sombrero, Enrique IV estará constantemente jovial, María Estuardo llorosa, Richelieu cruel. En fin, todos los caracteres se muestran monolíti- cos, por amor a las ideas simples y respeto de la ignorancia, tanto que el dramaturgo, lejos de elevar, rebaja, en lugar de instruir, idiotiza.
 
Como Bouvard le había alabado a George Sand, Pécuchet se puso a leer Consuelo, Horace, Mauprat y fue seducido por la defensa de los oprimidos, por el aspecto social y republicano, por las tesis. Según Bouvard, eso arruinaba la ficción y pidió a la biblio- teca novelas de amor.
 
 Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880).

jueves, 22 de julio de 2021

Venecia: HISTORIA DE MI VIDA, de George Sand

"Venecia era la ciudad de mis sueños, y todo lo que yo había imaginado sobre ella se me quedó corto al verla..."

(Fragmento)
 
Venecia era la ciudad de mis sueños, y todo lo que yo había imaginado sobre ella se me quedó corto al verla, por la mañana y por la noche, por la calma de los días hermosos y por el reflejo sombrío de las tormentas. Amaba esta ciudad por ella misma, y ha sido la única del mundo que he podido amar así, porque una ciudad me ha dado siempre el efecto de una prisión que soporto por mis compañeros de cautiverio. En Venecia se viviría largo tiempo solo y se comprende que en el tiempo de su esplendor y de su libertad, sus hijos la hayan casi personificado en sus amores y la hayan querido no como a un cosa, sino como a un ser.


George SandAmantine Lucile Aurore Dupin (Francia, 1804-1876).

miércoles, 21 de julio de 2021

Venecia: LA MANO DEL MUERTO, de Alfredo Possolo Hogan

"... al puerto, en cuyas argollas estaban amarradas centenares de góndolas de todos los tamaños."
 
(Fragmento inicial del capítulo XXXIV)
 
Venecia

A principios del año 1814 hallábase en Venecia un joven francés, que sin pertenecer a la clase distinguida y elevada de París, era hijo de una buena familia y poseía una educación esmerada, que le daba una distinguida posición social. Este joven se llamaba Maximiliano Morrel. Estaba casado con la hija de un antiguo magistrado francés, descendiente por línea materna de la ilustre familia de los marqueses de Saint-Meran.
 
Maximiliano y Valentina, casados recién hace dos años y medio, vivían en perfecta armonía. Valentina aún no tenía hijo alguno. Maximiliano no tendría más de veinti- nueve años y Valentina no más de dieciocho.
 
Habiendo vivido siempre en Francia, tenían ahora el vivo deseo de ver y examinar otras sociedades, otras costumbres. Venecia fue su primer punto.
 
En la hora en que el sol reflejaba sobre la antigua catedral sus últimos rayos, descendiendo raudo y ocultándose tras las montañas del Tirol, Maximiliano y Valentina atravesaban la Piazza a lo largo del antiguo Poroglio se encaminaban al puerto, en cuyas argollas estaban amarradas centenares de góndolas de todos los tamaños.
 
- Querida -dijo Maximiliano- las noches tranquilas y dulces invitan a gozar de la frescura de los canales, donde la luna parece mirarse con cariñoso misterio.
 
- Embarquémonos, Maximiliano -respondió Valentina, apretando dulcemente el brazo de su esposo y mirando al mismo tiempo con recelo a un hombre embozado en una capa y con el rostro oculto por las alas de su enorme sombrero.
 
Valentina marchó silenciosa al lado de Maximiliano en la dirección de las escaleras; pero su mirada inquieta parecía examinar todavía a aquel hombre extraño que no estaba lejos. En efecto, a pequeña distancia se veía una figura triste y pensativa que seguía también con los ojos los movimientos de los esposos.
 
- ¿Tu góndola está pronta, Giacomo? -le preguntó Maximiliano sonriéndose.
 
- Sí, excelencia, y tendré a gran honra recibiros en ella.
 
Abordaron la góndola y se sentaron; después, cuando el gondolero, manejando el remo con destreza, impelía la barca que pasaba por el muelle, Valentina volvió la cabeza y dirigió una mirada todavía inquieta a la Piazza.
 
Luego que la góndola se alejó del muelle, deslizándose blandamente a lo largo del gran canal, el hombre que los observaba se adelantó con precipitación hacia el muelle y dando un pequeño grito parecido al de una ave nocturna, esperó con impaciencia a alguien que le respondió del mismo modo.
 
 
Alfredo Possolo Hogan (Portugal, 1829-1865).

martes, 20 de julio de 2021

Venecia según el conde de Montecristo

"... al pie de las columnas de San Marcos, en Venecia..."

A Dumas se le reconoce como uno de los escritores más prolíficos no sólo de la lengua francesa, sino en la historia de la literatura. Entre la profusión exuberante de su obra, destacan por la popularidad que alcanzaron, un par de novelas: Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, sin demérito alguno para el resto de su trabajo que, según una investigación de Réginald Hamel, profesor canadiense de la universidad de Montreal, rebasó las cien mil páginas.

El propio Alexandre Dumas siempre mostró un afecto muy particular por las aventuras de Montecristo, tanto que fundó una publicación semanal que alcanzó 138 ediciones entre 1857 y 1862, denominada Le Monte-Cristo, y se mandó construir una lujosa mansión en Le Port-Marly a la que bautizó como Castillo de Monte-Cristo.

Casi al principio de la novela, cuando Edmundo Dantés se encuentra en la prisión de If con el abate Faria, éste le revela que:

- Cuando vengas a mi celda, te enseñaré una obra completa, resultado de los pensamientos, reflexiones e indagaciones de toda mi vida. La había imaginado a la sombra del Coliseo, en Roma, al pie de las columnas de San Marcos, en Venecia, y a orillas del Arno, en Florencia. Entonces yo no sospechaba siquiera que mis verdugos me obligarían a escribirla  en un calabozo del castillo de If.

Al margen de las leves alusiones venecianas que podrían calificarse como ornamen- tales, tal sería el caso del capítulo denominado Simbad el marino: "Pendía del techo una lámpara de cristal de Venecia, preciosísima por su forma y su color, y cubría el suelo un tapiz turco, tan blando, que hasta el tobillo se hundían los pies.", o también en el capítulo segundo del tercer libro, cuando establece que "Montecristo era digno apreciador de todas las cosas que Alberto había acumulado en esa estancia: antiguos cofres, porcelanas del Japón, alfombras de Oriente, juguetes de Venecia...", por lo general, la presencia de Venecia se vincula a la trama.

En el capítulo décimo, Los bandoleros romanos, se refiere al carnaval:

- Pues mira, querido -dijo Franz a Alberto--, lo mejor que podemos hacer es irnos a pasar el carnaval en Venecia; al menos allí, si no encontramos carruaje, encontrare- mos góndolas.

Más adelante, en el capítulo trece, La mazzolata:, se registra el siguiente diálogo:

- ¿Cuál es su nombre? Porque sin duda lo conocéis.

- Perfectamente; el conde de Montecristo.

- ¿Qué nombre es ése? No será un nombre de familia.

- No; es el nombre de una isla que ha comprado.

- ¿Y el conde?

- Conde toscano.

- Sufriremos al fin a ése como a los demás -respondió la condesa, que era de una de las más antiguas familias de los alrededores de Venecia-. ¿Qué clase de hombre es?

- Preguntad al vizconde de Morcef.

Y también en el capítulo dieciséis, La cita:

- En ese caso me despido de vos. Porque tengo que irme a Nápoles y no estaré aquí de vuelta hasta el sábado por la noche o el domingo por la mañana. Y vos -preguntó el conde a Franz-, ¿partís también, señor barón?

- Sí.

- ¿Para Francia?

- No, por Venecia. Me quedo todavía un año o dos en Italia.

Para después concluir ese mismo capítulo:

Así lo hicieron, y al día siguiente, a las cinco de la tarde, los dos jóvenes se separaban. Alberto de Morcef para volver a París, y Franz d'Epinay para ir a pasar unos quince días en Venecia.

Posteriormente, en el libro quinto y último, en su noveno capítulo, El padre y la hija, menciona los famosos canales venecianos.

- Piénsalo bien, Eugenia.

- ¡Oh!, todo está reflexionado. Estoy cansada de oír hablar de fines de mes, de alza, de baja, de fondos españoles, de cuentas, etcétera. En lugar de todo eso, Luisa, el aire, la libertad, el canto de los pájaros, las llanuras de Lombardía, los canales de Venecia, los palacios de Roma y la playa de Nápoles. ¿Cuánto tenemos?

En el penúltimo capítulo, Pepino, establece que "Danglars quería, en efecto, trasla- darse a Venecia a recoger una parte de su.fortuna, y después a Viena a realizar el resto."

Poco más adelante, en ese mismo episodio:

Su primer movimiento fue respirar para asegurarse de que no estaba herido. Era un medio que había aprendido en Don Quijote, único libro no que había leído, sino que conservaba alguna cosa en la memoria.

- No -dijo-, no me han matado ni herido, pero ¿me habrán robado acaso?

Y metió la mano en los bolsillos. Estaban intactos. Los cien luises que se había reservado para hacer el viaje de Roma a Venecia se hallaban en el bolsillo de su pantalón, y la cartera con la letra de cinco millones cincuenta mil francos estaba en el bolsillo de la levita.

A punto de concluir, el capítulo final da principio estableciendo:

Serían las seis de la tarde. Un horizonte de color de ópalo, matizado con los dorados rayos de un hermoso sol de otoño, se destacaba sobre la mar azulada.

El calor del día había ido atenuándose poco a poco, y empezaba a sentirse la ligera brisa que parece la respiración de la naturaleza exhalándose después de la abrasadora siesta del mediodía; soplo delicioso que refresca las costas del Mediterráneo y lleva de ribera en ribera el perfume de los árboles, mezclado con el acre olor del mar.

Sobre la superficie del lago que se extiende desde Gibraltar a los Dardanelos, y de Túnez a Venecia, una embarcación ligera, de forma elegante, se deslizaba a través de los primeros vapores de la noche. Su movimiento era el del cisne que abre sus alas al viento surcando las aguas. Avanzaba rápido y gracioso a la vez, dejando en pos de sí un surco fosforescente.

Existe una supuesta continuación de El conde de Montecristo titulada La mano del muerto, pero no fue escrita por Dumas, su autor es el portugués Alfredo Possolo Hogan y acontece parcialmente en Venecia, como podremos leer mañana, cuando incluya un fragmento para constatarlo.

Jules Etienne

lunes, 19 de julio de 2021

Venecia: LUCRECIA BORGIA, de Víctor Hugo

"Estamos en Venecia, señora, y aquí tenéis enemigos..."

(Fragmento del primer acto, escena II)

Entra Lucrecia disfrazada. Ve a Genaro dormido y le contempla extasiada y con respeto.
 
Lucrecia: (¡Duerme! La fiesta le habrá fatigado. ¡Qué hermoso es!) ¡Yubeta! (Llamándole).
 
Yubeta: Hablad más bajo, señora. Aquí no me llamo Yubeta, sino conde de Belve- rana, y soy gentil-hombre español, así como vos sois la marquesa de Pontecuadrato, dama napolitana. Debemos hacer como si no nos conociéramos, obedeciendo las órdenes de vuestra alteza; no estáis en vuestra corte, estáis en Venecia.
 
Lucrecia: Es verdad, Yubeta; pero aquí estamos solos, porque ese joven duerme y podemos hablar unos instantes.

Yubeta: Como plazca a vuestra alteza, pero debo aconsejaros que no os quitéis la mascarilla, porque pudieran conoceros.
 
Lucrecia: No me importa: si no saben quién soy, no debo temer; si lo saben, los que deben temblar son ellos.
 
Yubeta: Estamos en Venecia, señora, y aquí tenéis enemigos, y enemigos libres. Indudablemente la República de Venecia no permitirá que se os atropelle, pero podrían insultaros.
 
Lucrecia: Tienes razón; sé que mi nombre horroriza.
 
Yubeta: Aquí no solo hay venecianos, sino también romanos, napolitanos y lombar- dos; hay hijos de todos los pueblos de Italia.
 
Lucrecia: ¡Y me odia Italia entera! Es preciso que esto no suceda de hoy en adelante. Ahora más que nunca conozco que yo no nací para hacer daño á nadie, pero el ejemplo de mi familia me arrastró á ser lo que he sido. ¡Yubeta!
 
 
Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).

La ilustración corresponde a la puesta en escena de La Comédie-Française
dirigida por Denis Podalidès, que se presentó por primera vez en Canadà
en el Teatro del Nuevo Mundo de Montreal, en  julio de 2017.

domingo, 18 de julio de 2021

Venecia: CERCA DE DONDE REINA LA VENECIA DE ORO..., de Aleksandr Pushkin

"Un gondolero nocturno dirige su barca hacia adelante..."

Cerca de donde reina la Venecia de oro,
Un gondolero nocturno dirige su barca hacia adelante
A la luz de la estrella vesperal, navega sobre el mar en calma,
Y allí Erminia, Renaldo, Godofredo canta.
Ama sus canciones y las canta por gusto
Sin planes sobre lo que vendrá; no conoce ninguna gloria
Ni tampoco miedo o esperanza; con su quieta Musa
Puede lenificar su travesía sobre las profundas aguas.
Como en el mar de la vida, donde las tempestades son severas
Persiguiendo en la oscuridad mi vela, solitaria, -
Como él, sin respuesta, también yo canto mi propia canción,
Y el amor contempla mi poema secreto durante largo rato.
 
 
Aleksandr Pushkin (Rusia, 1799-1837).
 
(Traducido al español por Jules Etienne).

sábado, 17 de julio de 2021

Venecia: FACINO CANE, de Honoré de Balzac

"Yo veía Venecia y el Adriático, los veía en ruinas sobre esta figura arruinada. Me paseaba por esa ciudad tan querida por sus habitantes."
 
(Fragmento)

No pensó más en la bebida, rechazó con un gesto el vaso de vino que le tendió en ese momento el viejo Octavín, luego bajó la cabeza. Esos detalles no eran los más apropiados para extinguir mi curiosidad. Durante la contradanza que tocaron los tres instrumentos, yo contemplaba al viejo noble veneciano con los sentimientos que devoran a un hombre de veinte años. Yo veía Venecia y el Adriático, los veía en ruinas sobre esta figura arruinada. Me paseaba por esa ciudad tan querida por sus habitantes, iba del Rialto al Gran Canal, del muelle de los Esclavos al Lido, regresaba a su catedral, tan originalmente sublime; miraba las ventanas de la Casa Doro, cada una de las cuales posee ornamentos diferentes; contemplaba esos viejos palacios tan ricos en mármol, en fin todas esas maravillas con las cuales el sabio simpatiza tanto más cuanto que los colorea a su gusto, y no despoetiza sus sueños por el espectáculo de la realidad. Yo remontaba el curso de la vida de ese retoño del más grande de los condottieri, buscando en él las huellas de sus desgracias y las causas de esta profunda degradación física y moral, que hacía más bellas todavía las chispas de grandeza y de nobleza reanimadas en ese momento. Nuestros pensamientos eran sin duda comunes, pues creo que la ceguera hace las comunicaciones intelectuales mucho más rápidas prohibiendo a la atención diluirse sobre los objetos exteriores. La prueba de nuestra simpatía no se hizo esperar. Facino Cane dejó de tocar, se levantó, vino hacia mí y me dijo un: -¡Salgamos! -que produjo sobre mí el efecto de una ducha eléctrica. Le di el brazo, y nos marchamos.
 
Cuando estuvimos en la calle, me dijo: - ¿Quiere usted llevarme a Venecia, conducirme a ella, quiere usted tener fe en mí? Lo haré más rico que lo que son las diez casas más ricas de Amsterdam o de Londres, más rico que los Rothschild, en fin, rico como las Mil y una Noches.
 
Pensé que el hombre estaba loco;  pero había en su voz un poder al cual obedecí. Me dejé conducir y me llevó hacia los fosos de la Bastilla como si hubiera tenido ojos. Se sentó sobre una piedra en un lugar muy solitario donde después fue construido el puente por el cual el canal San Martín se comunica con el Sena. Me puse sobre otra piedra delante de ese anciano cuyos cabellos blancos brillaron como hilos de plata a la claridad de la luna. El silencio que perturbaba apenas el ruido tempestuoso de los bulevares que llegaba hasta nosotros, la pureza de la noche, todo contribuía a hacer esta escena verdaderamente fantástica.
 
- ¡Usted habla de millones a un joven, y cree que él dudaría en arrostrar mil males para conseguirlos! ¿No se está burlando de mí?
 
- Que muera sin confesión, me dijo con violencia, si lo que voy a decirle no es verdad. Yo he tenido veinte años como usted los tiene en este momento, yo era rico, era bello, era noble, yo he comenzado por la primera de las locuras, por el amor. He amado como ya nadie ama, hasta llegar a introducirme en un baúl a riesgo de ser apuñalado dentro sin haber recibido otra cosa que la promesa de un beso. Morir por ella me parecía toda una vida. En 1760 me enamoré de una Vendramini, una mujer de diez y ocho años, casada con un Sagredo, uno de los más ricos senadores, un hombre de treinta años, loco por su mujer. Mi amante y yo éramos inocentes como dos querubines, cuando el esposo nos sorprendió hablando de amor; yo estaba sin armas, me insultó, salté sobre él, lo estrangulé con mis dos manos torciéndole el cuello como a un pollo. Quise partir con Bianca, ella no quiso seguirme. ¡Así son las mujeres! Me marché solo, fui condenado, mis bienes fueron secuestrados en provecho de mis herederos; pero había llevado mis diamantes, cinco cuadros de Tiziano enrollados, y todo mi oro. Me marché a Milán, donde no me molestaron: mi caso no interesaba al Estado.

Honoré de Balzac (Francia, 1799-1850). 

viernes, 16 de julio de 2021

Venecia: SONETOS VENECIANOS, de August von Platen

 
 Laberinto de puentes y callejas
que se entrelazan una y mil veces
¿Cómo osaré en su enredo introducirme?
¿Cómo desentrañar su gran misterio?
 
Subiendo por la torre de San Marcos
encuentra la mirada campo libre
y de las maravillas que me envuelven
surge la imagen, se apartan los muros.
 
Saludo allá al azul, al océano
y a los Alpes aquí, que en larga arcada
se miran en las islas lagunosas.
 
¡Mirad a dónde vino un pueblo fuerte
que construyó palacios y su templo
con armazón de roble entre las olas!

 
August von Platen (Alemania, 1796-1835).

jueves, 15 de julio de 2021

Venecia: LA PRUEBA DE AMOR, de Mary Shelley

"... cuando se encontró en medio del camino que salía de la ciudad y ascendía por las colinas Euganei..."

(Fragmento inicial)

Después de conseguir el permiso de la priora para salir unas horas, Angeline, interna en el convento de Santa Anna, en la pequeña ciudad lombarda de Este, se puso en camino para hacer una visita. La joven vestía con sencillez y buen gusto; su faziola le cubría la cabeza y los hombros, y bajo ella brillaban sus grandes ojos negros, extraordinariamente hermosos. Quizá no fuera una belleza perfecta; pero su rostro era afable, noble y franco; y tenía una profusión de cabellos negros y sedosos, y una tez blanca y delicada, a pesar de ser morena. Su expresión era inteligente y reflexiva; parecía estar en paz consigo misma, y era ostensible que se sentía profundamente interesada, y a menudo feliz, con los pensamientos que ocupaban su imaginación. Era de humilde cuna: su padre había sido el administrador del conde de Moncenigo, un noble veneciano; y su madre había criado a la única hija de éste. Los dos habían muerto, dejándola en una situación relativamente desahogada; y Angeline era un trofeo que buscaban conquistar todos los jóvenes que, sin ser nobles, gozaban de buena posición; pero ella vivía retirada en el convento y no alentaba a ninguno.

Llevaba muchos meses sin abandonar sus muros; y sintió algo parecido al miedo cuando se encontró en medio del camino que salía de la ciudad y ascendía por las colinas Euganei hasta Villa Moncenigo, su lugar de destino. Conocía cada palmo del camino. La condesa de Moncenigo había muerto al dar a luz su segundo hijo y, desde entonces, la madre de Angeline había residido en la villa. La familia estaba formada por el conde, que, salvo algunas semanas de otoño, estaba siempre en Venecia, y sus dos hijos. Ludovico, el primogénito, había sido enviado en edad temprana a Padua para recibir una buena educación; y sólo vivía en la villa Faustina, cinco años menor que Angeline.

Faustina era la criatura más adorable del mundo: a diferencia de los italianos, tenía los ojos azules y risueños, la tez luminosa y los cabellos color caoba; su figura ágil, esbelta y nada angulosa recordaba a una sílfide; era muy bonita, vivaz y obstinada, y tenía un encanto irresistible que empujaba a todos a ceder alegremente ante ella. Angeline parecía su hermana mayor: se ocupaba de ella y le consentía todos los caprichos; una palabra o una sonrisa de Faustina lo podían todo. «La quiero demasiado -decía a veces-, pero soportaría cualquier cosa antes que ver una lágrima en sus ojos.» Era propio de Angeline no expresar sus sentimientos; los guardaba en su interior, donde crecían hasta convertirse en pasiones. Pero unos excelentes principios y la devoción más sincera impedían que la joven se viera dominada por ellas.

Angeline se había quedado huérfana tres años antes, cuando había muerto su madre, y Faustina y ella se habían trasladado al convento de Santa Anna, en la ciudad de Este; pero un año más tarde, Faustina, que entonces tenía quince años, había sido enviada a completar su educación a un famoso convento de Venecia, cuyas aristocráticas puertas estaban cerradas a su humilde compañera. Ahora, a los diecisiete años, después de finalizar sus estudios, había vuelto a casa; y se disponía a pasar los meses de septiembre y octubre en Villa Moncenigo con su padre. Los dos habían llegado aquella misma noche, y Angeline había salido del convento para ver y abrazar a su amiga del alma.

Mary Shelley (Inglaterra, 1797-1851).

La ilustración corresponde al monte Mottelone, colinas Euganei, en el trayecto de Villa Beatrice d'Este a Venecia.

miércoles, 14 de julio de 2021

Venecia: LAS MEMORIAS DE LORD BYRON, de Robert Nye

"... son verdaderas ratas de agua y se encuentran tan a sus anchas en el agua como en los puentes o las callejas."

(Fragmento inicial del capítulo II: Pierdo otro poco más de mi virginidad)

Acabo de presenciar desde mi balcón una aventurilla en medio del ir y venir del Gran Canal. Tendido en una góndola había un joven envuelto en una capa amarilla y arrastrando una mano por las cenagosas aguas verdes ha permanecido así durante una hora sin gondolero que lo condujera dorándose al sol de la mañana como un lagarto mareado. Encima en el puente una docena de niños se gruñían, se escupían y se tiraban conchas y naranjas unos a otros enzarzados en una contienda mutuamente destructiva. Luego, uno de los niños se ha caído de cabeza al agua. Ninguno de sus enemigos ni de sus compañeros le ha hecho el menor caso. Ni tampoco el hombre de la capa amarilla. Pero mi pequeña hija bastarda Allegra, que estaba asomada desde otra ventana del palazzo, ha visto al chico revolviéndose y se ha puesto a dar voces, pensando que seguramente se ahogaría, aunque la mayor parte de estos golfillos son verdaderas ratas de agua y se encuentran tan a sus anchas en el agua como en los puentes o en las callejas,

Robert Nye (Inglés fallecido en Irlanda, 1939-2016).

La ilustración corresponde a un detalle de Figuras en un canal veneciano (1893), de Ludwig Passini.

martes, 13 de julio de 2021

Venecia: EL MISTERIO DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA, de Stefan Zweig

 "... cuando los ingleses vsitaban Venecia, sobornaban a los gondoleros para oír hablar de sus orgías y francachelas."

(Fragmento del capítulo Lord Byron: El drama de una gran existencia)

Lord Byron es hoy más efigie que poeta; su vida, esa vida ruidosa, dramática, a menudo hasta espectacular, es más aventurera que su palabra poética, leyenda he- roica, imagen patética del poeta más que el poeta mismo.

Tenía todo el hechizo del porte; fue totalmente el poeta que sueña una juventud: aristócrata de nacimiento y de apostura, juvenilmente hermoso, atrevido y orgulloso, hirviente en aventuras, endiosado por las mujeres, rebelde ante la ley, poseía el ro- manticismo del levantisco contra la época; desterrado principesco, vivió en las zonas paradisíacas de Italia y Suiza y murió con un pueblo esclavizado en una guerra por la libertad. Alrededor de él se oscurecieron y brillaron negras leyendas: cuando los ingle- ses visitaban Venecia, sobornaban a los gondoleros para oír hablar de sus orgías y francachelas. Hasta Goethe y Grillparzer, seres sin aventuras que envejecían en la soledad, hablan tímidamente y con secreta envidia del tremendo mito de la vida. Y dondequiera que aparezca, su figura, grande y solemne, resulta al mismo tiempo renacentista o antigua en el breve marco de la época; en el Lido todas las mañanas pasa volando montado en un potro árabe cubierto de espuma; atraviesa a nado, el primero entre los ingleses, el Helesponto; en la playa de Liorna ¡magnífico símbolo de su paganismo!, enciende la pira en que yace el cadáver de Shelley y retira de su cora- zón intacto la ceniza que cae.

Stefan Zweig (Austríaco fallecido en Brasil, 1881-1942).

lunes, 12 de julio de 2021

Venecia: DE MADRID A NÁPOLES..., de Pedro Antonio de Alarcón

"Cuando tus palacios de mármol estén ya al nivel de tus olas..."

(Fragmento del Libro Quinto)

Lord Byron es para Venecia lo que nuestro Zorrilla para Granada: el gran panegirista de su hermosura, el cantor infatigable de su peregrina historia, el que creó en todas las imaginaciones un mágico ideal de su belleza; el que dijo al mundo, olvidado ya de una ciudad que había cumplido su destino histórico: «Venecia existe todavía: sus encantos no han desaparecido con su poder: sus palacios no se han hundido con sus guerreros y navegantes: la poesía y la tradición levantan aquí su voz entre las ruinas. ¡Venid a verla!» 
 
El canto cuarto de La peregrinación de Childe-Harold, que principia: «Estaba yo en Venecia, sobre el Puente de los Suspiros, entre un palacio y una prisión...» fue la primera señal de aquel entusiasmo por la ciudad de los Dux que le llevó á escribir después sus dos famosas tragedias Marino Faliero y Los dos Foscari, y por último, la sublime Oda a Venecia: «¡Oh Venecia, Venecia! Cuando tus palacios de mármol estén ya al nivel de tus olas, se oirá el grito de las naciones sobre tus ruinas, y un largo lamento resonará en las orillas del agitado mar. -Si yo, peregrino del Norte, lloro sobre tus escombros, ¿qué no te deberán tus hijos? -¡Todo, menos estériles lágrimas! -Y sin embargo, ellos se contentan con murmurar en medio de su sueño!- ¡Qué contraste con sus mayores! ¡Ah! ellos son a sus padres lo que el verdoso fango, desechado por la mar, es a la potente ola que separa al marinero de su nave!» Estos enérgicos acentos pusieron de moda a Venecia en ambos mundos. Desde entonces, la poesía, la música y la novela hicieron de la hija de las lagunas la Isla de Délos del romanticismo, y los poetas y los artistas fueron en peregrinación a saludarla.


Pedro Antonio de Alarcón (España, 1833-1891).