Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

miércoles, 30 de junio de 2021

Casanova y Venecia: CASANOVA EN BOHEMIA, de Andrei Codrescu

"... se encontraba empujado por la calle de la Comedia, sobre el puente de la Academia..."

(Fragmento)

Laura estaba ofendida.

- La vida que estás escribiendo es deliciosamente real para mí. Ya sólo deseo que llegues a la parte en la que aparezco en escena.

Casanova le prometió que pronto lo haría y trabajó sin descanso durante el resto del mes. Todavía se encontraba escribiendo sobre el final del año 1771 y su segundo exilio de Venecia.

Venecia parecía ineludible. Flotaba debajo y encima de la página con su mágica luz. Cuando trataba de proseguir con la historia y mover su pequeña marioneta de una aventura a la otra, la ciudad por sí misma, como una insistente y enfadada cortesana, desplegaba sus encantos fatigados. En lugar de seguir a su propio personaje, se encontraba empujado por la calle de la Comedia, sobre el puente de la Academia, entre el brillo del Ridotto, bajo la sombra de San Samuel.
 
«Pero ya he pasado por todo esto», se quejaba exasperado con su inflexible y vieja amante. «He descrito tus callejones, le he cantado a tus puentes, he dejado la sombra de tus iglesias y conventos caer sobre mis memorias, le he dado forma a todos mis amores venecianos y me he sometido a sus aromas y sonidos... ¿Qué más quieres de mí?».

Andrei Codrescu (Rumano nacionalizado estadounidense, 1946).
 
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
La ilustración corresponde al puente de la Academia, en Venecia. 

martes, 29 de junio de 2021

Casanova y Venecia: EL REGRESO DE CASANOVA, de Arthur Schnitzler

"Detestaba al gobierno cien veces más que antes y con buena razón."

(Fragmento del capítulo VI)

Si iba a fingir que aceptaba la propuesta del Consejo, sería la cosa más fácil del mundo inducir la destrucción de aquellos que deseaba destruir, en lugar de provocar la ruina de aquellos a quienes las autoridades tenían en mente, ¡y que sin duda se contaban entre los mejores habitantes de Venecia! ¡Monstruoso! Porque ellos eran los enemigos de este infame gobierno, porque tenían reputación de heréticos, ¿iban a languidecer en las mismas celdas en las que él había languidecido hacía veinticinco años o iban a perecer bajo el hacha del verdugo?

Detestaba al gobierno cien veces más que antes y con buena razón. Había sido un hereje toda su vida; era un hereje ahora, más allá de cualquier sincera convicción. Qué extraña comedia había estado interpretando a últimas fechas -simplemente del tedio y disgusto. ¿Creer él en Dios? ¿Qué clase de Dios era aquel que sólo se nos mostraba favorable a los jóvenes y dejaba a los viejos en la estacada? ¿Un Dios que, cuando le placía, se transformaba en diablo, y volvía la riqueza en pobreza, la desgracia en felicidad y el placer en desesperación? Te diviertes con nosotros. ¿Y tenemos que rezarte? Dudar de ti es el único medio que nos queda para no blasfemar de ti! ¡No existas! Porque, si existes, tendré que maldecirte!
 
Arthur Schnitzler (Austria, 1862-1931).

La ilustración corresponde a una vista parcial de los frescos que decoran
la sala del Consejo de los diez, en el Palacio Ducal de Venecia.

lunes, 28 de junio de 2021

Casanova y Venecia: MEMORIAS (Historia de mi vida), de Giacomo Casanova


(Fragmentos sobre Venecia)

Mi madre me trajo al mundo el 2 de abril de 1725, en Venecia. Hasta mi noveno año fui estúpido. Pero tras una hemorragia, de tres meses, me mandaron a Padua, donde me curaron, recibí educación y vestí el traje de abate para probar suerte en Roma. En esta ciudad, la hija de mi profesor de francés fue la causa de que mi protector y empleador, el cardenal Acquaviva, me despidiese. Con dieciocho años entré al servicio de mi patria (Venecia) y llegué a Constantinopla. Volví al cabo de dos años y me dediqué al degradante oficio de violinista... pero esta ocupación no duró mucho, pues uno de los principales nobles venecianos me adoptó como hijo.
(...)

 El cardenal me mandó llamar y me preguntó a qué punto de Europa quería yo ir; la desesperación, casi el despecho, me hicieron decidirme por Constantinopla.
- ¡Constantinopla! -dijo él retrocediendo dos pasos.
- Sí, monseñor, Constantinopla -repetí enjugando mis lágrimas.
- ¿Cuándo quiere partir?
- Dentro de ocho días, como dispuso Su Eminencia.
- ¿Se embarcará en Nápoles o en Venecia?
- En Venecia.
- Le daré pasaporte doble, pues hallará en la Romaña dos ejércitos en cuarteles
de invierno.

Dos días después, el cardenal me dio pasaporte para Venecia y una carta lacrada, dirigida a Osman Bonneval, bajá de Caramania, en Constantinopla. Podía haberme callado; mas como Su Eminencia no me lo había prohibido, mostré el sobre de la carta a todos mis conocidos.

El caballero de Lezze, embajador de Venecia, me dio una carta para un turco amigo suyo, muy rico y muy amable.
(...)

Su ternura y el encanto persuasivo de sus palabras hicieron correr lágrimas de amor y de tierno interés. Sinceramente le prometí no abandonarla y unirla a mi destino.

- Rompe -le dije- el contrato que tienes en Rímini; sigamos adelante, y después de habernos detenido un par de días en Bolonia, me seguirás a Venecia, vestida de mujer y con otro nombre. Es imposible que el empresario de aquí te encuentre.

- Acepto. Tu voluntad será siempre la mía. Mi persona te pertenece y espero que sabré conservar tu amor.
(...)

Por la noche, el hostelero se me presentó con un libro para que me inscribiera en él.
- Casanova.
- ¿Profesión?. ..
- Oficial.
- ¿Al servicio de quién?
- De nadie.
- ¿Su patria?...
- Venecia.
- ¿De donde viene?. . .
- No le importa. Estas palabras, pronunciadas con cierto tono enfático, produjeron su efecto. El hombre se fue dejándome en paz, y comprendí que sólo había venido instigado por algún curioso, pues yo sabía que en Bolonia se vivía en completa libertad. Al día siguiente, el banquero Orsi me pagó una letra de cambio, contra la cual tomé otra de seiscientos cequíes sobre Venecia, y cien cequíes en oro, luego, como el día anterior, fui a darme importancia por la población.

Giacomo Casanova (Italia, 1725-1798).

domingo, 27 de junio de 2021

Venecia: EL DIABLO ENAMORADO, de Jacques Cazotte

"¿Por qué le haces observar tan austero retiro? No se le ve nunca por Venecia."
 
(Fragmento del capítulo VII)

El juego dejó de ofrecerme una disipación atractiva. El faraón, que me gustaba apasionadamente, al no estar sazonado por el riesgo, había perdido todo lo que de picante tenía para mí. Las mascaradas del carnaval me aburrían; los espectáculos me parecían insípidos. Aunque hubiera tenido el corazón lo suficientemente libre como para desear establecer relaciones con mujeres de alto linaje, me hallaba desanimado de antemano por la languidez, el ceremonial y la obligación del cortejo. Me quedaba el recurso de los casinos de los nobles, donde ya no quería jugar, y el trato con las cortesanas.
 
Entre las mujeres de esta última especie, había algunas más distinguidas por la elegancia de su fasto y la jovialidad de su compañía que por sus atractivos personales. Encontraba en sus casas una libertad real de la que me gustaba gozar, una alegría ruidosa que podía aturdirme si no llegaba a agradarme, un abuso continuo de la razón que me libraba por algunos momentos de las trabas de la mía. Me mostraba galante con todas las mujeres de este género en cuyas casas era admitido, sin abrigar proyectos respecto a ninguna; pero la más célebre de ellas tenía planes respecto a mi persona que pronto se manifestaron. La llamaban Olimpia. Tenia veintiséis años, mucha belleza, talento y gracia. Pronto me dejó percibir el gusto que sentía por mí y, sin sentirlo yo por ella, me puse en sus manos para liberarme en cierto modo de mí mismo. Nuestra relación comenzó bruscamente y, como no hallaba en ella muchos encantos, juzgué que terminaría de la misma manera y que Olimpia, aburrida de mis desatenciones para con ella, buscaría pronto un amante que le hiciese mayor justicia, tanto más cuanto que nuestro vínculo se basaba en la pasión más desinteresada; pero muy otra fue la decisión de nuestro planeta. Para castigar a esta mujer soberbia e impulsiva, y para sumirme en problemas de otra índole, era necesario que ella concibiese un amor desenfrenado hacia mi persona.
 
Ya no era dueño de regresar por la noche a mi posada y me agobiaban durante el día sus billetes, mensajes y vigilantes.
 
Se quejaba de mi frialdad. Sus celos, que aún no habían encontrado un objeto preciso, se volcaban en todas las mujeres que podían atraer mis miradas, y me habría exigido incluso descortesías hacia ellas si hubiese podido hacer mella en mi carácter. Me disgustaba aquel tormento perpetuo, pero había que vivir en él. De buena fe buscaba amar a Olimpia por amar algo y distraerme del gusto peligroso que me conocía. Entre tanto, una escena más viva aún se preparaba.
 
En mi posada me veía sometido a secreta vigilancia por órdenes de la cortesana.
 
«¿Desde cuándo –me dijo un día– tienes a ese hermoso paje que tanto te interesa, a quien dispensas tantas atenciones y a quien no dejas de seguir con los ojos cuando su servicio lo llama a tus habitaciones? ¿Por qué le haces observar tan austero retiro? No se le ve nunca por Venecia.
 
– Mi paje –respondí– es un joven bien nacido de cuya educación me he hecho cargo. Es...
 
– Es, traidor –replicó ella con los ojos inflamados de ira, ¡es una mujer! Uno de mis espías lo ha visto mientras se aseaba por el agujero de la cerradura.
 
– Te doy mi palabra de honor de que no es una mujer.
 
– No añadas la mentira a la traición. Esa mujer lloraba, la han visto; no es feliz. No sabes más que atormentar los corazones que se te entregan. Has abusado de ella, como abusas de mí, y la abandonas. Devuelve a sus padres a esa joven; y si tus prodigalidades no te permiten hacerle justicia, la obtendrá de mi parte. Le debes un destino: yo se lo daré; pero quiero que desaparezca mañana.
 
– Olimpia -repliqué lo más fríamente posible-, te he jurado, te lo repito y te juro otra vez que no es una mujer. Ojalá lo fuera.
 
– ¿Qué quieren decir esas mentiras y ese "ojalá lo fuera”, monstruo? Devuélvela, te digo, o... Pero tengo otros recursos; te desenmascararé y ella sí se avendrá a razones, si tú no eres capaz de hacerlo.»
 
Superado por tal torrente de injurias y de amenazas, pero simulando no estar afectado, me retiré a mi casa, aunque ya era tarde. Mi llegada pareció sorprender a mis criados y, sobre todo, a Biondetta: mostró cierta inquietud por mi salud: respondí que no se hallaba afectada en absoluto.
 
No le hablaba casi nunca desde mi relación con Olimpia y no había habido ningún cambio en su conducta para conmigo, pero sí en sus rasgos: había en el tono general de su fisonomía un matiz de abatimiento y de melancolía.
 
Jacques Cazotte (Francia, 1719-1792).

viernes, 25 de junio de 2021

Venecia: CONFESIONES, de Jean Jacques Rousseau

"Allí, solo, encerrado en mi palco, (...) me entregaba, al placer de gozarlo a mi gusto hasta el fin."

(Fragmento)
 
No dejemos a Venecia sin decir algo de las célebres diversiones de esta ciudad o a lo menos de la pequeña parte que en ellas tomé durante mi permanencia. En el transcurso de mi juventud ya se ha visto cuán poco he gustado los placeres de esta edad o a lo menos los tenidos por tales. En Venecia no cambié de gustos; pero mis ocupaciones, que por otra parte me los hubieran impedido, hicieron más picarescos los sencillos recreos que me permitía. El primero y más grato era la compañía de las personas de mérito, los señores Le Blond, Saint-Cyr, Carrió, Altuna, y un noble de Forli, cuyo nombre siento mucho haber olvidado, y cuyo amable recuerdo nunca deja de conmoverme; de cuantos hombres he conocido en mi vida era el que poseía un corazón más semejante al mío. Éramos también amigos de dos o tres ingleses muy despejados e instruidos, apasionados por la música como nosotros. Todos estos señores tenían mujer, amiga o querida; estas últimas, casi todas eran jóvenes de ingenio, en cuyas casas se daban conciertos o bailes. También se jugaba, aunque muy poco; nos hacían insípido este entretenimiento los placeres vivos, las diversiones y los espectáculos. El juego no es más que un recurso de las personas que se fastidian. Yo había traído de París la preocupación que allí domina contra la música italiana, mas también había recibido de la Naturaleza la sensibilidad contra la cual nada pueden las preocupaciones. Pronto me inspiró la pasión que alienta a los que han nacido para comprenderla. Al escuchar las barcarolas, conocí que nunca había oído cantar hasta entonces, y de tal modo me aficioné a la ópera que, fastidiado de charlar, comer y jugar en los palcos, cuando no hubiera querido hacer otra cosa que escuchar, me apartaba a menudo de la compañía para ir a otro lado. Allí, solo, encerrado en mi palco, me entregaba, a pesar de la duración del espectáculo, al placer de gozarlo a mi gusto hasta el fin.
 
 
Jean Jacques Rousseau (Escritor suizo en lengua francesa, 1712-1778).
 
La ilustración corresponde a un palco del teatro La Fenice, en Venecia..

jueves, 24 de junio de 2021

Venecia: LOS DOS GEMELOS VENECIANOS, de Carlo Goldoni


(Monólogo de la escena sexta del tercer acto)

Tonino: Así es de que eso es lo que significa la amistad en esta época. Florindo vino a Venecia; lo traté como a mi propio hermano. Confíe en él, puse a una mujer que tanto me importa a su cuidado. ¡Y él me traiciona! No sé con que estómago puede un amigo engañar a otro amigo. Si yo fuera capaz de semejante iniquidad, estaría temeroso de que la tierra se abriera y me tragara. La amistad es la cosa más sagrada del mundo. Es una medicina de la naturaleza para sanar al mundo; sin ella seríamos destruidos, aniquilados. El amor por una mujer puede comenzar como mera pasión de los sentidos. El amor por el dinero y los objetos materiales es una prueba de nuestra naturaleza corrupta. Pero el amor de los amigos está basado en la verdadera virtud, y por eso el mundo la menosprecia. Pílades y Orestes ya no sirven como ejemplo para la amistad moderna; el fiel Achates es un nombre ridículo de la antigüedad. Se adora al ídolo de los intereses; en lugar de una verdadera amistad se forma un ejército de lambiscones que le sigue con la esperanza de obtener algún beneficio a cambio. Y si su suerte se torna adversa, esos mal llamados amigos lo abandonan, lo ridiculizan y retribuyen con ingratitud los obsequios recibidos. Como lo dijo muy bien el maes- tro Ovidio: "En tiempo de felicidad, abundante es la amistad. Si la fortuna perece, ningún amigo permanece".*
 
(Principio de la escena séptima)

Lelio (entra hablando para sí mismo): Aquí está mi afortunado rival. Vamos a ver si unas cuantas palabras amables pueden vencer la amargura de su negativa.
 
Tonino (a un lado): ¡Basta! Ya me la pagará.
 
Lelio: Me inclino ante el altísimo mérito envidiable del héroe de Venecia, esa joya en el Adriático.

Carlo Goldoni (Italiano nacido en Venecia y fallecido en París, 1707-1793).
 
(Traducido del italiano por Jules Etienne).
 * De Ovidio en La metamorfosis:Tempore felici,
multi numerantur amici: Si fortuna perit, nullus amicus erit.

miércoles, 23 de junio de 2021

Venecia: CÁNDIDO, O EL OPTIMISMO, de Voltaire

"Todos los días enviaba a alguien a esperarlo en los barcos y barcas que atracaban..."

(Fragmento inicial del capítulo XXIV: Paquita y fray Alhelí

Nada más al llegar a Venecia, mandó que buscaran a Cacambo por todas las fondas, por todos los cafés, por todos los prostíbulos, pero no lo encontró. Todos los días enviaba a alguien a esperarlo en los barcos y barcas que atracaban: Cacambo seguía sin dar noticias.
 
- ¡No es posible! -le decía a Martín-, ¡yo he tenido tiempo de pasar de Surinam a Burdeos, de ir de Burdeos a París, de París a Dieppe, de Dieppe a Portsmouth; he rodeado Portugal y España, he cruzado todo el Mediterráneo, he pasado varios meses en Venecia, y la bella Cunegunda no ha llegado aún! ¡En vez de ella he encontrado a una tunante y a un abate del Perigord! No cabe duda que Cunegunda ha muerto, y a mí tan sólo me resta morir. ¡Qué pena! Habría sido mejor haberme quedado en aquel paraíso de Eldorado que haber vuelto a esta maldita Europa. ¡Qué razón tenías, mi querido Martín! Todo es un engaño y no hay más que desgracias.
 
Una profunda depresión se apoderó de él y ya no pudo participar en la ópera alla moda ni en ninguna otra diversión de los carnavales, ni dama alguna le suscitó la más mínima tentación. Martín le dijo:
 
- Realmente eres muy ingenuo al creer que un criado mestizo con cinco o seis millones en los bolsillos va a ir en busca de vuestra amada hasta el fin del mundo y la va a traer a Venecia. Si la encuentra, se la quedará él; y si no la encuentra, buscará otra: mi aconsejo es que olvides a vuestro criado Cacambo y a vuestra querida Cune- gunda.
 
Lo que decía Martín no era muy reconfortante, por lo que la melancolía de Cándido se agravó, mientras Martín no cesaba de demostrarle que había muy poca virtud y felici- dad en el mundo; salvo quizás en Eldorado, país al que nadie podía llegar.
 
 
Voltaire: François-Marie Arouet (Francia, 1694-1778).

martes, 22 de junio de 2021

Venecia: LA HISTORIA DE SIR CHARLES GRANDISON, de Samuel Richardson


(Fragmento de la carta IV)

De la señorita Harriet Byron a la señorita Lucy Shelby

Viernes, una de la tarde, 3 de marzo.

Sir Charles: Tuve un malentendido en Venecia con un caballero del lugar. Debía tener unos veintidós años. Yo era un año más joven.

Señor Bagenhall: ¡En el Carnaval, supongo! ¿Sobre una dama, Sir Charles?

Sir Charles: Se trataba del único hijo de una noble familia veneciana, que tenía grandes expectativas para él. Era un joven genio. Otra familia noble de Urbino, con la que se aliaría en matrimonio, también estaba interesada en su bienestar. Habíamos hecho amistad juntos en Padua. Estuve en Venecia invitado por él y la pasé muy bien con toda su familia. Se ofendió en contra mía, instigado por un pariente suyo; para reconocer la verdad, por una dama, como supone el señor Bagenhall, su hermana. No me permitió defender mi inocencia ante el acusador; ni tampoco apelar a su padre, que si bien era una persona de temperamento, a su vez era sensato. Al contrario, me reprendió de una manera que apenas pude soportar. Estaba resuelto a abandonar Venecia; y me despedí de toda su familia, excepto de la dama, que no quería ser vista por mí. El padre y la madre me dejaron partir con pesar. El joven caballero lo había logrado y no podía apelar a ellos manteniendo mi honor. Al despedirme de él perso- nalmente, pretextando que me daba una carta de recomendación, me entregó un desafío. La respuesta que le di, después de protestar por mi inocencia, para tal efecto fue: "Partiré para Verona dentro de unas horas. Tú conoces mis principios y espero considerar mejor el asunto. Nunca, mientras sea dueño de mi temperamento, me daré tanta causa de arrepentimiento hasta la última hora de mi vida, como sucedería si desenvainara mi espada para causar un daño irreparable a la familia de cualquier hombre, o si corriera el mismo riesgo de dañar a la mía, ¡y de incurrir en la perdición final de ambos!".

Señor Merceda: Esa respuesta era más provocadora de lo que sería una satisfac- ción, supongo.

Sir Charles: Una provocación no era lo que yo intentaba. Más bien la había elabo- rado sólo para recordarle las obligaciones que ambos teníamos con nuestras respectivas familias, y para darle un indicio de otra consideración superior. Era probable que tuviera mayor fuerza en ese país católico que, lamento decirlo, en este que es protestante.

Samuel Richardson (Inglaterra, 1689-1761).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

lunes, 21 de junio de 2021

Venecia: CARTAS PERSAS, del barón de Montesquieu

"Nuestro santo Profeta la abomina, y nunca la contempla sin indignación desde al alto cielo."

Carta XXXI

Redi a Usbek, a París

Ya estoy en Venecia, mi amado Usbek. Posible es haber visto todas las ciudades del mundo, y quedarse pasmado, cuando uno llega a Venecia; porque siempre se maravillará quien vea un pueblo con sus torres y mezquitas que salen de abajo del agua, y quien halle un gentío innumerable en un sitio donde sólo debía haber peces. Carece empero esta ciudad profana del más precioso tesoro que hay en el mundo, quiero decir de agua corriente, y no es posible en ella cumplir siquiera con una ablución legal. Nuestro santo Profeta la abomina, y nunca la contempla sin indig- nación desde el alto cielo. Si por eso no fuera, querido Usbek, viviría con gusto en un pueblo donde cada día se fortifica mi inteligencia. Me instruyo en los secretos del comercio, en los intereses de los príncipes, en la forma de los gobiernos; ni aún el conocimiento de las supersticiones europeas descuido: me aplico a la medicina, a la física, y a la astronomía; estudio las artes; finalmente me desprendo de la niebla que ofuscaba mis ojos en mi país natal.

De Venecia, a 16 de la luna de Chalval, 1712.

Montesquieu: Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu (Francia, 1689-1755).

(Traducido al español por Josef Marchena).

domingo, 20 de junio de 2021

Venecia: LOS VIAJES DE GULLIVER, de Jonathan Swift

"... sino también que en lejanas épocas debió haber gigantes (...) ¿elegido por votación a la manera de Venecia?

(Fragmento del capítulo 7)

El estilo de aquellas gentes es claro, masculino y cuidado, pero no florido, pues nada evitan con tanto escrúpulo como multiplicar palabras innecesarias o emplear para el mismo fin varias expresiones. He leído atentamente muchos de aquellos libros, especialmente de historia y de moral. Entre los demás me divirtió mucho un pequeño tratado antiguo que estaba siempre en el dormitorio de Glumdalclitch y pertenecía al aya de ésta: una dama de alcurnia, grave y entrada en años, que mantenía estrecho comercio con los textos de moral y devoción. El libro trata de la debilidad de la condición humana, y no goza de gran estima, salvo entre las mujeres y el vulgo. Era, sin embargo, curioso para mí ver lo que un autor de aquel país podía decir sobre tal materia. El escritor recorría todos los tópicos corrientes en los moralistas europeos mostrando cuán diminuto, despreciable e indefenso animal es el hombre por su propia naturaleza; cuán incapaz de defenderse por sí mismo de la inclemencia del aire y de los ataques de las bestias feroces; cómo un ser le aventaja en fuerza, otro en ligereza, un tercero en previsión, un cuarto en industria. Añadía que la Naturaleza había degenerado en estas decadentes edades últimas del mundo y hoy sólo producía pequeñas criaturas abortivas en comparación con las nacidas en los tiempos antiguos. Decía que era lógico pensar no sólo que las especies de hombres eran en su origen mucho mayores, sino también que en lejanas épocas debió de haber gigantes, así como la tradición y la historia lo atestiguan y ha sido confirmado por los enormes huesos desenterrados  por casualidad en diversas partes del reino, y que pasan en mucho los de la mermada raza del hombre de nuestros días. Argumentaba que las mismas leyes de la Naturaleza exigían, sin dejar lugar a duda, que en un principio hubiésemos sido creados de más alto y robusto talle, no tan sujetos a ser destruídos por cualquier pequeño accidente, como el desprendimiento de una teja desde una casa, o el lanzamiento de una piedra por la mano de un niño, o la caída en cualquier arroyuelo donde perecer ahogado. De esta índole de razones sacaba el autor varias normas morales útiles para conducirse en la vida, pero que no es necesario copiar aquí. Por mi parte, no pude dejar de reflexionar en lo universalmente extendido que está el talento de hacer discursos de moral, o más bien de descontento y condolencia por las contiendas que con la Naturaleza nos empeñamos en imaginar. Y creo que con una seria averiguación que- daría evidenciado que esas contiendas son tan infundadas por lo que toca a nosotros como por lo que toca a aquel pueblo.

En cuanto a cuestiones militares, se hace gala allí de que el ejército del rey consiste en ciento setenta y seis mil infantes y treinta y dos mil caballos, si es que puede lla- marse ejército el formado por comerciantes en varias ciudades y por agricultores en los campos, bajo el único mando de la nobleza y las gentes principales, que no reciben paga ni recompensa ninguna. Cierto que alcanzan bastante perfección en el ejército y observan muy buena disciplina. Pero yo no veo en ello gran mérito; porque ¿cómo podría ser de otro modo en un sitio donde cada campesino está bajo el mando del propio señor de las tierras y cada ciudadano bajo el de un hombre principal de su misma edad elegido por votación, a la manera de Venecia?

Jonathan Swift (Irlanda, 1667-1745).

sábado, 19 de junio de 2021

Venecia: LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN SINGLETON, de Daniel Defoe

"... tomamos pasaje a bordo de aquel navío y nos hicimos a la vela, rumbo a Venecia..."

(Fragmento del capítulo 31: Retorno a la patria)

No sabíamos adónde ir y vacilábamos respecto a nuestra futura residencia, cuando un buque veneciano fondeó en el puerto de Alejandría, para recoger carga con destino a su patria. Aprovechamos la ocasión, hablamos con el capitán del buque, tomamos pasaje a bordo de aquel navío y nos hicimos a la vela, rumbo a Venecia llegando sanos y salvos al cabo de veintidós días. Desembarcamos con nuestro tesoro, nuestro dinero y nuestros fardos, que formaban en conjunto un cargamento tan valioso como no creo que jamás viera otro igual aquella ciudad, al menos siendo propiedad de sólo dos hombres.

Nos hicimos pasar por mercaderes armenios, igual que habíamos hecho antes. En Basora y Bagdad aprendimos a chapurrear el persa y el armenio, de suerte que podíamos hablarnos uno a otro sin que nadie nos entendiera, y a veces ni nosotros mismos. Fuimos vendiendo nuestro cargamento, hasta que el tesoro que poseíamos quedó íntegramente reducido a dinero. Nos instalamos en la ciudad como si qui- siéramos pasar allí una larga temporada. William y yo vivimos juntos del modo más fraternal y con amistad inquebrantable. No nos separaban intereses ni pasiones. Nunca nos despojamos de nuestros trajes de armenios, y seguíamos firmes en nuestro propósito de restituir lo que robamos. En Venecia nos llamaban «los dos griegos».

Daniel Defoe (Inglaterra, 1660-1731).

(Traducido al español por Nicolás Ferrante).

La ilustración corresponde a una vista de la basílica de San Marcos desde la isla de San Giorgio Maggiore, de Michele Marieschi.

viernes, 18 de junio de 2021

Venecia: NEPTUNO ALEGÓRICO, de Sor Juana Inés de la Cruz

"... si ya no providencia misteriosa émula de Venecia la hizo hermosa..."

III

(Tercer lienzo)

Allí, Señor, errante peregrina,
Delos, siempre en la playa cristalina
con mundanza ligera,
fue de su misma patria forastera;
pero apenas la toca
el Rector de las Aguas, cuando roca
ya en fijo centro estriba,
de ondas y vientos burladora altiva;
que a bienes conmutado ya sus males,
patria es de los faroles celestiales:
en quien México está representada,
ciudad sobre las ondas fabricada,
que en césped titubante
ciega gentilidad fundó ignorante:
si ya no providencia misteriosa
émula de Venecia la hizo hermosa
porque pudiese en su primera cuna
consagrarse al Señor de la Laguna;
en quien, por más decoro,
nace en plata Diana y Febo en oro,
que a vuestras plantas postren a porfía
cuanto brilla la noche y luce el día.


Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1648-1695).

jueves, 17 de junio de 2021

Venecia: EL PEDANTE BURLADO, de Cyrano de Bergerac


(Acto segundo, fragmento inicial de le cuarta escena)

Corbineli, Grangier y Paquier.

Corbineli: ¡No es sólo maliciosa, está furiosa! ¡Ay! Todo está perdido, vuestro hijo ha muerto.

Granger: ¡Mi hijo ha muerto! ¿Estás delirando?

Corbineli: No, hablo en serio: vuestro hijo, en verdad, no ha muerto, pero ha caído en manos de los turcos.

Granger: ¿En manos de los turcos? Sujétame, me muero.

Corbineli: Apenas habíamos entrado en el barco para pasar de la puerta de Neslé al muelle de la Escuela...

Granger: ¿Y qué ibas a hacer en la Escuela, borrico?

Corbineli: Mi señor se acordó de la petición que le habíais hecho, de comprar alguna bagatela que fuera poco habitual en Venecia, y de poco valor en París, para regalársela a su tío. Había pensado que podía llevarle una docena de vasijas, que no son muy caras y en toda Europa no se encuentran tan bonitas como las de esta ciudad. Por eso fuimos hacia la Escuela, para comprarlas. Pero apenas nos alejamos de la costa, fuimos apresados por una galera turca.

Granger: ¡Ay! Por el cuerno retorcido de Tritón, el dios marino, ¿quién ha oído decir jamás que el mar llegara a Saint-Cloud, o que ahí hubiera galeras, piratas o escollos?

Corbineli: Por ello la cosa es todavía más extraordinaria. Aunque nadie los haya visto jamás en Francia, ¿quién sabe si no han venido desde Constantinopla hasta aquí, entre dos aguas?

Paquier: En efecto, los topinambures, que viven cuatrocientas o quinientas leguas más allá, antaño llegaron a París. E incluso el otro día los polacos raptaron a la princesa María, en pleno día, en el Hotel de Nevers, sin que nadie osara ni moverse.

Corbineli: Pero no se conformaron con eso, han querido apuñalar a vuestro hijo...

Paquier: ¿Cómo? ¿Sin confesión?

Corbineli: Si no se paga un rescate.

Granger: ¡Ah, miserables! Quieren meter miedo en su joven corazón.

Paquier: En efecto, los turcos no se guardan de tocar el dinero de los cristianos porque tenga una cruz.

Corbineli: Mi señor no podía decir otra cosa más que: "Ve a ver a mi padre y dile..." Con las lágrimas que casi ahogaban sus palabras, me explicó bien que nunca os había sabido decir la ternura que siente por vos...

Granger: ¿Qué diablos hacíais en la galera de un turco? ¡De un turco!

Corbineli: Esos despreciables despiadados no me querían dejar en libertad para venir a veros, si no me hubiera puesto de rodillas ante el más importante de ellos. "¡Ay!, Señor turco", le dije "permitidme que vaya a avisar a su padre, quien os enviará al momento el rescate que pedís".

Granger: No debiste hablar de rescate, se burlarán de ti.

Corbineli: Al contrario. Al oír esta palabra su cara se serenó un poco: "Ve", me dijo "pero si no estás de regreso dentro de un momento, iré a apresar a tu señor en su Colegio y os colgaré a los tres en los mástiles de nuestra nave." Tenía tanto miedo de oír algo aún más enojoso, o de que el diablo viniera a llevarme si me quedaba en compañía de esos excomulgados, que me metí rápidamente en un esquife para avisaros de las funestas particularidades de este encuentro.

Granger: ¿Qué diablos hace en la galera de un turco?

Paquier. ¿Es que no se ha confesado desde hace diez años?

Granger: ¿Pero tú crees que está decidido a ir a Venecia?

Corbineli: No anhela otra cosa.


Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac (Francia, 1619-1655).

(Traducido al español por Montserrat Nofre Alaíz).

miércoles, 16 de junio de 2021

Venecia: ¡LÁSTIMA QUE SEA UNA PUTA!, de John Ford

"... cuando Sannazaro celebró en su breve Encomium a Venecia, la reina de las ciudades..."

(Parlamento del Acto segundo, escena II)

Escena II, habitación en la casa de Soranzo

Soranzo (Entra con un libro y lee): "La medida del amor es extrema; el consuelo, dolor; la vida, inquietud; y la recompensa, desdén..." ¿Qué diablos significa esto? "La medida del amor..." Y sin embargo es así. Así ha escrito el dulce poeta de las rimas licenciosas. Y bien, mientes Sannazaro, porque si tu corazón hubiese sentido una opresión pareja de la mía, hubieras necesitado besar el látigo que te castigaba. Al trabajo, pues, dichosa Musa, y contradigamos lo que escribe el odio del poeta. (Escribe): "La medida del amor es relativa, dulcísimos son sus problemas, vida sus placeres y goces de toda índole su recompensa". De haber vivido Annabella cuando Sannazaro celebró en su breve Encomium a Venecia, la reina de las ciudades, con seguridad no hubiera escrito este verso que le valió semejante suma de dinero. Una sola mirada de Annabella, y hubiera celebrado sus divinas mejillas. Oh... hasta qué punto mis pensamientos son...

John Ford (Inglaterra, 1586-1639).

La ilustración corresponde a Stephano Brasci como Soranzo durante la puesta en escena dirigida por Michael Longhurst en el Shakespeare's Globe de Londres, en 2014 y a un cartel de la obra dirigida por Timothy Askew.

martes, 15 de junio de 2021

Venecia: EL HONROSO ATREVI- MIENTO, de Tirso de Molina

"... ni mientras el furor que tenéis pasa de Venecia os podrán sacar caballos..."

(Parlamentos iniciales: primer acto, escena I)

Sale Lisauro, como en su casa; Honorato, viejo; Diódoro y Verino, desenvainadas las espadas.

Lisauro: Cogido nos habéis de sobresalto,
y del son que venís tanto me pesa
cuanto me hallo de socorro falto.

Honorato: El peligro, Lisauro, nos da priesa;
siguiéndome vendrán desde Rialto
mis enemigos, que tendrán la presa
por cierta, y su venganza por sin duda,
si no nos dais para huir ayuda.   

Lisauro: Acostados están todos en casa,
y no os será seguro el despertallos,
ni mientras el furor que tenéis pasa
de Venecia os podrán sacar caballos,
porque en ella la tierra es tan escasa
cuanto pródigo el mar por excusallos;
que es tan casero y manso aquí que fragua,
cual veis, en vez de piedras, calles de agua.
Mas ¿qué ocasión la ha dado a que el consejo
de vuestras canas no haya reprimido
vuestro enojo, Honorato?
 
Tirso de Molina (España, 1583-1648).

domingo, 13 de junio de 2021

Venecia: DOCUMENTO SOBRE EL AVISO DE PARNASO, de Francisco de Quevedo

"...de lo sucedido en la guerra de Asti de 1615."

Documento LXVI

Al serenísimo e invitísimo Carlos Emanuel, duque de Saboya, etc.

- Serenísimo señor: Es tan grande el odio de la nación española contra vuestra alteza y contra la república de Venecia, que adonde no puede llegar (como quisiera) á ofender con las armas, procura de acometer con la pluma y con la lengua. De aquí provino aquella falsa relación de lo sucedido en la guerra de Asti el año de 1615. De aquí nació aquella descomedida carta del duque de Osuna escrita al Sumo Pontífice. De aquí salió á luz la Relación, con título de verdadera, llena de mil mentiras, sobre el negocio de los uscoques. Y de aquí ha tenido su origen este Aviso de Parnaso, que tira, como á su blanco, á herir derechamente á la reputación de la República y juntamente á la de vuestra alteza. Este modo de pelear con palabras paréceme á decir verdad cosa mujeril, indigna de hombres que se precian de guerreros, y señal muy cierta de vanidad y flaqueza. Pero lo que es flaqueza en el agresor, en el defensor es virtud; que si aquél procura ofender con la lengua, porque no puede más con las armas, éste responde con la pluma, así bien como lo hizo con la espada, porque conozca el mundo que de cualquier manera puede y sabe defender su honra. Por esto me he determinado de hacer algunas anotaciones, que servirán de res- puesta á este Aviso de Parnaso, por donde se echará de ver la malicia de quien lo compuso, la falsedad de lo que contiene, y la verdad de las cosas, como es razón que se entienda. Las envío á vuestra alteza, porque á nadie pueden ser mejor dirigidas que á aquel príncipe que con el propio valor ha defendido su libertad, y la reputación de toda Italia; que es el mayor amigo que hoy día tenga la República de Venecia; que conoce hasta en las entrañas la nación española; que tiene particular noticia de las historias del mundo, y á quien yo debo, como humilde y muy obligado vasallo, cuanto yo tengo, cuanto yo valgo, y cuanto yo soy. Reciba vuestra alteza esta pequeña demostración del grande obsequio de mi ánimo, con el cual suplico á Dios, nuestro Señor, guarde la persona de vuestra alteza los años de mi deseo, como sus estados y toda Italia ha menester.

Francisco de Quevedo (España, 1580-1645).

La ilustraciones corresponden a un detalle de la recreación de Jordi Bru de la batalla de Asti en la guerra del Monferrato y a la portada original del opúsculo Aviso de Parnaso.

sábado, 12 de junio de 2021

Venecia: CORTE EN ALDEA, de Francisco Rodrigues Lobo

"... la de Venecia un León con un libro en las uñas..."

(Fragmento del Diálogo II)

Tienen del mismo modo las Provincias sus Armas. Primeramente las quatro partes, en que el mundo se divide. Asia tres Serpientes, África un Elefante, Europa un Cavallo, la América un Cocodrilo. Italia tenía por armas antiguamente un Cavallo, Tracia un Marte, Persia un Arco, Scitia un Rayo, Armenia un Cabrón, Fenicia un Hércules, Cicilia una Cabeza armada, Armenia un Galápago, Frisia una Puerca, Castilla un Castillo, Lusitania una Ciudad. Las Repúblicas tienen también sus armas particulares: la de Venecia un León con un libro en las uñas, la de Sena una Loba, la de Génova un San Jorge, la de Florencia un León con un libro de oro.

Francisco Rodrigues Lobo (Portugal, 1580-1621).

viernes, 11 de junio de 2021

Venecia: EL DIABLO COJUELO, de Luis Vélez de Guevara

"Estuve en la plaza de San Marcos, platicando..."

(Fragmento del tranco quinto)

Fui a Venecia, por ver una población tan prodigiosa, que esta fundada en el mar, y de su natural condición tan bajel de argamasa y sillería, que, como la tiene en peso el piélago Mediterráneo, se vuelve a cualquier viento que le sopla. Estuve en la plaza de San Marcos, platicando con unos criados de unos clarísimos, esta mañana, y hablando en las gacetas de la guerra, les dije que en Constantinopla se había sabido, por espías que estaban en España, que hay grandes prevenciones de ella, y tan prodigiosas, que hasta los difuntos se levantan, al son de las cajas, de los sepulcros para este efecto, y hay quien diga que entre ellos había resucitado el gran Duque de Osuna; y apenas lo acabe de pronunciar, cuando me escurrí, por no perder tiempo en mis diligencias...
 
Luis Vélez de Guevara: Luis Vélez de Santander (España, 1579-1644).

La ilustración corresponde a una perspectiva lateral de la Plaza de San Marcos retratada por Canaletto.

jueves, 10 de junio de 2021

Venecia: VOLPONE, de Ben Jonson


(Fragmento del acto V)

Presidente (Interrumpe): Sobre la base de todo lo declarado hoy en la corte, y de lo expuesto en esta audiencia por el señor Volpone, este tribunal considera reunidos los elementos necesarios para dictar sentencia.

Voltore: ¡Es que...!

Presidente (Lo ignora): Primero. Visto: que cualquier revisión del proceso sería una mancha de ignominia para la ciudad, pues al hacerse público lo ocurrido aquí, se pondría de manifiesto que en Venecia hay padres desnaturalizados... Abogados sin conciencia... Y maridos sin dignidad: Decreto que no ha lugar a revisión alguna. (Murmullos de desaprobación). ¡Silencio! Y considerando: Que en nada honraría a la nobleza Veneciana saber que uno de los suyos, el caballero Volpone, ha llevado la vida de un malhechor, de un vulgar comediante que transformó esta casa en un antro de estafa y depravación; y por todo lo antes expuesto, este tribunal decreta: que el señor Volpone ha muerto. De los bienes que deja, se costearán las solemnes honras fúnebres que corresponden a su rango.

MoscaYo me encargaré de que los funerales tengan la pompa apropiada...

PresidenteComo resulta de esta decisión y ante la imposibilidad de aceptar el libre tránsito por esta ciudad de un muerto insepulto, el cuerpo del señor Volpone es condenado a la pena de destierro, debiendo abandonar por sus propios medios ésta, su ciudad natal, hoy mismo antes de la medianoche. (Murmullos). En cuanto a ustedes: señor Corvino, señor Corbaccio, señor Voltore... Adelántense. Por el delito de falso testimonio este tribunal los condena a la pena de reclusión forzada en la cárcel de la ciudad, con más las accesorias y costas.

CorbaccioGracias... ¿Qué dijo...?

Voltore: ¡Injusto...! Señor presidente... (Por Mosca) ¿Cuál es el castigo entonces para este individuo, coautor, e inspirador incluso, de todos estos fraudes?

Mosca¿Por qué a mí...?

Presidente: ¡Silencio! (A Mosca). Adelántate. Por el delito de estafas reiteradas, en calidad de partícipe necesario, y por el de usurpación de títulos y propiedades a un Noble Veneciano en carácter de tentativa, quedas condenado a la pena de azote pú- blico, y prisión perpetua en el Presidio de Venecia.

Ben Jonson (Inglaterra, 1572-1637).

(Traducido al español por David Amitín y Mauricio Kartun).

La ilustración corresponde al quinto y último acto de la puesta en escena dirigida por Elizabeth Freestone en 2019.

miércoles, 9 de junio de 2021

Venecia: EL BALDE RAPTADO (La secchia rapita), de Alessandro Tassoni


IV
 
Salve la reina del mar Adriático, vuelve
del Oriente a las provincias, a los reinos:
disuelta y libre de las discordias ajenas,
sentada tramaba altos designios:
y a gran parte de Grecia había sometido
de la mano de indignos usurpadores:
otros festejan al son de los anillos
para despojar a los pueblos vecinos.


Alessandro Tassoni (Italia, 1565-1635).

martes, 8 de junio de 2021

Venecia: EL PIADOSO VENECIANO, de Lope de Vega

 
(Fragmento del tercer acto, escena VIII)

Sidonio:
Válgame Dios, no creyera 
Gerardo, que aqueste mal
Me faltaba.


Gerardo:
En daño igual,
Lo que has de hacer considera.

Sidonio:
Vénte Gerardo conmigo.

Gerardo:
¿Dónde?

Sidonio:
A Venecia.

Silvia:
Detente;
Que no te vas solamente,
Pues que me llevas contigo.

Sidonio:
¡Silvia!

Silvia:
No hay Silvia, traidor.

Sidonio:
¿Cómo?

Silvia:
La carta he escuchado.

Sidonio:
¿Pues?...

Silvia:
Ya sé que eres casado.

Sidonio:
¿Qué te debo?

Silvia:
Sólo amor.

Sidonio:
Pues no te quejes de mí,
Si es que sólo amor te debo;
Que a despreciar no me atrevo
Mis hijos y honor por ti.
Silvia, yo soy veneciano,
Casado en Venecia estoy;
Que por una muerte, voy
Huyendo el rigor tirano.
Los años que estuve aquí,
Sincero amor te traté,
Porque agradecí tu fe
Y tu pena agradecí.
Forzosa me es la ausencia,
No puedo más.

Silvia:
Soy mujer...

Sidonio:
No llores.

Silvia:
Siento perder
Tu honrado trato y presencia.
Detente aquí sólo un día.

Sidonio:
Ni un punto puedo, Por Dios;
Que hoy hemos de ver los dos
El mar de la patria mía.
No me detangas; recelo
Mi muerte. Voyme.


Félix Lope de Vega y Carpio (España, 1562-1635).