"(Él juzgó que el coche debía ser un Ford de 1928 o 1929). Había pintado el coche de verde oscuro con una franja amarilla bajo las ventanillas."
(Fragmento)
Había pintado el coche de verde oscuro con una franja amarilla bajo las ventanillas. Los tres se sentaron en el asiento delantero y la anciana comentó:
- ¿No está guapa, Lucynell? Parece una muñeca.
Lucynell llevaba un vestido blanco que su madre había desenterrado de un baúl y
se tocaba con un sombrero panamá con una ramita de cerezas rojas en el ala. De
vez en cuando su expresión plácida cambiaba a causa de algún pensamiento
travieso como un brote de verde en el desierto.
- ¡Se lleva usted una joya! -dijo la anciana.
El señor Shiftlet ni siquiera le dirigió la mirada.
Volvieron a la casa para dejar a la anciana y llevar la comida de aquel día.
Cuando estuvieron listos para partir, ella se quedó al lado de la ventanilla
del coche con los dedos cerrados sobre el vidrio. Las lágrimas comenzaron a
brotar de las comisuras de sus ojos y a rodar por las sucias arrugas de su
rostro.
- Nunca me he separado de ella dos días -dijo.
El señor Shiftlet puso el motor en marcha.
- Y no se la daría a ningún hombre, a excepción de usted, porque he visto que
actúa como es debido. Adiós, querida -añadió aferrándose a la manga del vestido
blanco. Lucynell la miró y no pareció verla. El señor Shiftlet hizo avanzar el
coche y la vieja tuvo que sacar la mano.
Era un mediodía claro, cálido, rodeado de un cielo pálido. A pesar de que el
automóvil no podía ir a más de cincuenta kilómetros por hora, el señor Shiftlet
se imaginó fantásticas subidas y bajadas y curvas cerradas, que sólo estaban en
su cabeza, y se olvidó de la amargura de la mañana. Siempre había deseado un
coche pero nunca había podido comprarlo. Conducía muy deprisa porque quería
llegar a Mobile al anochecer.
De vez en cuando interrumpía sus pensamientos el tiempo suficiente para mirar a
Lucynell sentada a su lado. Se había comido el almuerzo tan pronto como
partieron y ahora arrancaba las cerezas del sombrero y las arrojaba una a una
por la ventanilla. Él se sintió deprimido a pesar del coche. Había conducido
unos ciento sesenta kilómetros cuando decidió que ella debía tener hambre de
nuevo y, al llegar a un pueblecito, estacionó frente a un local pintado de
color aluminio, la llevó dentro y pidió para ella un plato de jamón y sémola.
El viaje la había adormecido y, tan pronto como se sentó en el taburete,
descansó la cabeza sobre la barra y cerró los ojos. En el local no había nadie
más que el señor Shiftlet y el muchacho tras la barra, un joven pálido con un
trapo grasiento al hombro. Antes de que le sirviera la comida ella ya estaba
roncando suavemente.
- Dáselo en cuanto despierte -dijo el señor Shiftlet-. Lo pagaré ahora.
El muchacho se inclinó hacia ella, miró el cabello largo de un dorado rojizo y
los ojos dormidos entrecerrados. Luego levantó la vista y miró al señor
Shiftlet.
- Parece un ángel de Dios -murmuró.
Estaba pidiendo aventón -explicó el señor Shiftlet-. No puedo esperar. Tengo que
llegar a Tuscaloosa.
El muchacho se inclinó de nuevo y con sumo cuidado tocó con un dedo una hebra
de pelo dorado. El señor Shiftlet partió.
Se sentía más deprimido que nunca mientras conducía solo. El atardecer se había
vuelto caluroso y sofocante y el campo era ahora llano. En el cielo, a lo
lejos, se preparaba una tormenta muy lentamente y sin truenos, como si se
dispusiera a drenar todas las gotas de aire de la tierra antes de caer. Había
momentos en que el señor Shiftlet prefería no estar solo. Además, pensaba que
un hombre con automóvil tenía responsabilidades para con los demás y se mantuvo
alerta por si veía a alguien pidiendo aventón. De vez en cuando, veía letreros
que rezaban:
CONDUZCA CON CUIDADO.
LA VIDA QUE SALVE PUEDE SER LA SUYA
Flannery O'Connor
(Estados Unidos, 1925-1964).
Es posible leer el relato íntegro en El espejo gótico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario