Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

jueves, 30 de agosto de 2018

Agosto: ALEXIS O EL TRATADO DEL INÚTIL COMBATE, de Marguerite Yourcenar

"Estaba demasiado oscuro para que yo pudiera distinguir tus facciones; sólo me di cuenta de que estabas muy tranquila."

(Fragmento que acontece a finales del mes de agosto)

Llegaste a Wand un día, a finales del mes de agosto, a la hora del crepúsculo. No recuerdo exactamente los detalles de esa aparición; no sabía que entrabas, no sólo en aquella casa alemana, sino también en mi vida. Recuerdo solamente que ya había oscurecido y que las lámparas del vestíbulo aún no estaban encendidas. No era la primera vez que ibas a Wand, así que las cosas tenían para ti algo familiar; también ellas te conocían. Estaba demasiado oscuro para que yo pudiera distinguir tus facciones; sólo me di cuenta de que estabas muy tranquila. Amiga mía, las mujeres son raras veces tranquilas: son plácidas o bien febriles. Tú eras serena a la manera de una lámpara. Conversabas con tus huéspedes, decías sólo las palabras que había que decir y hacías sólo los gestos que había que hacer; todo era perfecto. Aquella tarde estuve más tímido aún que de costumbre; hubiera descorazonado hasta a tu bondad. Sin embargo, no sentía antipatía hacia ti. Tampoco te admiraba: estabas demasiado lejos. Tu llegada me apreció simplemente un poco menos desagradable de lo que yo había temido al principio. Ya ves que te digo la verdad.
 
 
Marguerite Yourcenar
(Escritora en lengua francesa nacida en Bélgica, educada en Francia y afincada en Estados Unidos, donde falleció. Tenía doble nacionalidad, francesa y estadounidense; 1903-1987).

miércoles, 29 de agosto de 2018

Agosto: REM, de Mircea Cărtărescu


(Fragmento)

Una noche de agosto, cuando bajo la carpa del circo Vittorio se habían reunido más espectadores que nunca, sobre la piel del abuelo aparecieron, en medio de una jungla de tatuajes frenéticos, tres letras como grabadas con zafiros: REM. Por todo el pecho, como una premonición. Soile, mi abuela, que ya había tenido a mi madre en 1921 y la había dejado en Chimogi, al cuidado de la viuda de Marcos, siguió con el dedo el contorno mágico de las tres letras, empezó a reír y a llorar, a gritar y a revolcarse por el polvo del escenario, hasta que, doblando el espinazo hacia atrás, arqueó la espalda de forma tan terrible que incluso Tudoriţa, la del Le Magnifique, habría sentido envidia. Aquel fue también el año de la quiebra de don Vittorio Carrá, el propietario del circo. Soile murió en el monasterio de Dudu con un diagnóstico de demencia histérica; también Dumitru acabó su carrera de saltimbanqui cuando, unos meses después, mientras actuaba en invierno en Bráila, en un gran espectáculo, entre lanzadores de fuego, tragasables y forzudos con pieles de leopardo, rodeados de cadenas, fue destrozado en plena representación por los dos dragones, que se abalanzaron sobre él. Al parecer, aquellos fabulosos animales con hocico y cola de dragón, garras de león y alas de murciélago, habían visto, en los tatuajes siempre cambiantes de la piel amarillenta de mi abuelo, algo que provocó su ferocidad.
 

Mircea Cărtărescu (Rumania, 1956).
(Traducido al español por Marian Ochoa de Eribe).

martes, 28 de agosto de 2018

Agosto: CRÓNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO, de Haruki Murakami

 
(Fragmento del capítulo 18: Noticias de Creta)

A finales de agosto recibí una postal de la isla de Creta. El sello era griego y también eran griegas las letras del timbre. No había ninguna duda de que la enviaba la mujer que antes había sido Creta Kanoo. Aparte de ella, no conocía a nadie más que pudiera enviarme una carta desde Creta. Pero en el remitente no aparecía nombre alguno. «Quizá no ha decidido aún cómo se llama», pensé. Las personas, si no tienen nombre, no pueden escribirlo. Pero no sólo faltaba el nombre, no había ni una sola línea escrita. Sólo mi nombre y dirección, con bolígrafo azul, y el timbre de la oficina de correos de Creta. En el anverso, una fotografía en color de las playas de la isla. Una playa de arena blanquísima circundada de rocas y una joven con el pecho desnudo tomando el sol. El mar era de un azul profundo y en el cielo flotaba una nube blanca que parecía artificial. Tan compacta que daba la impresión de que era posible tenerse en pie y andar sobre ella.
 
Al parecer, la mujer que antes había sido Creta Kanoo había llegado sin novedad a la isla de Creta. Me alegré por ella. Allí pronto encontraría un nuevo nombre. Y, con el nombre, una nueva identidad y una nueva vida. Pero ella no me había olvidado. Me lo anunciaba aquella postal sin una sola línea escrita que me había enviado desde Creta.
 
Para matar el tiempo le escribí una carta. No sabía su dirección, tampoco su nombre. Era una carta que, desde buen principio, no pensaba enviar. Simplemente me apetecía escribirle una carta a alguien.


Haruki Murakami (Japón, 1949). 

lunes, 27 de agosto de 2018

Agosto: LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS, de Vicente Blasco Ibáñez

"... cuando la tierra estaba erizada de espigas, cuando el cielo de agosto era más luminoso..."

(Fragmento del capítulo III: La retirada)

Habían huido sin saber adonde iban, perseguidos por el incendio y la metralla, locos de terror, como escapaban las muchedumbres medioevales ante el galopar de las hordas de hunos y mongoles. Y esta fuga había sido a través de la Naturaleza en fiesta, en el más opulento de los meses, cuando la tierra estaba erizada de espigas, cuando el cielo de agosto era más luminoso y los pájaros saludaban con su regocijo vocinglero la opulencia de la cosecha.

Revivía la visión del inmenso crimen en aquel circo repleto de muchedumbres errantes. Los niños gemían con un llanto igual al balido de los corderos; los hombres miraban en torno con ojos de espanto; algunas mujeres aullaban como locas. Las familias se habían disgregado en el terror de la huida. Una madre de cinco pequeños sólo conservaba uno. Los padres, al verse solos, pensaban con angustia en los desaparecidos. ¿Volverían a encontrarlos?... ¿Habrían muerto a aquellas horas?...

 
Vicente Blasco Ibáñez (Español fallecido en Francia, 1867-1928).

domingo, 26 de agosto de 2018

Agosto: EL CAMINO, de Mihaï Beniuc

"Igual que en el mes de agosto, lloraré montones de estrellas (...) como en el corazón de una montaña."
 
(Fragmento)
 
Vestiré de negro
desde arriba hasta abajo
a mi soledad.
Igual que en el mes de agosto,
lloraré montones de estrellas.
Altivo dolor mío,
entrega tu voz, ya ahora, a las fuentes del canto,
encerradas en lo hondo de mi alma
como en el corazón de una montaña.
Que el cuerno de la noche resuene de nuevo
a través de mis versos.
Se deshojan así, se deshojan,
los últimos sueños míos
en la magnificencia del otoño.
 
 
Mihaï Beniuc (Rumania, 1907-1988).

sábado, 25 de agosto de 2018

Agosto: A ORILLAS DEL AMOR, de Andreï Makine

"El oro brilló. Era arena, pepitas menudas y unos pocos guijarros amarillos. Todo lo que llevaba años acumulando."

(Fragmento final del capítulo 17)

A finales de agosto, una noche muy clara que anunciaba ya el frescor del otoño, mi tía me llamó a la cocina con una voz que se me antojó extraña. Estaba sentada muy erguida a la mesa y llevaba el vestido que reservaba para los días festivos, cuando recibía a sus amigas. Sus largas manos de dedos firmes y huesudos toqueteaban maquinalmente la punta del mantel. No hablaba.
 
Al fin se decidió y dijo sin mirarme:
 
- Bueno, Mitia, tengo que decírtelo: Verbin y yo hemos estado pensándolo y… La semana que viene nos casamos. Ya somos viejos y seguramente la gente se reirá, pero… las cosas son así –se le cortó la voz. Carraspeó tapándose los labios con la mano y añadió-: Espérale, ahora vendrá. Quería conocerte…
 
«Pero si ya nos conocemos», estuve a punto de soltar. Y callé al comprender que aquello era más un ritual que una simple presentación…
 
El barquero apareció casi enseguida. Seguramente estaba esperando en el patio. Se había puesto una camisa clara, de cuello muy ancho para su garganta llena de arrugas. Entró con paso torpe, exhibiendo una sonrisa azorada y tendiéndome su mano única de manco. Se la estreché con gran cordialidad. Tenía muchas ganas de decirle algo agradable y animoso, pero no encontraba las palabras. Sin abandonar su torpeza, Verbin se acercó a mi tía y se colocó a su lado, como en una indecisa posición de firme.
 
- Ya ves -dijo moviendo un poco el brazo, como diciendo: «Lo que está hecho, hecho está».
 
Y cuando los vi así, el uno junto al otro, con dos vidas tan distintas y tan cercanas en su largo y sereno sufrimiento, cuando advertí en sus rostros sencillos e inquietos el reflejo de la tímida ternura que los había unido, salí corriendo de la habitación. Sentí cómo una bola salada me oprimía la garganta. Salí al porche de nuestra isba, aparté el panel lateral cubierto de hierbajos y saqué una caja de hojalata. Volví a la habitación y, delante de mi tía y de Verbin, que me miraban atónitos, volqué el contenido de la caja. El oro brilló. Era arena, pepitas menudas y unos pocos guijarros amarillos. Todo lo que llevaba años acumulando. Sin decir nada, me di la vuelta y salí a la calle.
 
Estuve caminando junto al Olei y luego me acerqué al transbordador y me senté en los tablones de la balsa…
 
Lo que acababa de ocurrir me había convencido del todo: tenía que marcharme. Aquellas personas que tanto quería -ahora lo entendía- tenían su propio destino. El destino de aquel enorme imperio que las había aplastado, mutilado, asesinado. Sólo al final de su vida conseguían sobreponerse. Descubrían que la guerra había acabado hacía mucho tiempo. Que sus recuerdos ya no interesaban a nadie. Que los cristales de nieve que se posaban en las mangas de sus pellizas seguían teniendo una delicadeza estrellada. Que la brisa de la primavera continuaba trayendo el aliento perfumado de las estepas… En ese momento, al final de la avenida de Lenin, vieron asomar el esplendor de una sonrisa extraordinaria. Una sonrisa que parecía templar el aire glacial en cien metros a la redonda. Sintieron aquella oleada de calor. En primavera, descubrieron de nuevo la belleza oculta de las primeras hojas. Aprendieron de nuevo a escuchar el sonido de las transparentes bóvedas del follaje, a distinguir las flores, a respirar. Su destino, como una gran herida, se cerraba por fin…
 
Pero yo no pintaba nada en aquella vida convaleciente. Tenía que irme.
 
 
Andreï Makine (Francés nacido en Rusia, 1957).
 
(Traducido al español por Zoraida de Torres Burgos).

viernes, 24 de agosto de 2018

Agosto: AGOSTO OSCURO, de Derek Walcott

"Está en su habitación, acariciando objetos viejos, mis poemas, hojeando su álbum."

Tanta lluvia, tanta vida como el cielo hinchado
de este agosto negro. Mi hermana, el sol,
medita en su amarilla habitación y no saldrá.
Todo se va al diablo; los montes hierven
como una tetera, los ríos se desbordan; aun así
no se alzará a apagar la lluvia.
Está en su habitación, acariciando objetos viejos,
mis poemas, hojeando su álbum. Aun si cae el trueno
como un estruendo de platos rotos desde el cielo no saldrá.
¿No sabes que te amo pero es imposible
que solucione esta lluvia? Mas aprendo lentamente
a amar los días nublados, las humeantes colinas,
el aire de mosquitos chismorreantes
y a sorber la medicina de la amargura,
para que cuando emerjas, hermana mía,
y atravieses las cuentas de la lluvia,
con tu frente de flores y tus ojos de perdón,
nada será como antes, sino cierto
(ya ves que no me dejarán amar
como yo quiero), porque entonces, hermana mía,
habré aprendido a amar los días nublados como claros,
la lluvia oscura, las colinas blancas, como cuando
te amaba solamente a ti y a mi alegría.


 
Derek Walcott (Británico originario de la isla de Santa Lucía, 1930-2017).
Obtuvo el premio Nobel en 1992.

jueves, 23 de agosto de 2018

Agosto: PAN, de Knut Hamsun

"... los últimos frutos maduros caen de las ramas..."

(Fragmento del capítulo XXV)

Cada día las hojas amarillean más; el otoño avanza, las estrellas aumentan en el firmamento, donde la luna parece ahora una sombra de plata envuelta en gasas de oro. No hace frío aún, pero un silencio fresco fluido desciende con las noches. En el bosque todo adquiere carácter de vida, casi de pensamiento; dijérase que cada árbol tiene su preocupación propia; los últimos frutos maduros caen de las ramas... Y así llegamos a la fecha del 23 de agosto, a las tres noches terribles de prueba.

 
Knut Hamsun (Noruega, 1859-1952). Obtuvo el premio Nobel en 1920.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Agosto: CORYDON, de André Gide

"Se trata en este caso de la mantis religiosa, que devora siempre a su esposo."

(Fragmento del diálogo segundo)
 
- iExtraña suposición!
 
- Bastaría quizás para corroborarla con comprobar que, en las especies de coito acrobático o peligroso, el elemento macho está en menor proporción. Ahora bien; ciertas palabras de Fabre me sobresaltan: «En la segunda quincena del mes de agosto es cuando empiezo a encontrarme al insecto adulto... Las hembras de vientre voluminoso son cada día más frecuentes. Sus endebles compañeros son, en cambio, bastante raros y me cuesta algunas veces bastante trabajo completar mis parejas.» Se trata en este caso de la mantis religiosa, que devora siempre a su esposo.
 
Esta escasez del elemento macho deja de parecer paradójica cuando la precisión del instinto la compensa. Puesto que el amante debe ser sacrificado por la hembra, importa mucho que el deseo que Ie precipita al coito sea imperioso y preciso; y en cuanto el deseo se precisa, el exceso de machos resulta inútil. Por el contrario, importa mucho que el número de machos aumente no bien el instinto disminuye; y el instinto disminuye en cuanto el peligro no acompaña a la voluptuosidad o, por lo menos en cuanto la voluptuosidad resulta fácil.
 
André Gide (Francia, 1869-1951).
Obtuvo el premio Nobel en 1947.
 
(Traducido al español por Julio Gómez de la Serna).

martes, 21 de agosto de 2018

Agosto: ESTA NOCHE SE IMPROVISA, de Luigi Pirandello

"... y me veo en el campo, en agosto, niño de ocho años, detrás de la casa del criado, a la sombra de un olivo..." 

(Fragmento del tercer y último acto)
 
Verri: ¿Te da ansia?

Mommina: Tengo el corazón que me sube a la garganta.

Verri: ¡Ya lo creo! ¡La añoranza...!

Mommina: Tú quieres matarme...

Verri: ¿Yo? Tus hermanas, la que fuiste, tu pasado que te revuelve todo en tu interior, te hacen subir el corazón a la garganta.

Mommina (jadeante con las manos en el pecho): Por caridad... te lo suplico... ya no puedo ni respirar...

Verri: ¿Ves cómo es verdad, ves cómo es verdad lo que te digo?

Mommina: Ten compasión...

Verri: La que fuiste... los mismos pensamientos, los mismos sentimientos... los creías borrados, apagados, ¿no es verdad? ¡La más pequeña llamada...! ¡y ahí los tienes, en ti, vivos, los mismos!

Mommina: Los llamas tú...

Verri: No, cualquier cosa los llama, porque siguen vivos... tú no lo sabes, pero viven dentro de ti, agazapados bajo tu conciencia. ¡Toda la vida que has vivido, la tienes todavía viva dentro de ti! Basta una palabra, un sonido... la más pequeña sensación... Mira lo que me pasa a mí: el olor de la salvia... y me veo en el campo, en agosto, niño de ocho años, detrás de la casa del criado, a la sombra de un gran olivo, asustado por un gran abejorro azul, hosco, que zumba glotón dentro del cáliz blanco de una flor; veo aquella flor violentada temblando sobre su tallo al choque de la voracidad feroz de aquel bicho que me daba miedo; ¡y todavía tengo aquí aquel miedo, en los riñones, lo tengo aquí...! ...No digamos, tú... toda aquella vida tan buena, las cosas que ocurrían entre vosotras, muchachas, y todos aquellos jóvenes por la casa, encerrados en esta o en la otra habitación... ¡no lo niegues! He visto yo cosas..., aquella Nené, una vez, con Sarelli... Se creían solos, y habían dejado la puerta entornada... pude verlos... Nené simuló que huía por la otra puerta del fondo... había una cortina verde... salió, y reapareció en seguida, entre las alas de aquella cortina... se había descubierto el pecho, bajándose la malla de seda rosa... y con la mano hacía el ademán de ofrecérselo, y lo escondía en seguida con la misma mano... lo he visto yo; un pecho maravilloso, ¿sabes? Pequeño; ¡cabría todo en una mano! Todo estaba permitido... Antes de llegar yo, tú, con aquel Pomárici... ¡lo he sabido...! ¡Y antes de Pomárici, sabe Dios con cuántos otros! Durante años, aquella vida, con la casa abierta a todo el mundo... (Se le acerca, tembloroso, desfigurado.) Tú, algunas cosas... conmigo por primera vez... Si verdaderamente, como me dijiste, las ignorabas hasta entonces... no habrías podido hacerlas...
  

Luigi Pirandello (Italia, 1867-1936). Obtuvo el premio Nobel en 1934.
 
La ilustración corresponde a Michele di Mauro como Rico Verri y Tatiana Lepore como Mommina, en la puesta en escena de Esta noche se improvisa (Questa sera si recita a soggetto) dirigida por Virginio Liberti.

lunes, 20 de agosto de 2018

Agosto: BILLAR A LAS NUEVE Y MEDIA, de Heinrich Böll

"... ciento cincuenta mil marcos. ¿No lleva fecha? Eso debió de ser en agosto de 1908."

(Fragmento del capítulo 4)

- Sí, Leonore, lo ha leído bien; el primer cobro de honorarios fue de ciento cincuenta mil marcos. ¿No lleva fecha? Eso debió de ser en agosto de 1908. Sí, estoy seguro, en agosto de 1908. ¿No ha comido usted jabalí alguna vez? No se ha perdido gran cosa, si quiere creerme a mí. Jamás me ha gustado. Caliente un poco de café, sacúdase el polvo y vaya a comprar pasteles si le apetecen. No diga tonterías, eso no engorda, no haga caso de lo que dicen. Sí, eso fue en 1913: una casita para el señar Kolger, camarero del café Kroner. No, no cobré honorarios. ¿Cuántos desayunos en el café Kroner? ¿Diez mil, veinte mil? Nunca lo calculé, iba allí todos los días, excepto aquellos en que me lo impidió una fuerza mayor.
 
Esa fuerza mayor, por cierto, la vi nacer: yo estaba al otro lado de la calle, en el terrado de la  casa número 8; oculto detrás de la pérgola, miraba a la calle y les vi dirigirse a la estación; muchos de ellos cantaban una canción patriótica, proferían el nombre de ese loco que todavía sigue montado en su corcel de bronce, cabalgando hacia Occidente; llevaban flores en sus gorras de obrero, en sus sombreros de copa, en sus bombines; flores en los ojales de sus chaquetas; llevaban prendas interiores normales sistema profesor Gustav Jäger envueltas en pequeños paquetes debajo del brazo; sus gritos llegaban hasta mí, e incluso las rameras de allá abajo en la Krämerzeile habían enviado a sus rufianes a la caja de reclutas, llevando debajo del brazo unas prendas interiores especialmente buenas y de abrigo... y yo esperaba en vano unos sentimientos que pudiera compartir con la gente que había en la calle; me sentía vacío y solo, envilecido, incapaz de entusiasmo y no comprendía por qué era incapaz; jamás había reflexionado acerca de ello; pensaba en mi uniforme de zapador, que olía a naftalina, que seguía cayéndome a la medida a pesar de que me lo había hecho cuando tenía veinte años y ahora había cumplido ya los treinta y seis; sólo esperaba que no me vería obligado a ponérmelo; quería seguir siendo solista, no convertirme en comparsa; aquellos que se dirigían cantando a la estación estaban locos; los que no podían desfilar eran considerados con compasión, y ellos setenían por unas víctimas porque no podían participar; yo, en cambio, estaba dispuesto a contarme de buena gana entre esas víctimas.
 
En el piso de abajo, mi suegra lloraba porque sus dos hijos habían tenido que marcharse con la primera quinta movilizada, a la esta- ción de mercancías donde se cargaban los caballos; gloriosos ulanos por los que mi suegra derramaba glo- riosas lágrimas; yo estaba detrás de la pérgola; toda- vía florecían las glicinas; y oía de boca de mi hijo de cuatro años, que estaba en la calle... quiero un fusil, quiero un fusil... y hubiera tenido que bajar a azotarle en presencia de mi gloriosa suegra; dejé que cantara, dejé que jugara con el chacó de ulano que le habían regalado sus tíos, dejé que arrastrara un sable, dejé que gritara: Francés muerto, inglés muerto, ruso muerto. Y permití que el comandante de la plaza me dijera con voz conmovida, casi entrecortada por un sollozo: lo siento muchísimo, Fähmel, siento muchísimo que todavía no podamos dejarle marchar, que todavía no pueda ir al frente, pero también en la retaguardia se necesita gente como usted.»

 
Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972.

Las ilustraciones corresponden a un billete de cien marcos alemanes de 1908
y al paso del Zeppelin en agosto de ese mismo año.

domingo, 19 de agosto de 2018

Agosto: EL CAMINO MOJADO POR EL AGUA DE AGOSTO..., de Pablo Neruda


El camino mojado por el agua de Agosto
brilla como si fuera cortado en plena luna,
en plena claridad de la manzana,
en mitad de la fruta del otoño.

Neblina, espacio o cielo, la vaga red del día
crece con fríos sueños, sonidos y pescados,
el vapor de las islas combate la comarca,
palpita el mar sobre la luz de Chile.

Todo se reconcentra como el metal, se esconden
las hojas, el invierno enmascara su estirpe
y sólo ciegos somos, sin cesar, solamente.

Solamente sujetos al cauce sigiloso
del movimiento, adiós, del viaje, del camino:
adiós, caen las lágrimas de la naturaleza.


 Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1971.

En contraste con los poemas sobre agosto concebidos en el hemisferio boreal, en este caso la referencia al invierno se debe a que este soneto fue escrito en Sudamérica, como lo confirma "sobre la luz de Chile".

sábado, 18 de agosto de 2018

Agosto: LA PESTE, de Albert Camus

"... se podía decir en ese momento, a mediados del mes de agosto, que la peste lo había envuelto todo."
 
(Fragmento)
 
Así, durante semanas y semanas, los prisioneros de la peste se debatieron como pudieron. Y algunos de ellos, como Rambert, llegaron incluso a imaginar que seguían siendo hombres libres, que podían escoger. Pero, de hecho, se podía decir en ese momento, a mediados del mes de agosto, que la peste lo había envuelto todo. Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo. El más importante era la separación y el exilio, con lo que eso significaba de miedo y de rebeldía. He aquí por qué el cronista cree que conviene, en ese momento culminante de la enfermedad, descubrir de modo general, y a título de ejemplo, los actos de violencia de los vivos, los entierros de los muertos y el sufrimiento de los amantes separados.

Fue a mediados de ese año cuando empezó a soplar un gran viento sobre la ciudad apestada, que duró varios días. El viento es particularmente temido por los habitantes de Oran porque como no encuentra ningún obstáculo natural en la meseta donde está alzada la ciudad, se precipita sobre ella, arremolinándose en las calles con toda su violencia. La ciudad, durante tantos meses en que no había caído ni una sola gota de agua para refrescarla, se había cubierto de una costra gris que se hacía escamatosa al contacto del aire. El aire levantaba olas de polvo y de papeles que azotaban las piernas de los paseantes, cada vez más raros. Se les veía por las calles, apresurados, encorvados hacia adelante, con un pañuelo o la mano tapándose la boca. Por la tarde, en lugar de las reuniones con que antes se intentaba prolongar lo más posible aquellos días, que para cada uno de ellos podía ser el último, se veían pequeños grupos de gente que volvían a su casa a toda prisa o se metían en los cafés, y a veces, a la hora del crepúsculo, que en esta época llegaba ya más pronto, las calles estaban desiertas y sólo el viento lanzaba por ellas su lamento continuo. Del mar, revuelto y siempre invisible, subía olor de algas y de sal. La ciudad desierta, flanqueada por el polvo, saturada de olores marinos, traspasada por los gritos del viento, gemía como una isla desdichada.

Hasta ahora, la peste había hecho muchas más víctimas en los barrios extremos, más poblados y menos confortables, que en el centro de la ciudad. Pero, de pronto, pareció aproximarse e instalarse en los barrios de los grandes negocios. Los habitantes acusaban al viento de transportar los gérmenes de la infección. "Baraja las cartas", decía el director del hotel. Pero, sea lo que fuere, los barrios del centro sabían que había llegado su turno cuando oían, de noche, silbar cerca, cada vez más frecuentemente el timbre de la ambulancia que hacía resonar bajo sus ventanas la llamada torva y sin pasión de la peste.

Se tuvo la idea de aislar, en el interior mismo de la ciudad, ciertos barrios particularmente castigados y de no dejar salir de ellos más que a los hombres cuyos servicios eran indispensables. Los que hasta entonces habían vivido en esos barrios no pudieron menos de considerar esta medida como una burla, dirigida especialmente contra ellos, y por contraste consideraban hombres libres a los habitantes de los otros barrios. Estos últimos, en cambio, encontraban un consuelo en sus momentos difíciles imaginando que había otros menos libres que ellos. "Hay quien es todavía más prisionero que yo", era la frase que resumía la única esperanza posible.


Albert Camus (Francés nacido en Argelia, 1913-1960). Obtuvo el premio Nobel en 1957. 

viernes, 17 de agosto de 2018

Agosto: EDAD DEL RECUERDO AZUL, de Odysseas Elytis

"Dorados élitros de agosto en el sueño del mediodía..."

Olivares y viñedos lejos hasta el mar
Rojas barcas de pesca más lejos hasta el recuerdo
Dorados élitros de agosto en el sueño del mediodía
Con algas o caracolas.
Y aquel barco
Recién botado, verde, que lee aún en las serenas aguas del golfo
Dios proveerá

Pasaron los años hojas o guijarros
Recuerdo a los muchachos, los marineros que partían
Pintando las velas como sus corazones
Cantaban los cuatro puntos cardinales
Y tenían dibujados vientos boreales en sus pechos.

Qué buscaba cuando llegaste teñida por el amanecer
Con la edad del mar en los ojos
Y la salud del sol en el cuerpo —qué buscaba
En las hondas grutas marinas en los vastos sueños
Donde el viento desconocido y azul
Espumaba el sentimiento, grabando en mi pecho su emblema marino

Con la arena en los dedos cerraba los dedos
Con la arena en los ojos apretaba los dedos
Era el dolor—
Recuerdo era abril cuando sentí por primera vez tu peso
humano
Tu cuerpo humano arcilla y pecado
Como en nuestro primer día sobre la tierra
Las amarilis estaban de fiesta —Pero recuerdo
que te dolió
Fue una profunda marca en los labios
Un profundo rasguño en la piel allí donde el tiempo se graba
para siempre
Entonces te dejé
Y un hálito sonoro levantó las blancas casas
Los blancos sentimientos recién lavados hacia lo alto
Hacia el cielo iluminado por una sonrisa.

Ahora tendré a mi lado un cántaro de agua inmortal
La forma del viento que sopla libremente
Y tus manos aquellas donde será torturado el Amor
Y aquel caracol donde resonará el Egeo.

 
 
Odysseas Elytis (Grecia, 1911-1996). Obtuvo el premio Nobel en 1979.

jueves, 16 de agosto de 2018

Agosto: EN AGOSTO NOS VEMOS, de Gabriel García Márquez


(Fragmento)

Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las dos de la tarde. Llevaba una camisa de cuadros escoceses, pantalones de vaquero, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso y, como único equipaje, un maletín de playa. En la fila de taxis del muelle fue directo a un modelo antiguo carcomido por el salitre. El chófer la recibió con un saludo de antiguo conocido y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque y techos de palma, y calles de arenas blancas frente a un mar ardiente. Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos, que lo burlaban con pases de toreros. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales, donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules. Por fin se detuvo en el hotel más viejo y desmerecido.
 
El conserje la esperaba con las llaves de la única habitación del segundo piso que daba a la laguna. Subió las escaleras con cuatro zancadas y entró en el cuarto pobre con un fuerte olor de insecticida y casi ocupado por completo con la enorme cama matrimonial. Sacó del maletín un neceser de cabritilla y un libro intenso que puso en la mesa de noche con una página marcada por el cortapapeles de marfil. Sacó una camisola de dormir de seda rosada y la puso debajo de la almohada. Sacó una pañoleta de seda con estampados de pájaros ecuatoriales, una camisa blanca de manga corta y unos zapatos de tenis muy usados, y los llevó al baño con el neceser.
 
Antes de arreglarse se quitó la camisa escocesa, el anillo de casada y el reloj de hombre que usaba en el brazo derecho, y se hizo abluciones rápidas en la cara para lavarse el polvo del viaje y espantar el sueño de la siesta. Cuando acabó de secarse sopesó en el espejo sus senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos, y ya en las vísperas de la tercera edad. Se estiró las mejillas hacia atrás con los cantos de las manos para verse como había sido de joven, y vio su propia máscara con los ojos chinos, la nariz aplastada, los labios intensos. Pasó por alto las primeras arrugas del cuello, que no tenían remedio, y se mostró los dientes perfectos y bien cepillados después del almuerzo en el transbordador. Se frotó con el pomo del desodorante las axilas recién afeitadas y se puso la camisa de algodón fresco con las iniciales AMB bordadas a mano en el bolsillo. Se desenredó con el cepillo el cabello indio, largo hasta los hombros, y se hizo la cola de caballo con la pañoleta de pájaros. Para terminar, se suavizó los labios con el lápiz labial de vaselina simple, se humedeció los índices en la lengua para alisarse las cejas lineales, se dio un toque de su perfume amargo detrás de cada oreja y se enfrentó por fin al espejo con su rostro de madre otoñal. La piel, sin un rastro de cosméticos, se defendía con su color original, y los ojos de topacio no tenían edad en los oscuros párpados portugueses. Se trituró a fondo, se juzgó sin piedad y se encontró casi tan bien como se sentía. Sólo cuando se puso el anillo y el reloj se dio cuenta de su retraso: faltaban seis para las cinco. Pero se concedió un minuto de nostalgia para contemplar las garzas que planeaban inmóviles en el vapor ardiente de la laguna. Los nubarrones negros del lado del mar le aconsejaron la prudencia de llevar la sombrilla.
 

Gabriel García Márquez (Colombiano fallecido en México, 1927-2014).
Obtuvo el premio Nobel en 1982. 

miércoles, 15 de agosto de 2018

Agosto: LAS AMISTADES PELIGROSAS, de Choderlos de Laclos

 
Carta XV
 
El vizconde de Valmont a la marquesa de Merteuil

Hace usted muy bien, amiga mía, en no abandonarme a mi triste suerte. La vida que llevo aquí es realmente fatigosa por lo demasiado descansada y su uniformidad insípida. Al leer su carta y el pormenor del modo admirable con que ha pasado el día, me han dado tentaciones veinte veces de pretextar un negocio cualquiera, de volar a los pies de usted y de pedirle una sola infidelidad a su caballero, que al cabo de cuenta no merece tanta dicha. ¿Sabe que tengo celos de él? ¿Qué me habla usted de eterno rompimiento? Renuncio a un juramento hecho en la fuerza de un delirio; no hubiéramos sido dignos de hacerlo si lo hubiéramos de observar. ¡Ah! puédame yo vengar un día en sus brazos del despecho involuntario que me ha causado la fortuna del caballero. Confieso que me lleno de indignación cuando pienso que ese hombre sin razonar, sin tomarse el menor trabajo, siguiendo tontamente el instinto de su corazón, halla una felicidad que yo no puedo alcanzar. ¡Oh! yo la turbaré. Prométame que yo la turbaré. ¿Usted misma, no se siente humillada? Se da usted la pena de engañarle y él es más feliz que usted; lo cree atado a su cadena y es usted la que está a la suya; duerme tranquilamente mientras usted vela para procurarle placeres. ¿Qué más podría hacer su esclavo?
 
Mire, querida amiga, mientras usted se entregue a muchos no tendré ningunos celos, porque sólo veré en ellos los sucesores de Alejandro, incapaces de conservar entre todos el imperio en que yo reinaba solo. Pero si usted se da enteramente a uno de ellos, si existe otro hombre tan feliz como yo, eso no lo sufriré, no espere que lo tolere. Vuelva usted a ligarse conmigo, al menos con otra que no sea el actual; no falte por un capricho exclusivo a la amistad inolvidable que hemos jurado.
 
Basta que yo tenga que quejarme del amor. Usted ve que sigo sus ideas y confieso mis errores. En efecto, si se llama estar enamorado el no poder vivir sin poseer lo que se desea, sin sacrificar el tiempo, los placeres y la vida, yo lo estoy verdaderamente. No estoy más adelantado que antes, y aun no tendría nada que decirle en este punto, sin un suceso que me da mucho que pensar y por el cual yo no sé todavía si debo esperar o temer.
 
Usted conoce mi lacayo, tesoro de intrigas y verdadero gracioso de comedia. Bien piensa usted que sus intenciones eran cortejar a la doncella y emborrachar a los criados. El tunante es más dichoso que yo. Ha logrado su fin. Y ahora acaba de descubrir que la señora de Tourvel ha encargado a uno de sus criados de tomar informaciones sobre mi conducta, y aún de seguirme en mis excursiones por las mañanas, en cuanto pueda, sin que yo me percate de ello. ¿Qué quiere esta mujer? ¿Con que la más honesta de toda se arriesga a cosas que apenas osaríamos nosotros?... Juro a usted... Pero antes de pensar en vengarme de esta astucia femenina, ocupémonos de hacer que resulte en nuestra ventaja. Hasta ahora, estos paseos que excitan sus sospechas, no tenían objeto ninguno; es preciso hacer que lo tengan. Este plan merece mi atención; dejo a usted para meditarlo. Adiós, mi hermosa amiga

Siempre en la quinta de..., a 15 de agosto de 17...


Choderlos de Laclos (Francés fallecido en Italia, 1786-1803).

martes, 14 de agosto de 2018

Algunos solsticios de novela


Son abundantes las novelas que se ocupan del solsticio, tanto el correspondiente al invierno como el de verano, al que le hemos dedicado estos últimos dos meses en Mitos y reincidencias. La obra más simbólica podría ser el relato Las noches blancas, de Dostievski, cuyo título alude de manera evidente a ese período que se vive en San Petersburgo, en Rusia, entre la segunda quincena de junio y la primera del mes de julio, en que el sol brilla durante la noche y menciona la importancia del sol en esa ciudad tan septentrional:

"Oye uno entre tanto cómo en torno suyo circula ruidosamente la muchedumbre en un torbellino de vida, ve y oye cómo vive la gente, cómo vive despierta, se da cuenta de que para ella la vida no es una cosa de encargo, que no se desvanece como un sueño, como una ilusión, sino que se renueva eternamente, vida eternamente joven en la que ninguna hora se parece a otra; mientras que la fantasía es asustadiza, triste y monótona hasta la trivialidad, esclava de la sombra, de la idea, esclava de la primera nube que de pronto cubre al sol y siembra la congoja en el corazón de Petersburgo, que tanto aprecia su sol. ¿Y para qué sirve la fantasía cuando uno está triste? Acaba uno por cansarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla. Porque, al fin y al cabo, va uno siendo maduro y dejando atrás sus ideales de antes; éstos se quiebran, se desmoronan, y si no hay otra vida, la única posibilidad es hacérsela con esos pedazos. Mientras tanto, el alma pide y quiere otra cosa. En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo."

En una novela comentada previamente, París en el siglo XX, de Jules Verne, la presencia del solsticio de verano es exaltada en el siguiente párrafo:
 
"Debería darle el sol a mediodía; pero las altas paredes de un patio impedían que entrara. Una sola vez en el año, el solsticio del 21 de junio, si hacía buen tiempo, el más alto de los rayos del astro radiante rozaba el techo vecino, se deslizaba velozmente por la ventana, se posaba como un pájaro en el ángulo de un estante o sobre el lomo de un libro, temblaba allí un instante y coloreaba con su proyección luminosa los pequeños átomos de polvo; después, al cabo de un minuto, retomaba vuelo y se marchaba hasta el año siguiente."

Por su parte Umberto Eco, en El péndulo de Foucault, le concede una importancia dramática que lo vuelve esencial como punto de referencia en la trama: "Pero si tenía razón con respecto al Péndulo, quizá también fuera cierto todo el resto, el Plan, la Conjura Universal, y era justo que ahora yo estuviese allí, en la víspera del solsticio de verano. Jacopo Belbo no había enloquecido, sólo había descubierto, jugando, a través del Juego, la verdad."
 
En El último adiós, de la australiana Kate Morton, se lee: "Había pasado casi un año entero desde que lo vio por primera vez. Llegó a Loeanneth el verano de 1932, durante ese glorioso periodo seco en el que, con toda la emoción de la fiesta de solsticio detrás de ellos, no había nada que hacer salvo entregarse al soporífero calor."
 
Por último, en la novela policiaca Casa de verano con piscina, del holandés Herman Koch, inspirada en la detención y arraigo del cineasta Roman Polanski, debido al juicio que dejó inconcluso en los Estados Unidos por la violación de una menor de edad. Aquí el autor reúne en la casa de verano que da título a la obra, propiedad de Ralph Meier, un famoso actor de cine narcisista y arrogante, al doctor Schlosser y su hija Julia, una adolescente de trece años, a un famoso cineasta septuagenario y su joven esposa Emmanuel -casualmente la mujer de Polanski en realidad es la actriz Emanuelle Seigner-. El capítulo 24 se inicia estableciendo desde el primer párrafo: "Ese sábado por la tarde, la aldea estaba celebrando el solsticio de verano con fuegos artificiales y fogatas en la playa. A lo largo de todo el día se escucharon las explosiones."

Estas son apenas unos cuantos títulos que refieren este fenómeno natural que hace sólo unas semanas tuvo lugar en el hemisferio boreal. Para una relación más detallada se puede visitar la etiqueta relativa al solsticio en este mismo blog.

Jules Etienne

lunes, 13 de agosto de 2018

Solsticio: EL SOLSTICIO DE LOS JARDINES, de Lucian Blaga

"... para que pueda caer un día inesperado, en la palma de la mano –un regalo."

Espejismo de un dulce fruto
que reviste el sabor amargo,
para que pueda caer un día
inesperado, en la palma de la mano –un regalo.
 
Crecerá según el viento.
A los árboles les lleva un año
tomar los elementos de la noche
para que la magia se pueda restaurar.
 
Esta es la hora en que jóvenes serpientes
se descamisan y desnudan entre espinas.
Tesoros en las raíces encienden
llamas que se oxidan.
 
Mirando la danza de las flamas
recibir al cálido solsticio
que se derrama sobre nosotros
desde el otro reino.
 
Nos perdemos para apoderarnos de nosotros mismos
caminando en el fuego, caminando entre espinas,
como oro nos redondeamos
y como tentaciones por los jardines.
  
(Solstiţiul grădinilor

Mirajul unui dulce fruct
îmbracă-un sîmbure amar,
ca să ne cadă într-o zi
neaşteptat în palme - dar.

Sorocul creşterii e-n vînt.
Copacii iau puteri pe-un an
din noaptea elementului
ce se-nnoieşte năzdrăvan.

E ceasul cînd tinerii şerpi
cămaşa şi-o dezbracă-n spini.
Comori la rădăcini se-aprind,
se spală-n flăcări de rugini.

Privind la hora flacării
întîmpinăm solstiţiul cald,
ce se revarsă peste noi
de pe tărîmul celălalt.

Ne pierdem ca să ne-mplinim.
Mergînd în foc, mergînd în spini,
ca aurul ne rotunjim
şi ca ispita prin grădini
.)

 
Lucian Blaga (Rumania, 1895-1961).
 
(Traducido del rumano por Jules Etienne).