Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 27 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA CÁNDIDA ERÉNDIRA Y SU ABUELA DESAL- MADA, de Gabriel García Márquez

"Ulises permaneció contemplándola un largo rato sin despertarla, pero la contempló con tanta intensidad que Eréndira despertó."
 
(
Fragmento)

En esa ocasión, Ulises no tuvo que preguntarle a nadie por el rumbo de Eréndira. Atravesó el desierto escondido en camiones de paso, robando para comer y para dormir, y robando muchas veces por el puro placer del riesgo, hasta que encontró la carpa en otro pueblo de mar, desde el cual se veían los edificios de vidrio de una ciudad iluminada, y donde resonaban los adioses nocturnos de los buques que zarpaban para la isla de Aruba. Eréndira estaba dormida, encadenada al travesaño, y en la misma posición de ahogado a la deriva, en que lo había llamado. Ulises perma- neció contemplándola un largo rato sin despertarla, pero la contempló con tanta intensidad que Eréndira despertó. Entonces se besaron en la oscuridad, se acariciaron sin prisa, se desnudaron hasta la fatiga, con una ternura callada y una dicha recóndita que se parecieron más que nunca al amor.

Cien años de soledad

Tras el éxito inusitado que obtuvo su primera edición en 1967, García Márquez permaneció un tiempo bloqueado y no volvió a escribir sino hasta 1972, la novela breve -noveleta sería el término preciso- sobre el personaje de la cándida Eréndira, misma que apareció publicada un par de años más tarde. El siguiente párrafo, debió dar origen al mencionado relato tal y como ahora se le conoce.

(Fragmento del capítulo III)

Aureliano ansiaba que aquella operación no terminara nunca. Conocía la mecánica teórica del amor, pero no podía tenerse en pie a causa del desaliento de sus rodillas, y aunque tenía la piel erizada y ardiente no podía resistir a la urgencia de expulsar el peso de las tripas. Cuando la muchacha acabó de arreglar la cama y le ordenó que se desvistiera, él le hizo una explicación atolondrada: «Me hicieron entrar. Me dijeron que echara veinte centavos en la alcancía y que no me demorara.» La muchacha comprendió su ofuscación. «Si echas otros veinte centavos a la salida, puedes demorarte un poca más», dijo suavemente. Aureliano se desvistió, atormentado por el pudor, sin poder quitarse la idea de que su desnudez no resistía la comparación can su hermano. A pesar de los esfuerzas de la muchacha, él se sintió cada vez más indiferente, y terriblemente solo. «Echaré otros veinte centavos», dijo con voz desolada. La muchacha se lo agradeció en silencio. Tenía la espalda en carne viva. Tenía el pellejo pegado a las costillas y la respiración alterada por un agotamiento insondable. Dos años antes, muy lejos de allí, se había quedado dormida sin apagar la vela y había despertado cercada por el fuego. La casa donde vivía can la abuela que la había criada quedó reducida a cenizas. Desde entonces la abuela la llevaba de pueblo en pueblo, acostándola por veinte centavos, para pagarse el valor de la casa incendiada. Según los cálculos de la muchacha, todavía la faltaban unos diez años de setenta hombres por noche, porque tenía que pagar además los gastos de viaje y alimentación de ambas y el sueldo de los indios que cargaban el mecedor. Cuando la matrona tocó la puerta por segunda vez, Aureliano salió del cuarto sin haber hecho nada, aturdido por el deseo de llorar. Esa noche no pudo dormir pensando en la muchacha, con una mezcla de deseo y conmiseración. Sentía una necesidad irresisti- ble de amarla y protegerla. Al amanecer, extenuado por el insomnio y la fiebre, tomó la serena decisión de casarse con ella para liberarla del despotismo de la abuela y disfrutar todas las noches de la satisfacción que ella le daba a setenta hombres. Pera a las diez de la mañana, cuando llegó a la tienda de Catarino, la muchacha se había ido del pueblo.

Gabriel García Márquez
(Colombiano fallecido en México, 1927-2014). Obtuvo el premio Nobel en 1982.

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