(Fragmento inicial)
Era un día de septiembre; las siete de la tarde. Desde
las colinas de Buda, se oían los lamentos de un tarogato que parecía cantar un
adiós al verano.
En la esquina, apoyado en un bastón, un joven
escuchaba aquella lejana música, fumando un cigarrillo. Ahora que ya estaba a
dos pasos de la casa del doctor que le había invitado a tomar el té, no tenía
la menor gana de subir, ni de mezclarse con tantas personas desconocidas a las que
no sabría qué decir. Las relaciones que surgen en estas ocasiones sólo sirven
para que cuando, dos semanas más tarde, se tropieza con una de ellas en el
tranvía, no se sepa qué hacer: ¿debemos saludar o no a esa señora del
sombrerito de terciopelo, que ocupa el asiento de enfrente, y a quien sólo
entrevimos fugazmente en un té? No saludarla estaría mal, pero saludarla aún
peor, pues estos encuentros nos obligan a conversaciones más que embarazosas.
El joven continuaba escuchando la armoniosa melodía
del tarogato y le parecía bas- tante más grato pasar aquel delicioso crepúsculo de
septiembre paseándose por las tranquilas y silenciosas callejuelas de Buda.
Lajos Zilahy
(Húngaro nacido en Rumania y fallecido en Serbia, 1891-1974).
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