Regresa la primavera a Vancouver.

viernes, 30 de septiembre de 2022

Septiembre: DE LA TIERRA A LA LUNA, de Jules Verne


Capítulo XVII: Un parte telegráfico 

Pudiera decirse que estaban terminados los grandes trabajos emprendidos por el Gun-Club, y, sin embargo, tenían aún que transcurrir dos meses antes de enviar el proyectil a la Luna. Dos meses que debían parecer largos como años a la impaciencia universal. Hasta entonces los periódicos habían dado diariamente cuenta de los más insignificantes pormenores de la operación, y sus columnas eran devoradas con avidez; pero era de temer que en lo sucesivo disminuyese mucho el dividendo de interés distribuido entre todas las gentes, y no había quien no temiese que iba a dejar pronto de percibir la parte de emociones que diariamente le correspondía.

No fue así. El más inesperado, el más extraordinario, increíble e inverosímil incidente volvió a fanatizar los ánimos anhelantes y a causar en el mundo una sorpresa y una sobreexcitación hasta entonces desconocidas.

Un día, el 30 de septiembre, a las tres y cuarenta y siete minutos de la tarde llegó a Tampa, con destino al presidente Barbicane, un telegrama transmitido por el cable sumergido entre Valentia (Irlanda), Terranova y la costa americana.

El presidente Barbicane rasgó el sobre, leyó el parte, y, no obstante su fuerza de voluntad para hacerse dueño de sí mismo, sus labios palidecieron y su vista se turbó a la lectura de las veinte palabras del telegrama.

He aquí el texto del mismo, que se conserva aún en los archivos del Gun-Club:

«Francia, París.
»30 septiembre, 4 h. mañana.
»Barbicane. Tampa, Florida.
»Estados Unidos.

»Reemplazad granada esférica por proyectil cilindro cónico. Partiré dentro. Llegaré por vapor Atlanta.

Michel Ardan.»

Jules Verne (Francia, 1828-1905).

lunes, 26 de septiembre de 2022

Septiembre: LAS CÁRCELES DEL ALMA, de Lajos Zilahy

"... se escuchaban los lamentos de un tarogato que parecía cantar un adiós al verano."

(Fragmento inicial)

Era un día de septiembre; las siete de la tarde. Desde las colinas de Buda, se oían los lamentos de un tarogato que parecía cantar un adiós al verano.

En la esquina, apoyado en un bastón, un joven escuchaba aquella lejana música, fumando un cigarrillo. Ahora que ya estaba a dos pasos de la casa del doctor que le había invitado a tomar el té, no tenía la menor gana de subir, ni de mezclarse con tantas personas desconocidas a las que no sabría qué decir. Las relaciones que surgen en estas ocasiones sólo sirven para que cuando, dos semanas más tarde, se tropieza con una de ellas en el tranvía, no se sepa qué hacer: ¿debemos saludar o no a esa señora del sombrerito de terciopelo, que ocupa el asiento de enfrente, y a quien sólo entrevimos fugazmente en un té? No saludarla estaría mal, pero saludarla aún peor, pues estos encuentros nos obligan a conversaciones más que embarazosas.

El joven continuaba escuchando la armoniosa melodía del tarogato y le parecía bas- tante más grato pasar aquel delicioso crepúsculo de septiembre paseándose por las tranquilas y silenciosas callejuelas de Buda.

Lajos Zilahy
(Húngaro nacido en Rumania y fallecido en Serbia, 1891-1974).

Equinoccio: NINFOLEPSIA, de William Faulkner

"... para ver como ella, chorreando, ascendía oscilante por la orilla."

(Fragmento)

El agua turbia chocaba contra su boca tratando de entrar en ella, y la luz del día aprisionada bajo el arroyo saltó de nuevo sobre la superficie en forma de ondas. Relucientes planos de luz incidían y quebraban la superficie, y se alejaban de él; y, pisoteando agua, sintiendo los zapatos empapados lo mismo que el pesado mono de trabajo, percibiendo el pelo pegado a su cara, para ver cómo ella, chorreando, ascendía oscilante por la orilla.

Avanzó agitando el agua, persiguiéndola. Parecía nunca alcanzar la orilla opuesta. Sus ropas empapadas, se pegaban a él como sirenas inoportunas, como mujeres; hasta ver el agua quebrada de su empeño coronada de estrellas. Al fin pudo alcanzar la sombra de los sauces y sintió bajo su mano la tierra húmeda y resbaladiza. Aquí y allá, raíces y ramas. Se incorporó con el agua escurriendo de su ropa, sentía que ésta se volvía primero liviana y después pesada. Sus zapatos avanzaban aplastándose dóciles pero la indumentaria anodina, adherida a la piel, obstaculizaba su carrera. Podía ver cómo su cuerpo, fantasmal en el crepúsculo sin luna, ascendía por la colina. Y corrió, maldiciendo, el agua todavía chorreando de su pelo, con un lamento húmedo de ropas y zapatos, maldiciendo esa suerte y su destino. Creyó que podría desenvolverse mejor sin los zapatos, y mientras seguía mirando la apagada llama de la mujer que corría, se los quitó y prosiguió la marcha tras ella. La ropa mojada le pesaba como plomo; jadeaba cuando alcanzó la cima de la colina. Y allí estaba ella, en un campo de trigo, bajo la ascendente luna llena del equinoccio de otoño, como un barco en un mar de plata.

William Faulkner (Estados Unidos, 1897-1962).
Obtuvo el premio Nobel en 1949.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Equinoccio: EQUINOCCIO DE OTOÑO, de Lucian Blaga

"... vamos a gritar a las grullas para que vayan y retumben su estruendo de redención cuando vuelan..."

(Fragmento)

Cedidos al destino,
extraños para nosotros mismos, cargando en los hombros una patria-
un cuerpo muerto,
es verdad que lo hemos visto muchas veces,
poderes alados viajando entre las nubes
cegados por un lejano objetivo
atravesando encrucijadas en el aire –como una flecha,
aunque allá abajo no alcanzan el aleteo
de una señal o sus noticias.
Todavía iremos a las cumbres y subiremos gritando,
vamos a gritar a las grullas para que vayan
y retumben su estruendo de redención
cuando vuelan rumbo a esa orilla por encima de todos los seres.

En la balanza y en el desgarro
de esta hora que nos rodea
ven, la profundidad oscura, el rumor que nos ahoga
abandonémoslos bajo nosotros y desde la última colina,
imaginando con signos en los vientos de libertad,
gritemos en pos del triángulo viajero. 

Lucian Blaga (Rumania, 1895-1961).

viernes, 23 de septiembre de 2022

Equinoccio: ALGAS MARINAS, de Henry Wadsworth Longfellow

"Las laboriosas oleadas, cargadas con algas de las rocas."

(Primera estrofa)

Cuando desciende sobre el Atlántico
El gigantesco
Ventarrón del equinoccio,
Hacia tierra en su ira azota
Las laboriosas oleadas,
Cargadas con algas de las rocas.

(When descends on the Atlantic
The gigantic
Storm-wind of the equinox,
Landward in his wrath he scourges
The toiling surges,
Laden with seaweed from the rocks).

Henry Wadsworth Longfellow (Estados Unidos, 1807-1882).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

jueves, 22 de septiembre de 2022

Equinoccio: PRIMERA NIEVE EN EL MONTE FUJI, de Yasunari Kawabata

"Mañana estaremos en mitad del Higan, en pleno equinoccio de otoño."

(Fragmento inicial)

- Ya hay nieve en el monte Fuji. Eso es nieve, ¿verdad? -dijo Jiro.

También Utako miró al Fuji desde la ventana del tren.

- ¡Cierto! ¡La primera nieve!

- No son nubes, ¿verdad? Es nieve -insistió Jiro.

El Fuji estaba envuelto en nubes. La nieve de la cumbre tenía en el cielo encapotado un color semejante al de una nube blanca.

- ¿Qué día es hoy? ¿Veintidós de septiembre?

- Sí. Mañana estaremos en mitad del Higan, en pleno equinoccio de otoño.

- Me pregunto si todos los años por esta época cae nieve en el monte Fuji. Tal vez la primera nevada… -después de decir esto, Jiro, como si se hubiera dado cuenta de algo, añadió-: Un momento, no podemos saber si ésta es la primera nevada. Es la primera vez que vemos en este año al monte Fuji. Pero es probable que antes haya nevado.

Yasunari Kawabata (Japón, 1899-1972).
Obtuvo el premio Nobel en 1968.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Equinoccio: DISFRUTA DE LA LUNA A MEDIADOS DE OTOÑO, de Li Pin


El equinoccio de otoño se detiene esta noche,
la luna es brillante.
Aparece desde el mar azul profundo,
caminando por un lugar distante.
El cielo está limpio,
todos los monstruos desean no ser vistos.
La escena no se puede comparar,
pero se detendrá cuando cante el gallo.

(Versión en inglés:
Enjoy the Moon in Mid-Autumn
Autumn Equinox stops tonight,
The moon is bright.
It appears from the deep blue sea,
Walking through the distant place.
The sky is clean,
All monsters wish not to be seen.
The scene cannot be compared,
But will stop by the cock crow).

Li Pin (China, 818-876).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

martes, 20 de septiembre de 2022

Equinoccio: EL SUEÑO DEL APOSENTO ROJO, de Tao Hsue Kin (crónica de Jorge Luis Borges)


Tao Hsue Kin: El sueño del aposento rojo*

(Fragmento

El primer capítulo cuenta la historia de una piedra de  origen celestial, destinada a soldar una avería del firmamento  y que no logra ejecutar su divina misión; el segundo narra  que el héroe de la obra ha nacido con una lámina de jade  bajo la lengua; el tercero nos hace conocer al héroe, «cuyo  rostro era claro como la luna durante el equinoccio de otoño,  cuya tez era fresca como las flores mojadas de rocío, cuyas  cejas parecían el trabajo del pincel y la tinta, cuyos ojos  estaban serios hasta cuando sonreía la boca». Después, la  novela prosigue de una manera un tanto irresponsable o  insípida; los personajes secundarios pululan y no sabemos  bien cuál es cuál. Estamos como perdidos en una casa de  muchos patios. Así llegamos al capítulo quinto,  inesperadamente mágico, y al sexto, «donde el héroe ensaya  por primera vez el juego de las nubes y de la lluvia». Esos  capítulos nos dan la certidumbre de un gran escritor. La  corrobora el décimo capítulo, no indigno de Edgar Allan Poe o de Franz Kafka, «donde Kia Yui mira para su mal el lado  prohibido del Espejo de Viento y Luna».

Crónica de Jorge Luis Borges publicada el 19 de noviembre de 1937.

* También traducido al español como Sueño en el pabellón rojo.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Equinoccio: LA HISTORIA DE GENJI, de Murasaki Shikibu

"No se preocupen, (...) Por más que estemos en el noveno mes, tengo entendido que mañana es el equinoccio."

(Fragmento del capítulo 50)

Puerta corrediza

Se oyeron los sonidos de los guardianes que abrían la puerta y se marchaban. Cuando oyó que los demás hombres entraban y se tendían, pidió que acercaran su carruaje a las puertas dobles. Entonces tomó en brazos a la muchacha y la subió al vehículo. Sus damas de honor estaban horrorizadas. ¡Aquello era demasiado repentino!

- Pero, mi señor -protestaron-, ¡es el noveno mes!* ¡Eso no está bien! ¿Qué está haciendo?

La monja Ben no había previsto que él pudiera comportarse así, y se sentía muy ofendida, pero hizo lo que pudo por tranquilizar a las mujeres.

- Es evidente que su señoría tiene sus propios planes -les dijo-. No se preocupen, por favor. Por más que estemos en el noveno mes, tengo entendido que mañana es el equinoccio -era el decimotercer día del mes.

- Ahora no puedo ir contigo -le dijo ella-. La princesa podría enterarse de que he estado en la Ciudad, y sería una extremada falta de tacto por mi parte que regresara sin decírselo.

- Preferiría que te disculparas más tarde -insistió el comandante, azorado al pensar que alguien pudiera informar tan pronto a la princesa-. Además, necesitaré tu ayuda cuando estemos allí. ¿Me hará también alguien más el favor de venir? -añadió.

La monja subió al carruaje con Jijû, que tenía una intimidad especial con su señora. El aya, la muchacha paje que había ido con Ben y las demás se quedaron atrás, llenas de asombro.

Ben supuso que no irían muy lejos, pero resultó que se dirigían a Uji. El comandante había convenido un cambio de bueyes a mitad del camino. Al amanecer abandonaron la orilla del río Kamo y llegaron al Hôshôji. Ahora que, a la luz del amanecer, Jijû distinguía mejor al comandante, el necesario decoro no impidió que le mirase sin recato, pasmada de admiración.

En cuanto a la joven, yacía de bruces, aturdida por la conmoción del inesperado viaje.


Murasaki Shikibu (Japón, siglo XI. Probablemente 978-1014).

* Según la tradición, se le consideraba un mes adverso para contraer matrimonio.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Septiembre: LOLITA, de Vladimir Nabokov

"La carta estaba fechada el 18 de septiembre de 1952 (El día en que ocurrió lo que narro era el 22)..."

(Acontecimientos de septiembre de 1952: hace setenta años)

Querido papá:

¿Cómo van las cosas? Me he casado. Voy a tener un hijo. Creo que será muy grande. Creo que nacerá para Navidad. Es difícil escribirte esta carta. Estoy medio loca, porque no podemos pagar nuestras deudas y marcharnos de aquí. Le han prometido a Dick una buena colocación en Alaska, dentro de su espacialidad en la mecánica. No sé cuál es, pero tengo entendido que es muy importante. Perdona que no te dé mi dirección, pero quizás sigas enfadado conmigo, y Dick no debe saber lo ocurrido. Esta ciudad es algo increíble. El humo de las fábricas se mezcla con la niebla y no deja ver a los idiotas que viven aquí. Por favor, mándanos un cheque, papá. Podemos arre- glarnos con trescientos o cuatrocientos, o quizás menos, cualquier suma vendría bien; puedes vender mis cosas viejas, pues una vez que lleguemos allí nos lloverá el dinero. Escríbeme, por favor. He pasado muchas tristezas y sinsabores.

Tu hija que espera ansiosa,

Dolly (señora de Richard F. Schiller)
...

La carta estaba fechada el 18 de septiembre de 1952 (el día en que ocurrió lo que narro era el 22), y la dirección que me indicaba Lolita era "Lista de correos, Coalmont" (omito si se hallaba en Virginia, Pennsylvania o Tennessee; aunque el nombre de la ciudad tampoco era Coalmont; lo he camuflado todo, amor mío). Averigué que era una pequeña comunidad industrial a unos mil quinientos kilómetros de Nueva York. Al principio, proyecté conducir todo el día y toda la noche, pero después lo pensé mejor y descansé un par de horas, próxima ya la madrugada, en un motel, pocos kilómetros antes de llegar a la ciudad.

Vladimir Nabokov
(Ruso nacionalizado estadounidense y suizo, fallecido en Suiza,1899-1977).

sábado, 17 de septiembre de 2022

Septiembre: LOLITA, UNA LECTURA PROHIBIDA

"... hasta que por fin la editorial francesa Olympia Press (...) se animara a ofrecerla a la venta al público en septiembre de 1955."

Cuando Vladimir Nabokov envió el manuscrito de Lolita a diferentes empresas editoriales en Estados Unidos, fue rechazado en principio por Viking, en tanto que Simon & Schuster la calificó como "pura pornografía", además de que fue rechazada en otras tres ocasiones, hasta que por fin la editorial francesa Olympia Press, especializada en publicar las obras en inglés que la censura rechazaba -tal había sido el caso de Trópico de Cáncer, de Henry Miller y de otros autores como Lawrence Durrell y Samuel Beckett-, se animara a ofrecerla a la venta al público en septiembre de 1955.

Quién se iba a imaginar que casi setenta años después, tal y como reflexiona el protagonista de mi novela En el nombre de Bogart, "Paradoja soñada por Zaratustra, lo que en su momento fue un acto de liberación da un giro de ciento ochenta grados para imponer el recato neoconservador de la corrección política: el eterno retorno", ese mismo fantasma que revive para condenar -otra vez igual que entonces- la supuesta vocación perversa de su pedofilia.
Jules Etienne 

viernes, 16 de septiembre de 2022

SEPTIEMBRE, de Hermann Hesse


El jardín está triste,
la fría lluvia pesa sobre las flores.
El verano tiembla
dulcemente hacia su fin.
 
Doradas, gota a gota, caen las hojas
de lo alto de la acacia.
El verano sonríe, sorprendido y cansado,
entre el sueño de los jardines que se mueren.
 
Largamente, entre las rosas
se detiene todavía, desea el reposo.
Lentamente cierra
sus ya cansados ojos.
 
(Der Garten trauert,
kühl sinkt in die Blumen der Regen.
Der Sommer schauert
Still seinem Ende entgegen.
 
Golden tropft Blatt um Blatt
nieder vom hohen Akazienbaum.
Sommer lächelt erstaunt und matt
in den sterbenden Gartentraum.
 
Lange noch bei den Rosen
bleibt er stehen, sehnt sich nach Ruh.
Langsam tut er die (grossen)
müdgewordnen Augen zu.)
  
Herman Hesse (Alemán nacionalizado suizo, 1877-1962).
Obtuvo el premio Nobel en 1946.

La ilustración corresponde a Flores en la lluvia (Flowers in the Rain), de Randy Heath.

jueves, 15 de septiembre de 2022

SEPTIEMBRE, la canción de Richard Strauss sobre un poema de Hermann Hesse

"... se va apagando lentamente con la llegada de las lluvias otoñales."

El compositor Richard Strauss era contemporáneo -aunque trece años mayor- de Hermann Hesse. Al final de la segunda guerra, siendo ya un anciano octogenario se trasladó a vivir a Suiza, en donde Hesse llevaba radicando desde hacía tiempo e incluso había adoptado esa nacionalidad. Ambos desarrollaron una amistad que se acentuó conforme Strauss fue adoptando una postura pacifista y cada vez más crítica del régimen de Hitler. Aunque al principio fue bastante favorecido por éste, al grado de ser nombrado presidente de la cámara de música del III Reich, además de que compuso el himno para los juegos olímpicos de Berlín en 1936, se fue distanciando paulatinamente del régimen, sobre todo porque su nuera tenía origen judío y por lo tanto sus nietos, así fuese sólo de manera parcial, también lo eran.

En 1938, bajo una ominosa atmósfera bélica, estrena la ópera en un acto El día de la paz. Cuando la guerra estaba a punto de concluir, decepcionado escribió en su diario: "El período más terrible de la historia humana se ha terminado, el reinado de doce años de bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura por parte de los mayores criminales, durante el cual los dos mil años de la evolución cultural de Alemania llegaron a su fin."

Dedicada a la soprano María Jeritza, Septiembre, poema de Hermann Hesse, es una canción elaborada con un sumo cuidado en los detalles, una pieza de auténtico orfebre, delicada pero densa, venida de la más pura inspiración melódica.

La última de las composiciones para orquesta, fue creada precisamente en ese mes de septiembre, como indica su título, de 1948 y podría tomarse en solitario como un magnífico broche final en el que Strauss parece estar imbuido por la tristeza del verano, que simboliza sus años de juventud y que se va apagando lentamente con la llegada de las lluvias otoñales.*

La leve introducción orquestal está cargada de matices que parecen llevarnos a ese jardín triste dónde la lluvia derrama sus frías lágrimas en las flores. Es notable el uso de las flautas y el arpa, entre las cuerdas, semejando las gotas de lluvia así como el acento en la palabra "Blumen" (flores).

En la siguiente frase, aparece el verano (Der Sommer) que se estremece porque se acerca su fin y en este pasaje descubrimos unas texturas más cálidas y resplande- cientes.

De nuevo la presencia de las flautas y el arpa en el goteo de las hojas de las acacias, desde "Golden tropft".

Y otra vez el verano, que no quiere irse y que sonríe extrañado y de nuevo volvemos a un momento radiante en la voz y la orquesta. La frase termina con el verano ya cansado y agonizante en una magnífica y ondulante melodía en la palabra "Gartentraum" (sueño del jardín) que parece llevarnos a terrenos etéreos y de fantasía.

El espectro de la obra se va abriendo en los compases siguientes en dónde ese verano (o juventud) anhela el descanso. Es particularmente destacable el ascenso y posterior caída de la orquesta en estas frases y después de "stehen".

La última frase, prodigio de emociones, queda aplicada de manera magistral en un pianísimo que subraya el texto: "lentamente cierra los grandes ojos, rendidos de cansancio" haciendo énfasis en la palabra "Augen" (ojos) y la palabra "zu" que es protagonizada por la trompa solista, como rendido homenaje no solamente al intrumento del padre de Strauss, si no también a la juventud sugerida que va desapareciendo de este anciano compositor.

Jules Etienne

* Casualmente Richard Strauss falleció al año siguiente en el mes objeto de la canción: el 8 de septiembre de 1949.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Septiembre: TE AMO AHÍ CONTRA EL MURO DESTRUIDO..., de Homero Aridjis


Te amo ahí contra el muro destruido
contra la ciudad y contra el sol y contra el viento
contra lo otro que yo amo y se ha quedado
como un guerrero entrampado en los recuerdos

Te amo contra tus ojos que se apagan
y sufren adentro esta superficie vana
y sospechan venganzas
y muertes por desolación o por fastidio

Te amo más allá de puertas y esquinas
de trenes que se han ido sin llevarnos
de amigos que se hundieron ascendiendo
ventanas periódicas y estrellas

Te amo contra tu alegría y tu regreso
contra el dolor que astilla tus seres más amados
contra lo que puede ser y lo que fuiste
ceremonia nocturna por lugares fantásticos

Te amo contra la noche y el verano
contra la luz y tu semejanza silenciosa
contra el mar y septiembre y los labios que te expresan
contra el humo invencible de los muertos.


Homero Aridjis (México, 1940).

martes, 13 de septiembre de 2022

Septiembre: TESS D'UBERVILLE, de Thomas Hardy

"... iba sola al pueblo, buscaba siempre al anochecer la compañía de sus amigas para volver a casa más segura."

(Fragmento del capítulo X

En su primera excursión se divirtió la joven más de lo que esperaba, contagiada de la alegría de los demás, que formaba tan vivo contraste con la monótona tarea que diariamente realizaba en el gallinero. Por lo que la repitió una y otra vez. Como la joven era interesante y agraciada, hallándose además en el momentáneo umbral de la feminidad, su paso por las calles de Chaseborough atraía algunas furtivas miradas varoniles, por lo cual, aunque algunas veces iba sola al pueblo, buscaba siempre al anochecer la compañía de sus amigas para volver a casa más segura.

Así transcurrieron un mes o dos, hasta que llegó un sábado de septiembre, en el que coincidían una feria y un mercado. Con este doble motivo, los peregrinos de Trantridge se las prometían doblemente felices en las tabernas. Tess estuvo muy atareada todo aquel día, llegando al pueblo mucho después que sus compañeras. Era una hermosa tarde de septiembre, a esa hora del crepúsculo en que las amarillentas luces luchan con las sombras azules en líneas finas como cabellos y la atmósfera misma forma perspectivas sin necesidad de objetos más sólidos, si se exceptúan las miríadas de alados insectos que en ella danzan. Por entre esta bruma del atardecer hizo Tess el camino.

Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).

Septiembre: EL BUSCADOR DE ORO, de Jean-Marie Gustave Le Clézio

"... estos bosques de inmóviles abedules donde se escuchaba el grito de la lechuza..."

(Fragmentos del capítulo Somme, verano de 1916)

A comienzos de septiembre nos unimos al V Ejército del general Gough y, con los que han quedado bajo las órde es de Rawlinson, nos encaminamos todavía más al sur, hacia Guillemont. Por la noche remontamos la vía férrea hacia el noreste, en dirección a los bosques. Están a nuestro alrededor, todavía más sombríos, amanazadores: el bosque de Trônes, a nuestra espalda, el bosque de Leuze, al sur y. ante nosotros el bosque de los Bouleaux. Los hombres aguardan, en la tranquilidad de la noche, sin dormir. Creo que ninguno de nosoros puede evitar pensar en lo que, antes de esta guerra, existía aquí; esta belleza, estos bosques de inmóviles abedules donde se escuchaba el grito de la lechuza, los murmullos de los arroyuelos, los saltos de los conejos silvestres. Esos bosques donde van los amantes, después del baile, con la hierba tibia todavía por la luz del día, donde los cuerpos se abrazan y ruedan riendo. Los bosques, por la noche, cuando de los pueblos suben las azuladas humaredas, tan tranquilas, y se ven en los senderos las siluetas de las viejecitas recogiendo leña.

(... en la jornada del quince de septiembre...)

Comienzan las pesadas lluvias de invierno. Las aguas del Somme y del Ancre invaden las riberas. Estamos prisioneros en las trincheras conquistadas, hundidos en el barro, agazapados en improvisados refugios. Hemos olvidado ya la embriaguez de los combates que nos han llevado hasta aquí, Hemos conquistado Guillemont, la granja de Falfemont, Glinchy y, en la jornada del quince de septiembre, Morval, Gueudecourt, Lesboeufs, rechazando a los alemanes hacia sus trincheras de reta- guardia, en lo alto de los ribazos, en Bapaume, en el Transloy. Ahora estamos prisioneros de las trincheras, al otro lado del río, prisioneros de las lluvias y del barro. Los días son grises, fríos, nada ocurre.

Jean-Marie Gustave Le Clézio (Francés con ciudadanía mauritana, 1940).
Obtuvo el premio Nobel en 2008.

Septiembre: EL CEMENTERIO DE PRAGA, de Umberto Eco

"... al cabo de poco más de un mes, la Comédie-Francaise obtuvo el permiso de dar representaciones para sostener a las familias de los caídos..."

(Fragmento del capítulo 17: Los días de la comuna)

Hasta los días del asedio, en París se seguía viviendo alegremente. En septiembre se decidió el cierre de todas las salas de espectáculos, tanto para acompañar en el drama de los soldados en el frente como para poder mandar a ese mismo frente a los bomberos de servicio, pero al cabo de poco más de un mes, la Comédie-Française obtuvo el permiso de dar representaciones para sostener a las familias de los caídos, aun en condiciones de economía, sin calefacción y con velas en lugar de luces de gas; luego volvieron a empezar algunas funciones en el Ambigu, en el Porte Saint-Martin, en el Châtelet y en el Athénée.

Los días difíciles empezaron en septiembre con la tragedia de Sedan. Con Napoleón prisionero del enemigo, el Imperio se derrumbaba, Francia entera entraba en un estado de agitación casi (todavía casi) revolucionaria. Se proclamaba la República, pero en las mismas filas republicanas, por lo que yo llegaba a entender, se agitaban dos almas: una quería sacar de la derrota la ocasión para una revolución social, la otra estaba dispuesta a firmar la paz con los prusianos con tal de no ceder a esas reformas que -se decía- desembocarían en una forma de comunismo puro y simple.

A mediados de septiembre, los prusianos habían llegado a las puertas de París, habían ocupado los fuertes que habrían debido defenderla y bombardeaban la ciudad. Seguirían cinco meses de asedio durísimo durante los cuales el hambre se convertiría en el gran enemigo.

De las intrigas políticas, de los desfiles que recorrían la ciudad en varios puntos, entendía poco y aún menos me importaba, pues consideraba que en momentos como aquéllos era mejor no callejear demasiado. Ahora bien, la comida, eso era asunto mío, y me mantenía informado diariamente con los tenderos de mi barrio para entender qué nos esperaba. Al recorrer los jardines públicos como el de Luxemburgo, al principio parecía que la ciudad vivía en medio del ganado, pues se habían concentrado ovinos y bovinos dentro del perímetro urbano. Sin embargo, ya en octubre decían que no quedaban más de veinticinco mil bueyes y cien mil carneros, que no era nada para alimentar a una metrópolis.

Umberto Eco (Italia, 1932-2016).

(Traducido al español por Helena Lozano Miralles).
La ilustración corresponde al teatro de la Comedia Francesa de París, en el siglo XIX.

lunes, 12 de septiembre de 2022

Septiembre: MI BOHEMIA, de Arthur Rimbaud

"Yo las escuchaba al borde del camino cuando caen las tardes de septiembre..."

Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!
¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!

Mi único pantalón era un enorme siete.
-Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso
rimas Y mi posada era la Osa Mayor.
-Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

Y yo las escuchaba, al borde del camino
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo
el rocío en mi frente, como un vino de vida.

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.


Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891).

Septiembre: OJO OSCURO EN SEPTIEMBRE, de Paul Celan

"... la ebria manzana, bronceada por el aliento de un proverbio perverso..."

Tiempo: celada de piedra. Y más copiosos se derraman
los bucles del dolor en torno al rostro de la tierra,
la ebria manzana, bronceada por el aliento
de un proverbio perverso: precioso y reacio al juego,
al que se libran en el maligno
reflejo de su futuro.
Por segunda vez florece el castaño:
un signo de la míseramente encendida
esperanza del pronto
retorno de Orion: de los ciegos
amigos del cielo el fervor de claras estrellas
lo llama a la altura.
No celado a las puertas del sueño
combate un ojo solitario.
Lo que a diario sucede,
le basta saber:
en la ventana oriental
se le aparece de noche la enjuta
figura andante del sentimiento.
En la humedad de su ojo hundes tú la espada.


Paul Celan: Paul Pésaj Antschel
(Poeta rumano en lengua alemana, nacido en Ucrania y fallecido en Francia, 1920-1970).

sábado, 10 de septiembre de 2022

Septiembre: LOS SOÑADORES, de Isak Dinesen

"...  no había dama en Inglaterra que la venciese entonces; pero otras se ponía la capucha de lino de las italianas..."

(Fragmento)

Una vez había una fiesta en un pueblo, con farolillos alrededor de una fuente en el anochecer claro. La presenciamos desde un balcón. Varias veces, también, fuimos al mar. Todo esto fue en el mes de septiembre, un buen mes en Roma: el mundo empieza a ponerse marrón, pero el aire es transparente como el agua de montaña, y sorprende que se llene de alondras, y que canten allí, en esa época del año.

A Olalla le encantaba todo esto. Tenía un gran amor a Italia, y muchos conocimientos sobre la buena comida y el vino. A veces se emperifollaba, vistosa como un arco iris, con cachemires y plumas, como la amante de un príncipe, y no había dama en Inglaterra que la venciese entonces; pero otras se ponía la capucha de lino de las italianas, y bailaba en los pueblos al estilo rural. Entonces no había bailarina más fuerte ni más graciosa; aunque ella prefería mucho más sentarse conmigo a ver bailar. Estaba extraordinariamente viva a todas las impresiones. A donde íbamos, observaba muchas más cosas que yo, aunque he sido buen deportista toda mi vida. Pero al mismo tiempo no parecía haber para ella mucha diferencia entre la alegría y el dolor, o entre lo triste y lo agradable. Para ella, las dos cosas eran igualmente bienvenidas, como si considerase que en el fondo eran lo mismo.

Una tarde regresábamos a Roma, hacia la puesta de sol, y Olalla, con la cabeza descubierta, guiaba el caballo manteniéndolo al galope. La brisa le apartaba sus largos y oscuros rizos de la cara, revelándome otra vez la larga cicatriz de una quemadura que, como una pequeña serpiente blanca, le corría de la oreja izquierda a la clavícula. Le pregunté, aunque ya lo había hecho antes, cómo había llegado a quemarse de esa manera. No me contestó; en vez de eso, empezó a hablarme de los grandes prelados y mercaderes de Roma que estaban enamorados de ella; hasta que le dije, riendo, que no tenía corazón. Tras este comentario se quedó callada un rato, mientras seguíamos a gran velocidad, con la luz del sol dándonos de lleno en la cara.

- Sí -dijo por último-; sí tengo corazón. Pero está enterrado en el jardín de una pequeña villa blanca cerca de Milán.

- ¿Para siempre? -pregunté.

- Sí, para siempre -dijo-; porque es el lugar más bonito.

- ¿Qué hay allí -le pregunté, asaltado por los celos-, en esa pequeña villa blanca de Milán, que amerite guardar tu corazón para siempre?

- No lo sé -dijo-. No debe de haber mucho, ahora, ya que nadie limpia el jardín de malas hierbas ni toca el piano. Puede que vivan desconocidos allí, ahora. Pero también hay claridad lunar cuando la luna brilla en lo alto, y las almas de personas muertas.

A menudo hablaba de esa manera vaga y singular, y lo hacía de forma tan graciosa, afable y hasta humilde, que siempre me encantaba. Estaba deseosa de agradar, y se esforzaba todo lo posible; aunque no como la criada que se queda envarada por miedo a causar desagrado, sino como alguien muy rico que te colma de favores volcando sobre ti el cuerno de la abundancia. Como una leona domesticada, de dientes y garras fuertes, que se gana tu favor. A veces me parecía una niña; luego, a continuación, una vieja, como esos acueductos construidos hace mil años que se alzan en la campagna y proyectan sus largas sombras en el suelo, con sus muros majestuosos, antiguos y resquebrajados brillando al sol como el ámbar. Yo me sentía como un ser nuevo y torpe en el mundo, como un niño ridículo junto a ella, en esos momentos; y siempre le encontraba algo que me hacía verla más fuerte que yo. De haberme enterado de que podía volar, y alejarse de mí y del mundo cuando quisiese, me habría causado la misma impresión, creo.

Hasta finales de septiembre no empecé a pensar en el futuro. Entonces comprendí que no podía vivir sin Olalla. Si intentaba alejarme de ella, pensaba, mi corazón correría en su busca como corre el agua pendiente abajo. Así que pensé que debía casarme con ella y llevármela conmigo a Inglaterra.


Isak Dinesen: Karen Blixen (Dinamarca, 1885-1962).

jueves, 8 de septiembre de 2022

Golondrinas en septiembre: ODA A LAS ALAS DE SEPTIEMBRE, de Pablo Neruda

"... al vuelo del cielo que volvió a mi tejado: he comprendido al fin que las primeras flores son plumas de septiembre."

He visto entrar a todos los tejados
las tijeras del cielo:
van y vienen y cortan transparencia:
nadie se quedará sin golondrinas.

Aquí era todo
ropa, el aire espeso
como frazada y un vapor del sal
nos empapó el otoño
y nos acurrucó contra la leña.

En la costa del Valparaíso,
hacía el sur de la Planta Ballenera:
allí todo el invierno se sostuvo
intransferible con su cielo amargo.

Hasta que hoy al salir
volaba el vuelo,
no paré mientes al principio, anduve
aún entumido, con dolor de frío,
y allí estaba volando,
allí volvía
la primavera a repartir el cielo.

Golondrinas de agosto y de la costa,
tajantes, disparadas
en el primer azul,
saetas de aroma:
de pronto respiré la acrobacias
y comprendí que aquello
era la luz que volvía a la tierra,
las proezas del polen en el vuelo,
y la velocidad volvía a mi sangre.
Volví a ser piedra de la primavera.

Buenos días, señores golondrinas
o señoritas o alas o tijeras,
buenos días al vuelo del cielo
que volvió a mi tejado:
he comprendido al fin
que las primeras flores
son plumas de septiembre.


Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1971.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Golondrinas en septiembre: FAUSTO, de Iván Turguéniev

"... las golondrinas revoloteaban a nuestro alrededor a muy poca altura."

(Fragmentos)

Vera le pidió que cantara una canción de sus años de estudiante y él le cantó Knaster, den gelben, pero terminó con una nota falsa. Estaba como borracho. Entre tanto, se levantó un fuerte viento, se alzaron olas bastante grandes y la barca dio ligeramente de banda; las golondrinas revoloteaban a nuestro alrededor a muy poca altura. Cambiamos de vela y empezamos a dar bordadas. De pronto sopló una violenta ráfaga de viento. No tuvimos tiempo de enderezar la embarcación: una ola saltó por encima de la borda y la barca se llenó de agua. En ese momento, el alemán dejó constancia de su valor: me arrancó la maroma de las manos y puso la vela en la posición adecuada, al tiempo que decía: “¡Así se hace en Cuxhaven!” (So macht mans in Cuxhaven!).

Vera probablemente se asustó, porque se puso pálida; no obstante, según su costumbre, no pronunció ni una palabra, recogió el bajo del vestido y apoyó los pies en el travesaño de la barca. De pronto me vino a la cabeza un poema de Goethe (desde hace algún tiempo estoy bajo su influjo)… ¿Te acuerdas? “En las olas centellean millares de estrellas oscilantes”, y lo declamé en voz alta. Cuando llegué al verso que dice: “Ojos míos, ¿por qué miráis el suelo?”, ella levantó levemente los suyos (yo estaba sentado a menor altura: su mirada caía sobre mí desde arriba) y contempló largo rato la lejanía, entornando los párpados para protegerse del viento… De pronto se desencadenó una fina llovizna, cuyos impactos en el agua produjeron un sinfín de burbujas. Le ofrecí mi abrigo: ella se lo echó por los hombros. Nos acercamos a la orilla, no al embarcadero, y nos dirigimos a pie hasta la casa. Yo la llevaba del brazo. En todo momento me parecía que tenía algo que decirle; pero callaba. No obstante, recuerdo que le pregunté por qué, cuando estaba en casa, siempre se sentaba debajo del retrato de la señora Yeltsova, como un polluelo bajo el ala de su madre. “Su comparación es muy apropiada -me dijo-. Nunca he deseado salir de debajo de su ala.” “¿No ha deseado nunca salir al aire libre?”, volví a preguntarle. Pero ella no me respondió.

(...)

Así es como me enteré de que Vera me amaba. Antes de nada debo decirte (y tienes que creerme) que hasta ese día no sospechaba absolutamente nada. Cierto que a veces se quedaba pensativa, algo que antes no le sucedía; pero yo no comprendía por qué caía en esos estados. Por fin, un día, el 7 de septiembre -un día inolvidable para mí-, sucedió lo siguiente. Ya sabes cuánto la amaba y cómo sufría. Vagaba como una sombra, no me encontraba bien en ningún sitio. Tenía intención de quedarme en casa, pero no fui capaz de contenerme y fui a verla. La encontré sola en su despacho. Primkov no estaba: se había ido de caza. Cuando entré en la habitación, Vera me miró fijamente y no respondió a mi saludo. Estaba sentada al pie de la ventana; en sus rodillas descansaba un libro que reconocí al instante: era mi ejemplar de Fausto. Su rostro expresaba cansancio. Me senté enfrente de ella. Me pidió que le leyera en voz alta esa escena entre Fausto y Gretchen en que ella le pregunta si cree en Dios. Cogí el libro y me puse a leer. Cuando terminé, me la quedé mirando. Con la cabeza reclinada en el respaldo del sillón y los brazos cruzados sobe el pecho, tenía los ojos clavados en mí.

Iván Turguéniev (Rusia, 1818-1883).