Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 15 de agosto de 2013

En una Nueva Orléans de Bellocq y O. Henry: CHERCHEZ LA FEMME

 
La Nueva Orléans de principios del siglo pasado en la que acontece la trama del cuento Cherchez la femme, de O. Henry (William Sydney Porter), bien puede entrelazarse con la que capturó el ahora legendario fotógrafo Ernest J. Bellocq. En su famosa colección de imágenes ambientada en Storyville, la zona roja de la ciudad, las prostitutas con frecuencia carecían de rostro. Y es que en algunos de los desnudos aparecían con antifaz o cubiertas por un velo y en otros, sus facciones fueron rasgadas del negativo durante el proceso de revelado -lo que tras su muerte dio lugar a la especulación apócrifa de que su hermano, un sacerdote jesuita, lo había hecho como un acto de purificación, cuando la lógica indica que destruirlas habría sido una tarea mucho más sencilla-. El caso es que en una misma Nueva Orléans coinciden el relato de O. Henry y las mujeres descaradas -esto es, "sin cara"-, de Bellocq: cherchez la femme!, otra vez más.

Debido a la región en la que ubica su desarrollo, no se trata de un relato narrado con el inglés típico de los estadounidenses, sino que se encuentra salpicado de manera constante por las expresiones criollas características de esa zona con influencia francesa, lo que termina por justificar el hecho de que su autor haya recurrido a dicho título. El cuento juega con las múltiples posibilidades del eterno femenino cada vez que se emplea la expresión y de esa manera se aplica a una estatua de la virgen, una yegua del hipódromo, unas monjas y una marca de bourbon.
 
La historia parte del hecho de que Madame Tibault, antigua empleada de una de las familias francesas más respetadas de la ciudad, recibió como herencia veinte mil dólares, los cuales entregó a uno de los miembros de esa familia, para que le ayudara a invertirlos.

Un par de periodistas, viejos amigos, frecuenta el café que ella tiene en la calle Dumaine, el cual atiende con la ayuda de sus dos sobrinas. Entre las bebidas que se sirven se incluye la absenta, de la que es asiduo uno de ellos. En eso leen la noticia de la subasta pública de la propiedad en la que habita una orden de monjas, las pequeñas hermanas de Samaria, y recuerdan un par de años atrás, sus investigaciones tras la muerte de Gaspard Morin, un joyero del barrio francés, anticuario e historiador, quien apenas unas semanas antes de fallecer retiró del banco veinte mil dólares en monedas de oro para llevar a cabo una inversión. Sin embargo, al poco tiempo murió una noche mientras dormía, sin que se supiera la causa. Por entonces debía tener alrededor de cincuenta años y era una persona respetada. Cuando en el banco confirmaron que, en efecto, había retirado esa cantidad, no sólo la policía emprendió la búsqueda de las monedas de oro, sino los dos amigos periodistas que trataban de obtener la noticia.
 
Al escucharlos conversar sobre el remate que iba a tener efecto en unas cuantas horas, la mujer se acerca a su mesa y se pregunta cómo se habría gastado Morin su dinero:

"Ah! Sí, ya sé. La mayoría de las veces cuando un hombre pierde dinero dicen «cherchez la femme» -en alguna parte debe haber una mujer. Pero no para Monsieur Morin. No, muchachos." Debido a que era un católico devoto que frecuentaba la capilla de las pequeñas hermanas de Samaria, el dinero bien podría estar oculto en una estatua de la virgen María, aunque Madame Tibault añade con ironía que la figura, a pesar de todo, también es de una mujer. "Cherchez la femme", insiste uno de ellos, a lo que su amigo replica: "Todos los caminos conducen al eterno femenino. Encontraremos a esa mujer."

La indagación sobre los hábitos del difunto tampoco les proporciona indicios. Al parecer, se trataba de un hombre ejemplar, caritativo y generoso, coinciden quienes tuvieron oportunidad de tratarlo. "¿Y ahora qué?", pregunta uno de los amigos al mirar su libreta de apuntes en blanco. "Cherchez la femme", insiste el otro mientras enciende un cigarrillo. Así es como se les ocurre el nombre de Lady Bellairs, una yegua que había sido la gran favorita en las carreras de esa temporada en el hipódromo pero, "siendo femenina, era errática", por lo que había dejado algunos perdedores que le apostaron sumas respetables. De esa manera se enteran que Monsieur Morin jamás había visitado el hipódromo y no acostumbraba asistir a las carreras.

Ante cada nuevo fracaso de su investigación el amigo seguía insistiendo con "cherchez la femme". Hasta el final, cuando el misterio se resuelve -con buen sentido del humor por parte del autor-, y se descubre en dónde estaba el dinero de Madame Tibault, uno de los amigos le propone al otro que deje de beber absenta porque lo va a presentar con una dama llamada Belle of Kentucky, que es el nombre de un  bourbon añejo. "Vamos (Allons)", le responde éste en francés, para culminar: "Cherchez la femme".
 
Jules Etienne
 
La ilustración corresponde a una fotografía de la colección Storyville Portraits (1912), de Ernest J. Bellocq.

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