Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

domingo, 30 de junio de 2019

Tu boca: LA BOLA DE CRISTAL, de Helene Böhlau

"Esparce mucha miel sobre tu boca y mientras la están lamiendo se obtiene aquello que se quería conseguir."

(Fragmento)

«Sí –le dijo una vez a su amigo-. Si el buen Dios fuera una mujer, lo cual no es una cosa imposible de imaginar, los hombres tendrían buen trato allá arriba. Las peores picardías serían manejadas con la mayor gracia, puesto que están aquí en la tierra, donde un hombre puede prescindir de la moral y ser amado, para después nada más correr tras salirse con la suya.» Con charlas como esa la sabia mujer se ganaba el favor del capitán y se iba sintiendo mucho más en casa al lado de él. A menudo le regañaba como si fuera un colegial, pero él lo tomaba de una manera amigable

.«Con un hombre nunca debes pedir directamente una cosa. Esparce mucha miel sobre tu boca y mientras la están lamiendo se obtiene aquello que se quería conseguir. Es la única manera.» Así solía decir la vieja mujer. Y lo hacía alegremente, como muchas otras mujeres astutas. Tenía entonces un amigo siempre pendiente de sus dolores.
  
Helene Böhlau (Alemania, 1859-1940).

sábado, 29 de junio de 2019

Tu boca: ESCUCHA, VIDA MÍA..., de Nieves Xenes

"... si mi labio frío besas cuando en la tumba esté dormida..."

Escucha vida mía,
cuando de mi pasión en el exceso
te besé delirante el otro día,
¡te di toda mi alma en aquel beso!
Fue deleite y tortura,
ebria de amor, enardecida y loca,
¡creí que iba a morirme de ventura
al sentir el contacto de tu boca!
A mi vista turbada
rasgóse deslumbrante el firmamento,
y escuché mi delirio enajenada,
músicas inefables en el viento...
Ah, si mi labio frío
besas cuando en la tumba esté dormida,
al beso de tus labios, dueño mío,
de amor temblando volveré a la vida.


Nieves Xenes (Cuba, 1859-1915).

viernes, 28 de junio de 2019

Tu boca: EL DESEO, de Hermann Sudermann

"Tu boca es tan bella, tan ardiente: da calor al cuerpo y al alma."

(Fragmento del capítulo XVI)

- ¿Te ha gustado el arreglo de tu cuarto? -continuó ella, al mismo tiempo que por sus ojos dulces y tristes pasaba un débil fulgor de malicia.

A guisa de respuesta posé humildemente en sus labios un beso de agradecimiento.

- ¡Sí, bésame, bésame otra vez! -dijo ella-. Tu boca es tan bella, tan ardiente: da calor al cuerpo y al alma.

Y un nuevo calofrío la sacudió.

Un instante después entró Roberto.

- Prepárate, querida -dijo acariciando la mejilla de Marta-: el médico, nuestro tío, ha llegado.

En seguida me hizo una seña y salí detrás de él. Junto a la cuna del recién nacido encontré a un hombre ya viejo, cuya barba gris no había sido afeitada por varios días, la nariz chata y roja y dos ojos vivos e inteligentes que me miraban sonriendo detrás de los brillantes vidrios de sus antiparras.

- Entonces, ¿es ella? -dijo extendiéndome la mano.

Una oleada de sangre me subió al corazón; a la primera ojeada comprendí que tenía delante de mí a un amigo, a quien podría confiarme sin reserva.


Hermann Sudermann (Alemania, 1857-1928).

jueves, 27 de junio de 2019

Tu boca: CREYENDO DARLO EN TU BOCA, de Salvador Rueda


Creyendo darlo en tu boca
he dado en el aire un beso,
y el beso ha culebreado
como una chispa de fuego.


Salvador Rueda (España, 1857-1933).

miércoles, 26 de junio de 2019

Tu boca: NUNCA PUEDE SABERSE (Lucha de sexos)*, de George Bernard Shaw

 "En tu boca «nosotros» solía querer decir tú y yo, Gloria."

(Fragmento del primer acto)

Philip: ¡Shh! El resultado fue que el arquitecto de las encías presentó considerables obstáculos para aceptar nuestra invitación a almorzar, aunque dudo que haya comido otra cosa que te con pan y manteca durante las dos últimas semanas. Pues bien: mi conocimiento de la naturaleza humana me obliga a creer que hemos tenido un padre y que tú probablemente sabes quien fue.

Mrs. Clandon (con renovada agitación): Basta, Phil. Tu padre no es nada para ti ni  para mí (vehemente). Y eso es suficiente.

Los mellizos guardan silencio pero no se muestran satisfechos. Están cabizbajos. Pero Gloria, que ha seguido atentamente el altercado, interviene de pronto.

Gloria (avanzando): Madre, tenemos derecho a saberlo.

Mrs. Clandon (se levanta y la enfrenta):  ¡Gloria! ¿"Tenemos"? ¿Quiénes?

Gloria (inmutable): Nosotros tres. (Su tono es inconfundible. Está enfrentando su fuerza  a la de su madre por primera vez. Los mellizos se pasan instantáneamente al enemigo).

Mrs. Clandon (ofendida): En tu boca "nosotros" solía querer decir tú y yo, Gloria.

Philip (levantándose, decidido, y apartando el banquillo): Te estamos hiriendo. Dejemos esto. No creímos que te molestara. Yo no quiero saber nada.

Dolly (apartándose de la mesa): Estoy segura de que yo tampoco quiero saberlo. Oh, no te pongas así, mamá. (Mira airadamente a Gloria y echa los brazos al cuello de la madre).

Mrs. Clandon: Gracias, querida. Gracias, Phil. (Aleja suavemente a Dolly y vuelve a sentarse).
  

George Bernard Shaw (Irlandés fallecido en Inglaterra, 1856-1950).
Obtuvo el premio Nobel en 1925.

* La pimera traducción al español de You Never Can Tell llevó por título Lucha de sexos, años después se le conocería como Nunca puede saberse, que es más aproximado al original en inglés.

La ilustración corresponde a la puesta en escena de You Never Can Tell en el Abbey Theatre de Dublín, Irlanda, en 2015, bajo la dirección de Conall Morrison, con Caoimbe O¨Malley como Gloria, Eleanor Methven en el papel de la señora Clandon, James Murphy y Genevieve Hulme Beaman como los gemelos Philip y Dolly. 

martes, 25 de junio de 2019

Tu boca: LAS RESPUESTAS DE NINA, de Arthur Rimbaud

"Enamorada de la campiña, siembras en tu boca como espuma de champaña tu risa loca..."

(Fragmento)

Él: Tú pecho sobre mi pecho,
¿eh?, ¿iríamos,
con la nariz llena de aire
a los rayos frescos

de la buena mañana azul, que nos baña
con el vino del día?...
cuando todo el bosque tembloroso sangra
mudo de amor

de cada rama, gotas verdes,
brotes claros,
puede sentirse en las cosas abiertas
el calor de la carne.

Hundirás en la alfalfa
tu blanco albornoz
rozagante en el aire del azul que se cierne
sobre el negro de tus ojos.

Enamorada de la campiña,
siembras en tu boca
como espuma de champaña
tu risa loca:

te ríes de mí, con brutal ebriedad,
quién te tomara
así -la bella trenza,
¡Oh! -quién te bebiera

Tu gusto a frambuesa y fresa,
¡Oh, carne en flor!
Riéndote del viento vivo que te besa
como un ladrón;

del escaramujo rosa que se enreda
amablemente:
riéndote sobre todo, oh cabeza loca,
¡de tu amante!

(¡Diecisiete años! ¡Tú serás dichosa!
¡Oh!, los grandes prados,
¡la gran campiña amorosa!
-Di, ¡acércate más!)

Tu pecho sobre mi pecho,
mezclando nuestras voces,
lentos, ganaríamos el barranco,
¡después los grandes bosques!...

Luego, como una pequeña muerta,
cuyo corazón palidece,
me pedirás que te lleve,
con los ojos entrecerrados...

Yo te llevaría, palpitante,
por el sendero:
el pájaro cantará su andante
al avellano...

Hablaré en tu boca...
iría abrazando
tu cuerpo, como una niña que duerme
ebria de sangre

que fluye, azul, bajo tu piel blanca,
de tonos rosados:
y tú hablando un lenguaje franco
¡Ten!... -que tú sabes...

Nuestros grandes bosques sentirán la savia,
y el sol
empolvaría de oro fino su gran sueño
verde y bermejo.


Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891).

(Traducido del francés por Jules Etienne).

lunes, 24 de junio de 2019

Tu boca: SALOMÉ, de Oscar Wilde

 "Es tu boca lo que deseo. ¡Tu boca es como una rama de coral que los pescadores han encontrado en el crepúsculo del mar...!"

(Fragmento)

Jokanaán: ¡Atrás, hija de Sodoma! No me toques. No profanes el templo del Señor Dios.

Salomé: Tu cabello es horrible. Está cubierto de fango y de polvo. Es como una corona de espinas que han puesto sobre tu frente. Es como un nudo de negras serpientes que se enroscan en torno de tu cuello. No amo tus cabellos... Es tu boca lo que deseo. ¡Tu boca es como una rama de coral que los pescadores han encontrado en el crepúsculo del mar, el coral que guardan para los reyes....! Es como el bermellón que los moabitas encuentran en Las minas de Moab, el bermellón que el rey recibe de ellos. Es como el arco del Rey de los Persas, que está pintado de bermellón y guarnecido de coral. No hay nada en el mundo tan rojo como tu boca... ¡Déjame besar tu boca!

Jokanaán: Jamás, hija de Babilonia! ¡Hija de Sión! ¡Jamás!

Salomé: Yo besaré tu boca, Jokanaán. Yo besaré tu boca.
 
El joven sirio: Princesa, Princesa. Es  usted como un jardín de mirra, como la tórtola de todas las tórtolas. ¡No mire a ese hombre, no lo mire! No le diga palabras semejantes. No puedo sufrirlas... Princesa, Princesa, no hable de esas cosas.
 
Salomé: Yo besaré tu boca, Jokanaán.
 
El joven sirio: ¡Ah!

Se da muerte y cae entre Salomé y Jokanaán.

El paje de Herodías: ¡El joven sirio se ha matado! ¡El joven capitán se ha matado! ¡Se ha matado mi amigo! ¡Yo le di una cajita de perfumes y aros labrados en plata, y ahora se ha matado! ¡Ah!, ¿no había predicho que vendría algún infortunio? Yo, lo predije, y ha sucedido. Bueno, yo sabía que la luna estaba buscando algo muerto, pero no sabía que fuera a él a quien buscara. ¡Ah! ¿Por qué no lo oculté de la luna? Si yo lo hubiera escondido en una caverna, ella no lo hubiera visto.

Primer soldado: Princesa, el joven capitán acaba de matarse.

Salomé: Déjame besar tu boca, Jokanaán.

Jokanaán: ¿No temes, hija de Herodías? ¿No te dije que había oído batir las alas del ángel de la muerte, y no ha venido el ángel de la muerte?

Salomé: Déjame besar tu boca.

Jokanaán: ¡Hija del adulterio! Sólo uno puede salvarte, y en su nombre te hablo. Ve a buscarlo. Está en una barca en el mar de Galilea y habla con sus discípulos. Arrodíllate a la orilla del mar y llámalo por su nombre. Cuando vaya a ti, y va a todos los que lo llaman, arrójate a sus pies y pídele la remisión de tus pecados.

Salomé: Déjame besar tu boca.

Jokanaán: ¡Maldita seas! ¡Hija de una madre incestuosa, maldita seas!

Salomé: Yo besaré tu boca, Jokanaán.

Jokanaán: No quiero mirarte. No te miraré, estás maldita, Salomé, estás maldita.

Desciende a la cisterna.

Salomé: Yo besaré tu boca, Jokanaán. Yo besaré tu boca.


Oscar Wilde (Irlanda, 1854-1900).

domingo, 23 de junio de 2019

Tu boca: BOSQUE DE ROSAS, de José Martí

"¡Allí en tu boca escribiré mis versos!"

Allí despacio te diré mis cuitas;
¡Allí en tu boca escribiré mis versos! -
Ven, que la soledad será tu escudo!
Pero, si acaso lloras, en tus manos
Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
Borraré los extraños versos míos.
Sufrir ¡tú a quien yo amo, y ser yo el casco
Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?
Oh, la sangre del alma, tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre la sombra acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilòn labremos, y en el pilòn
Cuantos engañen a mujer pongamos!


Esta es la lidia humana: la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
Pues los hombres soberbios ¿no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta, y mi furor domado. -
Ven, a callar; a murmurar; al ruido
De las hojas de Abril y los nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre -
Y la virtud, por libre, será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da ventura.
¡Oh, gentes ruines, las que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar ¡qué orgullo al pecho queda
Y còmo en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que parecen
Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! Pues hay tormento
Como aquél, sin amar, de hablar de amores!

Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
Ven, que la soledad será tu escudo!


José Martí (Cuba, 1853-1895).

sábado, 22 de junio de 2019

Tu boca: LA MUCHACHA DEL OESTE, de David Belasco y Giacomo Puccini


Originalmente, La muchacha del oeste (The Girl of the Golden West) era una pieza teatral escrita por David Belasco en 1905. Durante su temporada de representaciones en Nueva York fue vista por Giacomo Puccini en el invierno de 1907 y entonces decidió adaptar el libreto para transformarlo en ópera: La Fanciulla del West, misma que se estrenó en 1910 en el Metropolitan Opera House, con el tenor Enrico Caruso.

(Fragmento)

Minnie: Bello, ¿qué pasa? ¿Qué miras?

Bello: Nada.

Algunos mineros: ¡Te miraba a ti!

Joe: Minnie, recogí estas flores a orillas del Torrente Negro. ¡Hay montones en el lugar de donde vengo!

Minnie: Oh, ¡gracias, Joe!

Sonora: Hoy pasó un vendedor ambulante de San Francisco.


Francisco: Tenía encaje y cintas. Esto es para ti... ¿Ves? Es color púrpura, como tu boca...

Harry: ¡Y esta es celeste, como tus ojos!

Minnie: ¡Gracias, gracias!

Ashby: ¡Saludos de Wells Fargo!

Minnie: ¡Hip, hip, hurra!
Al año siguiente, 1911, en vista del éxito, el propio Belasco decidió escribir una versión novelada de su propia obra, en que la misma escena resultaría radicalmente modificada.
(Fragmento del capítulo VI)

Finalmente, la muchacha terminó de hacer sus cálculos, abrió el cajón del dinero y extrajo unos dólares mexicanos de plata, diciendo:

- Sonora y señor Ashby, aquí tienen su cambio.

Ashby recogió su dinero, sólo para devolverlo de inmediato sobre la barra y dijo, galante:

- Guárdate el cambio, cómprate un listón cortesía de la Wells Fargo.

- Gracias -sonrió la muchacha, regresando el dinero de nuevo al cajón, pero por la familiaridad con que lo hizo quedaba claro que rechazar el cambio no era algo inusual entre los clientes de La Polka.

Para no quedarse atrás, Sonora rápidamente empujó también sus monedas de plata, y dijo:

- Muchacha, cómprate dos listones en La Cresta -y después, lanzando una mirada significativa hacia Ashby, añadió:

- Fawn* es mi color.

 David Belasco (Estados Unidos, 1853-1931).
Giacomo Puccini (Italiano fallecido en Bélgica, 1858-1924).

* Fawn es un color de tono amarillento, pero la misma palabra en inglés es un verbo que significa adular, lisonjear.

viernes, 21 de junio de 2019

Tu boca: ANGELINA, de Rafael Delgado

"Más de una vez he oído de tu boca que soy ambicioso, que sueño con opulencias y lujos." 

(Fragmento del capítulo LIV)

¡Lejos de esta gente! -me dije esa mañana al salir de la misa de doce, y me fui a mi casa, a mi pobre casita, resuelto a no tratar más ni con los tertulios de la botica ni con las señoritas Castro Pérez, y decidido a no venir a Villaverde sino de tiempo en tiempo.

Después de la comida me puse a escribir. La idea de que Linilla padecía y lloraba por causa mía me tuvo inquieto toda la tarde. Cuando cerré mi carta, estaba yo tranquilo. En ella le hablé francamente:

«¿A qué pensar en eso, Linilla mía? ¡Te amo, te adoro! ¿Qué motivos tienes para dudar de mi fidelidad? Me ofendes cuando dices que tarde o temprano he de olvidarte. Angelina: eres cruel conmigo, y no temes lastimar mi corazón. ¿No dices que me amas? Pues entonces, ¿por qué dudas así de mi cariño? Más de una vez he oído de tu boca que soy ambicioso, que sueño con opulencias y lujos. No comprendes que con esas palabras me desgarras el corazón. Dime, con toda sinceridad: ¿crees que sería yo capaz de buscar fortuna y riquezas por ese camino? No ambiciono grandezas; con poco me conformo; poco necesito para ser feliz. Una posición modesta, modestísima, rayana en la pobreza, es cuanto deseo para que mis pobres tías pasen tranquilas los últimos años de su vida, ¡y nada más! Nada me seduce en el mundo como no seas tú, tú, Linilla, alma de mi alma, en quien cifro ilusiones y esperanzas, en quien he puesto todo mi cariño.

«Mientras yo sueño a todas horas contigo, mientras vivo pensando en tí, tú te complaces en dudar de mis palabras, y temes que, prendado de Gabriela y empujado por una ambición vulgar, desdeñe tu amor olvide que me amas y que vives para mí, y corra en busca de un enlace que me proporcione bienestar y riquezas.... ¿No piensas que me calumnias, que calumnias a tu Rodolfo? Huérfano, desgraciado, pobre, el mundo era para mí un valle de dolores; quise cerrar mi corazón a todo afecto, no amar ni ser amado, cuando te conocí y te amé. Te hablé noble y desinteresadamente. ¿Qué interés podía guiarme? Te amé y te di mi corazón; me amaste, y al oír de tus labios que me amabas se disiparon las tinieblas de mi vida; se iluminó mi alma con los esplendores de la tuya, y anhelé ser bueno porque tú eras buena; quiso tener resignación como tú, y la tuve; y el que poco antes deseaba morir, amó la vida, y soñó con dichas y felicidades, no esas que tú supones, sino otras verdaderas, humildes... un hogar modesto y tranquilo, ni envidiado ni envidioso, del cual tú fueras alegría. Tú amas como yo a las buenas ancianas que ampararon mi orfandad, ellas te aman también.... ¡Qué dichosos seremos!».


Rafael Delgado (México, 1853-1914).

jueves, 20 de junio de 2019

Tu boca: PAISAJE SENTIMENTAL, de Paul Bourget

"Ramas muertas que ningún soplo mueve, ramas negras con alguna hoja desvanecida..."

El sol de invierno, si dulce, si triste, si durmiente,
Donde el sol errante vaga entre vapores blancos,
Era tal ese dulce, profundo sentimiento
Que nos hizo melancólicamente felices
Por esta tarde de sueños bajo las ramas…

Ramas muertas que ningún soplo mueve,
Ramas negras con alguna hoja desvanecida
- ¡Ah! que mi alma se entregue en tu boca
Más tiernamente en este gran bosque mudo
Y con esta languidez en que muere el año.

La muerte de todo, aunque no la tuya a quien tanto amo,
Y si no la felicidad con la que mi alma está colmada,
Felicidad que duerme en el fondo de esta alma aislada,
Misteriosa, apacible y fresca como el estanque
Que desaparece en el fondo del pálido valle.


Paul Bourget (Francia, 1852-1935).

miércoles, 19 de junio de 2019

Tu boca: EL MARISCAL PEDRO PARDO, de Emilia Pardo Bazán

"La llave abre la reja ¡pero el cielo se me abrió con la llave de tu boca!"

(Parlamentos del segundo acto, escena 7)

(Al ruido que hace Fernán para alejarse, vuélvese Aura dando un grito).

Aura: ¿Eres tú, Fernán?

Fernán: Yo soy. (Se adelantan cogidos de la mano). Por verte una vez más en este mundo bajé esa escalera entre la sombra guiado por las huellas de tus pasos solo para mis ojos luminosos. Tú dejas estos muros, yo los guardo, yo moriré, tú viviras dichosa, tú tienes porvenir, largo y risueño, yo no presente, pues te pierdo ahora; a quien tiene tan poco, injusto fuera negarle que aún te vea una vez sola, la postrimera vez… ¡y el adiós último reciba al menos de tu dulce boca! 

(Esconde la cabeza entre las manos).

* * *

Fernán: ¿Qué me aleje?

Aura: ¡Presto, por Dios! Que cerca está la hora.

Fernán: ¿Por qué quieres que viva?

Aura: Yo lo quiero.

Fernán: Esta humilde existencia ¿qué te importa? (Rechaza la llave). Tu compasión rehúso.

Aura: No me mueve tan sólo compasión.

Fernán: Tiernas memorias de nuestra infancia… fraternal cariño…

Aura: ¡Ingrato! ¡Mucho más! ¡La llave toma! Y parte.

Fernán: No comprendo tus palabras… Temo un error…  mi fantasía loca se finge… ¡no sé qué! Con lo infinito toco… y toco en la tierra… Tú te gozas en esta incertidumbre...

Aura: Por qué exiges…

Fernán: ¡Arranca de una vez la venda toda que ampara mi ilusión! Vivir no quiero sin que hables.

Aura: El silencio ya me ahoga. ¡Fernán! Sálvate pronto… por mi vida, ¡por mi amor!, ¡por mi amor! (Reclina la cabeza en su pecho).

Fernán: ¡Oh luz! ¡Oh gloria! ¡Oh sueño! No, no es sueño…, es Aura, es Aura.

Aura: Fernán mío, ¿huirás?

Fernán: ¡Huir ahora! La llave abre la reja ¡pero el cielo se me abrió con la llave de tu boca!

(Permanecen un instante el uno en los brazos del otro. Óyese en esto el alerta de los centinelasy las campanadas de las doce. Viva luz de luna).

Aura (Separándose vivamente de los brazos de Fernán): ¡Cielos! ¡Las doce ya…! Déjame… (Parte).


Emilia Pardo Bazán (España, 1851-1921).

martes, 18 de junio de 2019

Tu boca: POR LA NOCHE..., de Mihai Eminescu

"... te sientas en mis rodillas, querida, tus brazos rodean mi cuello..."

Por la noche, perezoso y cárdeno, arde el fuego en la chimenea;
desde un rincón en un sofá rojo yo lo miro de frente,
hasta que mi mente se duerme, hasta que mis pestañas se bajan;

la vela está apagada en la casa... el sueño es cálido, lento, suave.

Entonces tú te acercas por la oscuridad, sonriente,
blanca como la nieve invernal, dulce como un día de verano:
te sientas en mis rodillas, querida, tus brazos rodean
mi cuello... y tú con amor miras mi rostro que palidece.

Con tus brazos blancos, delicados, redondos, perfumados,
tú encadenas mi cuello, sobre mi pecho apoyas tu cabeza;
y como salida de un sueño, con manos blancas, dulces,
tú vas apartando los mechones de mi triste frente.

Alisas, despacio y perezosamente, mi frente tranquila
y, pensando que estoy dormido, astuta, posas tu boca de fuego,
como el sueño, sobre mis ojos cerrados y en medio de mi frente
y sonríes, como se ríen los sueños en un corazón amado.

Oh! Acaríciame, hasta que mi frente vuelva a ser lisa y suave,
Oh! Acaríciame, hasta que vuelvas a ser joven como la luz del sol,
hasta que seas clara como el rocío, dulce como una flor,
hasta que mi rostro no esté arrugado, mi corazón ya no sea viejo.


Mihai Eminescu (Rumania, 1850-1889).

(Traducido al español por Dana Giurca  y José Manuel Lucía Megías).

lunes, 17 de junio de 2019

Tu boca: EL DIABLO DE LA BOTELLA, de Robert Louis Stevenson

"... tu boca estaba siempre llena de risas y de canciones y tu rostro resplandecía como la aurora. Después te casaste con la pobre Kokua..." 

(Fragmento)

Keawe regresó a Hawaii en el primer vapor y tan pronto como fue posible se casó con Kokua y la llevó a la Casa Resplandeciente en la ladera de la montaña.

Cuando los dos estaban juntos, el corazón de Keawe se tranquilizaba; pero tan pronto como se quedaba solo empezaba a cavilar sobre su horrible situación, y oía crepitar las llamas y veía el fuego abrasador en el pozo sin fondo. Era cierto que la muchacha se había entregado a él por completo; su corazón latía más deprisa al verlo, y su mano buscaba siempre la de Keawe, y estaba hecha de tal manera de la cabeza a los pies que nadie podía verla sin alegrarse. Kokua era afable por naturaleza. De sus labios salían siempre palabras cariñosas. Le gustaba mucho cantar y cuando recorría la Casa Resplandeciente gorjeando como los pájaros era ella el objeto más hermoso que había en los tres pisos. Keawe la contemplaba y la oía embelesado y luego iba a esconderse en un rincón y lloraba y gemía pensando en el precio que había pagado por ella; después tenía que secarse los ojos y lavarse la cara e ir a sentarse con ella en uno de los balcones, acompañándola en sus canciones y correspondiendo a sus sonrisas con el alma llena de angustia.

Pero llegó un día en que Kokua empezó a arrastrar los pies y sus canciones se hicieron menos frecuentes y ya no era sólo Keawe el que lloraba a solas, sino que los dos se retiraban a dos balcones situados en lados opuestos, con toda la anchura de la Casa Resplandeciente entre ellos. Keawe estaba tan hundido en la desesperación que apenas notó el cambio, alegrándose tan sólo de tener más horas de soledad durante las que cavilar sobre su destino y de no verse condenado con tanta frecuencia a ocultar un corazón enfermo bajo una cara sonriente Pero un día, andando por la casa sin hacer ruido, escuchó sollozos como de un niño y vio a Kokua moviendo la cabeza y llorando como los que están perdidos.

- Haces bien lamentándote en esta casa, Kokua -dijo Keawe-. Y, sin embargo, daría media vida para que pudieras ser feliz.

- ¡Feliz! -exclamó ella-. Keawe, cuando vivías solo en la Casa Resplandeciente, toda la gente de la isla se hacía lenguas de tu felicidad; tu boca estaba siempre llena de risas y de canciones y tu rostro resplandecía como la aurora. Después te casaste con la pobre Kokua y el buen Dios sabrá qué es lo que le falta, pero desde aquel día no has vuelto a sonreír. ¿Qué es lo que me pasa? Creía ser bonita y sabía que amaba a mi marido. ¿Qué es lo que me pasa que arrojo esta nube sobre él.

- Pobre Kokua -dijo Keawe. Se sentó a su lado y trató de cogerle la mano; pero ella la apartó-. Pobre Kokua -dijo de nuevo-. ¡Pobre niñita mía! ¡Y yo que creía ahorrarte sufrimientos durante todo este tiempo! Pero lo sabrás todo. Así, al menos, te compadecerás del pobre Keawe; comprenderás lo mucho que te amaba cuando sepas que prefirió el infierno a perderte; y lo mucho que aún te ama, puesto que todavía es capaz de sonreír al contemplarte.

Y a continuación, le contó toda su historia desde el principio.

- ¿Has hecho eso por mí? -exclamó Kokua-. Entonces, ¡qué me importa nada! -y, abrazándole, se echó a llorar.

- Querida mía! -dijo Keawe-, sin embargo, cuando pienso en el fuego del infierno, ¡a mí sí que me importa!

- No digas eso -respondió ella-; ningún hombre puede condenarse por amar a Kokua si no ha cometido ninguna otra falta. Desde ahora te digo, Keawe, que te salvaré con estas manos o pereceré contigo. ¿Has dado tu alma por mi amor y crees que yo no moriría por salvarte?

- ¡Querida mía! Aunque murieras cien veces, ¿cuál sería la diferencia? -exclamó él-. Serviría únicamente para que tuviera que esperar a solas el día de mi condenación.


Robert Louis Stevenson (Inglés fallecido en Samoa, 1850-1894).

En este vínculo es posible leer el texto íntegro de El diablo de la botella.