Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Páginas ajenas: JARDÍN DE INVIERNO, de Pablo Neruda


Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.


Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1971.

martes, 16 de diciembre de 2014

Epigrama: SEÑAL


El otoño se aleja al reconocer

el epílogo del ciclo eterno:

las hojas se fatigan de caer,

ha llegado la hora del invierno.
 
 
Jules Etienne

La ilustración corresponde a la fotografía Hojas del otoño (Autumn Leaves), de Eredel.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Páginas ajenas: DOMINGO LOCO, de F. Scott Fitzgerald

 
 (Fragmento del segundo capítulo)

Joel no oía muy bien la canción; se sentía feliz, amigo de toda aquella gente, gente valerosa y trabajadora, superior a una burguesía que les ganaba en ignorancia e inmoralidad, y capaz de conquistar una posición de primera importancia en una nación que durante una década sólo había querido que la entretuvieran. Le gustaba... Le encantaba aquel mundo. Oleadas de buenos sentimientos recorrían a Joel. Cuando el cantante terminó su número y los invitados empezaron a acercarse a la anfitriona para despedirse, Joel tuvo una idea. Podría cantarles Dándole forma, una composición suya. Era su único número para las fiestas, había alegrado más de una y quizá le gustara a Stella Walker. Dominado por aquel deseo, mientras le bullían en la sangre los glóbulos escarlata del exhibicionismo, buscó a Stella.

- Por supuesto —exclamó ella-. ¡Te lo ruego! ¿Necesitas alguna cosa?
 
- Alguien tiene que hacer de secretaria, se supone que le estoy dictando.
 
- Yo seré la secretaria.
 
Cuando llegó la noticia al vestíbulo, los invitados que ya se ponían los abrigos para irse se apresuraron a volver, y Joel se vio frente a las miradas de una multitud de desconocidos. Tuvo un ligero presentimiento, porque se había dado cuenta de que el hombre que acababa de actuar era un famoso artista de la radio. Entonces alguien dijo «Chissss» y Joel se quedó solo con Stella, en el centro de un siniestro semicírculo indio. Stella le sonrió con expectación, y él comenzó. Su parodia se basaba en las limitaciones culturales del señor Dave Silverstein, un productor independiente; se suponía que Silverstein dictaba una carta esbozando el tratamiento de un guión que había comprado.
 
- ...la historia de un divorcio, los generadores más modernos y la Legión Extranjera -oyó que decía su voz, con el acento del señor Silverstein-. Pero tenemos que darle forma, ¿sabe? Una aguda punzada de incertidumbre lo atravesó. Las caras que lo rodeaban a la luz suavemente modulada reflejaban interés y curiosidad, pero no encontró ni la sombra de una sonrisa; exactamente delante de él, el Gran Amante de la pantalla le dedicaba una mirada feroz y tan penetrante como la mirada de una patata. Sólo Stella Walker lo contemplaba con una radiante sonrisa que nunca desfallecía.
 
-Si lo hiciéramos estilo Menjou, conseguiríamos una especie de Michael Arlen pero con ambiente de Honolulú.
 
En las primeras filas no se oía una mosca, pero del fondo llegaba un susurro, un perceptible desplazamiento hacia la izquierda donde estaba la puerta.
 
- ...entonces ella dice que él le atrae, le atrae sexualmente, y él se calienta y dice: «Ah, sí, sí, sigue deshaciéndote...» En algún momento oyó la risa contenida de Nat Keogh y aquí y allá le pareció ver alguna cara alentadora, pero al terminar tenía la desagradabilísima impresión de que había hecho el ridículo ante un importante sector del mundo del cine, de cuyos favores dependía su carrera.
 
Se encontró en medio de un confuso silencio, roto por la migración general hacia la puerta. Sentía la corriente de burla que resonaba entre los comentarios en voz baja; y entonces -todo en el espacio de diez segundos- el Gran Amante, con la mirada dura y vacía como el ojo de una aguja, le silbó, lo abucheó, y Joel sintió que aquel abucheo expresaba el humor de toda la sala. Era el resentimiento del profesional hacia el aficionado, de la comunidad hacia el extraño, los pulgares vueltos hacia abajo del clan. Sólo Stella Walker seguía a su lado y le daba las gracias como si hubiera logrado un éxito incomparable, como si fuera inconcebible que a alguien no le hubiera gustado. Cuando Nat Keogh lo ayudaba a ponerse el abrigo, lo invadió una oleada de irritación consigo mismo, y se aferró desesperadamente a su principio de no revelar jamás una emoción inferior hasta que ya no la sintiera.
 
- Ha sido un fracaso -dijo a Stella, sin darle importancia-. No te preocupes, es un buen número si se sabe apreciar. Gracias por haberme ayudado. La sonrisa no abandonó la cara de Stella. Joel hizo una especie de reverencia ebria y Nat lo arrastró hacia la puerta...
 
Francis Scott Fitzgerald (Estados Unidos, 1896-1940)
 
 
 Domingo Loco (Crazy Sunday) provee un ejemplo excelente de la manera en la que Fitzgerald incorporaba incidentes autobiográficos a la ficción. El incidente acontecido en el té de los Calman estuvo basado en una exhibición impulsada por el alcohol por parte de Fitzgerald, en una reunión de la que Irving Thalberg y Norma Shearer eran los anfitriones. Fitzgerald canto una canción humorística: el actor John Gilbert y la actriz Lupe Vélez lo abuchearon; luego, Shearer le envió un telegrama para reanimarlo.
 
Mary Jo Tate en su ensayo crítico sobre F. Scott Fitzgerald
(A Literary Reference to His Life And Work).
 
 
(Traducido al español por Justo Navarro).

domingo, 14 de diciembre de 2014

Una serenata para Lupe: LA ÚLTIMA MADRUGADA

"Había luchado tanto y estaba por perderlo todo."
 
(Fragmento del primer capítulo: Despedida en voz baja)

Eran casi las cuatro y la señora Kinder la esperaba despierta. Todavía le preguntó si se le ofrecía algo, pero en realidad Lupe no necesitaría gran cosa, acaso un frasco de seconales y redactar unas notas de despedida. A veces me siento como si tuviera cien años, como si fuera una anciana lista para el asilo. ¡Dios santo! ¿Cuánto habré vivido que ni siquiera lo noté? Entre tanto frenesí, había dejado de sumar los trozos de sueños y pesadillas para sustraer una última resta con lo que ya nunca sería.
 
Empezó a escribir con su letra de rasgos infantiles, unas líneas para Harald y recordó el día en que lo había conocido. ¿Por qué tuviste que atravesarte en mi camino? ¿Cómo fui a enredarme con un inútil como tú? Su arraigado catolicismo se empecinaba en convencerla de que la vida es como un mapa trazado por un ser supremo y es muy poco lo que puede hacer la voluntad. Había vivido y moriría bajo la sombra de su determinismo religioso. Y pensar que hasta llegué a imaginarme que juntos podíamos compartir una vida y que la llamaríamos nuestra.Entonces, como el espectador que acude a la proyección de una película para descubrir con sorpresa que es su propio espectro en la pantalla y aunque reconoce los pasajes de su vida, le parecen ajenos, se vio a sí misma la mañana en que había visitado el foro en el que filmaban El Pirata y la dama para encontrarse con Arturo de Córdova, cuando un desconocido llamó su atención: un joven aventurero, atractivo, de origen confuso y pasado fantasioso. Supuso que era ideal para provocar en de Córdova la ignición de los celos. Sin embargo, se equivocó, éste mantuvo la tibieza y fiel a su estilo habrá dicho con indiferencia: "No tiene la menor importancia", para dar vuelta a la página y cerrar el capítulo que llevaba el nombre de Lupe Vélez. Estoy tan cansada de todo el mundo. La gente cree que peleo por capricho, por puro gusto. pero en realidad siempre he tenido que pelear por todo. Desde que era una niña no he hecho otra cosa que pelear.
 
A través de la ventana percibió una brisa templada que provocaba el murmullo de las hojas al caer presagiando el fin del otoño. A la distancia se escuchaba la tonada de Serenata a la luz de la luna. Algún vecino debería estar rindiendo una suerte de homenaje premonitorio a Glenn Miller, quien desaparecería al día siguiente en un vuelo militar que nunca llegó a París, su destino original, tal vez derribado por la artillería alemana. Eran tiempos de guerra, pero Lupe ya tenía la suya propia como para todavía andar pensando en las guerras ajenas. Había luchado tanto y estaba por perderlo todo.
 
Ni siquiera tengo derecho de quejarme. Pude ver cuando brillaba mi nombre en las marquesinas de los cines, tuve todos los abrigos y las joyas que se me dio el capricho de que fueran míos, hombres a los que jamás conocí se enamoraron de mí, me escribieron cartas de amor apasionadas a las que respondí enviándoles fotografías con alguna dedicatoria. En mi cama, esta misma cama que mandé hacer a la medida de mi antojo, se acostaron hombres con los que tantas mujeres se tienen que conformar apenas con soñarlos.
 
Su memoria se aferraba a lo que aún le quedaba de vida, en un tramposo acto de prestidigitación para que vomitara los setenta y cinco seconales junto con los recuerdos que ahora se enredaban en desorden y escuchó con la nitidez del presente las voces de aquellos que habitan en los huecos que va dejando el tiempo en la memoria, ésos que permanecieron durante años en el olvido, y ahora recuperaban la forma de sus rostros mientras que un eco con el sonido de su voz, de cada palabra dicha, de cada risa, rebotaba en las paredes del pasado como si no hubieran transcurrido tantos años...
 
 
Jules Etienne

sábado, 13 de diciembre de 2014

En su aniversario luctuoso: LUPE VÉLEZ Y LA LITERATURA


A setenta años de su muerte

Es de suponerse que una mujer con la energía y el temperamento de Lupe Vélez no fuera capaz de pasar mucho tiempo en la inactividad que demanda la lectura. Sin embargo, lo que resulta curioso es la frecuencia y facilidad que tuvo para relacionarse con escritores. Ya en un texto previo, Los poetas enamorados de Lupe Vélez, he dejado testimonio de su romance con el poeta José Gorostiza y de la manera en que otros poetas mexicanos le expresaron su admiración, como sería el caso de Ermilo Abreu Gómez.

Valdría la pena consignar su romance con el novelista alemán Erich María Remarque, autor de Sin novedad en el frente -cuya adaptación al cine resultó, por cierto, afortunada y exitosa-. La propia fundación que lleva el nombre del escritor, en sus apuntes biográficos señala que la relación entre ambos tuvo lugar entre el 8 de septiembre de 1941 y el 26 de marzo de 1942, etapa en la que Lupe involucró a Remarque en su afición por las peleas de box y acudían con frecuencia a presenciarlas. Si se toma en cuenta que una de sus grandes pasiones fue la también actriz Paulette Goddard, ex esposa de Chaplin, con quien permaneció casado los últimos años de su vida, la intimidad con Lupe no resulta ninguna sorpresa. De hecho, en su obra Erich María Remarque: el último romántico, su biógrafo Tims Hilton asegura que Lupe Vélez ejercía sobre el escritor el mismo efecto tonificante que Goddard, porque el carácter de ambas poseía una vivacidad similar.

En las obras de algunos escritores hispanos se encuentran, como sería de suponerse, referencias a Lupe Vélez. Por ejemplo, en Diana o la cazadora solitaria, de Carlos Fuentes: “Garbo duró mucho y se retiró a tiempo. Anna Sten no duró nada, la retiraron a tiempo. Lupe Vélez duró mucho pero no supo retirarse a tiempo. A Valentino, lo retiró la muerte a los treinta años...”

O también en Este domingo, del chileno José Donoso:  Su padre se ponía furioso cuando le tomaba las lecciones. Por mucho que Álvaro estudiara nada se le quedaba en la cabeza. La Violeta jamás le dijo estudie, mire que va faltando poco para los exámenes y va a salir mal y va a tener que repetir el curso. No. Le decía, en cambio, oiga, don Alvarito, vamos al teatro, que están dando una de la Lupe Vélez, para que se distraiga de tantos numeritos que deben estar saltándole adentro de la cabeza, porque yo le digo, de salir bien va a salir bien, se lo aseguro yo, no se preocupe. Y sus ojos brillaban y sus carrillos colorados brillaban con una sonrisa y Álvaro le decía ya, bueno, ya está, vamos, pero si salgo mal en el examen es culpa tuya y te acuso con mi mamá.”

He preferido pasar por alto el fallido relato de Sealtiel Alatriste, con un peculiar sentido del humor, que lleva por título En defensa de la envidia (Crónica de la verdadera muerte de Lupe Vélez).

En un volumen que reúne los cuentos completos de F. Scott Fitzgerald traducidos al español, esta es la presentación que corresponde a Domingo loco (Crazy Sunday):

"Fitzgerald escribió Domingo loco (American Mercury, octubre de 1932) después de escribir en 1931 para la MGM el guión de La pelirroja, que nunca seria rodado. Estando en Hollywood, bajo la inspiración del alcohol, Fitzgerald interpretó una canción humorística en una fiesta que daban Irving Thalberg y Norma Shearer, y John Gilbert y Lupe Vélez lo abuchearon. El Post no aceptó el relato porque «ni pretendía ni probaba nada» y porque el final lo convertía en «difícil» para ellos, la revista de Hearst, Cosmopolitan, lo rechazó para evitar el riesgo de ofender a personalidades de Hollywood, aunque Fitzgerald insistía en que «había mezclado distintos personajes para que nadie pudiera ser reconocido, salvo, quizá, King Vidor, que se hubiera reído mucho con la historia». Harold Ober se vio impotente para colocar el relato en otra revista de gran difusión, debido a su contenido erótico y a su extensión. Fitzgerald se negó a escribir un final distinto y se lo vendió al American Mercury por 200 dólares. Lo incluyó en Taps at Reveille.

Con los siguientes párrafos concluye la primera parte de mi novela Una serenata para Lupe:

"El pasado existía nada más en su memoria y el futuro ya tampoco le importaba, sólo quedaba un presente insoportable en que lo único que buscaba era su propia muerte como excusa para cancelar las cuentas pendientes con su conciencia y las de los demás con respecto a ella. De pronto se encontraba a sí misma con la fatiga de vivir agazapada más allá de sus ojos, también en la voz, la sonrisa y en la piel desgastada por el vaivén de tantos amoríos, empecinada en saldar cuentas con las veinticuatro mentiras por segundo, una por cada hora del día, que contaba el cine.

La muerte ignora el pasado y anula el futuro. Es la voluntad de nada. No se arrepentía de lo que había vivido, sino de lo que estaría por vivir. Si la muerte es el silencio del tiempo, la realidad no sería más que el espejo de la verdad."
 
 
Jules Etienne

viernes, 12 de diciembre de 2014

Páginas ajenas: EL AUTOBÚS PERDIDO, de John Steinbeck


(Fragmento relativo a la Virgen de Guadalupe)

Allí donde se hallaba el ángulo medio del parabrisas y arrancaba el listón central del mismo, posada sobre el salpicadero había una pequeña Virgen de Guadalupe de metal, pintada de vivos colores. Los rayos eran dorados, la túnica, azul, y estaba de pie sobre una luna nueva que sostenían unos querubines. La Virgen era el lazo de Juan Chicoy con la eternidad. Tenía poco que ver con la religión en tanto que Iglesia y dogma, pero mucho que ver con la misma como memoria y sentimiento. Aquella Virgen morena era su madre, y también la casa en penumbra en la que, hablando un español con algo de acento irlandés, su madre lo había criado. Pues ella había convertido a la Virgen de Guadalupe en su propia diosa particular. Se había deshecho de san Patricio, santa Brígida y las diez mil vírgenes pálidas del norte, para recibir en su seno a la Virgen morena con sangre en las venas y una relación estrecha con el pueblo.
 
La madre de Juan Chicoy admiraba a su Virgen, cuyo día se celebra con una explosión de fuegos artificiales, cosa en la que, por supuesto, su padre mexicano no veía nada de particular. Los cohetes eran la manera natural de festejar los días de los santos. ¿Quién podía pensar otra cosa? El tubo que ascendía silbando era obviamente el alma en su ascenso al Cielo, y la gran explosión luminosa en lo alto era su entrada dramática al salón del trono del mismo. Juan Chicoy, aunque no era creyente en el sentido habitual del término, ahora que tenía cincuenta años no se habría sentido tranquilo conduciendo el autobús sin la compañía y la protección de la Guadalupana. Era una religión práctica la suya.
 
John Steinbeck (Estados Unidos, 1902-1968). Obtuvo el premio Nobel en 1962.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Día de los muertos: LA VIDA INÚTIL DE PITO PÉREZ, de José Rubén Romero

 
(Dos fragmentos relativos a la muerte)

- Bueno, Pito Pérez, pero ¿de quién se trata? Tanto misterio para viajar con una mujer y tanta virtud en ella, me parecen incomprensibles.

- ¡Pues de quien se ha de tratar! Del esqueleto de una mujer, armado cuidadosamente por el médico de Zamora y utilizado por los practicantes del hospital para estudiar anatomía.

- ¡Qué bárbaro! ¿No siente usted miedo de acostarse con un esqueleto?

- Miedo, ¿y por qué? ¿No somos nosotros esqueletos más repugnantes, forrados de carne podrida? Y sabiéndolo, buscamos el contacto de las mujeres. La mía no padece flujos, ni huele mal, ni exige cosa alguna para su atavío. No es coqueta ni parlanchina, ni rezandera, ni caprichosa. Muy al contrario, es un dechado de virtudes. ¡Qué suerte tuve al encontrármela!

- Aquí está su fotografía, conozca usted a la señora de Pito Pérez, colgada de su brazo; admire sus grandes ojos, sus dientes blancos, y fíjese que sobre su corazón lleva atado un ramito de azahares, como el que llevo yo prendido en la solapa de mi levita. La Epístola de San Pablo dice que el matrimonio acaba con la muerte; el mío ha comenzado con ella, y durará por toda la eternidad. (Página 109)
 
(...)

- Basta de necedades -interrumpió el Presidente-. Ni lo fusilo, ni lo saco de aquí. Le doy el cementerio por cárcel, hasta que me prometa no emborracharse nunca. Fuera todo el mundo. Dejen solo a este loco, para que reflexiones y se enmiende.

Lentamente salieron los espectadores de aquel drama fallido, y Pito Pérez se dejó caer sobre un montón de basura, desolado y triste, al comprobar que la Muerte, laque el creía su fiel amante, ¡también lo engañaba!

Se hizo de noche y a la luz de los cirios siderales, de bruces sobre una sepultura, Pito Pérez parecía un hito de carne entre el cielo y la tierra. Tal fue su destino: pequeño punto de referencia entre lo humano y lo inhumano. ¡Lo humano!: facultad de amar, tristeza de odiar, consuelo de llorar. ¡Lo inhumano!: impotencia de amar, goce de odiar, envidia ruin por no saber llorar... (Página 140)


José Rubén Romero (México, 1890-1952)

jueves, 2 de octubre de 2014

Otoño: FERRY DE OCTUBRE A GABRIOLA, de Malcolm Lowry



(Fragmento)
1

El Lebrel

Adiós, adiós, adiós, Eight Bells, Wywurck, The Ticket Gate. La casita tenía buen aspecto. Así la amamos para siempre, al despedirnos.

La luz matutina de octubre bañaba el rápido autobús, el Greyhound que navegaba entre las ramas del bosque, cantaba derecho hacia el mar, rugía hacia las montañas, rodeaba precipicios inesperados.

Seguían la línea de la costa. A la izquierda estaba el bosque; a la derecha, el mar, el Estrecho.

Y la luz centelleaba, resplandecía en las ventanillas en que los pasajeros se veían, ora a la derecha, envueltos en azul celeste, entre los tonos escarlatas y oro del reflejo de los arces, ora extrañamente cercados por sus ramas a la izquierda, entre las islas del Estrecho de Georgia.

En ocasiones, cuando el autobús alcanzaba y adelantaba a otro vehículo donde la carretera era estrecha, las ramas de los árboles arañaban las ventanillas de la izquierda, y detrás, o en el espejo retrovisor delantero, que reflejaba el interminable desfile del asfalto en sentido inverso, podía verse por un momento el follaje agitándose a su paso en un turbio vendaval. Una vez más, en la distancia creería ver el cornejo cayendo en picado a través de los árboles en una lluvia de estrellas blancas. Y cuando reducían la velocidad, las hojas caídas del bosque hacían que incluso el pavimento pareciera resplandecer y arder de luz.

Cuesta abajo: y a la diestra, más allá del mar azul, debajo del cielo azul, las montañas de la Columbia Británica continental atravesaban el horizonte y también a este lado derecho, luminoso, mayestático, un volcán nevado de otro país (era el monte Baker de Estados Unidos y el antiguo Ararat de los indios squamish) les acompaña, con una blanca y lejana persistencia y a una velocidad distinta, como un remoto Popocatépetl que hubiera levado anclas.

La ilustración corresponde a una fotografía del Estrecho de Georgia
desde la persepectiva de la Isla Gabriola.

(En esta liga de Editorial Tusquets es posible encontrar información
sobre la edición traducida al español de Ferry de Octubre a Gabriola:

martes, 30 de septiembre de 2014

Tequila: MENOS QUE NADA (capítulo inicial)

"Esta es la noche en la que todos nos envolvemos con la bandera. Somos mexicanos y no se vale dudarlo."

(Fragmento inicial del capítulo I: El síndrome de Juan Escutia)

Sólo quedan los despojos de los festejos patrios desparramados sobre la plaza, la oquedad de las botellas, los tres colores del papel festivo colgando en jirones desde el techo del quiosco y el olor a pólvora de la pirotecnia impregnado todavía en la atmósfera –dicen que así es como huele el diablo-, último vestigio de la euforia patriotera.

Se celebra la independencia sin tanto escándalo como hace cuatro años, cuando tuvo lugar el bicentenario, aunque en los hechos es como si nunca hubiese terminado de consumarse. A través de la fiesta se procura confundir a la existencia y proveerla de júbilo ocasional: Prometeo desencadenado. El engaño colectivo yace adormilado después de su breve ruptura, de tanta explosión de los sentidos, ándele Güerito, ¿pos qué a poco no se va a echar un pozole?... Llévese sus banderitas, sus rehiletes, sus matracas… Aquí tenemos los sombreros, las cachuchas con el águila… Órale cabrón, chúpale al tequila, no te estés haciendo pendejo. Vamos a acabarnos esta para ir por l’otra antes de que vayan a cerrar...

Apenas escuchas las primeras canciones de la presentación de Alex Syntek poco después de la recreación del grito de Dolores y caminas por Aguayo hasta la calle de París, de regreso a tu casa. Desde hace un buen rato, cuando le propusiste a Magdalena que vivieran juntos, encontraron ese lugar en Coyoacan. Ella aprovechó el puente para irse de viaje con sus papás y su hermana menor. Durante el trayecto alcanzas a escuchar un coro desentonado de música ranchera desde el interior de una casa: “… si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí…” A la distancia, las detonaciones de los fuegos artificiales y los cohetones son cada vez más esporádicas y distantes. Esta es la noche en la que todos nos envolvemos con la bandera. Somos mexicanos y no se vale dudarlo.
 

Jules Etienne

domingo, 31 de agosto de 2014

PENÉLOPE (del poemario Mitología del olvido)



Nadie sabe cuando una despedida
será para nunca,
porque el amor se deshoja
y la vida es otro grano de arena.
No existe isla más remota
que la ausencia.

Teje y desteje la noche
con hilos delgados de vigilia,
dice y desdice mi nombre
deletreando nuestra odisea
y después de tantos veranos
viejo yace el deseo.


Jules Etienne

viernes, 8 de agosto de 2014

Espejos (99): ULISES, de James Joyce

"Ahí, como en sucesión retrospectiva, espejo dentro de un espejo (¡y listo!), se contempla a sí mismo."

(Fragmento del capítulo 14)

¿Qué edad tiene el alma del hombre? Así como tiene la virtud del camaleón para cambiar su tinte con todo lo que se le acerca, de ser alegre con el divertido y triste con el abatido, del mismo modo su edad es cambiable de acuerdo con su humor. Leopoldo ya no es, sentado como está ahí, rumiando el bolo de la reminiscencia, aquel sensato agente de publicidad y poseedor de una modesta fortuna en fondos. Veinte años han pasado. Ahora es el joven Leopoldo. Ahí, como en sucesión retrospectiva, espejo dentro de un espejo (¡y listo!), se contempla a sí mismo. Se ve aquella figura joven de entonces, precozmente varonil, caminando en una mañana de escarcha desde la vieja casa en Clanbrassil Street hasta el instituto, la cartera llena de libros en bandolera, y en ella un buen trozo de pan de trigo, una idea de la madre. O quizás sea la misma figura, pasado ya un año más o menos, con su primer sombrero hongo (¡ah, aquél sí que fue un gran día!), ya en la calle, un viajante hecho y derecho de la empresa familiar, equipado con un libro de pedidos, un pañuelo perfumado (no sólo para lucirlo), un estuche de relucientes artículos de bisutería (¡ay, ya algo del pasado!) y una pilada de complacientes sonrisas para esta o aquella ama de casa medio conquistada calculando con los dedos o para una doncella en flor, agradeciendo tímidamente (¿y el corazón? ¡dime!) sus estudiados cumplidos. El perfume, la sonrisa, pero, más que todo eso, los ojos oscuros y los modales untosos, volvían a casa a la caída de la tarde con sus buenas comisiones junto al cabeza de la empresa, sentado con la pipa de Jacob después de idénticas tareas en el rincón de la chimenea destinado al padre (la comida de fideos, con toda certeza, se está recalentando) leyendo a través de lentes de concha algún periódico de Europa de hace un mes. Pero ah, y listo, el espejo se enturbia y el joven caballero errante se evapora, se consume, queda convertido en un punto diminuto en la niebla. Ahora él es el padre y los que están a su alrededor podrían ser sus hijos. ¿Quién podría decirlo? El padre sabio que sabe quién es su propio hijo. Él piensa en una noche de llovizna en Hatch Street, muy cerca de los almacenes, allí, la primera. Juntos (ella es una pobre niña abandonada, hija de la vergüenza, tuya y mía y de todos por sólo un chelín y su penique de la suerte), juntos oyen los pasos cansinos de la guardia mientras dos sombras engabardinadas cruzan por la nueva universidad real. ¡Bridie! ¡Bridie Kelly! Nunca olvidará el nombre, siempre recordará la noche: la primera noche, noche de bodas. Están entrelazados en la más profunda oscuridad, el deseoso con la deseada, y en un instante Wat.) la luz inundará el mundo. ¿Daba vuelcos el corazón por el otro corazón? No, amable lector. En un solo suspiro se hubo consumado pero -¡Espera! ¡Atrás! ¡No puede ser! Espantada la pobre muchacha se escapa a través de las sombras. Es la novia de las tinieblas, hija de la noche. Incapaz de arrostrar la carga del niño sol áureo del día. No, Leopoldo. El nombre y el recuerdo no son consuelo para ti. Aquella ilusión juvenil de tu fuerza te fue arrebatada, y por nada. No habrá hijo de tus lomos a tu lado. Nadie hay ahora que sea para Leopoldo, lo que Leopoldo fue para Rudolph.
 
 
James Joyce (Irlanda, 1882-1941) 

jueves, 7 de agosto de 2014

Espejos (98): LOS ESPEJOS, de Jorge Luis Borges


"Que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o que un temblor agita."
 
Yo que sentí el horror de los espejos
No sólo ante el cristal impenetrable
Donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos

Sino ante el agua especular que imita
El otro azul en su profundo cielo
Que a veces raya el ilusorio vuelo
Del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa
Del ébano sutil cuya tersura
Repite como un sueño la blancura
De un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos
Años de errar bajo la varia luna,
Me pregunto qué azar de la fortuna
Hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado
Espejo de caoba que en la bruma
De su rojo crepúsculo disfuma
Ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
Ejecutores de un antiguo pacto,
Multiplicar el mundo como el acto
Generativo, insomnes y fatales.

Prolongan este vano mundo incierto
En su vertiginosa telaraña;
A veces en la tarde los empaña
El hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
Paredes de la alcoba hay un espejo,
Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
Que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
En esos gabinetes cristalinos
Donde, como fantásticos rabinos,
Leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
No sintió que era un sueño hasta aquel día
En que un actor mimó su felonía
Con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
Que el usual y gastado repertorio
De cada día incluya el ilusorio
Orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
En toda esa inasible arquitectura
Que edifica la luz con la tersura
Del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
De sueños y las formas del espejo
Para que el hombre sienta que es reflejo
Y vanidad. Por eso nos alarman.
 
 
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

miércoles, 6 de agosto de 2014

Espejos (97): LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER, de Milan Kundera

"... sus miradas al espejo tenían el cariz de un vicio secreto."

3 

Ella trataba de verse a sí misma a través de su cuerpo. Por eso se miraba con frecuencia al espejo. Como le daba miedo que la sorprendiera su madre, sus miradas al espejo tenían el cariz de un vicio secreto.
 
No era la vanidad lo que la atraía hacia el espejo, sino el asombro al ver a su propio yo. Se olvidaba de que estaba viendo el tablero de instrumentos de los mecanismos corporales. Le parecía ver su alma, que se le daba a conocer en los rasgos de su cara. Olvidaba que la nariz no es más que la terminación de una manguera para llevar el aire a los pulmones. Veía en ella la fiel expresión de su carácter.
 
Se miraba durante mucho tiempo y a veces le molestaba ver en su cara los rasgos de su madre. Se miraba entonces con aún mayor ahínco y trataba, con su fuerza de voluntad, de hacer abstracción de la fisonomía de la madre, de restarla, de modo que en su cara quedase sólo lo que era ella misma. Cuando lo lograba, aquél era un momento de embriaguez: el alma salía a la superficie del cuerpo como cuando los marinos salen de la bodega, ocupan toda la cubierta, agitan los brazos hacia el cielo y cantan.
 
 
    Milan Kundera (Escritor checo nacionalizado francés, 1929).

martes, 5 de agosto de 2014

Espejos (96): EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR, de Derek Walcott

"... al que ves en tu espejo y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro, y dirá, siéntate aquí."

Un tiempo vendrá
en el que, con gran alegría,
te saludarás a ti mismo,
al tú que llega a tu puerta,
al que ves en tu espejo
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor
a ti mismo, al extraño que te amó
toda tu vida, a quien no has conocido
para conocer a otro corazón
que te conoce de memoria.
Recoge las cartas del escritorio,
las fotografías, las desesperadas líneas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
 
 
Derek Walcott (Santa Lucía, 1930). Obtuvo el premio Nobel en 1992.

lunes, 4 de agosto de 2014

Espejos (95): BELLA DE DÍA, de Joseph Kessel

"Cuando entró en la casa, Séverine se dirigió de inmediato hacia el gran espejo ante el que solía vestirse."

(Fragmento del capítulo cuarto)
 
Séverine no supo cómo ni cuándo bajó del coche y entró en su apartamento. Un hecho violento y extraño ocurrido en su dormitorio le devolvió una vaga conciencia de sí misma. Cuando entró en la casa, Séverine se dirigió de inmediato hacia el gran espejo ante el que solía vestirse. Quedó inmóvil ante el mueble, y tan cerca de su imagen reflejada, que parecía confundirse con ella. En el misterio glacial de aquella luna recobró la percepción de sí misma. El estupor y un instinto puramente orgánico de defensa se proyectaron sobre aquella imagen, y Séverine creyó ver un ser extraño cuyo rostro jamás había visto. Poco a poco fue dándose cuenta de que aquella mujer se acercaba lentamente a ella. Era una sensación de acorralamiento: la mujer siguió avanzando, le rodeó, comenzó a apoderarse de su cuerpo. Séverine intuyó que aún tenía a su alcance una oportunidad: un gesto rápido, un salto hacia atrás impediría aquella posesión. Pero un deseo más poderoso la retuvo. Tenía que observar la imagen que se cernía sobre ella. Aquel examen le pareció el acto más esencial y urgente que la vida le había propuesto. Fue de una profundidad atroz: las mejillas blanquecinas como una superficie gredosa, la frente abombada y desnuda sobre los ojos lejanos y hundidos, los labios rojos, muertos, exangües y anormalmente abultados, todo en aquel rostro desprendía una tan enorme idea de bestialidad y horror, que Séverine no pudo soportar ni un instante más el espectáculo que se ofrecía a sí misma. Corrió hacia la puerta en busca de otra habitación, tras una distancia que interponer entre ella y la imagen fija, plana y terrible que dejaba en el espejo. Movió nerviosamente el picaporte, pero la puerta no se abrió. Comprendió que, al entrar, había cerrado con llave. Un súbito calor le subió al rostro.
 
- Quería esconderme -dijo en voz alta.
 
Con un reflejo orgulloso y franco, abrió violentamente la puerta.
 
- ¿Esconderme? ¿De quién?
 
No traspasó el umbral. Estaba segura de que la imagen seguía allí, tras ella, en el espejo. Cerró de un portazo y, eludiendo los objetos que podían reflejar sus ojos, cayó abatida en un sillón. Apretó los puños contra las sienes ardientes. Sus manos estaban heladas. Poco a poco transmitieron su frescor a la frente, calmando la extraña y febril situación de la mujer. Por fin, Séverine pudo pensar. Todo cuanto le acababa de ocurrir se desarrolló al nivel de las convulsiones instintivas, en medio de impulsos y desórdenes entre cuya maraña su memoria se extravió. No recordaba nada. Se había esfumado el recuerdo de su máscara de bestia violenta y apasionada.
 
Séverine emergió del caos sin más sentimiento que el de una insoportable vergüenza. Le pareció sentirse enfangada, y no quería ni podía lavar el fango que la cubría.
 
 
Joseph Kessel (Francés nacido en Argentina, 1898-1979)

domingo, 3 de agosto de 2014

Espejos (94): COMO LAS NUBES, de Pär Lagerkvist

"... como el leve aliento sobre un espejo."

Como las nubes,
como una mariposa,
como el leve aliento sobre un espejo.
Fortuito,
transitorio,
desvanecido en un breve instante.
Señor de todos los cielos, todos los mundos, todos los destinos,
¿qué tienes pensado hacer conmigo?
 

 (Som molnen,
som fjärilen,
som den lätta andningen pâ en spegel -
Tillfällig,

Föränderlig,
borta pâ en liten stund.
O herre över alla himmlar, alla världar, alla öden,
vad hard u menat med mig?

Like the clouds,
like a butterfly,
like the light breathing in a mirror -
Accidental,
transitory,
gone in a short while.

Lord of all heavens, all worlds, all fates,
what have you mean by me?)

 

 Pär Lagerkvist (Suecia, 1891-1974). Obtuvo el premio Nobel en 1951.
 
(Traducido al español por Jules Etienne. La versión al inglés es de W. H. Auden y Leif Sjöberg) 

sábado, 2 de agosto de 2014

Espejos (93): PAÍS DE NIEVE, de Yasunari Kawabata

 
(Fragmentos)

La luz fue invadiendo el lugar hasta que él alcanzó a verle las mejillas rosadas, o quizás era que sus ojos se habían acostumbrado tanto a la oscuridad que ahora podía distinguir un detalle como ése.
 
- Tus mejillas arden de frío. Aléjate de la ventana.
 
- No es el frío. Es que me quité el maquillaje. Siempre entro en calor en un suspiro, de la cabeza a los pies, en cuanto me meto en la cama. Debo irme. Ya es de día -dijo echándose un último vistazo en un espejo que había junto a la cama. Shimamura levantó la cabeza pero desvió los ojos de inmediato. El espejo reflejaba el blanco de la nieve enmarcando el rostro de arreboladas mejillas. El pelo era de un negro levísimamente diluido, con destellos púrpura. ¿Ya había amanecido? Shimamura no supo si lo que lo había encandilado era el primer brillo del sol contra la nieve o la belleza increíble de aquel contraste entre mujer y naturaleza.
...

Incluso cuando hubo salido de la casa, Shimamura seguía obsesionado por esa mirada, que le ardía en la cara con la misma belleza inexpresable que el atardecer anterior, cuando el destello que venía de las montañas se unió con el reflejo del rostro de ella en la ventanilla del tren. Apuró el paso, mientras su memoria convocaba una tercera imagen, la del reflejo de la nieve enmarcando las mejillas de Komako en el espejo donde ella verificaba su maquillaje, aquella misma mañana.

Sus piernas no estaban acostumbradas a ese paso pero él no reparó en ello, absorto en sus pensamientos y el paisaje de aquellas montañas que tanto le gustaban. Siempre dispuesto a dejarse llevar por sus ensoñaciones, se preguntó cómo era posible que aquel espejo espontáneo de la tarde anterior y el que reflejó la nieve esa mañana fueran realmente obra del hombre y no de la naturaleza, una naturaleza perteneciente a un mundo distante y remoto, tan distante y remoto como la habitación que acababa de abandonar.


 Yasunari Kawabata (Japón, 1899-1972). Obtuvo el premio Nobel en 1968.

(Traducido al español por Juan Forn)

viernes, 1 de agosto de 2014

Espejos (92): LA LUZ, EL TACTO (Balthus), de Octavio Paz

"... la luz nace mujer en un espejo, desnuda bajo diáfanos follajes..."

La luz sostiene —ingrávidos, reales—
el cerro blanco y las encinas negras,
el sendero que avanza,
el árbol que se queda;
 
la luz naciente busca su camino,
río titubeante que dibuja
sus dudas y las vuelve certidumbres,
río del alba sobre unos párpados cerrados;
 
la luz esculpe al viento en la cortina,
hace de cada hora un cuerpo vivo,
entra en el cuarto y se desliza,
descalza, sobre el filo del cuchillo;
 
la luz nace mujer en un espejo,
desnuda bajo diáfanos follajes
una mirada la encadena,
la desvanece un parpadeo;
 
la luz palpa los frutos y palpa lo invisible,
cántaro donde beben claridades los ojos,
llama cortada en flor y vela en vela
donde la mariposa de alas negras se quema:
 
la luz abre los pliegues de la sábana
y los repliegues de la pubescencia,
arde en la chimenea, sus llamas vueltas sombras
trepan los muros, yedra deseosa;
 
la luz no absuelve ni condena,
no es justa ni es injusta,
la luz con manos invisibles alza
los edificios de la simetría;
 
la luz se va por un pasaje de reflejos
y regresa a sí misma:
es una mano que se inventa,
un ojo que se mira en sus inventos.
 
La luz es tiempo que se piensa.
 
 
 
Octavio Paz (México, 1914-1998). Obtuvo el premio Nobel en 1990.

jueves, 31 de julio de 2014

Espejos (91): CRIMEN Y CASTIGO, de Fiódor Dostoyevski

"La naturaleza es un espejo, el espejo más diáfano, y basta dirigir la vista a él."

Cuarta parte: Capítulo 5
 
(Fragmento)

Supongamos que ese hombre miente... Me refiero al hombre desconocido de nuestro caso particular... Supongamos que miente, y de un modo magistral. Como es lógico, espera su triunfo, cree que va a recoger los frutos de su destreza; pero, de pronto, ¡crac!, se desvanece en el lugar más comprometedor para él. Vamos a suponer que atribuye el síncope a una enfermedad que padece o a la atmósfera asfixiante de la habitación, cosa frecuente en los locales cerrados. Pues bien, no por eso deja de inspirar sospechas... Su mentira ha sido perfecta, pero no ha pensado en la naturaleza y se encuentra como cogido en una trampa.

Otro día, dejándose llevar de su espíritu burlón, trata de divertirse a costa de alguien que sospecha de él. Finge palidecer de espanto, pero he aquí que representa su papel con demasiada propiedad, que su palidez es demasiado natural, y esto será otro indicio. Por el momento, su interlocutor podrá dejarse engañar, pero, si no es un tonto, al día siguiente cambiará de opinión. Y el imprudente cometerá error tras error. Se meterá donde no le llaman para decir las cosas más comprometedoras, para exponer alegorías cuyo verdadero sentido nadie dejará de comprender. Incluso llegará a preguntar por qué no lo han detenido todavía. ¡Je, je, je...! Y esto puede ocurrir al hombre más sagaz, a un psicólogo, a un literato. La naturaleza es un espejo, el espejo más diáfano, y basta dirigir la vista a él. Pero ¿qué le sucede, Rodion Romanovitch? ¿Le ahoga esta atmósfera tal vez? ¿Quiere que abra la ventana?

- No se preocupe - exclamó Raskolnikof, echándose de pronto a reír - Le ruego que no se moleste.
 
Porfirio se detuvo ante él, estuvo un momento mirándole y luego se echó a reír también. Entonces Raskolnikof, cuya risa convulsiva se había calmado, se puso en pie.
 
- Porfirio Petrovitch -dijo levantando la voz y articulando claramente las palabras, a pesar del esfuerzo que tenía que hacer para sostenerse sobre sus temblorosas piernas- estoy seguro de que usted sospecha que soy el asesino de la vieja y de su hermana Lisbeth. Y quiero decirle que hace tiempo que estoy harto de todo esto. Si usted se cree con derecho a perseguirme y detenerme, hágalo. Pero no le permitiré que siga burlándose de mí en mi propia cara y torturándome como lo está haciendo.
 
Sus labios empezaron a temblar de pronto; sus ojos, a despedir llamaradas de cólera, y su voz, dominada por él hasta entonces, empezó a vibrar.


 Fiódor Dostoyevski (Rusia, 1821-1881).