Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).
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lunes, 15 de enero de 2024

Mirándolas dormir: ELEGÍAS ROMANAS, de Johann Wolfgang von Goethe


"... me roban el goce de la contemplación pura. Estas formas, qué espléndidas (...) Si así fuera dormida Ariadna..."

XIII

(Estrofas finales)

... Ella se mueve en sueños,
se da vuelta en el lecho pero deja su mano en la mía.
El amor profundo y la querencia verdadera nos unen
constantemente, no hay más cambio que los altibajos del apetito.

Oprimo su mano, veo abrirse de nuevo sus ojos
celestiales. "¡Oh no! Déjame descansar, seguir
contemplando la imagen. ¡Que sigan cerrados! Me turban
y embriagan, demasiado pronto me roban el goce
tranquilo de la contemplación pura". Estas formas,
qué espléndidas. Qué noble proporción de las piernas.
Si así fuera, dormida, Ariadna, ¿podrías abandonarla,
Teseo? Un solo beso de esos labios! ¡Oh Teseo,
ahora vete! ¡Mira sus ojos! ¡Ella despierta! Ahora
te retendrá para siempre.


Johann Wolfgang von Goethe (Alemania, 1749-1832).

(Traducido al español por José Joaquín Blanco).
La ilustración de la escultura corresponde a Ariadna dormida, de la galería Uffizi en Florencia, Italia.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Solsticio de invierno: LIMONES AMARGOS, de Lawrence Durrell

"... los sauces están especialmente vinculados con el solsticio de invierno..."

(Fragmento)

A Zeus le pertenece el roble. Hermes era dueño de la palmera, y más tarde, Apolo de la palmera y del laurel. Démeter, de la higuera. El sicómoro era el Árbol de la Vida para los egipcios. El pino pertenecía a Cibeles. El álamo negro y los sauces están especialmente vinculados con el solsticio de invierno, y por lo tanto con Plutón y Perséfone; pero el álamo blanco es de Hércules, quien lo sacó de las sombras.


Lawrence Durrell
(Inglés nacido en India y fallecido en Francia, 1912-1990).

jueves, 12 de julio de 2018

Solsticio: LOS MITOS GRIEGOS, de Robert Graves

(Fragmento sobre Afrodita, diosa del solsticio de verano)

Afrodita Urania («reina de la montaña») o Ericina («del brezo») era la ninfa-diosa del solsticio de verano. Destruyó al rey sagrado, que copuló con ella en la cima de una montaña, del mismo modo en que una abeja reina destruye al zángano: arrancándole los órganos sexuales. De ahí las abejas amantes del brezo y la túnica roja en su aventura amorosa de la cima de la montaña con Anquises; y de ahí también el culto de Cibeles, la Afrodita frigia del monte Ida, como una abeja reina, y la extática auto-castración de sus sacerdotes en memoria de su amante Atis. Anquises era uno de los muchos reyes sagrados que eran heridos con un rayo ritual después de juntarse con la Diosa de la Muerte-en-Vida. En la versión más antigua del mito lo mataban, pero en las posteriores escapaba, para justificar la fábula de cómo el piadoso Eneas, quien llevó el Paladio sagrado a Roma, sacó a su padre de la Troya incendiada. Su nombre identifica a Afrodita con Isis, cuyo esposo Osiris fue castrado por Set disfrazado de oso; «Anquises» es, en efecto, sinónimo de Adonis. Tenía un santuario en Egesta, cerca del monte Erix (Dionisio de Halicarnaso I: 53) y Virgilio dijo, por lo tanto, que murió en Drépano, una ciudad vecina, y fue enterrado en la montaña (Eneida III: 710, 759). Había otros santuarios de Anquises en Arcadia y la Tróade. En el templo de Afrodita en el monte Erix se exhibía un panal de miel de oro que, según se decía, era un ex voto presentado por Dédalo cuando huyó a Sicilia.


Robert Graves (Inglaterra, 1895-1985)

La ilustración corresponde a Venus y Adonis (Afrodita y Anquises según la mitología griega), de Charles Napier.

jueves, 21 de junio de 2018

Solsticio de verano: EL DÍA MÁS LUMINOSO


Las menciones al solsticio en la literatura, tanto en novelas y relatos como en la poesía, suelen darse de manera indistinta entre el invernal y el que corresponde al estío. Llegado el momento preciso, en diciembre, me ocuparé del primero de ellos con la amplitud que se merece, pero ahora, por tratarse de la época en que estamos al norte del planeta, me referiré únicamente al que nos concierne en el inicio del verano.

Robert Graves explicaba en Los mitos griegos que “En Atenas las muchachas salían a la luz de la luna llena en el solsticio de verano para recoger rocío —la misma costumbre sobrevivió en Inglaterra hasta el siglo pasado— para fines sagrados. El festival se llamaba las Herseforias, o «recolección de rocío».”

Resulta difícil encontrar a otro experto en el tema de los solsticios más calificado que el rumano Mircea Eliade. En Tratado de historia de las religiones establece su importancia: “Muchas hierofanías arcaicas del sol se han conservado en las tradiciones populares, integradas en mayor o menor grado en otros sistemas religiosos. Las ruedas en llamas que se hacen rodar montaña abajo en los solsticios, sobre todo en el solsticio de verano; las procesiones medievales en las que llevaban ruedas montadas en carros o en barcas, de las que se conocen antecedentes prehistóricos; la costumbre de atar hombres a las ruedas (en “la caza fantástica”, por ejemplo)…”

El propio Eliade es autor de las novelas Isabel y las aguas del diablo y La noche de San Juan, en las que el solsticio de verano se erige como un elemento dramático esencial en su estructura narrativa. Por ese motivo, antes de agotar este tema, más adelante incluiré un texto dedicado exclusivamente a comentar dicho autor.

La obra más simbólica al respecto podría ser el relato Las noches blancas, de Dostoievski, cuyo título alude de manera evidente a ese período que se vive en algunas regiones de Rusia, como en San Petersburgo, entre la segunda quincena de junio y la primera del mes de julio, en que la luz brilla durante la noche y menciona la importancia del sol en esa ciudad tan septentrional:

"Oye uno entre tanto cómo en torno suyo circula ruidosamente la muchedumbre en un torbellino de vida, ve y oye cómo vive la gente, cómo vive despierta, se da cuenta de que para ella la vida no es una cosa de encargo, que no se desvanece como un sueño, como una ilusión, sino que se renueva eternamente, vida eternamente joven en la que ninguna hora se parece a otra; mientras que la fantasía es asustadiza, triste y monótona hasta la trivialidad, esclava de la sombra, de la idea, esclava de la primera nube que de pronto cubre al sol y siembra la congoja en el corazón de Petersburgo, que tanto aprecia su sol. ¿Y para qué sirve la fantasía cuando uno está triste? Acaba uno por cansarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla. Porque, al fin y al cabo, va uno siendo maduro y dejando atrás sus ideales de antes; éstos se quiebran, se desmoronan, y si no hay otra vida, la única posibilidad es hacérsela con esos pedazos. Mientras tanto, el alma pide y quiere otra cosa. En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo."

Es muy frecuente que se haga referencia al solsticio de verano en la noche de San Juan, aunque no coincidan sus fechas, puesto que el día más luminoso suele ser el 21 de junio, como lo establecen Jules Verne en su novela Robur, el conquistador: “Se aproximaba el solsticio de junio, el día más largo del año en el hemisferio boreal…” y James Joyce en el capítulo 17 –se dice que era su favorito-, de Ulises: “… durante las noches cada vez más largas que seguían gradualmente al solsticio de verano en el día siguiente más tres, a saber, el martes, 21 de junio (San Luis Gonzaga), el sol sale a las 3.33 de la mañana, se pone a las 8.29 de la tarde.”

En tanto que la noche de San Juan tiene lugar tres días después, como aclara Marguerite Yourcenar en Los fuegos del solsticio: “El día de San Juan, fiesta del solsticio de verano, ha apagado casi por todas partes sus fogatas, salvo quizá en los países escandinavos, en donde pueden verse, reflejadas en el agua de los lagos, sus esbeltas llamas. Pero ya nadie en Sicilia acecha al amanecer el día 24 de junio a Salomé desnuda bailando al sol naciente, y llevando en una bandeja de oro, que es una imagen solar, la cabeza cortada del Precursor.” Por eso es que en algunas de las versiones al español del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, prefieren llamarlo Sueño de una noche de San Juan, como sería el caso de la traducción de Luis Astrana Marín.

Y a propósito de Marguerite Yourcenar, el siguiente es un párrafo de su novela Memorias de Adriano: “Días alciónicos, solsticio de mi vida… Lejos de embellecer mi dicha distante, tengo que luchar para no empalidecer su imagen; hasta su recuerdo es ya demasiado fuerte para mí.”
 
Por su parte, la costarricense Yolanda Oreamuno, autora de La ruta de su evasión, escribió: ".... fue en el solsticio de un verano...viajaban hacia la ciudad unas mujeres de largas crines, rizadas...oscuras como el azabache... con atuendos vivaces y conspicuos atributos....acarreaban gigantescos frutos....soñé que llegaban desde Canaán... pero respondieron con voces altaneras que procedían de Fanzara....la otra tierra de promisión..."
 
Para no dejar a los autores en nuestra lengua, habría que mencionar Los pasos perdidos del cubano Alejo Carpentier: “Yo había visto a las parejas ascender, en noches de solsticio, al Monte de las Brujas para encender viejos fuegos votivos, desprovistos ya de todo sentido.” El otro, menos conocido, es el uruguayo Francisco Piria, a su novela El socialismo triunfante corresponde “Nuestros años no tienen fechas: hoy estamos en el solsticio de verano."

Knut Hamsun, premio Nobel de literatura en 1920, hace una de las descripciones más logradas sin tener siquiera que mencionar la palabra solsticio en su novela Pan:

Comenzó a no haber noche, el sol apenas sumergía su disco en el mar para volver a emerger, rojo y renovado, como si se hubiera sumergido a beber. Por la noches se me ocurrían las cosas más extrañas; ningún ser humano podría creerlas. ¿Pan estaba sentado en un árbol observando mi comportamiento? ¿Tenía el estómago abierto, y estaba tan encogido que bebía de su propio estómago? Hacía todo eso sólo para espiarme, y el árbol entero temblaba con su risa callada cuando veía que mis pensamientos se desbordaban. El bosque entero estaba ajetreado: animales que husmeaban, pájaros que se llamaban los unos a los otros y cuyos reclamos llenaban el aire. Era el año del vuelo del abejorro, sus zumbidos se mezclaban con los de las mariposas nocturnas, parecían susurros, susurros que recorrían el bosque. ¡Cuántas cosas podían escucharse! No dormí en tres noches pensando en Diderik e Iselin."
 
Para Jules Verne, quien era miembro de algunas sociedades secretas, el solsticio tenía un gran valor simbólico. Por eso es frecuente que se encuentren referencias a dicho fenómeno en varias de sus novelas, además de la ya citada Robur, el conquistador, como sería el caso de Veinte mil leguas de viaje submarino, París en el siglo XX o Los náufragos del Jonathan, entre otras. Pero ese es un tema que también estaré abordando en su momento.
 
Esos serían algunas autores notables. La lista podría ampliarse incluyendo a Tim Powers, escritor estadounidense considerado como el alumno más destacado de Philip K. Dick -autor del relato que dio origen a la película de culto Blade Runner-, y en La fuerza de su mirada (The Stress of Her Regard), ubica el acontecimiento en determinado momento de la narración: “Aquella noche era el solsticio de verano, y los dos se quedaron levantados hasta una hora más tardía que cualquiera de los demás ocupantes de la casa, aunque podían oír a Ed Williams hablando en voz baja en su habitación, seguramente con su esposa.”

También la novela policiaca Casa de verano con piscina, del holandés Herman Koch, inspirada en la detención y arraigo del cineasta Roman Polanski, debido al juicio que dejó inconcluso en los Estados Unidos por la violación de una menor de edad, acontece durante la celebración del solsticio de verano. Aquí el autor reúne en la casa de verano que da título a la obra, propiedad de Ralph Meier, un famoso actor de cine, al doctor Schlosser y su hija Julia, una adolescente de trece años, a un famoso cineasta septuagenario y su joven esposa Emmanuel -casualmente la mujer de Polanski en realidad es la actriz Emanuelle Seigner-. Y al llegar a este punto me he topado con una curiosa coincidencia, porque en la pieza escénica La señorita Julia, del dramaturgo sueco August Strindberg, la protagonista no sólo se llama igual que la adolescente de Casa de verano con piscina, sino que la acción da principio durante el mismo festejo, como queda establecido en uno de sus parlamentos: “¿Se trata quizás de algún filtro mágico que las señoras preparan en la noche de San Juan? ¿Algo con que poder leer en las estrellas propicias del nombre de nuestra prometida?”.

Y a propósito de teatro, en La noche de San Juan, obra de Lope de Vega, el personaje de Pedro asegura que: “Extrañas cosas suceden una noche de San Juan”.

Desde Cervantes en Don Quijote y Dante en la Divina Comedia hasta Henry Miller en Trópico de Capricornio, pasando por La montaña mágica, de Thomas Mann o El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, relatos de Rudyard Kipling, Hermann Hesse y Julio Cortázar, el solsticio siempre ha estado presente en la literatura, como lo podremos corroborar en los días subsecuentes.
 
Este es el archivo correspondiente al solsticio aquí en Mitos y reincidencias:
 

Jules Etienne

domingo, 28 de junio de 2015

Circe: DIVINA COMEDIA, de Dante Alighieri

 
(Fragmento del canto vigésimo sexto)
 
Círculo octavo del infierno: Fraude
 
El alto cuerno de la hoguera antigua,
como la llama que fustiga el viento,
al par que estaba inmóvil la contigua,
 
se agitó con activo movimiento,
como lo hace al hablar la lengua humana,
y echó hacia afuera su escondido acento:
 
«Cuando libre de Circe la inhumana,
que más de un año en Gaeta me retuvo,
donde antes de Eneas era soberana,
 
«ni el cariño por mi hijo me contuvo,
ni de mi viejo padre la ternura,
ni el amor de Penélope me abstuvo,
 
«de correr por doquier a la ventura,
por conocer el mundo como experto,
y al hombre con sus vicios y cultura.

«Lánceme sin temor en mar abierto,
con sólo un leño, y tuve por compaña,
pocos hombres, mas todos de concierto.
 
 
Dante Alighieri (Italia, 1265-1321).
 
(Versión rimada al español de Bartolomé Mitre). 

viernes, 26 de junio de 2015

Circe: LOS MITOS GRIEGOS, de Robert Graves


(Fragmento)

Dirigió la única nave que le quedaba hacia el este y tras un largo viaje llegó a Eea, la isla de la Aurora, gobernada por la diosa Circe, hija de Helio y Perse, y por tanto hermana de Ectes, el terrible rey de Cólquíde. Circe era hábil en toda clase de encantamientos, pero quería poco a la especie humana. Cuando echaron suertes para decidir quién se quedaría vigilando el navio y quién saldría para explorar la isla, le tocó al querido compañero de Odiseo, Euríloco, desembarcar con otros veintidós tripulantes. Descubrió que Eea abundaba en robles y otras clases de árboles, y por fin llegó al palacio de Circe, construido en un gran claro hacia el centro de la isla. Lobos y leones rondaban por los alrededores, pero en vez de atacar a Euríloco y sus compañeros se enderezaban sobre las patas traseras y les acariciaban. Se habría podido tomar a aquellos animales por seres humanos, y en realidad lo eran, aunque los habían transformado así los hechizos de Circe.
 
Circe se hallaba en el vestíbulo, cantando mientras tejía, y cuando el grupo de Euríloco la llamó a gritos salió sonriendo y los invitó a comer en su mesa. Todos entraron alegremente, excepto Euríloco, quien, sospechando un engaño, se quedó afuera y atisbo ansiosamente por las ventanas. La diosa sirvió una comida de queso, cebada, miel y vino, para los marineros hambrientos; pero estaba drogada, y tan pronto como comenzaron a comer les tocó en el hombro con su varita y los transformó en puercos. Luego, abrió inexorablemente la portezuela de una pocilga, los encerró en ella, les echó unos puñados de bellotas y frutos del cornejo en el suelo fangoso y los dejó allí revolcándose.
 
Euríloco volvió llorando e informó a Odiseo de la desgracia ocurrida, quien tomó su espada y salió decidido a salvarlos, pero sin un plan fijo en la cabeza. Con gran sorpresa se encontró con el dios Hermes, quien le saludó cortésmente y le ofreció un remedio contra la magia de Circe: una flor blanca perfumada con la raíz negra, llamada moly, que sólo los dioses pueden reconocer y elegir. Odiseo aceptó el don agradecido y siguió su camino hasta el palacio de Circe, quien también le agasajó a él. Cuando hubo tomado la comida mezclada con drogas, Circe levantó la vara y le tocó con ella en el hombro, mientras le ordenaba: «Ahora ve a la pocilga y échate con tus compañeros.» Pero Odiseo había olido a escondidas la flor de moly, por lo que no quedó encantado, y se levantó de un salto espada en mano. Circe cayó llorando a sus pies y le suplicó: «¡Perdóname y compartirás mi lecho y reinarás en Eea conmigo!» Como sabía que las hechiceras poseen el poder de enervar y destruir a sus amantes, extrayéndoles secretamente la sangre en pequeñas ampollas, Odiseo hizo jurar solemnemente a Circe que no tramaría ninguna nueva travesura contra él. Ella juró por los dioses benditos y, después de proporcionarle un delicioso baño caliente, vino en copas de oro y una sabrosa cena servida por una venerable ama de llaves, se dispuso a pasar la noche con él en un lecho con colcha de púrpura. Pero Odiseo no quiso responder a sus requerimientos amorosos hasta que accedió a liberar no sólo a sus compañeros, sino también a todos los otros marineros encantados por ella. Una vez hecho eso se quedó de buena gana en Eea hasta que ella le hubo dado tres hijos: Agrio, Latino y Telégono.
 
Odiseo anhelaba continuar su viaje y Circe le dejó ir. Pero primeramente debía hacer una visita al Tártaro y buscar allí al adivino Tiresias, quien le profetizaría la suerte que le esperaba en Ítaca, si llegada alguna vez a ella, y después. «El soplo del Viento Norte conducirá tu nave -le dijo Circe- hasta que hayas atravesado el océano y llegues al bosque de Perséfone, notable por sus álamos negros y sus añosos sauces. En el punto donde los ríos Flegetonte y Cocito desembocan en el Aqueronte cava una zanja y sacrifica un carnero joven y una oveja negra, que yo misma proporcionaré, a Hades y Perséfone. Deja que la sangre entre en la zanja y mientras esperas a que llegue Tiresias ahuyenta a todas las otras ánimas con tu espada. Deja que Tiresias beba todo lo que quiera y luego escucha atentamente su consejo.»
 
Odiseo obligó a sus hombres a embarcarse, aunque se mostraban renuentes a dejar la agradable Eea por el país de Hades. Circe les proporcionó un viento favorable que los llevó rápidamente al Océano y a las lejanas fronteras del mundo donde a los Cimerios, rodeados de niebla, ciudadanos de la Oscuridad Perpetua, se les niega la vista del Sol. Cuando avistaron el Bosque de Perséfone desembarcó Odiseo e hizo exactamente lo que le había aconsejado Circe. La primera ánima que apareció en la zanja fue la de Elpenor, uno de sus propios marineros que pocos días antes, borracho, se había dormido en el techo del palacio de Circe y, al despertar aturdido, cayó a tierra y se mató. Odiseo había abandonado Eea tan apresuradamente que no advirtió la ausencia de Elpenor hasta que era ya demasiado tarde, y ahora le prometió un entierro decente.
   
Robert Graves (Inglés fallecido en España, 1895-1985). 

jueves, 1 de mayo de 2014

Escribiendo sobre el espejo: la literatura especular

 
Ya en la antigua Roma, el poeta Marcial, protegido de Séneca, en uno de sus versos se refirió al espejo como un "consejero de la hermosura". José Saramago emprende una reflexión de raíces borgianas en su novela El evangelio según Jesucristo, cuando propone: "El espejo y sus sueños son cosas semejantes, son como la imagen del hombre ante sí mismo". Por su parte, Octavio Paz en el Laberinto de la soledad establece que "La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida".
 
Para Xavier Villaurrutia el mar es el espejo del cielo, mientras que Paul Éluard se refería al espejo de un instante y James Joyce recordaba a los que a medianoche se hablan ante el espejo. Allen Ginsberg, símbolo de la denominada generación beat, con su marcada óptica existencialista hablaba de un "espejo vacío". Más sencillo era Luis Alcaraz, quien en su canción Bonita le pedía a la bella que hiciera pedazos su espejo para ver si así él dejaba de sufrir, a la manera de Pierre de Ronsard en su Madrigal: "¡Que se rompa el espejo en que se mira llenándose de orgullo tu hermosura!". Y Manuel Machado inicia el poema Chouette dando por hecho que: "En cualquier parte hay un espejo..."

Stéphane Mallarmé, en Herodías lo describía así: "¡Oh espejo! Agua fría que el tedio logró ver congelada..." Lo cual me remite a una frase de Yasunari Kawabata que proviene de su espléndida novela País de nieve, en la que el espejo adquiere un papel preponderante a lo largo de la misma: "Aquella blancura que habitaba en las profundidades del espejo era la nieve".

Ambrose Bierce, en su Diccionario del Diablo, definía de esta manera a los espejos: “Cristal plano sobre el que aparece un espectáculo efímero que produce desilusión al hombre”. Jorge Luis Borges, en un poema que le dedicó a María Kodama, decía que la luna, colmada por el llanto de largos siglos de vigilia humana, es nuestro espejo.

El primer espejo fue un obsequio de la naturaleza, en el momento en que el ser humano pudo ver el reflejo de su propia imagen sobre la superficie del agua. Los primeros espejos eran de metal brillante como la plata y el bronce. La historia ubica la invención del espejo en Sidón. Se cuenta que el sabio Arquímedes, cuando tenía 73 años de edad, utilizando unos espejos ustorios para provocar el fuego en las naves romanas, logró evitar la invasión de Siracusa. Antes de que eso ocurriera, la mitología griega le asignaba a Perseo la leyenda de haber vencido a la Medusa utilizando su escudo como un espejo en el que ella vio reflejado su rostro, lo que ocasionó su destrucción.

En Mesoamérica, los espejos se hacían con pirita -un mineral metálico de color amarillo- y se les concedían cualidades adivinatorias ya que les permitían comunicarse con los dioses y sus ancestros, por lo que poseían un valor de oráculos llenos de presagios y conocimientos ocultos, además de que se les consideraba una puerta de acceso a otro mundo.

Los espejos fueron objeto del primer caso de espionaje industrial de que se tenga memoria y de ese modo el rey Luis XIV, de Francia, pudo llenar con espejos el Palacio de Versalles, robando a unos venecianos de la isla de Murano la fórmula que amalgama el metal con mercurio. El proceso de fabricar espejos con plata fue descubierta en el siglo XIX y se le atribuye su invención al alemán Justus von Liebig, en 1835.

Según Bertolt Brecht, el arte refleja la vida con espejos especiales, y Karl Marx afirmaba: "El espejo era defectuoso porque el hombre es una parte interesada de la realidad que observa. No existe ojo ideal posible en una sociedad dividida por la lucha de clases."

Imposible pasar por alto que don Quijote venció al caballero de los espejos, ni tampoco que después de visitar el país de las maravillas la nueva aventura de Alicia era: "Juguemos a que existe alguna manera de atravesar el espejo; juguemos a que el cristal se hace blando como si fuera una gasa, de manera que pudiéramos pasar a través de él", en A través del espejo, de Lewis Carroll. "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento... Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas", diría Max Estrella, el personaje teatral de la obra Luces de Bohemia, de Ramón del Valle Inclán, y que después refiere José Hierro en su poema Lear King en los claustros: "... reflejo mío en los espejos cóncavos y convexos que inventó Valle-Inclán."

Julio Cortázar describe en un texto titulado El otro Narciso, la manera como una minúscula ave tropical, más pequeña que un gorrión, se encuentra con su propia imagen en el espejo retrovisor de un automóvil estacionado "enfrentando el espejo y viéndose, reconociendo al otro pájaro idéntico a él, y entonces salta agitado en el aire frente a su imagen, se precipita contra el espejo, y otra vez rechazado tiene que subir hasta posarse perplejo en el borde". Continúa observándolo y reflexiona: "Bruscamente vuela hacia los árboles y se pierde en el follaje; es nuestro turno de comentar enternecidos esa ilusión, ese diminuto teatro del artificio donde hemos visto representarse una vez más el drama de Narciso." En contraste con "el adolescente enamorado que se buscará hasta la muerte en el cruel espejo engañoso del estanque, el pajarito habrá olvidado ya su ansiedad y su deseo, sin duda porque en el no hay ansiedad ni deseo y mucho menos memoria."
 
El párrafo con el que concluye su reflexión, tras enumerar una serie de personajes míticos y la respectiva metamorfosis del deseo que se procuran a través de los espejos del sueño y del inconsciente, advierte que el pájaro ha regresado para insistir en un encuentro imposible:
 
"Sólo entonces sentimos, sólo entonces sabemos que eso no era un simulacro en el que buscábamos una analogía con nuestra condición solitaria de humanos, de narcisos aislados y excepcionales; ahora comprendemos que eso que estamos viviendo puede decirse con las palabras que nos han parecido solamente las de nuestro lado, y que Narciso puede tener alas o escamas o élitros o ramas y también memoria y deseo y amor. De pronto estamos menos separados del latir del día; nuestros espejos  llaman y devuelven otras imágenes; juegan con otros deseos, sostienen otras esperanzas; no somos la excepción. Narciso pajarito repite el mismo juego interminable en su pequeño estanque de azogue, en su engaño de amor que abraza la totalidad del mundo y sus criaturas."
 
De las obsesiones metafísicas a la expresión romántica o el delirio surrealista, incluidas las fobias de la fantasía vampírica, del lejano Oriente al sur del continente americano, el espejo ha sido un tema recurrente para los poetas desde antes de que Narciso -tema que aborda Lezama Lima en su poema La muerte de Narciso- se enamorara de su propia imagen y de quien también se ocupa Sor Juana Inés de la Cruz en la pieza teatral El divino Narciso, "Serpiente ponzoñosa no llega a tus espejos: lejos, lejos", establece la Naturaleza Humana para culminar luego:
 
Mi imagen representa
si Narciso repara,
clara, clara,
porque al mirarla sienta
del amor los efectos,
ansias, deseos, lágrimas y afectos.

Jules Etienne