(Fragmento final del capítulo X)
Si todo se reducía a un simple corte en la cinta, pensó Fred, habría una secuencia en la
que Arctor estaría en la cama con una chica con la que probablemente no se había
acostado, ni se acostaría, jamás en su vida. Pero no era un corte, sino un cambio
paulatino.
O quizá sea una interrupción visual, un fallo electrónico, meditó Fred. Lo que los
técnicos denominan impresión. Holoimpresión: una parte de la grabación que se confunde, se mezcla con otra. Supongamos que en un principio hubo un fallo en el
avance de la cinta o que el factor de ampliación fuera muy elevado... En tal caso, se
producirían sobreimpresiones. ¡Jo!, pensó Fred. Tal vez Donna había estado en el cuarto
de estar y su imagen se hubiera confundido con otra escena anterior o poste- rior.
Me gustaría poseer más conocimientos técnicos sobre el proceso, se dijo Fred. No
puedo hacer nada antes de documentarme. ¿Y si hubiera otra emisora de onda normal
que interfiriera...?
Diafonía, pensó, algo accidental.
Como una imagen secundaria en una pantalla de televisión. Un problema operacional,
un funcionamiento defectuoso. Un transductor momentáneamente disparado.
Volvió a pasar la cinta. Connie de nuevo, inalterada. Y un momento más tarde... Fred
vio por segunda vez cómo el rostro de Donna iba apareciendo poco a poco. El hombre
que había junto a la chica, Bob Arctor, se despertó al cabo de un instante y se sentó
bruscamente en la cama. Arctor quiso encender la luz de la mesita de noche, pero sólo
consiguió tirarla al suelo. Sorprendido, Bob se quedó mirando a la mujer dormida junto a
él, a Donna.
La cara de Connie volvió a surgir de repente. Arctor se tranquilizó, se tumbó de nuevo y
siguió durmiendo, aunque sin cesar de revolverse en la cama.
Bien, concluyó Fred, esto elimina la posibilidad de una «interferencia técnica». No es
una sobreimpresión ni tampoco un fenómeno de diafonía. Arctor también lo ha visto. Se
despertó, vio a Donna, la miró fijamente... y todo volvió a la normalidad.
Esto es demasiado para mí, pensó Fred. Desconectó la batería de monitores.
Gestarescala
(Fragmento del capítulo 3)
Después de ajustarse el cinturón y de permitir que le pusieran el casco de presión sobre la
cabeza, logró girar un poco para mirar a su compañero de vuelo, sentado a su lado.
Mali Joyez, decía la tarjeta. De reojo pudo ver que era una chica, extraterrestre pero
humanoide.
En ese momento los cohetes impulsores se encendieron y la nave comenzó a elevarse.
(Fragmentos del capítulo 9)
- Spelux nos confinó a nuestras habitaciones -explicó el bivalvo-. Hicimos dos cosas.
Uno: leímos todos los documentos referentes a la historia de Gestarescala. Dos: observamos a
través de un vídeo a los sensores automáticos mientras recorrían la catedral hundida una y otra
vez. Hemos visto a Gestarescala miles de veces en nuestras pantallas. Pero ahora podremos
tocarla.
- Quiero dormir -dijo Mali, y apoyó la cabeza sobre el hombro de Joe y se recostó sobre
él-. Despiértenme cuando lleguemos.
(...)
El camión seguía su viaje, saltando y brincando sobre baches y piedras, sacudiendo a los
pasajeros con su vaivén. Mali ya se había dormido totalmente. Tenía razón acerca de las
habilidades del chófer operador; el camión se precipitaba a través de la noche a una velocidad
impresionante.
(...)
- Willis -dijo Joe- ¿Hay algún lugar de vivienda aquí para nosotros? Por ejemplo, una
habitación privada para la Srta. Joyez? Está cansada y quiere dormir.
- Un departamento de tres ambientes está a disposición de la Srta. Joyez y usted -respondió Willis-. Es su vivienda particular.
- ¿Qué? -exclamó Joe.
- Un departamento de tres ambientes…
- ¿Quieres decir que tendremos todo un departamento y no una simple habitación?
- Un departamento de tres ambientes .repitió Willis con paciencia robótica.
- Llévanos hasta él -dijo Joe.
- No -replicó Willís; tiene que decir "Willis, llévanos hasta él".
- Willis, llévanos hasta él.
- Por supuesto, Sr. Fernwright.
El robot los condujo a través del vestíbulo hasta los ascensores.
Después de mirar todo el departamento, Joe acostó a Mali, quien se durmió
inmediatamente. Hasta la cama era grande. Todo tenía un aspecto sólido y de buen gusto,
aunque sin pretensiones. Y era grande. No podía creerlo. Examinó la cocina y el comedor.
Philip Kindreck Dick
(Estados Unidos, 1928-1982).
(La traducción al español de Una mirada a la oscuridad es de César Terrón,
la de Gestarescala, corresponde a Andrés Esteban Machalski).
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