(Fragmento del capítulo I: En el cual Van Mitten y su criado Bruno se pasean, miran y hablan sin comprender nada de lo que ven)
- Encuentro que es algo largo este ayuno del Ramadàn.
- ¡Como todos los ayunos!
Otros dos extranjeros, que se paseaban por delante del café, cambiaban sus impresiones sobre el particular.
- ¡Qué raros son estos turcos! -decía uno de ellos-. En verdad que si un viajero cualquiera visitase Constantinopla, durante esta especie de obligada cuaresma, llevaría una idea bien triste de la capital de Mahomet II.
- Sin embargo -replicó el otro-, Londres no es mucho más alegre los domingos, y si los turcos ayunan durante el día, se desquitan durante la noche, pues con el cañonazo que anuncia la puesta del sol comienzan a tomar las calles su habitual aspecto y a sentirse el olor de la carne asada, mezclada con el perfume de las bebidas y con el humo de los chibuquíes y cigarrillos.
En corroboración de lo antedicho, llamó el cafetero al mozo de su establecimiento, diciéndole:
- Es necesario que todo esté dispuesto. Dentro de una hora afluirán los ayunadores y no sabremos cómo entendérnoslas.
Los dos extranjeros continuaron su conversación, diciendo:
- Creo que Constantinopla ofrece más curiosidades en este período del Ramadàn. Si durante el día aparece triste, insulsa y lamentable como en un Miércoles de Ceniza, en cambio, son sus noches alegres, ruidosas y desordenadas como un Martes de Carnaval.
Jules Verne (Francia, 1828-1905).
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