Todo fue normal ese día, salvo un incidente que se produjo cuando los novios se dirigían a la iglesia. Debido a arreglos en el pavimento, la comitiva nupcial hubo de pasar por la avenida donde se desarrollaba el Carnaval. En la primera berlina iba Cosette con el señor Gillenormand y Jean Valjean. En la segunda iba Marius.
Los carruajes tuvieron que detenerse en la fila que se dirigía a la Bastilla; casi al mismo instante en el otro extremo, la otra fila que iba hacia la Magdalena, se detuvo también. Había allí un carruaje lleno de máscaras que participaban en las fiestas.
La casualidad quiso que dos máscaras de aquel carruaje, un español de descomunal nariz con enormes bigotes negros, y una verdulera flaca, aún en la flor de la edad, y con antifaz, quedaran al frente del coche de la novia.
- ¿Ves a ese viejo? -dijo el hombre.
- ¿Cuál?
- Aquel que va en el primer coche, a este lado.
- ¿El que lleva el brazo metido en un pañuelo negro?
- El mismo. ¡Que me ahorquen si no lo conozco! ¿Puedes ver a la novia inclinándote un poco?
- No puedo.
- No importa. Te digo que conozco al del brazo vendado.
- ¿Y qué ganas con conocerlo?
- Escucha.
- Escucho.
- Yo, que vivo oculto, no puedo salir sino disfrazado. Mañana no se permiten ya máscaras como que es miércoles de Ceniza, y corro peligro de que me echen el guante. Fuerza es que me vuelva a mi agujero. Tú estás libre.
- No del todo.
- Más que yo al menos.
- Bien. ¿Qué es lo que quieres?
- Que averigües dónde viven los de esa boda.
- ¿Adónde van?
- Sí, es muy importante, Azelma, ¿me entiendes?
Se reinició el fluir de los vehículos, y el carruaje de las máscaras perdió al de los novios.
Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).
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