Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 9 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: OTRO PAÍS, de James Baldwin

"Vivaldo se había despertado, pero Ida dormía. Dormía de costado (...) Vivaldo se inclinó un poco y le miró la cara."

Libro I: Jinete cómodo

(Fragmento del capítulo III)

Las ropas de Ida estaban en una silla y casi todas las de Vivaldo en el suelo. Vivaldo se había despertado, pero Ida dormía. Dormía de costado, con la cabeza morena apartada de la de él, en silencio. Vivaldo se inclinó un poco y le miró la cara. Aquella cara seria en adelante más misteriosa e impenetrable que la de cualquier ser extraño. Los rostros de las personas extrañas no tienen secretos, porque la imaginación no les confiere ningún secreto. Pero el rostro de una persona amada es desconocido, precisamente, porque se le pone tanto de uno mismo. Es un misterio que contiene, como todos, la posibilidad de tormento. Ida dormía y Vivaldo tenía la sensación de que dormía en parte para eludirlo. Volvió a recostarse en la almohada y se quedó mirando las grietas del techo. Ella estaba en su cama, pero lejos de él; estaba con él y sin embargo no estaba con él. En algún lugar profundo y secreto se vigilaba a sí misma, se refrenaba con él. Vivaldo tenía la sensación de que ella había decidido, hacía mucho tiempo, con precisión, dónde estaban los límites, cuánto podía permi- tirse dar. Y él no había conseguido que ella traspasara esos límites. Había hecho el amor con él como si se tratara de una técnica de pacificación, un medio para algún otro fin. Por mucho que pudiera desear complacerlo, parecía que lo que Ida deseaba principalmente era agotarlo; y, sobre todo, quedarse ella en las orillas del placer mientras se esforzaba por ahogarlo a él en la corriente. Parecía decir que el placer de él era suficiente para ella, que era de ella. Pero Vivaldo deseaba que el placer de ella fuera suyo, que los dos se ahogaran juntos en esa corriente. Vivaldo había dormido, pero mal, consciente del cuerpo de Ida junto al suyo, y también de un fracaso más sutil que cualquiera de los que había experimentado hasta entonces.

James Baldwin
(Estadounidense fallecido en Francia, 1924-1987).

(Traducido al español por Luis Echávarri).

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