Muere la flor nacida en la mañana,
Rindiendo al cielo galas y primores:
La poderosa encina a los rigores
Del tiempo cede al fin su pompa vana.
Ese sol que los cielos engalana
También vendrá a morir con sus fulgores:
La noche del no ser, en sus horrores
Envolverá la creación liviana.
Serán menos que el polvo las ciudades;
Los montes, ni aun el aura que está en calma;
El mar, ni sueño que fingió la mente:
¡Hombre! polvo de vastas soledades
Será también tu cuerpo: sólo tu alma
Vivirá, como Dios, eternamente.
Joaquín José Cervino (España, 1817-1883).
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