Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).
Mostrando las entradas con la etiqueta Día de reyes. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Día de reyes. Mostrar todas las entradas

viernes, 5 de enero de 2024

Día de reyes y Mirándolas dormir: CUANDO DORMIDA TÚ, ME ECHO EN TU ALMA..., de Juan Ramón Jiménez

"... legiones de ángeles vienen por ti, de lejos -como los Reyes Magos al naciimiento eterno de nuestro amor-..."

Cuando, dormida tú, me echo en tu alma
y escucho, con mi oído
en tu pecho desnudo,
tu corazón tranquilo, me parece
que, en su latir hondo, sorprendo
el secreto del centro
del mundo. Me parece
que legiones de ángeles,
en caballos celestes
-como cuando, en la alta
noche escuchamos, sin aliento
y el oído en la tierra,
trotes distantes que no llegan nunca-,
que legiones de ángeles,
vienen por ti, de lejos
-como los Reyes Magos
al nacimiento eterno
de nuestro amor-,
vienen por ti, de lejos,
a traerme, en tu ensueño,
el secreto del centro
del cielo.

Juan Ramón Jiménez
(Español fallecido en Puerto Rico, 1881-1958). Obtuvo el premio Nobel en 1956.

jueves, 4 de enero de 2024

Día de reyes: EUGENIO ONIEGUIN, de Aleksandr Pushkin

"... la reverberación rosada de la nieve en la tardía aurora y la niebla que hay por la Epifanía..."

(
Fragmento del capítulo V)

Tatiana, alma rusa, sin saber por qué, amaba el invierno con su fría belleza, la escarcha al sol en un día glacial, los trineos, la reverberación rosada de la nieve en la tardía aurora y la niebla que hay por la Epifanía. Estas noches triunfaban en su casa a la moda antigua; las sirvientas echaban la buenaventura a sus señoritas y les predecían cada año maridos militares y campañas en las que ellos intervenían.

Tania creía en la tradición popular de la antigüedad, en la buenaventura echada en cartas, en los sueños y en lo que auguraba la luna. Le atormentaban los objetos y secretamente todos le decían algo, el presentimiento le oprimía el corazón; el gato mimoso, sentado encima de la estufa, ronroneando, se lavaba la cara con la patita; esto era para ella un infalible presagio de la llegada de los invitados. Si veía el cuerno estrecho de la luna en el lado izquierdo del cielo, temblaba y palidecía.

Cuando la estrella fugaz volaba por el cielo oscuro, para luego desvanecerse, Tania, con turbación, se daba prisa a murmurarle el deseo de su corazón antes que desapareciese. Cuando en algún sitio se encontraba con un fraile vestido de negro, o cuando una liebre le cortaba el camino en el campo, llena de dolorosos presenti- mientos, esperaba la desgracia, y por miedo no sabía qué empezar. Encontraba un placer indecible en el mismo horror, porque la Naturaleza nos creó de tal manera, que nos gustan las contradicciones.

Aleksandr Pushkin (Rusia, 1799-1837).

jueves, 5 de enero de 2023

Día de reyes: NAVIDAD, de Joseph Brodsky


Llegaron los magos. El bebé dormía profundamente.
Desde el firmamento la estrella iluminaba.
El viento helado la nieve amontonaba.
La arena susurraba. Crujía la hoguera en la entrada.
El humo iba con la vela. El fuego ardía en un gancho.
Las sombras se volvían más cortas
o, de pronto, más largas. Nadie sabía alrededor
que la cuenta de la vida esta noche reiniciaba.
Llegaron los magos. El bebé dormía profundamente.
Abruptas bóvedas rodeaban la cuna.
La nieve giraba. El blanco vapor se ensortijaba.
El niño ya estaba acostado: y sus regalos.

Joseph Brodsky
(Ruso nacionalizado estadounidense, 1940-1996). Obtuvo el premio Nobel en 1987.

(Traducido al español por Víctor Toledo).

miércoles, 4 de enero de 2023

Día de reyes: LA VIDA DE JESÚS, de François Mauriac

"¿Y aquellos hombres sabios, familiarizados con los astros, venidos de allende el Mar Muerto para adorara al Niño?"

(Fragmento del primer capítulo: La noche de Nazaret)

¿Subsiste todavía un testigo entre aquellos que asistieron antaño a la manifestación de Dios, desde el comienzo, en aquella noche bendita? ¿Dónde estaban los pastores? ¿Y aquellos hombres sabios, familiarizados con los astros, venidos de allende el mar Muerto para adorar al Niño? Todavía la historia del mundo parecía someterse entonces a los designios del Eterno. Si César Augusto ordenó el censo del Imperio y de las tierras vasallas como era Palestina en los días de Herodes, fue para que una pareja siguiera el camino que conduce de Nazaret a Jerusalén y a Belén, y porque Miqueas había profetizado: «Mas de ti, Belén de Efrata, pequeña en cuanto a tu rango entre los clanes de Judá, de ti nacerá el soberano de Israel...»

François Mauriac (Francia, 1885-1970).
Obtuvo el premio Nobel en 1952.

(Traducido al español por F. Oliver Brachfeld).

lunes, 11 de abril de 2022

Día de reyes: LOS REYES MAGOS NO EXISTEN, Camilo José Cela, Gabriel García Márquez y Cabrera Infante

"Los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar..."

"Como alguien nos dijo -hace muchos años ya- que era un tanto dudosa la existencia de los Reyes Magos cabalgando sus caballos alados y velocísimos con un completo bazar a cuestas, por todos los caminos el mundo, nosotros miramos, pasado el primer momento de estupor, para nuestros zapatos, para nuestros traidores zapatos que, estando en el secreto, tan callado se lo tenían." Así principia la crónica de Camilo José Cela titulada Los zapatos de la Noche de Reyes, escrita a principios de los años sesenta y que rescata ese momento de desengaño en la vida de cualquier niño que comienza a dejar de serlo.

"Nosotros los miramos implacablemente -no más que un momento- y nuestros zapatos, como en las últimas confesiones, mostraron un ejemplar arrepentimiento que nos desarmó. Pero ¡ay!, que no nos quitó de encima el disgusto, el inmenso y doble disgusto que invadía nuestro corazón. Grande como las montañas y doble, decíamos, porque pecaba contra la lealtad y la fantasía."

Y prosigue el desencanto: "Aquella mañana se borró de nuestra mente todo un mundo misterioso, afable y sobrecogedor, y otro mundo -si no misterioso, indescifrable; si no lleno de amabilidad, si pletórico de hiel; si no sobrecogedor como un cuento de brujas en la alta noche, sí espantable como una cierta y concreta terrible evidencia- pasó a llenar la infantil cabeza recién vacía, como un vaso que se derrama."

Años después, en diciembre de 1980, Gabriel García Márquez, publicó el artículo Estas navidades siniestras, en el que expresaba: "Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar. El Niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más pequeñas que la virgen y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los reyes magos el camino de salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau."

Después de eso, García Márquez -al igual que le aconteció a Cela-, recuerda su amarga confrontación con el realismo del mundo adulto:

"La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeran los reyes magos -como sucede en España con toda razón- sino el Niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión, no sólo porque yo creía de veras que era el Niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque habría querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños y me quedé en el limbo. Aquel día -como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdería la inocencia. Pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora."Mi madre se rió con una risa apenada.

El cubano Guillermo Cabrera Infante, en un texto autobiográfico que lleva por título El día que terminó mi niñez, narra:

"- Todavía eres más niño de lo que yo pensaba. No es eso, es referente a los Reyes Magos.

 Por fin: lo había visto venir desde el principio. ¿Qué será?

 - ¿Lo de los Reyes?

 - Sí, hijito, lo de los Reyes. ¿No te diste cuenta que ella trataba de decirles a ustedes que los Reyes no existían?

 No me había dado cuenta de ello, pero comenzaba a darme cuenta de lo que mi madre se traía entre manos. Ella tomó aliento.

 - Pues bien: ella lo hizo sin malicia, pero de despreocupada que es, yo lo hago por necesidad. Silvestre, los Reyes Magos no existen.

 Eso fue todo lo que dijo. No: dijo más, pero yo no oí nada más. Sentí pena, rabia, ganas de llorar y ansias de hacer algo malo. Sentí el ridículo en todas sus fuerzas al recordarme mirando al cielo en busca del camino por donde vendrían los Reyes Magos tras la estrella. Mi madre no había dejado de hablar y la miré y vi que lloraba.

 - Mi hijito, ahora quiero pedirte un favor: quiero que mañana vayas con este peso y compres para ti y para tu hermano algún regalito barato y lo guardamos hasta pasado. Tu hermano es muy chiquito para comprender.

 Eso o algo parecido fue lo último que dijo, luego agregó: «Mi niño», pero yo sentí que no era sincera, porque esas palabras no me correspondían: yo no era ya un niño, mi niñez acababa de terminar.

 Pero las lecciones de la hipocresía las aprende uno rápido y hay que seguir viviendo. Todavía faltaban muchos años para hacerme hombre, así que debía seguir fingiendo que era un niño. Al día siguiente me encontré con Fernandito cuando venía de la tienda. Llevaba yo bajo el brazo un par de sables de latón y sus vainas y un pito de auxilio, que me habían costado setenta centavos. Me acerqué a Fernandito que pretendía no haberme visto.

 - Oye, Fernandito -le dije, amistoso-, un amigo vale más que un secreto. Te voy a decir lo que le pedí a los Reyes.

 Me miró radiante, sonriendo.

 - ¿Sí? ¿Dime, dime qué cosa?

 - Un sable de guerra.

 Y para completar el gesto infantil, imité un guerrero con su sable en la mano, el pelo revuelto y una mueca de furia en el rostro."

En fin, que los reyes magos no existen pero en algún momento fueron posibles porque en el universo infinito de la imaginación infantil así quisimos que fuese. Negarlos, dice Cela, es pecar contra la fantasía, al hacerlo, según García Márquez, habremos perdido la inocencia. Parecerá ridículo, pero he decidido volver a dejar mis zapatos a la vista durante la próxima noche de reyes, sólo para "seguir creyen- do". Qué importa que amanezcan vacíos.

Jules Etienne

sábado, 9 de abril de 2022

Día de reyes: EL SARCÓFAGO DE LOS REYES MAGOS, de James Rollins


(Fragmento del prólogo)

Marzo de 1162

Aunque se atisbaba ya la primavera, el invierno dominaba todavía las cumbres. Los picos resplandecían bajo la luz de poniente. La nieve reflejaba la luz, mientras una nube de escarcha se desprendía de las afiladas cumbres. Pero allí, en los sombríos desfiladeros, el deshielo había convertido el suelo boscoso en una ciénaga. A los caballos se les hundían las patas en el barro y corrían el riesgo de romperse un hueso a cada paso. Delante, el carruaje se atollaba casi hasta los ejes.

Joachim espoleó a la yegua para reunirse con los soldados en el carruaje.

Habían enganchado otro tronco de caballos al frente y los hombres empujaban desde atrás. Debían llegar al sendero que bordeaba la siguiente cadena montañosa.

- ¡Ea! -gritó el cochero, restallando el látigo.

El caballo que iba al frente estiró la cabeza hacia atrás y luego empujó con fuerza el yugo. No ocurrió nada. Las cadenas se tensaron, los caballos bufaban con un hálito blanquecino en el aire gélido y los hombres proferían los juramentos más soeces.

Lenta, muy lentamente, el carruaje consiguió salir del fango con un chasquido de ventosa similar al de una herida abierta en el pecho. Pero al fin reanudó la marcha. La demora había costado sangre. Se oían los gemidos de los moribundos que habían quedado atrás, en el paso de montaña.

«La retaguardia debe resistir un poco más».

El carruaje prosiguió el ascenso. Los tres grandes sarcófagos de piedra que llevaban en su plataforma descubierta se deslizaban contra las cuerdas que los sostenían.

Si alguna se rompiera…

Fray Joachim llegó al carruaje cimbreante y el hermano Franz se acercó en su caba- llo.

- El sendero parece despejado -comentó.

- No podemos llevar las reliquias de vuelta a Roma. Tenemos que llegar a la frontera alemana.

Franz asintió, comprensivo. Las reliquias ya no estaban a salvo en suelo italiano, al menos mientras el Papa verdadero permaneciera exiliado en Francia y el falso continuara en Roma.

El carruaje ascendía más rápido, reafirmando su equilibrio a cada paso. Aun así, no avanzaba a más velocidad que un hombre a pie. Desde la grupa de su montura, Joachim contemplaba las montañas en lontananza.

El fragor de la batalla se atenuó, sólo leves gemidos y sollozos inquietantes resona- ban por el valle. El chasquido de las espadas se aplacó por completo, señal inequí- voca de la derrota de la retaguardia.

A Joachim le hubiese gustado ver lo que pasaba, pero la densa sombra cubría las cumbres. La enramada de pinos negros lo ocultaba todo.


James Rollins: Jim Czajkowski (Estados Unidos, 1961).

viernes, 8 de abril de 2022

Día de reyes: CONOCIMIENTO DEL INFIERNO, de António Lobo Antunes


(Fragmento inicial del segundo capítulo)

Salió de la Quinta da Balaia, del verde domesticado y esnob de la Quinta da Balaia en la cual la sombra de los árboles imprime un leve tono rojizo, casi rosáceo, como el de las caracolas, las conchas y todo aquello donde el eco del mar se enrolla y canta, y se dirigió a la ciudad de Albufeira, las paredes de cuyas casas se asemejan a sábanas lavadas, muy blancas, blancas sobre el azul blanco del cielo. Unos obreros en bici- cleta pedaleaban en la carretera al sol, reyes magos transportando mirra del almuerzo en las tarteras, y él observó por el retrovisor sus facciones serias de retablo, labradas a cincel en la piedra oscura de los huesos, pensando que en el rostro moreno de los hombres había algo de la cal y el yeso de los muros, algo de las nubes de Van Gogh sobre los cuervos y el trigo, no formadas por la ausencia, sino por la tempestuosa acumulación de colores, amarillos violentos, morados trágicos, marrones de la sangre coagulada en una herida abierta, de la sangre que nunca se seca en una herida abier- ta.

António Lobo Antunes (Portugal, 1942).

(Traducido al español por Mario Merlino).

jueves, 7 de abril de 2022

Día de reyes: NAVIDAD EN BIAFRA, de Chinua Achebe

"... uno de los Reyes Magos, de acuerdo con la leyenda, como un Otelo negro en trajes suntuosos."

Este momento en que los ojos hundidos se tambalean
lentamente por la pendiente rocosa encima de
huesos rotos temerosos, hacia el horror
de desechos de dolor reunidos en el valle,
se convertirá no obstante en otro año perdido.
Una Navidad irrecuperable en las alturas,
su infierno explosivo transmutado
por las distancias cósmicas hacia la calma
de una fría estrella parpadeante… a las tumbas
de este momento llegaron sonidos lejanos de
los cánticos de otros hombres flotando en el crujido de las olas,
burlándose de nosotros. ¿Con remordimiento? ¿Esperanza? ¿Anhelo? Nada de
eso, extrañamente tampoco desesperación,
más bien puro, odio trascendental destilado…

Más allá de la puerta del hospital
las buenas monjas habían instalado un pesebre
de palmeras para ofrecer refugio
a una fina escena de Belén de escayola. La Sagrada
Familia estaba en el centro, serena, el Niño
Jesús rollizo con mirada sabia y mejillas rosadas: uno
de los Reyes Magos, de acuerdo con la leyenda,
como un Otelo negro en trajes suntuosos. Otras
figuras de hombres y ángeles parados
a distancia calculada del
corazón del milagro divino
y el buey de siempre mirando fijamente
con un sagrado asombro…

Más pobre que los pobres devotos
que habían pagado su homenaje
con el lamentable ofrecimiento de nuevas monedas
de aluminio que algunos comerciantes habrían aceptado y
un desgastado billete de cinco chelines,
ella se persignó y rezó con los ojos abiertos. Su
hijo, apoyado como un lagarto muerto
en su hombro, los brazos y las piernas
cauterizados por el hambre eran para su clase
un milagro. Grandes ojos hundidos
afligidos por el aburrimiento del pasado hasta una llana
e irreconocible viscosidad, iban a acabar lejos e
inmóviles en su hombro…

Terminada su oración
le dio la vuelta al niño y señaló
esas bonitas figuras de Dios
y ángeles y hombres y bestias,
una escena que remueve el corazón
de un niño. Pero todo lo que él concedió
fue una lenta mirada inexpresiva totalmente
irreconocible y de nuevo comenzó
a girar su enorme cabeza a un lado,
agotado como antes en la distancia vacía…
Ella encogió los hombros, se persignó
otra vez y se lo llevó.

Albert Chinualumogu Achebe
(Nigeriano fallecido en Estados Unidos, 1930-2013).

miércoles, 6 de abril de 2022

Día de reyes: LA SEMILLA DEL DIABLO, de Ira Levin

"... un escaparate en donde había un pequeño belén (...) representando al Niño Jesús, María y José, los Reyes Magos..."

(Fragmento del capítulo XIII)

Ojalá que sí. Puede que este aviso de la muerte, que es lo que iba a ser, un aviso de la muerte y no la muerte misma, los empujara hacia el matrimonio, y todo resultara al final una bendición disfrazada. Quizá. Quizá.

Cruzó Madison Avenue y en alguna parte entre las avenidas Madison y Quinta se halló mirando a un escaparate en donde había un pequeño belén iluminado, hecho con exquisitas figuritas de porcelana representando al Niño Jesús, María y José, los Reyes Magos, los pastores, y la mula y el buey en el establo. Ella sonrió ante tan tierna escena, llena de simbolismo y emoción, que habían sobrevivido a su agnosticismo; y entonces vio en el cristal del escaparate, como un velo colgado ante la Natividad, su propia sonrisa reflejada, con las mejillas esqueléticas y los ojos con ojeras negras que ayer habían alarmado a Hutch y ahora la alarmaron a ella.

Ira Levin (Estados Unidos, 1929-2007).

martes, 5 de abril de 2022

Día de reyes: ESTAS RUINAS QUE VES, de Jorge Ibargüengoitia

"... a que viéramos una Adoración de los Reyes Magos que había rescatado del patio de Hildebrando..."

(Fragmento que refiere la Adoración de los Reyes Magos)

Sebastián Montaña, viendo que faltaba un rato para el banquete, nos invitó a la rectoría a que viéramos una Adoración de los Reyes Magos que había rescatado del patio de Hildebrando, y a que probáramos un mezcal muy famoso que tenía guardado en su escritorio.

El edificio de la Universidad, como muchos otros de Cuévano, está lleno de pasillos y escaleras. No hay manera de dar diez pasos sin tener que bajar dos escalones, subir tres o dar la vuelta a un recodo.

Íbamos de dos en fondo. Sarita, que llevaba tacones muy altos, se quedó sola, mero atrás. Caminaba erguida, mirando al frente. Cuando bajaba escalones tenía vibraciones inesperadas. A veces se detenía y se quedaba leyendo pequeñas etiquetas pegadas al muro que decían: "chancros, sífilis, gonorrea. Doctor Fandango. Calle del Triunfo de Bustos 22". Cuando se dio cuenta de que yo estaba mirándola, sonrió por cuarta vez.

La Adoración de lo Reyes Magos no era gran cosa, pero entre que el joven Rocafuerte le ponía peros y Carlitos Mendieta pedía que lo dejaran restaurarla antes de que se cayera en pedazos, se pasó el tiempo. Cuando fuimos al patio donde iba a ser el banquete, ya la policía había cerrado la puerta, y para que nos dejaran pasar tuvimos que entregar nuestras invitaciones al capitán Hinojosa, jefe de la guardia de corps y uno de los hombres más brutos de Cuévano.


Jorge Ibargüengoitia (Méxicano fallecido en España, 1928-1983).

lunes, 4 de abril de 2022

Día de reyes: GASPAR, MELCHOR Y BALTASAR, de Michel Tournier

"... una historia llena de gritos y de horrores, la que les ha contado el gran rey Herodes, y que es (...) la historia de un reinado feliz y próspero..."

(Fragmento del capítulo Herodes el grande)

Se fueron. Se adentraron en el profundo valle de Gihon, y ascendieron las abruptas pendientes de la montaña del Mal Consejo. Saludaron a su paso la tumba de Raquel. Anduvieron hacia la estrella que se eriza de agujas de luz en el aire glacial. Avanza- ron con paso sideral, y cada uno poseía un secreto y una manera de caminar. Está el que se deja mecer por la tranquila ambladura de su camello, y que sólo ve en el cielo negro la cara y los cabellos de la mujer que ama. Está el que inscribe en la arena la huella diagonal del trote de su yegua, y que sólo ve en el horizonte el aleteo de un gran insecto centelleante. También hay el que va a pie porque lo ha perdido todo, y sueña con un imposible reino celestial. En los oídos de los tres resuena todavía una historia llena de gritos y de horrores, la que les ha contado el gran rey Herodes, y que es su historia, la historia de un reinado feliz y próspero, bendecido por el bajo pueblo de los campesinos y de los artesanos.

¿O sea que el poder es eso?, se pregunta Melchor. Ese infecto magma de torturas y de incestos, ¿es el precio que hay que pagar para ser un gran soberano que va a ocupar para siempre un lugar en la historia?

¿O sea que el amor es eso?, piensa Gaspar. Herodes sólo ha amado a una mujer, Mariamna, con un amor total, absoluto, indestructible, pero, ay, no correspondido. Porque Mariamna, la asmonea, no era de la raza de Herodes, el idumeo, y la desdi- cha no ha dejado de ensañarse con esa pareja maldita, una desdicha que se repite con monótona ferocidad en todas y cada una de las generaciones que han salido de ellos. Y el negro Gaspar se estremece al medir el abismo lleno de amenazas que le separa de Biltina, la rubia fenicia.

¿Es eso el amor al arte?, se interroga Baltasar, con los ojos fijos en el abanderado celeste, que agita sus alas de fuego. En su mente se confunden dos revueltas, la de Nippur que destruyó su Balchazareum, y la de Jerusalén que abatió el águila de oro del Templo. Pero mientras Herodes respondió a los sublevados a su manera, con una matanza, él, Baltasar, cedió. El Balthazareum no fue ni vengado ni reconstruido. Porque el viejo rey de Nippur es presa de una duda. La hermosura de las estatuas griegas, de las pinturas romanas, de los mosaicos púnicos o de las miniaturas etruscas, cuando toda la tradición religiosa la condena, ¿no será porque contiene realmente algo de maldito? Piensa en su joven amigo, Asur el babilonio, que orienta sus búsquedas hacia una celebración de las humildes realidades humanas. Pero ¿cómo exaltar lo que por su naturaleza está condenado a ser irrisorio, efímero?

Y los tres tratan de imaginar, cada uno a su manera, al pequeño rey de los judíos hacia el cual Herodes les ha delegado tras de su pájaro blanco. Pero todo se hace confuso en su mente, porque aquel Heredero del Reino mezcla atributos incompa- tibles, la grandeza y la pequeñez, el poder y la inocencia, la plenitud y la pobreza.

Hay que seguir andando. Ir a ver. Abrir los ojos y el corazón a verdades desconoci- das, prestar oído a palabras inauditas. Andan, presintiendo con conmovido gozo que tal vez una era nueva va a abrirse ante sus pasos.

Michel Tournier (Francia, 1924-2016).

La ilustración corresponde a la reproducción del palacio de Herodes en Jerusalén.

domingo, 3 de abril de 2022

Día de reyes: UN PAR DE VISIONES AMARGAS, de Gabriel Miró y Marco Denevi

"Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén."

Los tres caminantes

(Fragmento)

Gaspar, Balthásar y Melchor subían las manos, y las familias les maldijeron. Les veían demacrados y pobres, pero invocaban la misma estrella que la turba del rey señalaba cuando degolló a sus hijos.

Lejos, en el albergue, se torcían los rojos corazones de las hogueras. Y en el portal se les cayeron las carroñas exhaustas de sus bestias. Llamaron los tres caminantes. Les recibió un husmo de castas, un tufo de hachones y fogariles, un olor agrio de frutas que se derretían, un aliento de intemperies cobijadas toda la noche». Ganados y recuas rodeando los pozos. Judíos en oración, inmóviles, hacia Jerusalem. Soldados, mayorales, trajineros disputándose armas, aparejos, rameras. Despertaban las caravanas a punto de abrirse en una rosa de rutas y climas. Como en todos los paradores. Seguir; comenzar; volver en curvas de río por la misma planicie. Ahora estaría la cumbre de ellos ungida de las esencias de la madrugada, como en los tiempos de su quietud, antes de la aparición de la estrella. Como entonces y sin ellos; sin poder retornar a entonces. Se internaron por corredores cavados dentro de la colina que sostiene la obra de la caravanera. Salían hatos, acémilas, familias... Después todo se quedaba recogido, tierno de la flor del alba; y por una pared rota bajaba muy grande el lucero. En lo último del refugio había un rodal de gentes con gallaruzas de vellones, con capuces peludos de olor de majada. Ponían sus manos de cepas a la lumbre despertando el rescoldo no como los magos hacían con el fuego divino de sus losas, sino como fuego terrenal creado para el bien de los hombres. Conversaban mirando a una rinconada donde se guarecía un matrimonio de Nazareth: la mujer lisa, frágil de recién parida, aniñada por la maternidad; el marido tostado, maduro, con sayal tosco y el paño de su frente desatado, y se le juntaban la cabellera aceitosa y la barba que principiaba a encanecer.

Los pastores les daban agua y lienzos con que lavar y aviar el hijo, y después se lo pusieron al pecho de la madre. Todo lo iban reflejando los gordos ojos de la jumenta que les trajo de su país y los de un buey echado detrás del pesebre que volvía su cuerna moviendo despacio las quijadas con un crujido de grama, dejando el humo de su morro caliente; y cuando paraba de rumiar se sentía mamar a la criatura.

Marido, mujer, pastores y bestias se volvieron pasmados a los tres aparecidos.

¿Serían tres ángeles? Tres ángeles de blancuras ajadas, extenuados, envejecidos de tanto caminar. Vendrían de las orillas del cielo, donde el cielo y la tierra tienen un vado de montes azules.

Gaspar, Balthásar y Melchor se arrimaron poco a poco entre garbas de lena y atadijos y vasijas del ajuar de la familia de Nazareth, hasta postrarse en el pajuz.

El hijo soltose del pecho. Y Balthásar le dejó delante un terrón de oro; Gaspar, un alabastro de incienso; Melchor, un pomo de mirra. No dijeron nada. Callando era más clara la suavidad de su cansancio en el descanso. Así, con el silencio de su boca respondían al silencio interior de su vida. Ni se preguntaban si habían venido, si habían bajado de su cumbre lejana para eso. Si habían pasado desiertos, fragas, ríos, naciones para ver un matrimonio artesano con un hijo recién nacido. No se lo reprocharon. Nunca habían sentido esta emoción de humanidad. Buscaron la gloria prometida al mundo, y se encontraban a sí mismos en su alma trémula de ternuras. No se calcinaría el misterio ni el deseo. No se les vería regresar con la estrella apagada.

Siempre los tres magos camino de Bethlem, con el lucero llagándoles los ojos.

Gabriel Miró (España, 1879-1930).

Desastroso fin de los tres reyes magos

“Herodes, viéndose burlado por los Magos se irritó
sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén.”
(Mateo, 2, 16).

Camino de regreso a sus tierras, los tres Reyes Magos oyeron a sus espaldas el clamor de la Degollación. Más de una madre corrió tras ellos, los alcanzó y los maldijo. De todos modos la noticia se propagó velozmente. Marcharon entre puños crispados y sordas recriminaciones de hombres y mujeres. En una encrucijada vieron a José y a María que huían a Egipto con el Niño. Cuando llegaron a sus respectivos países los mató el remordimiento.

Marco Denevi (Argentina, 1922-1998).

sábado, 2 de abril de 2022

Día de reyes: LA MAYOR ESPERANZA (Los niños de Herodes), de Ilse Aichinger


(Fragmento de Temor al miedo)

- Quizás entendiste mal -murmuró Elena-. Tal vez quisieron decir que la muerte significa una estrella.

- No se dejen desviar -dijo Ana en voz baja-. Es todo lo que puedo decirles. Tienen que seguir la estrella. No les pregunten a los adultos porque no les van a decir la verdad. No la verdad a fondo. Mejor pregúntense ustedes mismos, preguntenselo a su ángel.

- ¡La estrella! -dijo Elena con las mejillas radiantes-. La estrella de los reyes magos, lo supe todo el tiempo.

- Me da pena por la policía secreta -dijo Ana-. Tienen miedo del rey de los judíos otra vez.

Julia se puso de pie y mientras corría las cortinas dijo:

- Qué oscuro se ha puesto.

- Tanto mejor -respondió Ana.

Ilse Aichinger
(Escritora austriaca en lengua alemana, 1921-2016).

Die Grössere Hoffnung ha sido traducida al inglés como The Greater Hope o Herod's Children,
y al español como La esperanza más grande o La mayor esperanza.

viernes, 1 de abril de 2022

Día de reyes: ANTES DEL FIN, de Ernesto Sabato

"... venían misteriosamente cuando (...) estábamos dormidos, para dejar en nuestros zapatos algo muy deseado..."

(Fragmento)

Siempre he añorado los ritos de mi niñez con sus Reyes Magos que ya no existen más. Ahora, hasta en los países tropicales, los reemplazan con esos pobres diablos disfrazados de Santa Claus, con pieles polares, sus barbas largas y blancas, como la nieve de donde simulan que vienen. No, estoy hablando de los Reyes Magos que en mi infancia, en mi pueblo de campo, venían misteriosamente cuando ya todos los chiquitos estábamos dormidos, para dejarnos en nuestros zapatos algo muy deseado; también en las familias pobres, en que apenas dejaban un juguete de lata, o unos pocos caramelos, o alguna tijerita de juguete para que una nena pudiera imitar a su madre costurera, cortando vestiditos para una muñeca de trapo.

Hoy a esos Reyes Magos les pediría sólo una cosa: que me volvieran a ese tiempo en que creía en ellos, a esa remota infancia, hace mil años, cuando me dormía anhelando su llegada en los milagrosos camellos, capaces de atravesar muros y hasta de pasar por las hendiduras de las puertas -porque así nos explicaba mamá que podían hacerlo-, silenciosos y llenos de amor. Esos seres que ansiábamos ver, tardándonos en dormir, hasta que el invencible sueño de todos los chiquitos podía más que nuestra ansiedad. Sí, querría que me devolvieran aquella espera, aquel candor. Sé que es mucho pedir, un imposible sueño, la irrecuperable magia de mi niñez con sus navidades y cumpleaños infantiles, el rumor de las chicharras en las siestas de verano.

Ernesto Sabato (Argentina, 1911-2011).

jueves, 31 de marzo de 2022

Día de reyes: DÉCIMOSEGUNDA MAÑANA, o LO QUE QUIERAS, de Elizabeth Bishop

"... el mundo es una perla, y yo, soy yo..."

Como una primera capa de cal cuando está húmeda
la fina niebla gris deja traslucir todo:
al pequeño negro Baltasar, una valla, un caballo,
una casa hundida,

-cemento y vigas que sobresalen desde una duna.
(La Compañía trata de pasar estas blancas pero desgastadas
dunas como césped) "Naufragio", decimos; tal vez
esto es un casaufragio.

El mar está en alguna parte, sin hacer nada. Escucha.
Un aliento expulsado. Y débil, débil, débil
(o estás escuchando cosas), el llanto desgarrador
de los pájaros lavandera.

La cerca, tres hilos de alambre de púas, todo óxido puro
tres líneas punteadas, avanzan con suerte
a través de los lotes; lo piensan mejor; doblan
en una especie de esquina...

No le preguntes al gran caballo blanco: ¿Se supone que debes
estar dentro o fuera de la cerca? Todavía está
dormido. Incluso despierto, es probable
que siga dudando.

Es más grande que la casa. La fuerza de
la personalidad, ¿o la perspectiva se adormece?
Un caballo color peltre, una mezcla antigua,
estaño, plomo y plata,

él brilla un poco. Pero un galón puede
acercarse a la cabeza de Baltasar
sigue destelleando que el mundo es una perla, y yo,
soy yo

¡su punto culminante! Puedes escuchar el agua ahora,
adentro, golpeando. Baltasar está cantando.
“Hoy es mi aniversario”, canta,
“el Día de Reyes”.

Elizabeth Bishop (Estados Unidos, 1911-1979).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

Es posible leer el poema en inglés en The New York Review donde apareció originalmente el 2 de abril de 1964.
Pasado mañana, sábado, se cumplirán 58 años de su publicación.

miércoles, 30 de marzo de 2022

DÍA DE REYES, de José Lezama Lima


Es el día, como decía Baudelaire, en que todos se ríen con dientes de igual blancura. Los reyes con sus mazorcas de oro y el buey con su tibio aliento, se hacen de la flor del homenaje para el niño. ¿Quién no recuerda la medianoche del Día de Reyes? despiertos, jadeantes, cuando los tres reyes apretaron nuestra mano, cambiaron sonrisas, volcaron su cornucopia de halagos y nos dejaron el recuerdo de la monarquía universal de la bondad, la bruñida estrella de la alegría compartida e interpretada.

Publicado en el Diario de la Marina, en La Habana, el 6 de enero de 1950.

José Lezama Lima (Cuba, 1910-1976).

La ilustración corresponde al castillo de los tres reyes magos del Morro, en La Habana, Cuba.

martes, 29 de marzo de 2022

Día de reyes: LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS, de Manuel Mujica Láinez

"El señor Fernando VII enviaba el tapiz, tejido según un cartón de Rubens..."

Hace buen rato que el pequeño sordomudo anda con sus trapos y su plumero entre las maderas del órgano: A sus pies, la nave de la iglesia de San Juan Bautista yace en penumbra. La luz del alba -el alba del día de los Reyes- titubea en las ventanas y luego, lenta, amorosamente, comienza a bruñir el oro de los altares.

Cristóbal lustra las vetas del gran facistol y alinea con trabajo los libros de coro casi tan voluminosos como él. Detrás está el tapiz, pero Cristóbal prefiere no mirarlo hoy.

De tantas cosas bellas y curiosas como exhibe el templo, ninguna le atrae y seduce como el tapiz de La Adoración de los Reyes; ni siquiera el Nazareno misterioso, ni el San Francisco de Asís de alas de plata, ni el Cristo que el Virrey Ceballos trajo de Colonia del Sacramento y que el Viernes Santo dobla la cabeza, cuando el sacristán tira de un cordel.

El enorme lienzo cubre la ventana que abre sobre la calle de Potosí, y se extiende detrás del órgano al que protege del sol y de la lluvia. Cuando sopla viento y el aire se cuela por los intersticios, muévense las altas figuras que rodean al Niño Dios.

Cristóbal las ha visto moverse en el claroscuro verdoso. Y hoy no osa mirarlas.

Pronto hará tres años que el tapiz ocupa ese lugar. Lo colgaron allí, entre el arrobado aspaviento de las capuchinas, cuando lo obsequió don Pedro Pablo Vidal, el canónigo, quien lo adquirió en pública almoneda por dieciséis onzas peluconas. Tiene el paño una historia romántica. Se sabe que uno de los corsarios argentinos que hostigaban a las embarcaciones españolas en aguas de Cádiz, lo tomó como presa bélica con el cargamento de una goleta adversaria. El señor Fernando VII enviaba el tapiz, tejido según un cartón de Rubens, a su gobernador de Filipinas, testimo- niándole el real aprecio. Quiso el destino singular que en vez de adornar el palacio de Manila viniera a Buenos Aires, al templo de las monjas de Santa Clara.

El sordomudo, que es apenas un adolescente, se inclina en el barandal. Allá abajo, en el altar mayor, afánanse los monaguillos encendiendo las velas. Hay mucho viento en la calle. Es el viento quemante del verano, el de la abrasada llanura. Se revuelve en el ángulo de Potosí y Las Piedras y enloquece las manti1las de les devotas. Mañana no descansarán los aguateros, y las lavanderas descubrirán espejismos de incendio en el río cruel. Cristóbal no puede oír el rezongo de las ráfagas a lo largo de la nave, pero siente su tibieza en la cara y en las manos, como el aliento de un animal. No quiere darse vuelta porque el tapiz se estará moviendo y alrededor del Niño se agitarán los turbantes y las plumas de los séquitos orientales.

Ya empezó la primera misa El capellán abre los brazos. y relampaguea la casulla hecha con el traje de una Virreina. Asciende hacia las bóvedas la fragancia del incienso.

Cristóbal entrecierra los ojos. Ora sin despegar los labios. Pero a poco se yergue, porque él, que nada oye, acaba de oír un rumor a sus espaldas. Sí, un rumor, un rumor levísimo, algo que podría compararse con una ondulación ligera producida en el agua de un pozo profundo, inmóvil hace años. El sordomudo está de pie y tiembla. Aguza sus sentidos torpes, desesperadamente, para captar ese balbucir.

Y abajo el sacerdote se doblega sobre el Evangelio, en el esplendor de la seda y de los hilos dorados, y lee el relato de la Epifanía.

Son unas voces, unos cuchicheos,.desatados a sus espaldas. Cristóbal ni oye ni habla desde que la enfermedad le dejó así, aislado, cinco años ha. Le parece que una brisa trémula se le ha entrado por la boca y por el caracol del oído y va despertando viejas imágenes dormidas en su interior.

Se ha aferrado a los balaústres, el plumero en la diestra. A infinita distancia, el oficiante refiere la sorpresa de Herodes ante la llegada de los magos que guiaba 1a estrella divina.

- Et apertis thesaurus suis -canturrea el capellán- obtulerunt ei munera, aurum, thus et myrrham.

Una presión física más fuerte que su resistencia obliga al muchacho a girar sobre los talones y a enfrentarse con el gran tapiz.

Entonces en el paño se alza el Rey mago que besaba los pies del Salvador y se hace a un lado, arrastrando el oleaje del manto de armiño. Le suceden en la adoración los otros Príncipes, el del bello manto rojo que sostiene un paje caudatario, el Rey negro ataviado de azul. Oscilan las picas y las partesanas. Hiere la luz a los yelmos mitológicos entre el armonioso caracolear de los caballos marciales. Poco a poco el séquito se distribuye detrás de la Virgen María, allí donde la mula, el buey y el perro se acurrucan en medio de los arneses y las cestas de mimbre. Y Cristóbal está de hinojos escuchando esas voces delgadas que son como subterránea música.

Delante del Niño a quien los brazos maternos presentan, hay ahora un ancho espacio desnudo. Pero otras figuras avanzan por la izquierda, desde el horizonte donde se arremolina el polvo de 1as caravanas y cuando se aproximan se ve que son hombres del pueblo, sencillos, y que visten a usanza remota. Alguno trae una aguja en la mano; otro, un pequeño telar; éste lanas y sedas multicolores; aquél desenrosca un dibujo en el cual está el mismo paño de Bruselas diseñado prolijamente bajo una red de cuadriculadas divisiones. Caen de rodillas y brindan su trabajo de artesanos al Niño Jesús. Y luego se ubican entre la comitiva de los magos, mezcladas las ropas dispares, confundidas las armas con los instrumentos de las manufacturas flamencas.

Una vez más queda desierto el espacio frente a la Santa Familia.

En el altar, el sacerdote reza el segundo Evangelio.

Y cuando Cristóbal supone que ya nada puede acontecer, que está colmado su estupor, un personaje aparece delante del establo. Es un hombre muy hermoso, muy viril, de barba rubia. Lleva un magnífico traje negro, sobre el cual fulguran el blancor del cuello de encajes y el metal de la espada. Se quita el sombrero de alas majestuosas, hace una reverencia y de hinojos adora a Dios. Cabrillea el terciopelo, evocador de festines, de vasos de cristal, de orfebrerías, de terrazas de mármol rosado. Junto a la mirra y los cofres, Rubens deja un pincel.

Las voces apagadas, indecisas, crecen en coro. Cristóbal se esfuerza por comprenderlas, mientras todo ese mundo milagroso vibra y espejea en torno del Niño.

Entonces la Madre se vuelve hacia el azorado mozuelo y hace un imperceptible ademán, como invitándolo a sumarse a quienes rinden culto al que nació en Belén.

Cristóbal escala con mil penurias el labrado facistol, pues el Niño está muy alto. Palpa, entre sus dedos, los dedos aristocráticos del gran señor que fue el último en llegar y que le ayuda a izarse para que pose los labios en los pies de Jesús. Como no tiene otra ofrenda, vacila y coloca su plumerillo al lado del pincel y de los tesoros.

Y cuando, de un salto peligroso, el sordomudo desciende a su apostadero de barandal, los murmullos cesan, como si el mundo hubiera muerto súbitamente. El tapiz del corsario ha recobrado su primitiva traza. Apenas ondulan sus pliegues acuáticos cuando el aire lo sacude con tenue estremecimiento.

Cristóbal recoge el plumero y los trapos. Se acaricia las yemas y la boca. Quisiera contar lo que ha visto y oído, pero no le obedece la lengua. Ha regresado a su amurallada soledad donde el asombro se levanta como una lámpara deslumbrante que transforma todo, para siempre.

Manuel Mujica Láinez (Argentina, 1910-1984).

La ilustración corresponde a la Adoración de los magos (1629), de Peter Paul Rubens.

lunes, 28 de marzo de 2022

Día de reyes: CAMINO DE LA CRUZ, de Daphne du Maurier

"Pusieron en escena un encantadora Natividad, el año pasado -dijo-. Robin era uno de los tres Reyes Magos."

(Fragmento)

De pronto se le ocurrió una idea estupenda, y se volvió encantado hacia el reverendo Babcock.

- En vista de que ésta es la noche del decimotercer día de Nisan -dijo-, ¿no debe- ríamos bajar todos la colina, basta el Huerto de Getsemaní? No está muy lejos. Se lo pregunté al guía. Jesús y sus discípulos cruzaron el valle, pero nosotros no necesitamos hacerlo. Podemos imaginar que hemos retrocedido dos mil años en el tiempo, y que vamos a encontrarlos allí.

Incluso su abuela, que generalmente aprobaba cuanto él hacía, pareció un poco molesta.

- Realmente, Robin -exclamó- no creo que ninguno de nosotros se sienta muy dispuesto, después de cenar, a salir a dar tropezones en la oscuridad. Recuerda que esto no es la representación teatral de final de curso.

Se dirigió a Babcock.

- Pusieron en escena una encantadora Natividad, el año pasado -dijo-. Robin era uno de los tres Reyes Magos.

- Oh, ya -contestó Babcock-. Mis chicos de Huddersfield también hicieron una en el club. Tomando Vietnam como escenario. Resultó impresionante.

Robin le miraba con más intensidad de lo usual, y tuvo que hacer un esfuerzo para sostener el desafío.

Daphne du Maurier (Inglaterra, 1907-1989).