Vancouver: atardecer de verano en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

jueves, 25 de julio de 2024

Mirándolas dormir: EL TREN LLEGÓ PUNTUAL, de Heinrich Böll

"... la muchacha no sólo se ha asustado al oírle, sino que parece totalmente agotada..."

(Fragmento)

- ¡Detente! -grita asustado. Y al conjuro de su voz, las manos de Olina se apartan de las teclas.

Se frota la frente dolorida, y a la pálida luz de la lámpara nota que la muchacha no sólo se ha asustado al oírle, sino que parece totalmente agotada, cual si la dominara un cansancio supremo tras escalar las altas torres, aferrándose a ella con sus suaves manos. Las comisuras de sus labios tiemblan como las de un niño a quien la fatiga impide llorar. Se le ha soltado el cabello, está pálida y tiene profundas ojeras.

Andreas se acerca a ella y, tras rodearla con sus brazos, la lleva con cuidado al sofá. La joven cierra los ojos, suspira y mueve la cabeza con suma lentitud, como si sólo pidiera tranquilidad y reposo. «Quiero descansar un poco... tener algo de paz.» Es un consuelo que, al fin, quede dormida, con la cabeza caída hacia un lado.

"Es un consuelo que, al fin, quede dormida, con la cabeza caída hacia un lado."

Andreas apoya el rostro en ambas manos, que tiene puestas sobre la mesa, y se da cuenta de que también él está infinitamente cansado. «Es domingo -se dice-. Ha dado la una. Quedan todavía tres horas. No puedo dormirme; no debo permitirlo.» Observa a la joven amorosamente; contempla su cara pura, fatigada, pequeña y pálida, que en la felicidad que le da el sueño sonríe sin advertirlo. «No debo dormirme» -se repite Andreas. Mas a pesar suyo, el cansancio lo empieza a dominar. «Dios mío, no dejes que me duerma... permíteme mirar su cara... Fue preciso venir a este burdel de Lemberg para saber que existe un amor desprovisto de deseo... Y así es como amo a Olina... No me debo dormir. Es preciso que siga mirando su boca, su frente y los mechones dorados de su fino pelo caído sobre su cara, y las oscuras sombras de su cansancio indefinible rodeándole los ojos. Ha interpretado a Bach hasta el límite de lo humano. No me puedo dormir... hace mucho frío... la crueldad de la mañana acecha tras esas cortinas que nos separan de la noche... Hace frío y no tengo con qué cubrirla... porque he vendido mi abrigo. El mantel está manchado de vino. Podría taparla con mi guerrera y poner mi camisa sobre el escote de su vestido.» Mas al propio tiempo, nota que él también está tan cansado que no tiene ánimos ni para levantarse y quitarse la guerrera. «No puedo mover los brazos. Pero no hay que dormirse. Quedan infinidad de cosas por hacer... Sí, infinidad de cosas por hacer. Intentaré reposar unos instantes, apoyando los brazos sobre la mesa. Después me quitaré la camisa, la abrigaré con ella y me pondré a rezar. Quiero rezar arrodillado junto a este sofá que ha visto tantísimos pecados; deseo arrodillarme ante esta cara pura gracias a la cual sé ahora que es posible un amor sin deseo... No me debo dormir... no, no... no me debo dormir...»

Al despertar, su expresión es como la de un pájaro que muere y se desploma en pleno vuelo, hundiéndose en la más profunda desesperación. Pero los ojos sonrientes de Olina detienen su caída.

Heinrich Böll
(Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972).

(Traducido al español por Julio F. Yáñez).

viernes, 12 de julio de 2024

Mirándolas dormir: CACHONDEOS, ESCARCEOS Y OTROS MENEOS, de Camilo José Cela

"Después expelió un cuesco abacial y se quedó dormida sobre la mesa."

Los amores paganos


(Fragmento)

Mi invitada cenó revuelto de ajos frescos, patatas con angulas en salsa verde (dos raciones), rabo de buey estofado y jamoncitos de zancarrón, y bebió vermú y gaseosa; de postre tomó arroz con leche con chinchón dulce y torrijas con moscatel. Después expelió un cuesco abacial y se quedó dormida sobre la mesa.

¡Criaturita! Llegado que hubimos a su señorial mansión, el sereno del comercio y vecindad (a lo mejor era un bombero de paisano) me ayudó a desnudarla y a soltarle el corsé y, a renglón seguido, mientras yo cantaba la jota de La Dolores bajo la ducha donde me había metido al objeto de refrescar las partes, la enguiló presto y por derecho, quizá para que no se desencuadernara demasiado y desmereciera al tacto y a la vista.

- ¿Qué tal? ¿Qué tal?

¡Vaya! ¡Para lo que se estila, tampoco hay queja! En peores garitas hizo uno guardia y, gracias sean dadas a Dios, aquí sigo sin que se me haya caído nada todavía.

Camilo José Cela
(España, 1916-2002). Obtuvo el premio Nobel en 1989.

jueves, 11 de julio de 2024

Mirándolas dormir: MARAT-SADE (Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat), de Peter Weiss


(
Fragmento de la escena final del primer acto)

Balancándose y riendo a carcajadas, el padre y la madre se llevan la carreta con los figurantes. Roux acude para tomar, con retraso, la defensa de Marat.

Roux: ¡Pobre del ser excepcional que se atreve con todos los límites para forzarlos, para franquerlos! Por todas parte esos brutos, fieles a sus viejas tradiciones, obstacu- lizan su camino y lo cubren de injurias. Querías claridad y por eso escrutabas en la luz y en el fuego.

(Agitación al foro)

Querías averiguar el arte de domar la energía y estudiabas por eso la electricidad. Querías dilucidar las funciones del hombre y por eso intentaste saber lo que sería el alma.

(Algunos pacientes se adelantan y agrupan)

...el alma, o sea, ese grumo de vacuos ideales y moral incoherente; y tú pusiste el alma en el cerebro para que aprendiera a pensar, pues para ti el alma, ¿qué es sino una cosa práctica gracias a la cual podemos regular y dominar nuestra existencia? Y viniste a la Revolución porque te pareció que ante todo había que cambiar radical- mente este estado de cosas y que sin ese cambio ninguna empresa nuestra podría realizarse.

(Se levanta Coulmier. Las hermanas y los enfermeros se precipitan sobre Roux y lo arrastran hacia el foro. Sade está de pie, erguido, delante de su silla, y sonríe.

Carlota Corday duerme en su banco. Duperret está sentado en el suelo, delante de ella).


El coro (sobre fondo musical mientras las hermanas cantan una letanía):

Marat, ¿qué están haciendo con la revolución?
Lo que ocurre nos causa malísima impresión.
Nosotros somos pobres, no nos dan ocasión.
No esperes a mañana, dice nuestra canción.

(Fin de la música)

El pregonero (sacude su carraca):

Suspendamos ahora brevemente
esta acción cuyo fin es inminente.
Gocemos de un momento de respiro
cual si éste fuera un juego divertido;
cual si el fin que resuelve los problemas
pudiera retrasarse por las buenas.
Y pudiera ponerse a nuestro gusto
el desenlace en el momento justo.

(Breve silencio. Se adelanta a primer término. En voz más baja, confidencial)

Gocemos los que aquí tenemos suerte
sin olvidar durante el entreacto,
fumando un cigarrillo, que espera aquí la muerte
Marat en su bañera, doliente y tumefacto.

Peter Weiss
(Alemán nacionalizado sueco, 1916-1982).

(Versión teatral al español de Alfonso Sastre).

Las ilustraciones corresponden a la puesta en escena de la obra en el teatro Pigott,
Universidad de Stanford, noviembre de 2001.

miércoles, 10 de julio de 2024

Mirándolas dormir: PERDÍ MI JUVENTUD, de Gonzalo Rojas

"...devorado por el deseo oscuro de tu cuerpo cuando te hallé acostada boca arriba, y me dejaste frío en lo caliente, y te perdí..."

Perdí mi juventud en los 
burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.

Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.

Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.

Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.

Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.

A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.

Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.

Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.

Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.

No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.

Gonzalo Rojas (Chile, 1916-2011).

martes, 9 de julio de 2024

Mirándolas dormir: JUGADA MAESTRA y LA ÚLTIMA CONFESIÓN, de Morris West

"
La cubrí con las mantas y me senté en el borde de la cama, y le hablé hasta que ella se quedó dormida."

Jugada maestra

(Fragmento del capítulo XVI)

- ¿Qué sucedió después? -Le pregunté qué ocurría. Me explicó que el médico le había recetado sedantes. Se quejó de que eran demasiado fuertes, y de que le producían sueño. Vi la botella de whisky y el vaso. Le advertí que no debía beber cuando tomaba sedantes. Me aseguró que había bebido sólo un poco. Después, la convencí de que se quitase la bata y los zapatos y se acostara. La cubrí con las mantas y me senté en el borde de la cama, y le hablé hasta que ella se quedó dormida. No sabía muy bien qué hacer. No deseaba permanecer allí. Tampoco quería dejarla. De modo que fui a la planta baja y de la puerta colgué el letrero: «No regreso hasta las 5.30.» Después, llamé al señor Bayard, que estaba en su oficina. Me dijeron que había salido a almorzar. Me preguntaron si deseaba dejar algún mensaje. Me pareció que era mejor no hacerlo. Después, probé con Hugh Loredon. Sabía que los dos habían tenido una grave disputa acerca de algo, pero Hugh siempre adoptaba frente a ella una actitud muy protectora y, de hecho, conmigo también. Habíamos hecho el amor algunas veces, y aunque no era nada fuera de lo común, tampoco era demasiado mediocre... Hugh estaba en su oficina. Me dijo que no me quedase en el estudio, que me asegurase de que Madi estaba bien abrigada y de que los radiadores funcionaban. Llegaría en quince o veinte minutos... Me alegré de salir de allí. Después del episodio de Peter temía a la pandilla de Negroni's. Salí por la puerta del fondo, anduve media docena de calles y tomé un taxi que me llevó fuera de la zona...

 "Volví a la cama. La mujer se movió y se volvió hacia mí; volvimos a abrazarnos estrechamente."

La última confesión

(Fragmento del 30 de diciembre)

Recuerdo bien a la mujer. La llamaban la petite guenon -la monita-, porque era experimentada, traviesa y estaba llena de alegre malicia. Estaba desesperado por enterrar mi tristeza en su cuerpo; pasados los primeros momentos salvajes, me aferré a ella, despertándome y durmiéndome durante toda la larga noche.

Siete años de cárcel con su dieta han minado mi fortaleza y mitigado mi deseo. Dante estaba en lo correcto cuando escribió: No hay mayor tristeza que la de recordar épocas felices en tiempos de miseria. Con todo, todavía recuerdo esa noche, no por el placer obtenido -¿cuánto tiempo perdura el recuerdo del éxtasis sexual?-, sino por el extraño y casi mágico momento de revelación que experimenté esa madrugada.

Las circunstancias fueron triviales e incluso sórdidas. Me fui separando de la mujer dormida a mi lado y me levanté para orinar en el bacín. Antes de volver a la cama, me quedé desnudo frente a la ventana, viendo el claro cielo del invierno, pletórico de estrellas brillantes. De pronto, comprendí lo que necesitaba decir, lo que había estado tratando de decir durante todos esos años, en latín, en italiano, hablando y escribien- do, pero que no había conseguido articular completamente.

Fue un instante arquimédico en el cual mi espíritu gritó "Eureka. Lo encontré". También fue un momento bíblico: oí una voz que dijo "abre la boca", y mi lengua vacilante se volvió repentinamente elocuente.

Había abandonado la condición humana. Ya no estaba encerrado en los cerrados círculos de los universos de Ptolomeo o Copérnico. Tampoco estábamos en sus centros. No éramos un sistema simple, éramos la parte más pequeña de una vasta creación que se expandía al infinito. La vastedad de esa visión fue la que finalmente hizo inteligible la noción de Dios, el cual, de hecho, nos hizo inteligibles a nosotros mismos y tolerables los terrores de nuestra vida.

No sé cuánto tiempo me quedé ahí; pero, súbitamente, estaba temblando, con frío, sí, pero también con la conmoción de la experiencia. Volví a la cama. La mujer se movió y se volvió hacia mí; volvimos a abrazarnos estrechamente.

Ésa, me pareció, era la coda final de la revelación. No estábamos separados. Nada en el cosmos estaba separado o disociado. Nada de eso podía caérsele de entre las manos al Creador que lo había hecho, que le había dado vida; era inmanente en todas sus partes. Por primera vez en años, pronuncié una verdadera plegaria: Dame memoria para retener este momento. Dame palabras para contarlo.

Morris West
(Australia, 1916-1999).

lunes, 8 de julio de 2024

Mirándolas dormir: JUNCOS, de Blas de Otero

"... húmeda de rocío y desnuda de luna (no te despiertes)."

No te despiertes. Deja
la margen izquierda del horizonte azul grana,
y asciende entre la niebla hacia el palacio apaisado de Lerma.
Siéntate. Suspira apenas. (No te despiertes.)
Contémplate en el espejo de la fuente de junto a la iglesia,
y si acaso llueve o hace viento o gime un niño,
únete a la cuadrilla de segadores que camina hacia Covarrubias,
con una hoz anaranjada junto a las anchas alas de sus sombreros pajizos,
gira un poco hacia la colina
no te despiertes y penetra entre los juncos del Arlanza,
húmeda de rocío y desnuda de luna (no te despiertes).

Blas de Otero
(España, 1916-1979).

domingo, 7 de julio de 2024

Mirándolas dormir: EL JARDÍN DE LOS FINZI-CONTINI, de Giorgio Bassani

"...al sentir en mis labios el roce de los labios de Micòl, para volverme a dormir con ella entre mis brazos."

(Fragmento del libro tercero, capítulo 6)

En cuanto a mí, en vista de que los demás se quedaban tan tranquilos, yo haría lo mismo. Fuera, podía contar con Micòl: ella se ocuparía de proporcionarme comida y todo lo que me hiciera falta. Y vendría a verme todos los días, saltando por encima de la tapia de su jardín, tanto en verano como en invierno. Y todos los días nos besaríamos en la oscuridad, porque yo era su hombre y ella mi mujer.

Además, nadie decía que no pudiera salir al aire libre nunca más. Durante el día dormía, por supuesto, interrumpiendo el sueño sólo al sentir en mis labios el roce de los labios de Micòl, para volverme a dormir con ella entre mis brazos. Por la noche, sin embargo, podía hacer perfectamente largas salidas, sobre todo después de la una, después de las dos, cuando todo el mundo está durmiendo y las calles de la ciudad prácticamente desiertas.

Giorgio Bassani (Italia, 1916-2000).

(Traducido al español por Juan Antonio Méndez).

sábado, 6 de julio de 2024

Mirándolas dormir: EL COMPLOT MONGOL, de Rafael Bernal

"Se veía bonita, dormida en mi cama. Me hubiera gustado llevarla hoy a Chapultepec."

(Fragmento del capítulo III)

Graves hablaba español perfectamente, sin acento. ¡Pinche gringo! Yo creo que el ruso o va a decir lo mismo acerca de este cuate. Tienen gente para investigar todo. Creo que no hacen más que eso, investigar y, por eso mismo, no pudieron detener el golpe de Dallas. Andaban investigando tanto que no vieron al carguito con su rifle. Y ahora si nos atarugamos, aquí va a pasar lo mismo, mientras siguen investigando a todos. Quien sabe cuántas cosas sabrá éste de mí. Capaz y hasta ya sabe que le hice al maje con Martita y por eso se ríe tanto. Se veía bonita, dormida en mi cama. Me hubiera gustado llevarla hoy a Chapultepec. ¡Pinche Mongolia Exterior!.

- De nuestra investigación, señor García, se deduce que usted nunca ha sido comunista y que en una ocasión desbarató un complot castrista. Por eso lo considera- mos como hombre seguro.

Seguro con la pistola, seguro para matar. ¿A cuántos cristianos se habrá quebrado este gringo?

Graves lo veía intensamente.

- ¿Es usted anticomunista, verdad?

- ¿No que ya me investigaron?

- Pero usted es anticomunista.

- Soy mexicano y aquí en México tenemos la libertad de ser lo que nos da la gana ser.

¡Pinche gringo! ¿Por qué será que hablando con ellos siembre acaba uno echando discursos tan pendejos? Aquí todos tenemos libertad para ser lo que somos, pinches fabricantes de muertos en serie, y de muertos de segunda, hasta eso. Y hay otros por allí, de la Mongolia Exterior, que tienen libertad para hacer muertos de primera, cadáveres. Para éstos no hay más que comunistas y anticomunistas. ¿Qué pasa si le digo la verdad? yo soy pistolero y nada más eso. Y me da lo mismo a cuál partido pertenece el difunto. Si hasta a un cura me eché una vez. Órdenes de mi General Marchen, por allá por el veintinueve.

Graves lo veía con sus ojos duros, pero con la misma sonrisa turística de vendedor de automóviles.
(...)

"
De pronto se movió y se incorporó de un salto. Sólo tenía puesto el fondo."

(Fragmento inicial del capítulo V)

Cuando entró a la sala, el alba llenaba todo de sombrías grises, como grandes manchas de humedad en una casa abandonada. No había nadie. Abrió sin hacer ruido la puerta de la recámara. La luz sin color entraba por la venta junto con los primeros ruidos de la calle. Marta estaba dormida, acurrucada, como si tuviera miedo, los brazos desnudos fuera de las sábanas y las manos unidas cerca de la cara. Lo que no habrán visto esos pinches rusos. -Ellos lo ven todo porque investigan y yo nomás estoy para matar. Matar sin ver al que se mata, sin saber por qué hay que quebrarlo. Tal vez nada más porque sí.

Se detuvo para verla. La respiración era pausada, lenta. Sin hacer ruido se quitó el saco y la funda de la pistola. No quería tenerla encima del corazón. Orita debería meterme en la cama, junto a ella. Orita que está durmiendo. Creo que nunca he visto a una mujer durmiendo, por lo menos a una mujer tan bonita. Por lo general, cuando ya se van a dormir, yo me voy. Ya no las necesito. Y creo que me estoy haciendo maricón. Ya debería estar en la cama con ella. ¿Para qué estar mirando lo que se puede agarrar con las dos manos? ¡Pinches rusos allá enfrente! Sólo mirando, como el chino del cuento. Y yo como ellos. Sin meterme en la cama. ¡Pinche maricón! Distraídamente había tomado la gamuza y limpiaba la pistola. sus dedos se movían sobre ella, como acariciándola, pero no quitaba los ojos de la figura de Marta, dormida en su cama. De pronto se movió y se incorporó de un salto. Sólo tenía puesto el fondo.

- ¡Filiberto!

- No se espante, Martita.

Marta se restregó los ojos y sonrió:

- Te estuve esperando hasta muy noche.

No hizo nada por cubrirse con la sábana. Se sentó en la cama y puso las dos manos sobre las piernas extendidas.

- Luego me dio sueño y me recosté un rato y, como no tengo pijamas... ¿Te vas a acostar?

- No, Martita. Sólo vine a darme un regaderazo y tengo que salir de nuevo.

- Pero si no has dormido nada. En dos noches no has dormido. ¿Quieres café?

Se levantó de un salto. Estaba descalza. Se acercó a García y le puso las dos manos en los hombros. A través del fondo se transparentaban sus pechos, pequeños y duros, y el cabello en desorden le caía hasta los hombros. Olía a cuerpo y a cama. García se inclinó y la besó en la boca, sin abrazarla. Tenía en una mano la pistola y en la otra la gamuza. Ella se apretó contra él.

- Te quiero, Filiberto, te quiero tanto. Aquí sola no tengo otra cosa que hacer más que pensar en ti y en lo que te quiero. Por eso ya te hablo de tú, porque he adelanta- do mucho en nuestras relaciones.

Rafael Bernal
(Mexicano fallecido en Suiza, 1915-1972).

viernes, 5 de julio de 2024

Mirándolas dormie: SON MÁS LOS QUE MUEREN DE DESAMOR, de Saul Bellow

"
Mientras dormía, sólo podía verse su perfil; la criatura de la fortuna purificada, al fin, para el descanso total."

(Fragmento)

La única incuestionable afinidad que tenía en ese lugar, era con la azalea que estaba a sólo dos metros y medio de distancia. La otra afinidad, con Matilda, estaba -eso esperábamos- en sus estadios de formación. Ella necesitaba ahora dormir y había que tolerárselo. Él procuraba no molestarla y por eso colgaba los pantalones en la puerta del baño para que el tintineo de las llaves y las monedas no la alcanzasen. Durante toda la mañana, la cocinera cocinaba, la limpiadora limpiaba, la señora Layamon grababa a Marianne Moore o a Wallace Stevens, y Matilda, en su habitación de soltera, yacía envuelta en su edredón de seda. Mientras dormía, sólo podía verse su perfil; la criatura de la fortuna purificada, al fin, para el descanso total. Después de mucha agitación, de desafíos, de vagabundeos pródigos o neuróticos, se había reconciliado con su hogar. Era aquí donde entraba el tío Benn. El matrimonio con B. Crader la había restablecido. Encontró la paz. Reasumió su modo de vida anterior y sus privilegios, sean los que fueren. Dormía. Era una durmiente extravagante y lujuriosa, totalmente abandonada al sueño. Se podía pensar en Psique abrazando a Eros en una ciega oscuridad. Para mi sorpresa, así fue como el tío la describió. Psique también era de ese poema de Poe que tenía al tío obsesionado, como más tarde se obsesionaría con la viñeta de Charles Addams. Al principio, pensé equivocadamente: «Otra vez ese loco de Edgar Allan Poe con su Psique de mármol. Sólo que este pobre tonto, que casualmente es un tonto al que quiero mucho, podría volverse loco con ese poema. Todas esas imágenes de segunda clase, tanta autocomplacencia. Y lejos, tan lejos de la botánica en la que debiera invertir lo mejor de sí mismo».

En cuanto a eso, yo estaba completamente equivocado. Él tenía un destello de la verdad. Si ella era Psique, el Eros que abrazaba en sus sueños no era su marido. Él me lo decía indirectamente. Él era me lo decía la causa de ese descanso, pero la sustancia bien podía ser otra cosa. ¿Otro hombre? No, claro que no. Algo, no alguien. No había otro hombre. Sólo que esa cosa, su Eros, no era Benn Crader. Claro que la Psique de Poe era toda de mármol y representaba la belleza ideal. La señora de Poe estaba para ser contemplada, no abrazada, la Belleza en contemplación. (Sea como fuere, ¿qué hacen unos judíos metidos en todo este asunto griego?).

- Bueno, déjala que recupere su sueño. Veo que lo necesita. No quiero preguntarle: ¿por qué duermes tanto?

- Eso te da la oportunidad de ponerte al día de lo que pasa en el mundo -dije.

- Déjala que duerma todo lo que quiera -dijo él-. En sentido último, nadie descansa todo lo que le hace falta salvo con la muerte. Así que cuando ella recupere el sueño perdido, yo espero obtener algún beneficio.

Saul Bellow
(Estadounidense nacido en Canadá, 1915-2005). Obtuvo el premio Nobel en 1976.

(Traducido al español por María Mir).

jueves, 4 de julio de 2024

Mirándolas dormir: NOCTURNO DE SAN ILDEFONSO, de Octavio Paz

"Mi mujer está dormida. También es luna."

4

(Fragmento final)

Mi mujer está dormida
                                          También es luna.
claridad que transcurre
                                          -no entre escollos de nubes
entre las peñas y las penas de los sueños:
también es alma
                                          Fluye bajo sus ojos cerrados,
desde su frente se despeña.
                                                     torrente silencioso,
hasta sus pies,
                           en sí misma se desploma
y de sí misma brota,
                                       sus latidos la esculpen
se inventa al recorrerse,
                                             se copia al inventarse
entre las islas de sus pechos
                                                     es un brazo de mar,
su vientre es la laguna
                                          donde se desvanecen
la sombra y sus vegetaciones,
                                                        fluye por su talle,
sube,
           desciende,
                                 en sí misma se esparce,
                                                                            se ata
a su fluir,
                 se dispersa en su forma:
también es cuerpo.
                                   La verdad
es el oleaje de una respiración
y las visiones que miran unos ojos cerrados:
palpable misterio de la persona.

La noche está a punto de desbordarse.
                                                                      Clarea.
El horizonte se ha vuelto acuático.
                                                             Despeñarse
desde la altura de esta hora:
                                                     ¿morir
será caer o subir,
                                   una sensación o una cecasión?
Cierro los ojos,
                              oigo en mi cráneo
los pasos de mi sangre
                                              oigo
pasar el tiempo por mis sienes.
                                                          Todavía estoy vivo.
El cuarto se ha enarenado de luna.
                                                              Mujer:
fuente en la noche.
                                   Yo me fío a su fluir sosegado.


En su poema Primero de enero, escribe Paz en una de sus estrofas:

Tú estabas a mi lado,
aún dormida.
El día te había inventado
pero tú no eceptabas todavía
tu invención en este día.
Quizá tampoco la mía.
Tú estabas en otro día.

Es posible leer el poema completo con este vínculo: Primero de enero.

Octavio Paz (México, 1914-1998). 
Obtuvo el premio Nobel en 1990.

miércoles, 3 de julio de 2024

Mirándolas dormir: EL AMANTE y EL AMANTE DE LA CHINA DEL NORTE, de Marguerite Duras

"No quiero dormir en sus brazos, en su calor, pero duermo en la misma habitación..."

El amante

(Fragmentos)

Volvemos al apartamento. Somos amantes. No podemos dejar de amarnos.

A veces no regreso al pensionado, duermo a su lado. No quiero dormir en sus brazos, en su calor, pero duermo, en la misma habitación, en la misma cama. A veces falto al instituto. Por la noche vamos a cenar a la ciudad. Me ducha, me lava, me enjuaga, adora, me maquilla y me viste, me adora. Soy la preferida de su vida. Vive en el temor de que encuentre a otro hombre. Nunca temo algo parecido. También experimenta otro temor, no por el hecho de que sea blanca sino porque soy tan joven, tan joven que si nuestra historia se descubriera él podría ir a la cárcel. Me propone seguir mintiendo a mi madre y sobretodo a mi hermano mayor, no decir nada a nadie. Sigo mintiendo. Me río de su miedo. Le digo que somos demasiado pobres para que mi madre pueda entablar un proceso, que, por otra parte, todos los procesos que ha entablado los ha perdido, los entablados contra el catastro, contra los administrado- res, contra los directores, contra la ley, no sabe llevarlos a cabo, conservar la calma, esperar, seguir esperando, no puede, grita y arruina sus oportunidades. Con esto sucedería lo mismo, no vale la pena tener miedo.

(...)

Callan a lo largo de la noche. En el coche negro que la lleva al pensionado apoya la cabeza en su hombro. Él la abraza. Le dice que está bien que el barco de Francia llegue pronto y se la lleve y los separe. Callan durante el trayecto. A veces el hombre le pide al chófer que vaya a lo largo del río para dar una vuelta. Se duerme, extenuada, contra él. La despierta con sus besos.

"Él la había visto dormirse y fue entonces cuando ella se despertó."

El amante de la China del norte

(Fragmento)

No sabe si él duerme o no. Suelta la mano. No, no duerme al parecer. No sabe. Le da la vuelta a la mano, con mucha delicadeza, mira la palma de la mano, el interior, desnudo, toca la piel de seda cubierta de un fresco trasudor. Luego vuelve a colocar la cosa en el mismo sitio donde estaba en el brazo del asiento. La acomoda. La mano, dócil, se deja.

No se ve nada del chino, nada, ni el asomo de un despertar. Tal vez duerma.

La niña se gira hacia afuera, hacia los arrozales, el chino. El aire tiembla de calor.

Es un poco como si ella se hubiera llevado la mano en el sueño y la hubiera conser- vado allí.

Deja la mano lejos de ella. No la mira.

Se duerme.

Está dormida, parece.

Ella, en cambio, sabe que no, eso cree, que no. No se sabe.

¿Dormía el chino? Nunca lo sabrá. Nunca lo supo. Cuando ella se había despertado él la miraba. Él la había visto dormirse y fue entonces cuando ella se despertó.

Marguerite Duras
(Francesa nacida en Vietnam, entonces Indochina, y fallecida en Francia, 1914-1996).

(La traducción al español de El amante es de Ana María Moix.
la de El amante de la China del norte es de Beatriz de Moura).
Las ilustraciones corresponden a dos óleos del pintor ruso Serge Marshennikov.

martes, 2 de julio de 2024

Mirándolas dormir: EL RÍO, de Julio Cortázar

"... como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua.."

Y sí, parece que es así, que te has ido diciendo no sé qué cosa, que te ibas a tirar al Sena, algo por el estilo, una de esas frases de plena noche, mezcladas de sábana y boca pastosa, casi siempre en la oscuridad o con algo de mano o de pie rozando el cuerpo del que apenas escucha, porque hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados, del sueño que otra vez me tira hacia abajo. Entonces está bien, qué me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida y respirando entrecortadamente, pero entonces no te has ido cuando te fuiste en algún momento de la noche antes de que yo me perdiera en el sueño, porque te habías ido diciendo alguna cosa, que te ibas a ahogar en el Sena, o sea que has tenido miedo, has renunciado y de golpe estás ahí casi tocándome, y te mueves ondulando como si algo trabajara suavemente en tu sueño, como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua. Así una vez más, para dormir después con la cara empapada de un llanto estúpido, hasta las once de la mañana, la hora en que traen el diario con las noticias de los que se han ahogado de veras.

Me das risa, pobre. Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas de lágrimas y ajetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera la réplica, entonces se vería alzarse a la pareja perfecta, con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y fondo de cacerola. Pero ya ves, escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te escucho hablar, te escucho quejarte (con razón, pero qué puedo hacerle), o lo que es todavía mejor me voy quedando dormido, arrullado casi por tus imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclo todavía por un rato las primeras ráfagas de los sueños con tus gestos de camisón rídiculo bajo la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y creo que al final me duermo y me llevo, te lo confieso casi con amor, la parte más aprovechable de tus movimientos y tus denuncias, el sonido restallante que te deforma los labios lívidos de cólera. Para enriquecer mis propios sueños donde jamás a nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.

Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermes, que de cuando en cuando mueves una pierna que va cambiando el dibujo de la sábana, pareces enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, tus labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entre- cortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y creo que si no estaría tan exaspe- rado por tus falsas amenazas admitiría que eres otra vez hermosa, como si el sueño te devolviera un poco de mi lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. No sé, ya ni siquiera tiene sentido preguntar otra vez si en algún momento te habías ido, si eras tú la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido, y a lo mejor es por eso que prefiero tocarte, no porque dude de que estés ahí, probablemente en ningún momento te fuiste del cuarto, quizá un golpe de viento cerró la puerta, soñé que te habías ido mientras tú, creyéndome despierto, me gritabas tu amenaza desde los pies de la cama. No es por eso que te toco, en la penumbra verde del amanecer es casi dulce pasar una mano por ese hombro que se estremece y me rechaza. La sábana te cubre a medias, mis manos empiezan a bajar por el terso dibujo de tu garganta, inclinándome respiro tu aliento que huele a noche y a jarabe, no sé cómo mis brazos te han enlazado, oigo una queja mientras arqueas la cintura negándote, pero los dos conocemos demasiado ese juego para creer en él, es preciso que me abandones la boca que jadea palabras sueltas, de nada sirve que tu cuerpo amodorrado y vencido luche por evadirse, somos a tal punto una misma cosa en ese enredo de ovillo donde la lana blanca y la lana negra luchan como arañas en un bocal. De la sábana que apenas te cubría alcanzo a entrever la ráfaga instantánea que surca el aire para perderse en la sombra y ahora estamos desnudos, el amanecer nos envuelve y reconcilia en una sola materia temblorosa, pero te obstinas en luchar, encogiéndote, lanzando los brazos por sobre mi cabeza, abriendo como en un relámpago los muslos para volver a cerrar sus tenazas monstruosas que quisieran separarme de mí mismo. Tengo que dominarte lentamente (y eso, lo sabes, lo he hecho siempre con una gracia ceremonial), sin hacerte daño voy doblando los juncos de tus brazos, me ciño a tu placer de manos crispadas, de ojos enormemente abier- tos, ahora tu ritmo al fin se ahonda en movimientos lentos de muaré, de profundas burbujas ascendiendo hasta mi cara, vagamente acaricio tu pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miro con sorpresa mi mano que chorrea, y antes de resbalar a tu lado sé que acaban de sacarte del agua, demasiado tarde, naturalmente, y que yaces sobre las piedras del muelle rodeada de zapatos y de voces, desnuda boca arriba con tu pelo empapado y tus ojos abiertos.

Julio Cortázar
(Argentino nacido en Bélgica y fallecido en Francia, 1914-1984).

lunes, 1 de julio de 2024

Mirándolas dormir: UNA SOLEDAD DEMASIADO RUIDOSA, de Bohumil Hrabal

"... mi pequeña gitana infantil, sencilla como un trozo de madera sin trabajar, como el aliento del espíritu de Dios..."

(
Fragmento final del capítulo 5)

Después llegó el día en que volví a casa un atardecer y la gitana no me esperaba; encendí la luz y durante toda la noche, hasta la madrugada, cada dos por tres salía fuera a buscarla, pero la gitana no aparecía por ningún lado, y no llegó ni al día siguiente, ni al otro, ni nunca más. La busqué por todas partes pero jamás la volví a ver, mi pequeña gitana infantil, sencilla como un trozo de madera sin trabajar, como el aliento del espíritu de Dios, mi gitanilla que no deseaba nada más que encender el fuego con la leña que cargaba sobre sus espaldas, vigas de casas demolidas, vigas grandes como una cruz, no deseaba nada más que preparar un estofado de patatas y butifarra de caballo, alimentar el fuego y en otoño soltar la cometa para que volase hacia el cielo. Sólo más tarde supe que la Gestapo se la había llevado, junto con otros gitanos, a un campo de concentración de donde no volvió nunca más, la habrán quemado en los hornos crematorios de Maidanek o Auschwitz. El cielo no es humano pero, por aquel entonces, yo todavía lo era. Al terminar la guerra comprendí que la gitana ya no volvería, en el patio de mi casa quemé la cometa con su larga cola que ella me había ayudado a hacer, ella, cuyo nombre he olvidado. Después de la guerra, durante mucho tiempo, todavía en los años cincuenta, mi sótano estuvo repleto de libros nazis; iluminado por la bellísima sonata de mi gitana, prensaba lleno de entusiasmo toneladas de textos que hablaban de lo mismo, comprimía cientos de miles de páginas con fotografías de hombres y mujeres y niños extasiados de alegría, de ancianos, de campesinos, de miembros de las SS, de militares, todos extasiados de alegría; regocijado metía en la prensa a Hitler y a todo su cortejo entrando en la Viena liberada, a Hitler entrando en Gdansk, en Varsovia, en Praga, en París, a Hitler en su casa particular, a Hitler en las fiestas de la cosecha, a Hitler con su fiel perro lobo, a Hitler en el frente, rodeado de soldados, a Hitler en un viaje de inspección, examinando el muro del Atlántico, a Hitler entrando en las ciudades conquistadas de oriente y occidente, a Hitler inclinado sobre los mapas militares; cuanto más prensaba a Hitler y a las multitudes delirantes de alegría, más pensaba en mi gitana que nunca fue víctima del delirio, que sólo deseaba alimentar el fuego y preparar un estofado de patatas y butifarra de caballo y beber a capricho, y partir el pan como si fuera la sagrada forma y después mirar las llamas y el resplandor a través de la puertecita abierta de la estufa, y escuchar el melódico murmullo del fuego, el canto del fuego que conocía desde su infancia y que la unía a su raza con lazos rituales, el fuego, cuyo brillo vence al sol y dibuja en los rostros sonrisas bañadas de melancolía, sonrisas que son el reflejo de la beatitud o, por lo menos, de lo que era la beatitud en los ojos de mi gitana… Estoy acostado en la cama boca arriba, desde el baldaquín ha saltado sobre mi pecho un ratoncito que en seguida se ha escondido debajo de la cama; habré traído ratoncitos a casa metidos en la cartera o en el bolsillo del abrigo; del patio sube el olor de los wáteres; seguramente lloverá, me digo, echado en la cama y sin poder moverme, tan castigado estoy de currelar y de beber, en dos días he limpiado toda mi cueva a costa de centenares de ratoncitos, bichos humildes que tampoco deseaban nada más que roer libros, vivir en pequeños escondrijos en medio del papel viejo, dar vida a pequeños ratoncitos, amamantarlos en sus madrigueras, ratoncitos agazapados como mi gitanita que dormía acurrucada a mi lado cuando tenía frío. El cielo no es humano, pero debe haber algo más que el cielo, la compa- sión y el amor: yo he permitido que se borrasen de mi memoria y cayesen en el olvido.

Bohumil Hrabal (Chequia, 1914-1997).

Es posible le lectura de la novela completa con este vínculo: Transmillenium.

domingo, 30 de junio de 2024

Mirándolas dormir: DORMIR EN TIERRA, de José Revueltas

"... sin paredes ya, sin aliento, un cuarto como el mar, solitario como el mar."

(Fragmentos del capítulo 3)

- Otra vez el infierno -dijo en seguida en voz muy queda y misteriosa. Estaba solo en el puente y hablaba con el mar. La tierra había desaparecido. La tierra. - Dime cualquier cosa, lo que se te antoje -volvió a pedir, la vista clavada en las olas, en esos torsos, en esos pedazos de cíclope que inútilmente querían recobrar otra vez su forma completa, enlazados, desesperados. Debía sufrir; el mar también debía sufrir, grande y esclavo, sin reposo, insomne desde el principio de los siglos. Debía sufrir de eternidad-. Acuérdate. Ella salió de noche. Acuérdate, mar. Dime algo. En esa ocasión quiso dormir en tierra. Dormimos. Después salió. Dime, mar.

Se entregaba a este recuerdo con una ferocidad suicida, libre, sin trabas, una ciega ferocidad de toxicómano vencido. Era una siniestra perturbación de su alma, un fascinante morbo que iba y venía en el tiempo para aparecer cuando menos lo esperaba, sin evocarlo, igual que un planeta del martirio que repitiese su órbita de vez en vez.

Ella había insistido en dormir en tierra, cuando menos esa noche de aniversario, después de tres años de vivir con él a bordo del balandro. El balandro era su casa, una patria única, una posesión inalienable.

Fue por los tiempos en que él estuvo fuera de la Armada, cuando lo dieron de baja por haber participado en la sedición de una fragata que había secundado a ciertos locos generales de tierra adentro, sublevados contra el régimen. Se hizo patrón del balandro, entonces, y así vivió.

Se habían mirado larga y osadamente en el muelle, sin decirse una palabra y luego ella subió a bordo para quedarse ahí en el barco a vivir. Casi no iba vestida, descalza, la ropa en jirones, bella y escalofriante como una tempestad. El caso es que durante esos tres años nunca habían dormido juntos en tierra.

Era hermosa como un relámpago y amaba como si matara, como una criminal que ya no tiene nada en el mundo sino ese amor, suyo hasta el exterminio y la ceniza.

Quería que durmieran en tierra esa única vez. Había en ella algo maduro y terrible, una profundidad hermética, de bestia melancólica, rodeada de silencios.

"... la miró salir del cuarto, cerrar la puerta a sus espaldas, perderse, en fin. Iba con los pies desnudos, desnuda toda bajo el solo corpiño de gasa."

(...)

“Dime algo mar…, cualquier cosa, lo que sea, aunque no venga a cuento…”La había sentido deslizarse fuera de la cama con un aire predeterminado, alucinante, de helada hipnosis. Luego la miró salir del cuarto, cerrar la puerta a sus espaldas, perderse, en fin. Iba con los pies desnudos, desnuda toda bajo el solo corpiño de gasa. Esperó a que sus pasos se alejaran. Si no se hubiera ido la habría estrangulado al amanecer, antes de que volvieran al balandro, pasada esa noche en que dormían juntos en tierra por vez primera. El cuarto de la posada estaba vacío y a cada instante con menos paredes, sin paredes ya, sin aliento, un cuarto como el mar, solitario como el mar. Miró largamente por la ventana, inmóvil hasta deshumanizarse, hasta que se hubo desangrado por completo. La blanca figura de gasa caminaba por el muro del rompeolas en dirección al muelle. La sombra recia del timonel se desprendió del balandro, donde la aguardaba, para salir a su encuentro. Los vio unirse y zarpar.

Era cosa de salir de este recuerdo venenoso. Hacía esfuerzos por evadirse de aquel cuarto sin paredes, en la posada del puerto, desde donde los vio embarcar. Pero ese cuarto era lo mismo que el puente del remolcador donde ahora se encontraba, ceñido por las aguas, abandonado, solo, con la mirada fija sobre los dos jóvenes amantes que iban a entregarse en alta mar.

El balandro no volvió a aparecer ni nunca se tuvieron noticias de su destino. Quizá mar adentro ellos mismos habrían hundido la nave, para no volver jamás después de haberse amado. Ella se lo habría propuesto al timonel en alguno de esos pardos crepúsculos en que se quedaba con los labios abiertos contra el suelo, muerta de amor. Ella misma se lo habría pedido. “Tú debes saberlo, mar…”

José Revueltas
(México, 1914-1976).