"Alguien que se pone a hablar de repente en sueños sólo puede decir cosas ciertas, la verdad que alberga en su interior."
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Se despertó de repente y se incorporó con los ojos bien abiertos. Acababa de oír a alguien hablando dentro del dormitorio. Y dado que estaba solo en casa, se alarmó.
Al cabo de un momento le entraron ganas de reír, porque recordó que Livia había llegado de improviso a Marinella la víspera para darle una sorpresa -agradabilísima, al menos al principio-, y ahora dormía como un tronco a su lado.
Por la ventana entraba un hilo de luz violácea del alba todavía incipiente. Sin siquiera mirar el reloj, Montalbano cerró los ojos con la esperanza de dormir unas horitas más.
Pero unos segundos después un pensamiento le hizo abrirlos de nuevo como platos. Si alguien había hablado en el dormitorio, sólo podía ser Livia. Y por tanto, lo había hecho en sueños.
Era la primera vez que le pasaba; bueno, quizá sí había hablado alguna vez con anterioridad, pero tan bajito que no lo había despertado. Y a lo mejor todavía se encontraba en una fase especial del sueño en que diría algo más.
No, una ocasión así no había que desaprovecharla.
Alguien que se pone a hablar de repente en sueños sólo puede decir cosas ciertas, la verdad que alberga en su interior; no recordaba haber leído que en sueños se pudieran decir mentiras, o una cosa por otra, porque mientras uno duerme está desprovisto de defensas, desarmado, es inocente como un niño.
Era de vital importancia no perderse las palabras de Livia, y por dos motivos. Uno de carácter general, dado que un hombre puede vivir cien años con una mujer, dormir a su lado, tner hijos con ella, respirar el mismo aire, creer que la conoce a la perfección, y al final comprender que nunca ha sabido cómo es realmente. El otro motivo era de carácter particular, circunstancial.
Se levantó con cautela y fue a mirar a través de la persiana. El día se presentaba sereno, sin nubes ni viento.
Después se dirigió al lado de la cama donde dormía Livia, cogió una silla y se sentó junto a la cabecera, como si hiciera una vela nocturna en un hospital.
Andrea Camilleri
(Italia, 1925-2019).
(Traducido al español por Teresa Clavel Lledó).
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