Graham Greene aprovechó sus viajes por México para escribir varias
novelas y relatos. De ellos se desprende una visión cáustica sobre el país y a
menudo agresiva, que manifiestan su obvio desagrado. El tequila, sin embargo, surge
con frecuencia en sus narraciones. Por ejemplo, en Caminos sin ley lo describe de esta manera: “Le hice beber un
tequila, bebida alcohólica extraída del agave, una especie de ginebra bastante
inferior”, y luego en ese mismo párrafo indica que “el tequila bullía como la
audacia por sus venas”.
Más adelante, al quinto capítulo, Viaje
en la oscuridad, pertenece el siguiente diálogo:
Volvimos al Diligencias y pedí algo de comer, un par de
tequilas para cada uno, y cerveza. Una niñita pasó vendiendo billetes de
lotería, y le compré uno, el primero que compraba en mi vida; un gesto ante el
destino. Después de los tequilas empecé a sentirme mejor, a pensar de forma
grandilocuente en mi viaje como en una gran aventura. Y también mi amigo
florecía; lamentaba no poder acompañarme. Le habría gustado demostrar, decía,
que un mexicano era "tan valiente" como un inglés. Vendría como
amigo, no como guía. No me cobraría nada. Pasearíamos a caballo por Chiapas, y
tendríamos interesantes conversaciones.
- ¿Por qué no? -le dije-. No tengo ropa.
- Podríamos tomar un taxi hasta su casa.
- No tenemos tiempo.
- Entonces podríamos comprarla en Tabasco.
El segundo tequila comenzaba a provocar su drástica
reacción; le brillaban los ojos.
- Muy bien –dijo-, ya está. Le demostraré que un mexicano
es tan valiente… Iré con usted, así como estoy vestido.
Nos comprometimos con un brindis de cerveza y nos dimos
la mano un poco ebrios.
En el capítulo siete, Hacia Chiapas, una vez que los personajes se encuentran en
Palenque, se refiere de nuevo al tequila:
Pero Palenque no era Salto; la cantina de Salto
adquiría en el recuerdo las proporciones y el lujo de un bar norteamericano. En
el almacén cercano a la iglesia tenían solamente tres botellas de cerveza, una
cerveza caliente, gaseosa, insatisfactoria. Después bebimos un vaso cada uno de
tequila muy nuevo y poco fermentado, que apenas logró rozar nuestra sed.
También en El
poder y la gloria, una de sus novelas más notables, se le menciona de
manera apenas incidental:
– Pero yo soy bebedor de vino... no sabe usted cuánto
deseo el vino...
– El vino me cuesta mucho dinero. ¿Qué más me puede
usted pagar?
– Todo lo que me queda son setenta y cinco centavos.
– Le podría dar una botella de tequila.
– No, no.
– Entonces cincuenta centavos más... Será una botella
grande.
Por último, este es el párrafo con que da comienzo el
cuento El billete de lotería:
Mr. Thriplow compró su primer y último billete de
lotería en Veracruz. Se había tomado dos vasos de tequila para animarse a subir
a bordo de aquella horrible barcaza mexicana de cien toneladas provista de un
motor auxiliar, que era el único sistema para desplazarse hasta el pequeño
Estado tropical que quería visitar. Al coger los billetes que la niña le
ofreció, se sintió señalado por el destino; y tal vez lo estaba. Yo no creo
mucho en el destino, pero cuando creo en él lo imagino muy exactamente como una
personalidad tan maliciosa y humorística que, entre toda la gente del mundo,
sería capaz de elegir a Mr. Thriplow para servir sus absurdos y augustos
objetivos.
Si bien por una parte puede inferirse que Graham Greene no disfrutó
plenamente sus visitas a México, por la otra resulta evidente que durante su estancia
abundaron los tragos a las botellas de tequila.
Jules Etienne