(Fragmento del capítulo 23)
Leyó todas las obras menos Timón, Tito Andrónico, Pericles, Coriolano y El rey Juan, pero la única que mantuvo su interés desde el principio hasta el fin fue El rey Lear. Muchos famosos pasajes declamatorios le habían sido familiares durante años, gracias a los recitados de Gant, pero ahora le cansaban. Y todos los juegos de palabras de los bufones, que Margaret reía sumisamente y eran exhibidos como muestra del gran ingenio del maestro, sentía vagamente que eran muy obtusos. Nunca confió en el humor de Shakespeare, pues sus graciosos no eran solo bufones pomposos, sino también insulsos.
«Por mi parte preferiría conllevar contigo a cargar contigo; sin embargo, no llevaría ninguna cruz si cargase contigo, pues creo que no llevas dinero en la bolsa.»
Estas cosas le recordaban desagradablemente a los Pentland. Sólo el Bufón de «Lear» le parecía admirable; un bufón triste, trágico, misterioso. En cuanto a los demás, componía parodias que, con maliciosa sonrisa, se decía que harían desternillarse de risa a la posteridad. Tales como: «Sí, tío, y si el martes de carnaval fuese miércoles de ceniza, yo caparía a tu gallo, como dijo Tom O’Ludgate al pastor cuando vio que ya no había velloritas. ¿Ladras con dos gargantas, Cerbero? Siéntate, muchacho, ¡siéntate!».
Thomas Wolfe (Estados Unidos, 1900-1938).
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