Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 17 de agosto de 2013

Páginas ajenas: EL CEMENTERIO DE PRAGA, de Umberto Eco

"... donde los esperaban trescientos fantasmas envueltos en sudarios y armados con espadas de dos filos..."

(Fragmento del capítulo 4. Los tiempos del abuelo)
 
Sobre Alexandre Dumas y las logias masónicas.
 
Quizá para evocar a mi padre, me paso largas horas en la buhardilla con las novelas que ha dejado, y consigo interceptar el José Bálsamo de Dumas, que llega por correo cuando él ya no lo podrá leer.
 
Este libro prodigioso cuenta, como todo el mundo sabe, las aventuras de Cagliostro y cómo urdió la trama del collar de la reina, logrando en una sola tanda arruinar moral y financieramente al cardenal de Rohan, comprometer a la soberana y exponer al ridículo a toda la corte, hasta el punto que muchos consideraban que el fraude de Cagliostro contribuyó a minar el prestigio de la institución monárquica de tal manera que preparó ese clima de descrédito que llevaría a la Revolución del 89.
 
Pero Dumas hace mucho más, y ve en Cagliostro, esto es, en José Bálsamo, a un hombre capaz de organizar de forma consciente no sólo una estafa sino un complot patriótico a la sombra de la masonería universal.
 
Me fascinaba la ouverture. Escena: el mont Tonerre, el monte del Trueno. En la orilla izquierda del Rhin, a pocas leguas de Worms, empiezan a elevarse las primeras cordilleras de una serie de lúgubres montañas, la silla del Rey, la roca de los Halcones, la cresta de la Serpiente, y la más elevada de todas, el monte del Trueno. El día 6 de mayo de 1770 (casi veinte años antes del estallido de la fatídica Revolución), en el momento en que se ocultaba el sol tras la aguja de la catedral de Estrasburgo, dividiéndolo casi en dos hemisferios de fuego, un Desconocido que venía de Maguncia, al subir las laderas de esa montaña, en cierto momento abandonaba a su caballo y le capturaban unos seres enmascarados que, tras haberlo vendado, lo llevaban más allá del bosque a un claro donde los esperaban trescientos fantasmas envueltos en sudarios y armados con espadas de dos filos, los cuales inmediatamente lo sometían a un prolongado interrogatorio.
 
¿Qué deseas? Ver la luz. ¿Estás dispuesto a jurar? Y lo sometían a una serie de pruebas, como beber la sangre de un traidor que acababan de matar, dispararse a la sien con una pistola para experimentar el propio sentido de la obediencia, y paparruchas semejantes, que evocaban rituales masónicos de ínfimo rango, bien conocidos también por los lectores populares de Dumas, hasta que el viajero decidía cortar por lo sano y dirigirse altanero a la congregación, aclarando que conocía todos sus ritos y trucos y que, por lo tanto, dejaran de hacer teatro, porque él era algo más que todos ellos, era el jefe por derecho divino de aquella congregación masónica universal.
 

Umberto Eco (Italia, 1932)

jueves, 15 de agosto de 2013

En una Nueva Orléans de Bellocq y O. Henry: CHERCHEZ LA FEMME

 
La Nueva Orléans de principios del siglo pasado en la que acontece la trama del cuento Cherchez la femme, de O. Henry (William Sydney Porter), bien puede entrelazarse con la que capturó el ahora legendario fotógrafo Ernest J. Bellocq. En su famosa colección de imágenes ambientada en Storyville, la zona roja de la ciudad, las prostitutas con frecuencia carecían de rostro. Y es que en algunos de los desnudos aparecían con antifaz o cubiertas por un velo y en otros, sus facciones fueron rasgadas del negativo durante el proceso de revelado -lo que tras su muerte dio lugar a la especulación apócrifa de que su hermano, un sacerdote jesuita, lo había hecho como un acto de purificación, cuando la lógica indica que destruirlas habría sido una tarea mucho más sencilla-. El caso es que en una misma Nueva Orléans coinciden el relato de O. Henry y las mujeres descaradas -esto es, "sin cara"-, de Bellocq: cherchez la femme!, otra vez más.

Debido a la región en la que ubica su desarrollo, no se trata de un relato narrado con el inglés típico de los estadounidenses, sino que se encuentra salpicado de manera constante por las expresiones criollas características de esa zona con influencia francesa, lo que termina por justificar el hecho de que su autor haya recurrido a dicho título. El cuento juega con las múltiples posibilidades del eterno femenino cada vez que se emplea la expresión y de esa manera se aplica a una estatua de la virgen, una yegua del hipódromo, unas monjas y una marca de bourbon.
 
La historia parte del hecho de que Madame Tibault, antigua empleada de una de las familias francesas más respetadas de la ciudad, recibió como herencia veinte mil dólares, los cuales entregó a uno de los miembros de esa familia, para que le ayudara a invertirlos.

Un par de periodistas, viejos amigos, frecuenta el café que ella tiene en la calle Dumaine, el cual atiende con la ayuda de sus dos sobrinas. Entre las bebidas que se sirven se incluye la absenta, de la que es asiduo uno de ellos. En eso leen la noticia de la subasta pública de la propiedad en la que habita una orden de monjas, las pequeñas hermanas de Samaria, y recuerdan un par de años atrás, sus investigaciones tras la muerte de Gaspard Morin, un joyero del barrio francés, anticuario e historiador, quien apenas unas semanas antes de fallecer retiró del banco veinte mil dólares en monedas de oro para llevar a cabo una inversión. Sin embargo, al poco tiempo murió una noche mientras dormía, sin que se supiera la causa. Por entonces debía tener alrededor de cincuenta años y era una persona respetada. Cuando en el banco confirmaron que, en efecto, había retirado esa cantidad, no sólo la policía emprendió la búsqueda de las monedas de oro, sino los dos amigos periodistas que trataban de obtener la noticia.
 
Al escucharlos conversar sobre el remate que iba a tener efecto en unas cuantas horas, la mujer se acerca a su mesa y se pregunta cómo se habría gastado Morin su dinero:

"Ah! Sí, ya sé. La mayoría de las veces cuando un hombre pierde dinero dicen «cherchez la femme» -en alguna parte debe haber una mujer. Pero no para Monsieur Morin. No, muchachos." Debido a que era un católico devoto que frecuentaba la capilla de las pequeñas hermanas de Samaria, el dinero bien podría estar oculto en una estatua de la virgen María, aunque Madame Tibault añade con ironía que la figura, a pesar de todo, también es de una mujer. "Cherchez la femme", insiste uno de ellos, a lo que su amigo replica: "Todos los caminos conducen al eterno femenino. Encontraremos a esa mujer."

La indagación sobre los hábitos del difunto tampoco les proporciona indicios. Al parecer, se trataba de un hombre ejemplar, caritativo y generoso, coinciden quienes tuvieron oportunidad de tratarlo. "¿Y ahora qué?", pregunta uno de los amigos al mirar su libreta de apuntes en blanco. "Cherchez la femme", insiste el otro mientras enciende un cigarrillo. Así es como se les ocurre el nombre de Lady Bellairs, una yegua que había sido la gran favorita en las carreras de esa temporada en el hipódromo pero, "siendo femenina, era errática", por lo que había dejado algunos perdedores que le apostaron sumas respetables. De esa manera se enteran que Monsieur Morin jamás había visitado el hipódromo y no acostumbraba asistir a las carreras.

Ante cada nuevo fracaso de su investigación el amigo seguía insistiendo con "cherchez la femme". Hasta el final, cuando el misterio se resuelve -con buen sentido del humor por parte del autor-, y se descubre en dónde estaba el dinero de Madame Tibault, uno de los amigos le propone al otro que deje de beber absenta porque lo va a presentar con una dama llamada Belle of Kentucky, que es el nombre de un  bourbon añejo. "Vamos (Allons)", le responde éste en francés, para culminar: "Cherchez la femme".
 
Jules Etienne
 
La ilustración corresponde a una fotografía de la colección Storyville Portraits (1912), de Ernest J. Bellocq.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Páginas ajenas: SÉPTIMA LUNA, de Constantino Carvallo Rey


(Fragmento de El demonio vestido de azul)
 
Cherchez la femme

Y es que este extraordinario género ha cogido para sí una fibra íntima: el anhelo de enfrentar, por dura que ella siempre sea, la descarnada y humana verdad. Más allá de las convenciones sociales, de nuestra sofisticada humanidad, sentimos que bulle el animal que somos, ese atado de pulsiones y apetitos que a veces emerge y toma el control de nuestros actos.
 
Su acción es siempre el crimen, es decir, la rebelión contra la prohibición primera, contra el interdicto fundacional: No matarás. ¿Qué ser es este que se agazapa en nuestros modales, que se esconde tras nuestras buenas maneras? ¿Cuál es la materia deleznable de la que estamos hechos los seres humanos? Es este y no otro el misterio que asume, para sí, el cine y la novela negra; de allí el escepticismo que sobrecoge al héroe, esa lucidez que le da al investigador el contacto con el hiato que separa los vicios privados de las virtudes públicas.
 
El género se sustenta en esta actitud metafísica de quien no puede evitar, aun contra su vida, buscar la verdad, mirar cara a cara el ser que somos -de una u otra manera- todos los humanos. Es el detective privado, tal y como lo concibieron para siempre dos notables escritores, Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Tanto Phillp Marlowe como Sam Spade, sus detectives, han bajado a los infiernos y al volver no han podido evitar mirar nuestra vida sin engaños, tal y como es, con sus auténticos, lascivos y mezquinos afanes. Y como en la Biblia, la tentación tiene rostro de mujer, tras ella vamos como el elefante a su tumba, como el húmedo pez a su cuna. Cherchez la femme, repite la cínica sabiduría de nuestro investigador privado, porque sabe que la mujer hace brotar nuestra verdadera identidad, ese animal que, como escribía Vallejo, es lóbrego mamífero y se peina.


Constantino Carvallo Rey  (Perú, 1953-2008)

martes, 13 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LOS MARES DEL SUR, de Manuel Vázquez Montalbán

"Era delgada y pecosa, con una larga trenza que le llegaba hasta las raíces del culo y un candor de virgen en los ojos grandes y azules..."
 
Cherchez la femme

Carvalho entretuvo los ojos en su talle pequeño, en la melena rubia rizada que le caía sobre la espalda fugitiva.

- Un día me llama y me cuenta cosas del oficio. Si quiere, invito a mi amiga. Veo que la mira mucho.
 
- Es mi tipo.
 
- ¿La llamo y se lo digo?
 
- Me espera una reunión de ex combatientes.
 
- ¿Ex combatientes de qué?
 
- De una guerra secreta. No ha salido en los libros. Si he de volver a hablar con usted, vendré a buscarla aquí.
 
Minutos después comprobaba que desde su casa no se divisaba la escuela de los meditadores de arte, pero seguramente podría verse desde la estación del funicular de Vallvidrera. Con unos prismáticos podría buscar cada día a la muchacha de pequeño talle y cabellos rizados. Al menos hasta que acabara los estudios y montase una tienda de marcos y cornucopias.
 
- ¿Qué haces con los prismáticos? -le gritó Fuster asomando la cabeza por la ventanilla del coche.
 
- Quiero ver a una mujer.
 
Fuster miró hacia la Barcelona lejana.
 
- ¿En qué calle? ¿En la Plaza del Pino?
 
- No. En el pie del Funicular.
 
- Cherchez la femme. ¿A quién ha matado?
 
- Estaba muy buena.
 
Por la cuesta, una mujer samoyeda subía su peso y el de una cesta. Se quedó escuchando mientras recuperaba el aliento.

 
 
Manuel Vázquez Montalbán (España, 1939-2003)

lunes, 12 de agosto de 2013

Páginas ajenas: EL ESCALOFRÍO, de Ross McDonald

 
(Fragmento del capítulo 20)
 
Cherchez la femme

- Hombres con dinero, naturalmente. Mi esposa era una mujer corrupta, señor Archer. Yo jugué mi papel para hacerla como era, así es de que no tengo ningún derecho para juzgarla.

Sus ojos eran brillantes con el dolor que iba y venía como la verdad que lo traspasaba. 

Sentí pena por aquel hombre, pero eso no me impidió preguntarle:

- ¿Dónde estaba usted el viernes por la noche?

En casa, en Maple Park, en nuestro... en mi departamento, clasificando unos asuntos.

- ¿Puede probarlo?

- Tengo los papeles para probarlo. Me los entregaron el mismo viernes y los estuve marcando durante la noche. ¿No se estará imaginando que hice algo tan increíble como volar hasta California y regresar?

- Cuando una mujer es asesinada, uno tiene que preguntar al marido ausente en dónde estaba en ese momento. Es el corolario de cherchez la femme.


Ross McDonald: Kenneth Millar (EUA-Canadá, 1915-1983)
 
(Traducido al español por Jules Etienne)

domingo, 11 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LA DALIA NEGRA, de James Ellroy

 
(Fragmento del prólogo)
 
Tomás dos Santos se revolvió y murmuró algo.
- ¿Inés? ¿Inés? ¿Qué Inés? -Blanchard fue hasta un armario y encontró una vieja manta de lana que le echó por encima. El calor prestado por la manta pareció calmarle; sus balbuceos se apagaron-. Cherchez la femme -dijo después.
- ¿ Cómo ?
- Buscad a la mujer. Incluso con media botella dentro, el viejo Tomás no es capaz de olvidar a Inés. Te apuesto diez contra uno a que cuanto entre en la cámara de gas ella estará justo allí, a su lado.
- Quizá tenga éxito con la apelación. De quince años a cadena perpetua, y en veinte años a la calle.
- No. Es hombre muerto. Cherchez la femme, Bucky. Acuérdate de eso.
Recorrí la casa en busca de un sitio donde dormir y al fin me decidí por un dormitorio de la planta baja con una cama demasiado corta para mis piernas y un colchón lleno de bultos. Al tenderme en ella, escuché sirenas y disparos a lo lejos. Me fui quedando dormido poco a poco, y soñé con mis mujeres, demasiado escasas en número y con demasiado tiempo entre una y otra.
...

Y, por supuesto, nos convertimos en compañeros. Cuando vuelvo la vista hacia atrás, sé que él no poseía ningún don profético; se limitaba a trabajar para asegurar su propio futuro, en tanto que yo avanzaba con un caminar incierto hacia el mío. Lo que continúa su acoso en mi mente es su voz ronca e inexpresiva cuando decía: Cherchez la femme. Porque nuestra relación no fue nada, sólo un torpe camino para llevarse a la Dalia. Y, al final de ese camino, ella acabaría poseyéndonos a los dos por completo.


Capítulo 34

Moví el cañón y deshice el peinado de Dalia que Madeleine llevaba para que pareciera sólo otra zorra más vestida de negro; le esposé las muñecas a la espalda y me vi en el arenal, cebo para gusanos junto con mi compañero. Las sirenas se acercaban a nosotros de todas las direcciones; las luces de las linternas hicieron brillar la ventana rota. Y en mitad del Gran Vacío, Lee Blanchard pronunció de nuevo su misma frase de los disturbios con las cazadoras de cuero:
 
«Cherchez la femme, Bucky. Recuerda eso.»
 
 
 James Ellroy (EUA, 1948)

(Traducido al español por Alberto Solé)

sábado, 10 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LA ROSA DE ALEJANDRÍA, de Manuel Vázquez Montalbán


Cherchez la femme

Ginés se quedó solo, pero no miraba el mar. Le empezaba a ocurrir lo normal en las largas travesías, sólo existía el barco, el mundo era el barco y el mar acaba olvidándose, como un telón de fondo que sólo merecía atención si se enfurecía, y aun entonces eran los cuatro puntos cardinales del barco los que contaban. Marchó a hacer una revisión rutinaria de los aparatos de medición meteorológica y, en plena comprobación de los índices de humedad, le llegó un aviso del capitán de que le esperaba en el castillo de proa. Avanzó a través de la ruta de los puntales de carga y divisó en la punta del barco a Tourón agarrado a la escala.
 
- ¿Ya le ha dicho Germán que esperamos mala mar?
 
- Ya lo sabía. Ha llegado en el parte del día.
 
- ¿Por qué no se me ha dicho?
 
- Se lo he hecho llegar.
 
- Tenía que habérmelo traído usted en persona para comentarlo. En fin. No tiene importancia. Pero anda usted muy distraído últimamente. Un día de éstos hemos de hablar. “Cherchez la femme” ¿Quién es la dama?
 
La ausencia de respuesta de Ginés no fue obstáculo para que el capitán iniciara un discurso que apenas le tenía en cuenta.
 
- Yo le he visto a usted con la dama por Barcelona. Hace ya tiempo. Creo que fue en la última escala del ochenta y uno o en la primera del ochenta y dos. Eso es. La primera del ochenta y dos, porque era pleno invierno, creo recordar. Me compré un tabardo muy bonito en las rebajas del Corte Inglés, un tabardo azul marino, de lana gruesa, con el forro a cuadros escoceses. Valen la pena las rebajas, sobre todo cuando prácticamente se vive solo como nosotros. Tenemos que cuidarnos de nosotros mismos. ¿Verdad, Ginés? Los puertos están llenos de mujeres que se quedan. Nosotros pasamos. Somos nosotros quienes contamos. Ninguna mujer vale una obsesión. Lo digo por mí mismo y por usted, Le hablo como un padre, mejor dicho, como un hermano mayor.


Manuel Vázquez Montalbán (España, 1939-2003) 

jueves, 8 de agosto de 2013

Los mosqueteros de Julio Cortázar

Los tres mosqueteros en la estación Alexandre Dumas del metro de París.
 
Julio Cortázar jamás negó su particular inclinación por la novela de Dumas al grado de que visitaba sus páginas con regularidad. En una entrevista aseguraba: "Casi nunca releo la gran literatura, aunque confieso la relectura periódica de Los tres mosqueteros y de mis Julio Verne preferidos."

El alguna ocasión, se refirió a su infancia como una época estimulada por el universo ficticio que le obsequiaba la literatura: "Yo pienso que eso también puede venir de una ilusión infantil. Mis recuerdos son muy claros en este sentido: a los siete, ocho o nueve años, la lectura de un libro, de una novela, sucedía en otra época, en otro tiempo, con otras costumbres, y en una geografía totalmente distinta de la argentina. Yo la vivía, la absorbía con una tal pasión que creo que eso era una especie de gimnasia mental que me desligaba, durante el tiempo de la lectura, de una manera absoluta, de la circunstancia que me rodeaba. Un niño que en el pueblo de Banfield está en quinto año de la escuela primaria se encuentra de tal manera absorbido, sometido y entregado a la acción de la novela, hay una tal empatía y tal contacto con la lectura que cada vez que oía la voz de una tía que gritaba "Julio, vení que es la lección de piano", o "Julio, andá a bañarte", experimentaba un sentimiento de pérdida, de desencanto. En ese momento yo tenía que cerrar el libro y abandonar a los personajes con los que había estado: D'Artagnan, Athos, Aramís. Yo estaba metido en ese mundo de Los tres mosqueteros, absolutamente fascinante."
 
Al final de su novela Los premios aparece una nota que advierte: "Por último, sospecho que este libro desconcertará a aquellos lectores que apoyan a sus escritores preferidos, entendiendo por apoyo el deseo y casi la orden de que sigan por el mismo camino..." Más tarde ampliaría la explicación recurriendo, de nueva cuenta, al ejemplo de Los tres mosqueteros:
 
"Sí, hay un cierto tipo de lector que espera siempre de un novelista que continúe incluso una línea argumental, de la misma manera que algunos lectores de Alejandro Dumas esperaban siempre una especie de continuación de la aventura de Los tres mosqueteros. Es la gente a la que no le gustan las sorpresas y quiere estar siempre en terreno conocido. Como escritor, siempre me he rebelado contra esa idea. Porque soy el primero en no estar satisfecho con una especie de continuación o variaciones sobre el mismo tema. La experimentación y el cambio para mí, en todo caso, son fundamentales."
 
De tal manera que resulta congruente el hecho de que las alusiones tanto a la obra como de sus célebres protagonistas, se hayan repetido en diversas ocasiones en los textos autoría del propio Cortázar. Como es el caso de Clone, que forma parte de Queremos tanto a Glenda:
 
"Yo te entiendo, suspira Lucho, es cierto, es cierto, el canto y la vida y hasta los pensamientos eran una sola cosa en ocho cuerpos. ¿Cómo los tres mosqueteros, pegunta Paola, todos para uno y uno para todos?"
 
Con el mismo tono coloquial los vuelve a referir en el capítulo 29 de su novela Los premios:
 
" - Y así ocurrió que los tres mosqueteros, que esta vez no eran cuatro, fueron por popa y volvieron trasquilados -dijo Paula-. Cuando usted quiera, Nora, nos damos una vuelta nosotras dos y en todo caso agregaremos a la novia de Presutti para componer un número sagrado. Seguro que no paramos hasta las hélices."
 
Cabría aquí una breve digresión, ya que, en efecto, siempre se ha cuestionado que la novela llevase el título de Los tres mosqueteros, cuando junto con D'Artagnan sumaban cuatro, como se establece en el capítulo introductorio de El club Dumas, de Arturo Pérez Reverte:

"El juez volvió a echarle otra ojeada al cadáver. El agente de las huellas digitales se levantaba con el libro en las manos.
- Es curioso lo de esa página.
El policía alto se encogió de hombros.
- Yo leo poco —dijo—. Pero el tal Porthos era uno de esos personajes, ¿no?… Athos, Porthos, Aramis y d’Artagnan —contaba con el pulgar sobre los dedos de una mano y al concluir se detuvo, pensativo—. Tiene gracia. Siempre me he preguntado por qué se les llama los tres mosqueteros, si en realidad eran cuatro."
 
Ya para concluir, este párrafo que corresponde al texto Un Julio habla de otro Julio, en el volumen de relatos La vuelta al día en ochenta mundos:
 
"Cosas como ésa le han ocurrido muchas a Julio, pero mi estima se basa sobre todo en la forma en que se posesionó poco a poco de un excelente piso situado nada menos que en una casa de la rue de Beaune donde vivieron los mosqueteros (todavía pueden verse los soportes de hierro forjado en los que Porthos y Athos colgaban las espadas antes de entrar en sus habitaciones, y uno imagina a Constance Bonacieux mirando tímidamente, desde la esquina de la rue de Lille, las ventanas de las cuales D’Artagnan soñaba quimeras y herretes de diamantes)."
 
Cortázar radicó la mayor parte de su vida y murió en París. Era entonces, por decirlo a la manera de Dumas, una especie de mohicano -o cronopio- de París.


Jules Etienne 

miércoles, 7 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LOS TRES MOSQUETEROS (El vino de Anjou), de Alexandre Dumas

 
(Fragmento inicial del capítulo XLII: El vino de Anjou)

Tras las noticias casi desesperadas del rey, el rumor de su convalecencia comenzaba a esparcirse por el campamento; y como tenía mucha prisa por llegar en persona al asedio, se decía que tan pronto como pudiera montar a caballo se pondría en camino.
 
En este tiempo, Monsieur, que sabía que de un día para otro iba a ser reemplazado en su mando bien por el duque de Angulema, bien por Bassompierre, bien por Schomberg, que se disputaban el mando, hacía poco, perdía las jornadas en tanteos, y no se atrevía a arriesgar una gran empresa para echar a los ingleses de la isla de Ré, donde asediaban constantemente la ciudadela Saint-Martin y el fuerte de La Prée, mientras que por su lado los franceses asediaban La Rochelle.
 
D'Artagnan, como hemos dicho, se había tranquilizado, como ocurre siempre tras un peligro pasado, y cuando el peligro pareció desvanecido, sólo le quedaba una inquietud, la de no tener noticia alguna de sus amigos. Pero una mañana a principios del mes de noviembre, todo quedó explicado por esta carta, datada en Villeroi:

«Señor D'Artagnan:

Los señores Athos, Porthos y Aramis, tras haber jugado una buena partida en mi casa y haberse divertido mucho, han armado tal escándalo que el preboste del castillo, hombre muy rígido, los ha acuartelado algunos días; pero yo he cumplido las órdenes que me dieron de enviar doce botellas de vino de Anjou, que apreciaron mucho: quieren que vos bebáis a su salud con su vino favorito.

Lo he hecho, y soy, señor, con gran respeto,
Vuestro muy humilde y obediente servidor,
Godeau, Hostelero de los Señores Mosqueteros

- ¡Sea en buena hora! -exclamó D'Artagnan-. Piensan en mí en sus placeres como yo pensaba en ellos en mi aburrimiento; desde luego, beberé a su salud y de muy buena gana, pero no beberé solo.
 
Y D'Artagnan corrió a casa de dos guardias con los que había hecho más amistad que con los demás, a fin de invitarlos a beber con él el delicioso vinillo de Anjou que acababa de llegar de Villeroi. Uno de los guardias estaba invitado para aquella misma noche y otro para el día siguiente; la reunión fue fijada por tanto para dos días después.
 
Al volver, D'Artagnan envió las doce botellas de vino a la cantina de los guardias, recomendando que se las guardasen con cuidado; luego, el día de la celebración, como la comida estaba fijada para la hora del mediodía, D'Artagnan envió a las nueve a Planchet para prepararlo todo.
 
Planchet, muy orgulloso de ser elevado a la dignidad de maître, pensó en preparar todo como hombre inteligente; a este efecto, se hizo ayudar del criado de uno de los invitados de su amo, llamado Fourreau, y de aquel falso soldado que había querido matar a D'Artagnan, y que por no pertenecer a ningún cuerpo, había entrado a su servicio, o mejor, al de Planchet, desde que D'Artagnan le había salvado la vida.

 
 
Alexandre Dumas (Francia, 1802-1870)

martes, 6 de agosto de 2013

Páginas ajenas: EL CLUB DUMAS, de Arturo Pérez Reverte


(Fragmento sobre un manuscrito de Alexandre Dumas)

- Hace mal. Scaramouche es a Sabatini lo que Los tres mosqueteros a Dumas -hice un breve gesto de homenaje en dirección al retrato-. Nació con el don de la risa… No hay en la historia del folletín de aventuras dos primeras líneas comparables a ésas.

- Quizá sea cierto -concedió tras aparente reflexión, y entonces puso el manuscrito sobre la mesa, en su carpeta protectora con fundas de plástico, una por página-. Y es una coincidencia que haya mencionado a Dumas. Empujó la carpeta hasta mí, volviéndola de modo que yo pudiese leer su contenido. Todas las hojas estaban escritas en francés por una sola cara y había dos clases de papel: uno blanco, ya amarillento por el tiempo, y otro azul pálido con fina cuadrícula, envejecido también por los años. A cada color correspondía una escritura distinta, aunque la del papel azul -trazada con tinta negra- figuraba en las hojas blancas a modo de anotaciones posteriores a la redacción original, cuya caligrafía era más pequeña y picuda. Había quince hojas en total, y once eran azules.

- Curioso -levanté la vista hacia Corso; me observaba con tranquilas ojeadas que iban de la carpeta a mí y de mí a la carpeta-. ¿Dónde ha encontrado esto? Se rascó una ceja, calculando sin duda hasta qué punto la información que iba a pedirme lo obligaba a corresponder con ese tipo de detalles. El resultado fue una tercera mueca, esta vez de conejo inocente. Corso era un profesional.

- Por ahí. Un cliente de un cliente.

- Comprendo. Hizo una corta pausa, cauto. Además de precaución y reserva, cautela significa astucia. Y eso lo sabíamos ambos.

- Claro que -añadió- le diré nombres si usted me los pide. Respondí que no era necesario y eso pareció tranquilizarlo. Se ajustó las gafas con un dedo antes de pedir mi opinión sobre lo que tenía en las manos. Sin responder en seguida, pasé las páginas del manuscrito hasta llegar a la primera. El encabezamiento estaba en mayúsculas, con trazos más gruesos: LE VIN D’ANJOU. Leí en voz alta las primeras líneas:

Après de nouvelles presque désespérées du roi, le bruit de sa convalescence commençait à se répandre dans le camp…

No pude evitar una sonrisa. Corso hizo un gesto de asentimiento, invitándome a pronunciar veredicto.

- Sin la menor duda -dije- esto es de Alejandro Dumas, padre. El vino de Anjou: capítulo cuarenta y tantos, creo recordar, de Los tres mosqueteros.

- Cuarenta y dos -confirmó Corso-. Capítulo cuarenta y dos.

—¿Es el original?… ¿El auténtico manuscrito de Dumas?

- Para eso estoy aquí. Para que me lo diga. Encogí un poco los hombros, a fin de eludir una responsabilidad que sonaba excesiva.

- ¿Por qué yo? Era una pregunta estúpida, de las que sólo sirven para ganar tiempo. A Corso debió de parecerle falsa modestia, porque reprimió una mueca de impaciencia.


 Arturo Pérez Reverte (España, 1951)
 
 
 
 La lectura del primer capítulo de la novela: El vino de Anjou, es posible en el sitio de editorial Alfaguara:
 
 

lunes, 5 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LOS TRES MOSQUETEROS (5 de agosto), de Alexandre Dumas

"Su eminencia cogió el papel..."
 
(Fragmento del capítulo XLVII: salvoconducto fechado el 5 de agosto de 1628)

Y D'Artagnan presentó al cardenal el preciso papel que Athos había arrancado a Milady, y que había dado a D'Artagnan para que le sirviera de salvaguardia. Su Eminencia cogió el papel y leyó con voz lenta apoyándose en cada sílaba.
 
«El portador de la presente ha "hecho lo que ha hecho" por orden mía y para bien del Estado. En el campamento de La Rochelle, a 5 de agosto de 1628. Richelieu

El cardenal, tras haber leído estas dos líneas, cayó en una meditación profunda, pero no devolvió el papel a D'Artagnan.
 
«Medita con qué clase de suplicio me hará morir -se dijo en voz baja D'Artagnan-; pues a fe que verá cómo muere un gentilhombre.» El joven mosquetero estaba en excelente disposición de morir heroicamente.
 
Richelieu seguía pensando, enrollaba y desenrollaba el papel en sus manos. Finalmente, alzó la cabeza, fijó su mirada de águila sobre aquella fisonomía leal, abierta, inteligente, leyó en aquel rostro surcado por las lágrimas todos los sufrimientos que había enjugado desde hacía un mes, y pensó por tercera o cuarta vez cuánto futuro tenía aquel muchacho de veintiún años, y qué recursos podría ofrecer a un buen amo su actividad, su valor y su ingenio. Por otro lado, los crimenes, el poder, el genio infernal de Milady le habían espantado más de una vez. Sentía como una alegría secreta haberse liberado para siempre de aquella cómplice peligrosa.
 
Desgarró lentamente el papel que D'Artagnan tan generosamente le había entregado.
 
«Estoy perdido», dijo para sí mismo D'Artagnan.
 
Y se inclinó profundamente ante el cardenal como hombre que dice: «¡Señor, que se haga vuestra voluntad!»

El cardenal se acercó a la mesa y, sin sentarse, escribió algunas líneas sobre un pergamino cuyos dos tercios ertaban ya cubiertos y puso su sello.
 
«Esa es mi condena -dijo D'Artagnan-; me ahorra el aburrimiento de la Bastilla y la lentitud de un juicio. Encima es demasiado amable.»
 
-Tomad, señor -dijo el cardenal al joven-, os he quitado un salvoconducto y os devuelvo otro. El nombre falta en ese despacho: escribidlo vos mismo.


Alexandre Dumas (Francia, 1802-1870).
 
La ilustración corresponde a un dibujo del siglo XIX para Los tres mosqueteros. Se encuentra bajo el resguardo del departamento de artes gráficas en el Museo del Louvre.

domingo, 4 de agosto de 2013

Páginas ajenas: ME LLAMO ROJO, de Orhan Pamuk

"... el sol de un día de verano que entraba por la ventana abierta le daba en los brazos desnudos..."
 
 
(Párrafo final del capítulo 57: Me llaman Aceituna)

Hablamos con nostalgia de las mañanas de invierno y del placer de la sopa de lentejas tomada en el umbral de la puerta entreabierta para que su vapor no ablandara el papel. Y de la pena que nos producía alejarnos de nuestros amigos y maestros del taller cuando estos últimos nos obligaban a ir a algún lugar lejano a trabajar de ayudantes como parte de nuestro aprendizaje. Por un instante se me apareció ante los ojos Mariposa con dieciséis años, en su momento más dulce: el sol de un día de verano que entraba por la ventana abierta le daba en los brazos desnudos color miel mientras pulía papel manipulando a toda velocidad una concha. De repente se detenía un instante en mitad de aquel trabajo que estaba realizando absorto, acercaba la mirada a un defecto del papel, lo examinaba con cuidado y después de pasar el pulidor por aquel punto con un par de movimientos en distintas direcciones, volvía a la postura anterior y mientras la mano iba y venía arriba y abajo a toda velocidad, él miraba a lo lejos más allá de la ventana sumergido en sus sueños. Lo que nunca olvidaré, y es algo que yo haría luego a otros, fue que por un breve instante, antes de volver a mirar por la ventana, clavó sus ojos en los míos. Aquella mirada tenía un único significado que todos los aprendices conocían: si no sueñas, el tiempo no pasa.
 
 
Orhan Pamuk (Turquía, 1952). Obtuvo el premio Nobel en 2006.

sábado, 3 de agosto de 2013

Páginas ajenas: DOS POEMAS DE AGOSTO, de Nâzım Hikmet


(Poemas escritos el 3 de agosto de 1959 y el 29 de agosto de 1960)
 

Me han cerrado todas las puertas...

Me han
cerrado todas las puertas
todas las cortinas
ni un pañuelo de azul
ni un puñado de estrellas.
Amor mío, ¿es que va a sorprendernos aquí la muerte

sin que podamos salir de esta ciudad?

 
Leipzig, 3 de agosto de 1959.

 
Gracias a ti
 
Gracias a ti
cada uno de mis días es un mundo limpio y perfumado que huele a melón.
                                                                   
Gracias a ti
todos los frutos se ofrecen a mi mano como si yo fuera el sol.
Gracias a ti sólo pruebo la miel de la esperanza.
Gracias a ti late mi corazón.
                                                                    
Gracias a ti
mis noches más solitarias son como un kilim de Anatolia que
sonríe
                                                                                                                             
desde la pared.
Gracias a ti al final de mi camino, sin llegar a mi ciudad,
                      
he descansado en una rosaleda.
Gracias a ti, no dejo entrar a la muerte
                     
que con sus cantos llama a mi puerta
vestida con sus más sutiles ropajes y me invita al gran descanso.
 
29 de agosto de 1960.
 

 Nâzım Hikmet Ran (Poeta turco nacionalizado polaco y fallecido en Moscú, 1902-1963)
 
(Traducido al español por Fernando García Burillo) 

viernes, 2 de agosto de 2013

Desde la lejana Constantinopla

 
 
Tan remota en el tiempo, la capital del antiguo imperio otomano dejó de ser Constantinopla para adoptar el nombre de Estambul y, sin embargo, a pesar de que vivimos en la era de la aldea global a la que se refería McLuhan, la literatura turca sigue resultando distante y ajena para quienes hablamos español.

Ayer incluí un poema de Tuğrul  Tanyol para recibir este mes, el cual da título a una de sus obras más significativas: Los laberintos de agosto. Tanyol nació precisamente en la ciudad de Estambul y recibió una educación católica. Al citado poemario corresponde este breve Olvido:

Las noches de lluvia sin nubes, pasos en el patio
Manchas amarillas de leopardo sobre la piel desollada del agua
Es el zumbido del polvo, una gota de lágrima que nos brota en los ojos
Huye el sortilegio del árbol, huye a lo lejos
Nada sabía antes, pero ahora he envejecido
En el silencio ascendente de las piedras
En la carne sufriente de la caída, mientras las manos me dolían
La herida que se cicatrizaba era el olvido de la piel.
 
Otro poeta notable del siglo XX es Nâzım Hikmet. Pasó la mayor parte de su vida expatriado o en la cárcel por su ideología comunista. Cuando cumplía una condena de 28 años escribió Paisajes humanos de mi país. Tristán Tzara presidió el Comité Pro-Liberación de Nâzım Hikmet, del que formaban parte personajes como Pablo Picasso, Jean-Paul Sartre y Louis Aragon -quien había presentado su poesía a los lectores franceses en los años treinta-. Finalmente consiguieron abrir las puertas de la prisión de Brusa en 1950, pero fue despojado de su nacionalidad turca por lo que se vio en la necesidad de adoptar la ciudadanía polaca. Hikmet se preguntaba:
 
Si yo no ardo,
si tú no ardes,
si nosotros no ardemos,
¿cómo haremos claridad de las tinieblas?
 
Pablo Neruda escribió sobre él: “Cerca de quince años lo tuvieron encarcelado por unos versos escritos en su juventud. Solo una huelga de hambre de muchos días y los reclamos del mundo entero le dieron la libertad. Me cuenta que aún ahora después de dos años de vivir en el mundo libre no adquiere aún las nociones de la llave y de la luz eléctrica. Se le olvidan las llaves porque durante quince años otros abrieron y cerraron su celda. Se olvida de apagar la luz en la noche, al acostarse, porque durante quince años durmió bajo una ampolleta encendida. Es el más alegre de los hombres."
 
Hikmet publicó Duro oficio el exilio unos cuantos años antes de fallecer en 1963. Solía decir, con ese entusiasmo al que se refiere Neruda: "Soy poeta, silbando voy por la calles y dibujando en las paredes mis poemas en forma de rayos..."
 
El más conocido de todos los autores turcos es, sin duda, Orhan Pamuk, también originario de Estambul, como Tanyol. Su prestigio literario se consolidó al recibir el premio Nobel de literatura en 2006. A Nieve, su novela más famosa, pertenece el siguiente párrafo:
 
"Bajaron juntos al vestíbulo. Ka estaba a punto de salir cuando se detuvo por un momento: İpek entró por la puerta que había al lado del mostrador y estaba mucho más hermosa de lo que Ka había imaginado. Ka recordó de inmediato su belleza en los años de universidad. Se puso nervioso. Sí, claro, así de bonita era. Primero se dieron la mano como sendos burgueses occidentalizados de Estambul y tras un breve instante de duda alargaron la cabeza y se abrazaron y se besaron sin acercar la parte inferior de sus cuerpos."
 
Largo ha sido el trayecto desde que el mundo occidental, bajo el influjo de la iglesia, emprendió la guerra santa contra los infieles otomanos. Desde entonces fueron despojados de joyas y tesoros para convertirlos a la fe cristiana. A cambio, ellos nos ofrecen la riqueza de una literatura que mantenemos a distancia con inmerecido desdén.
 
 
Jules Etienne
 
(La traducción del poema de Tanyol es de Neyyiré Gül Isil y Mónica Mansour, la de Hikmet corresponde a Fernando García Burillo y la de Pamuk a Rafael Carpintero)

jueves, 1 de agosto de 2013

Páginas ajenas: LOS LABERINTOS DE AGOSTO, de Tuğrul Tanyol

"... como una sombra por el patio de tu mano... el día que gotea suavemente..." 

Los laberintos de agosto, el agua mezclada al vino
Pasamos como una sombra por el patio de tu mano
Y el sol sobre nuestras frentes,
Tus ojos que evocan los temblores de la tierra
Eran desvestidos por una lluvia fina
Este ruido, esta luz, este despertar sobresaltado
El día que gotea suavemente bajo el calor del mediodía
Entre dos palmadas
Queda encerrado en nuestros párpados.
 
Es de un mar lejano que hablamos
Como una ola que se estrella a tus pies
Un vasto agosto es un laberinto cuando lo dejas atrás
Y caminas hacia el bosque
El día culmina donde te detienes.

Por ejemplo tus párpados allí donde se abren de repente
Cae el telón
Y termina nuestra escena
Supongamos que es un día jamás iniciado
Que son esperanzas nunca realizadas durante nuestras pobres noches
Y una fortaleza antigua se derrumba lentamente detrás de él.

Ahora el edificio tiembla bajos golpes pesados
Las alas de mi caballo caen, las puertas se hunden
el tiempo es un sueño de largo cuello
Mientras que mis miradas golpean una lluvia de arena y vuelven
Ahora se encuentran esos pasos cadenciosos tras una vitrina
Esa larga fila de esclavos en caravana
Con sus pies salidos de un laberinto polvoriento.

Los laberintos de agosto, olores de acero y de óxido
¿Quién puede medir las heces del vino?
Y ¿cómo se puede acrecentar la soledad?
Esta bandada de pájaros sobre las rejas de la tarde
No se sabe qué noche se envolverá en ellas.

No debes rechazar así lo que has acumulado
Eres niño, la oscuridad te engañaría
Toma tus ojos y luego olvida tu voz
En el seno de una calle
En la ebriedad de un momento
 
Es una sonrisa roja agosto.
 
 
Tuğrul Tanyol (Turquía, 1953)
 
(Traducido del turco por Neyyeré Gül Isik y Jimena Londoño)