(Fragmento del capítulo 16: Eumeo)
- Creo que está en Dublín, no sé dónde -contestó Stephen sin darse por aludido- ¿Por qué?
- Un hombre dotado -dijo el señor Bloom sobre el seños Dedalus senior-, en más de un aspecto, y un raconteur de nacimiento como hay pocos. Quizá podría usted volver -arriesgó, aún pensando en la desagradabilísima escena en la estación de Westland Row en que se hizo perfectamente evidente que los otros dos, esto es, Mulligan y aquel amigo suyo, el turista inglés, que acabaron por engañar al tercer compañero, estaban intentando visiblemente, como si la maldita estación entera les perteneciera, dar esquinazo a Stephen en la confusión.
No hubo respuesta consiguiente a la sugerencia, sin embargo, en realidad estando demasiado atareadamente ocupados los ojos de la imaginación de Stephen en pintarse el hogar familiar la última vez que lo vio, con su hermana, Dilly, sentada junto a la lumbre, el pelo caído, esperandp a que se hiciera un cacao flojo de Trinidad que estaba en el puchero manchado de hollín para poderlo tomar con caldo de avena en vez de leche después de los arenques del viernes que habían comido a dos por penique, con un huevo por cabeza para Maggy, Bloody y Katey, mientras que el gato bajo la calandria devoraba una masa de cáscaras de huevo y cabezas chamuscadas de pescado y huesos en un trozo de papel de estraza de acuerdo con el tercer mandamiento de la Iglesia de ayunar o guardar abstinencia en los días de precepto, siendo entonces las témporas o, si no, miércoles de ceniza o algo así. James Joyce (Irlandés fallecido en Suiza, 1882-1941).
(Traducido al español por José María Valverde).
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