Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

lunes, 11 de abril de 2022

Día de reyes: LOS REYES MAGOS NO EXISTEN, Camilo José Cela, Gabriel García Márquez y Cabrera Infante

"Los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar..."

"Como alguien nos dijo -hace muchos años ya- que era un tanto dudosa la existencia de los Reyes Magos cabalgando sus caballos alados y velocísimos con un completo bazar a cuestas, por todos los caminos el mundo, nosotros miramos, pasado el primer momento de estupor, para nuestros zapatos, para nuestros traidores zapatos que, estando en el secreto, tan callado se lo tenían." Así principia la crónica de Camilo José Cela titulada Los zapatos de la Noche de Reyes, escrita a principios de los años sesenta y que rescata ese momento de desengaño en la vida de cualquier niño que comienza a dejar de serlo.

"Nosotros los miramos implacablemente -no más que un momento- y nuestros zapatos, como en las últimas confesiones, mostraron un ejemplar arrepentimiento que nos desarmó. Pero ¡ay!, que no nos quitó de encima el disgusto, el inmenso y doble disgusto que invadía nuestro corazón. Grande como las montañas y doble, decíamos, porque pecaba contra la lealtad y la fantasía."

Y prosigue el desencanto: "Aquella mañana se borró de nuestra mente todo un mundo misterioso, afable y sobrecogedor, y otro mundo -si no misterioso, indescifrable; si no lleno de amabilidad, si pletórico de hiel; si no sobrecogedor como un cuento de brujas en la alta noche, sí espantable como una cierta y concreta terrible evidencia- pasó a llenar la infantil cabeza recién vacía, como un vaso que se derrama."

Años después, en diciembre de 1980, Gabriel García Márquez, publicó el artículo Estas navidades siniestras, en el que expresaba: "Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar. El Niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más pequeñas que la virgen y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los reyes magos el camino de salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau."

Después de eso, García Márquez -al igual que le aconteció a Cela-, recuerda su amarga confrontación con el realismo del mundo adulto:

"La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeran los reyes magos -como sucede en España con toda razón- sino el Niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión, no sólo porque yo creía de veras que era el Niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque habría querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños y me quedé en el limbo. Aquel día -como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdería la inocencia. Pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora."Mi madre se rió con una risa apenada.

El cubano Guillermo Cabrera Infante, en un texto autobiográfico que lleva por título El día que terminó mi niñez, narra:

"- Todavía eres más niño de lo que yo pensaba. No es eso, es referente a los Reyes Magos.

 Por fin: lo había visto venir desde el principio. ¿Qué será?

 - ¿Lo de los Reyes?

 - Sí, hijito, lo de los Reyes. ¿No te diste cuenta que ella trataba de decirles a ustedes que los Reyes no existían?

 No me había dado cuenta de ello, pero comenzaba a darme cuenta de lo que mi madre se traía entre manos. Ella tomó aliento.

 - Pues bien: ella lo hizo sin malicia, pero de despreocupada que es, yo lo hago por necesidad. Silvestre, los Reyes Magos no existen.

 Eso fue todo lo que dijo. No: dijo más, pero yo no oí nada más. Sentí pena, rabia, ganas de llorar y ansias de hacer algo malo. Sentí el ridículo en todas sus fuerzas al recordarme mirando al cielo en busca del camino por donde vendrían los Reyes Magos tras la estrella. Mi madre no había dejado de hablar y la miré y vi que lloraba.

 - Mi hijito, ahora quiero pedirte un favor: quiero que mañana vayas con este peso y compres para ti y para tu hermano algún regalito barato y lo guardamos hasta pasado. Tu hermano es muy chiquito para comprender.

 Eso o algo parecido fue lo último que dijo, luego agregó: «Mi niño», pero yo sentí que no era sincera, porque esas palabras no me correspondían: yo no era ya un niño, mi niñez acababa de terminar.

 Pero las lecciones de la hipocresía las aprende uno rápido y hay que seguir viviendo. Todavía faltaban muchos años para hacerme hombre, así que debía seguir fingiendo que era un niño. Al día siguiente me encontré con Fernandito cuando venía de la tienda. Llevaba yo bajo el brazo un par de sables de latón y sus vainas y un pito de auxilio, que me habían costado setenta centavos. Me acerqué a Fernandito que pretendía no haberme visto.

 - Oye, Fernandito -le dije, amistoso-, un amigo vale más que un secreto. Te voy a decir lo que le pedí a los Reyes.

 Me miró radiante, sonriendo.

 - ¿Sí? ¿Dime, dime qué cosa?

 - Un sable de guerra.

 Y para completar el gesto infantil, imité un guerrero con su sable en la mano, el pelo revuelto y una mueca de furia en el rostro."

En fin, que los reyes magos no existen pero en algún momento fueron posibles porque en el universo infinito de la imaginación infantil así quisimos que fuese. Negarlos, dice Cela, es pecar contra la fantasía, al hacerlo, según García Márquez, habremos perdido la inocencia. Parecerá ridículo, pero he decidido volver a dejar mis zapatos a la vista durante la próxima noche de reyes, sólo para "seguir creyen- do". Qué importa que amanezcan vacíos.

Jules Etienne

sábado, 9 de abril de 2022

Día de reyes: EL SARCÓFAGO DE LOS REYES MAGOS, de James Rollins


(Fragmento del prólogo)

Marzo de 1162

Aunque se atisbaba ya la primavera, el invierno dominaba todavía las cumbres. Los picos resplandecían bajo la luz de poniente. La nieve reflejaba la luz, mientras una nube de escarcha se desprendía de las afiladas cumbres. Pero allí, en los sombríos desfiladeros, el deshielo había convertido el suelo boscoso en una ciénaga. A los caballos se les hundían las patas en el barro y corrían el riesgo de romperse un hueso a cada paso. Delante, el carruaje se atollaba casi hasta los ejes.

Joachim espoleó a la yegua para reunirse con los soldados en el carruaje.

Habían enganchado otro tronco de caballos al frente y los hombres empujaban desde atrás. Debían llegar al sendero que bordeaba la siguiente cadena montañosa.

- ¡Ea! -gritó el cochero, restallando el látigo.

El caballo que iba al frente estiró la cabeza hacia atrás y luego empujó con fuerza el yugo. No ocurrió nada. Las cadenas se tensaron, los caballos bufaban con un hálito blanquecino en el aire gélido y los hombres proferían los juramentos más soeces.

Lenta, muy lentamente, el carruaje consiguió salir del fango con un chasquido de ventosa similar al de una herida abierta en el pecho. Pero al fin reanudó la marcha. La demora había costado sangre. Se oían los gemidos de los moribundos que habían quedado atrás, en el paso de montaña.

«La retaguardia debe resistir un poco más».

El carruaje prosiguió el ascenso. Los tres grandes sarcófagos de piedra que llevaban en su plataforma descubierta se deslizaban contra las cuerdas que los sostenían.

Si alguna se rompiera…

Fray Joachim llegó al carruaje cimbreante y el hermano Franz se acercó en su caba- llo.

- El sendero parece despejado -comentó.

- No podemos llevar las reliquias de vuelta a Roma. Tenemos que llegar a la frontera alemana.

Franz asintió, comprensivo. Las reliquias ya no estaban a salvo en suelo italiano, al menos mientras el Papa verdadero permaneciera exiliado en Francia y el falso continuara en Roma.

El carruaje ascendía más rápido, reafirmando su equilibrio a cada paso. Aun así, no avanzaba a más velocidad que un hombre a pie. Desde la grupa de su montura, Joachim contemplaba las montañas en lontananza.

El fragor de la batalla se atenuó, sólo leves gemidos y sollozos inquietantes resona- ban por el valle. El chasquido de las espadas se aplacó por completo, señal inequí- voca de la derrota de la retaguardia.

A Joachim le hubiese gustado ver lo que pasaba, pero la densa sombra cubría las cumbres. La enramada de pinos negros lo ocultaba todo.


James Rollins: Jim Czajkowski (Estados Unidos, 1961).

viernes, 8 de abril de 2022

Día de reyes: CONOCIMIENTO DEL INFIERNO, de António Lobo Antunes


(Fragmento inicial del segundo capítulo)

Salió de la Quinta da Balaia, del verde domesticado y esnob de la Quinta da Balaia en la cual la sombra de los árboles imprime un leve tono rojizo, casi rosáceo, como el de las caracolas, las conchas y todo aquello donde el eco del mar se enrolla y canta, y se dirigió a la ciudad de Albufeira, las paredes de cuyas casas se asemejan a sábanas lavadas, muy blancas, blancas sobre el azul blanco del cielo. Unos obreros en bici- cleta pedaleaban en la carretera al sol, reyes magos transportando mirra del almuerzo en las tarteras, y él observó por el retrovisor sus facciones serias de retablo, labradas a cincel en la piedra oscura de los huesos, pensando que en el rostro moreno de los hombres había algo de la cal y el yeso de los muros, algo de las nubes de Van Gogh sobre los cuervos y el trigo, no formadas por la ausencia, sino por la tempestuosa acumulación de colores, amarillos violentos, morados trágicos, marrones de la sangre coagulada en una herida abierta, de la sangre que nunca se seca en una herida abier- ta.

António Lobo Antunes (Portugal, 1942).

(Traducido al español por Mario Merlino).

jueves, 7 de abril de 2022

Día de reyes: NAVIDAD EN BIAFRA, de Chinua Achebe

"... uno de los Reyes Magos, de acuerdo con la leyenda, como un Otelo negro en trajes suntuosos."

Este momento en que los ojos hundidos se tambalean
lentamente por la pendiente rocosa encima de
huesos rotos temerosos, hacia el horror
de desechos de dolor reunidos en el valle,
se convertirá no obstante en otro año perdido.
Una Navidad irrecuperable en las alturas,
su infierno explosivo transmutado
por las distancias cósmicas hacia la calma
de una fría estrella parpadeante… a las tumbas
de este momento llegaron sonidos lejanos de
los cánticos de otros hombres flotando en el crujido de las olas,
burlándose de nosotros. ¿Con remordimiento? ¿Esperanza? ¿Anhelo? Nada de
eso, extrañamente tampoco desesperación,
más bien puro, odio trascendental destilado…

Más allá de la puerta del hospital
las buenas monjas habían instalado un pesebre
de palmeras para ofrecer refugio
a una fina escena de Belén de escayola. La Sagrada
Familia estaba en el centro, serena, el Niño
Jesús rollizo con mirada sabia y mejillas rosadas: uno
de los Reyes Magos, de acuerdo con la leyenda,
como un Otelo negro en trajes suntuosos. Otras
figuras de hombres y ángeles parados
a distancia calculada del
corazón del milagro divino
y el buey de siempre mirando fijamente
con un sagrado asombro…

Más pobre que los pobres devotos
que habían pagado su homenaje
con el lamentable ofrecimiento de nuevas monedas
de aluminio que algunos comerciantes habrían aceptado y
un desgastado billete de cinco chelines,
ella se persignó y rezó con los ojos abiertos. Su
hijo, apoyado como un lagarto muerto
en su hombro, los brazos y las piernas
cauterizados por el hambre eran para su clase
un milagro. Grandes ojos hundidos
afligidos por el aburrimiento del pasado hasta una llana
e irreconocible viscosidad, iban a acabar lejos e
inmóviles en su hombro…

Terminada su oración
le dio la vuelta al niño y señaló
esas bonitas figuras de Dios
y ángeles y hombres y bestias,
una escena que remueve el corazón
de un niño. Pero todo lo que él concedió
fue una lenta mirada inexpresiva totalmente
irreconocible y de nuevo comenzó
a girar su enorme cabeza a un lado,
agotado como antes en la distancia vacía…
Ella encogió los hombros, se persignó
otra vez y se lo llevó.

Albert Chinualumogu Achebe
(Nigeriano fallecido en Estados Unidos, 1930-2013).

miércoles, 6 de abril de 2022

Día de reyes: LA SEMILLA DEL DIABLO, de Ira Levin

"... un escaparate en donde había un pequeño belén (...) representando al Niño Jesús, María y José, los Reyes Magos..."

(Fragmento del capítulo XIII)

Ojalá que sí. Puede que este aviso de la muerte, que es lo que iba a ser, un aviso de la muerte y no la muerte misma, los empujara hacia el matrimonio, y todo resultara al final una bendición disfrazada. Quizá. Quizá.

Cruzó Madison Avenue y en alguna parte entre las avenidas Madison y Quinta se halló mirando a un escaparate en donde había un pequeño belén iluminado, hecho con exquisitas figuritas de porcelana representando al Niño Jesús, María y José, los Reyes Magos, los pastores, y la mula y el buey en el establo. Ella sonrió ante tan tierna escena, llena de simbolismo y emoción, que habían sobrevivido a su agnosticismo; y entonces vio en el cristal del escaparate, como un velo colgado ante la Natividad, su propia sonrisa reflejada, con las mejillas esqueléticas y los ojos con ojeras negras que ayer habían alarmado a Hutch y ahora la alarmaron a ella.

Ira Levin (Estados Unidos, 1929-2007).

martes, 5 de abril de 2022

Día de reyes: ESTAS RUINAS QUE VES, de Jorge Ibargüengoitia

"... a que viéramos una Adoración de los Reyes Magos que había rescatado del patio de Hildebrando..."

(Fragmento que refiere la Adoración de los Reyes Magos)

Sebastián Montaña, viendo que faltaba un rato para el banquete, nos invitó a la rectoría a que viéramos una Adoración de los Reyes Magos que había rescatado del patio de Hildebrando, y a que probáramos un mezcal muy famoso que tenía guardado en su escritorio.

El edificio de la Universidad, como muchos otros de Cuévano, está lleno de pasillos y escaleras. No hay manera de dar diez pasos sin tener que bajar dos escalones, subir tres o dar la vuelta a un recodo.

Íbamos de dos en fondo. Sarita, que llevaba tacones muy altos, se quedó sola, mero atrás. Caminaba erguida, mirando al frente. Cuando bajaba escalones tenía vibraciones inesperadas. A veces se detenía y se quedaba leyendo pequeñas etiquetas pegadas al muro que decían: "chancros, sífilis, gonorrea. Doctor Fandango. Calle del Triunfo de Bustos 22". Cuando se dio cuenta de que yo estaba mirándola, sonrió por cuarta vez.

La Adoración de lo Reyes Magos no era gran cosa, pero entre que el joven Rocafuerte le ponía peros y Carlitos Mendieta pedía que lo dejaran restaurarla antes de que se cayera en pedazos, se pasó el tiempo. Cuando fuimos al patio donde iba a ser el banquete, ya la policía había cerrado la puerta, y para que nos dejaran pasar tuvimos que entregar nuestras invitaciones al capitán Hinojosa, jefe de la guardia de corps y uno de los hombres más brutos de Cuévano.


Jorge Ibargüengoitia (Méxicano fallecido en España, 1928-1983).

lunes, 4 de abril de 2022

Día de reyes: GASPAR, MELCHOR Y BALTASAR, de Michel Tournier

"... una historia llena de gritos y de horrores, la que les ha contado el gran rey Herodes, y que es (...) la historia de un reinado feliz y próspero..."

(Fragmento del capítulo Herodes el grande)

Se fueron. Se adentraron en el profundo valle de Gihon, y ascendieron las abruptas pendientes de la montaña del Mal Consejo. Saludaron a su paso la tumba de Raquel. Anduvieron hacia la estrella que se eriza de agujas de luz en el aire glacial. Avanza- ron con paso sideral, y cada uno poseía un secreto y una manera de caminar. Está el que se deja mecer por la tranquila ambladura de su camello, y que sólo ve en el cielo negro la cara y los cabellos de la mujer que ama. Está el que inscribe en la arena la huella diagonal del trote de su yegua, y que sólo ve en el horizonte el aleteo de un gran insecto centelleante. También hay el que va a pie porque lo ha perdido todo, y sueña con un imposible reino celestial. En los oídos de los tres resuena todavía una historia llena de gritos y de horrores, la que les ha contado el gran rey Herodes, y que es su historia, la historia de un reinado feliz y próspero, bendecido por el bajo pueblo de los campesinos y de los artesanos.

¿O sea que el poder es eso?, se pregunta Melchor. Ese infecto magma de torturas y de incestos, ¿es el precio que hay que pagar para ser un gran soberano que va a ocupar para siempre un lugar en la historia?

¿O sea que el amor es eso?, piensa Gaspar. Herodes sólo ha amado a una mujer, Mariamna, con un amor total, absoluto, indestructible, pero, ay, no correspondido. Porque Mariamna, la asmonea, no era de la raza de Herodes, el idumeo, y la desdi- cha no ha dejado de ensañarse con esa pareja maldita, una desdicha que se repite con monótona ferocidad en todas y cada una de las generaciones que han salido de ellos. Y el negro Gaspar se estremece al medir el abismo lleno de amenazas que le separa de Biltina, la rubia fenicia.

¿Es eso el amor al arte?, se interroga Baltasar, con los ojos fijos en el abanderado celeste, que agita sus alas de fuego. En su mente se confunden dos revueltas, la de Nippur que destruyó su Balchazareum, y la de Jerusalén que abatió el águila de oro del Templo. Pero mientras Herodes respondió a los sublevados a su manera, con una matanza, él, Baltasar, cedió. El Balthazareum no fue ni vengado ni reconstruido. Porque el viejo rey de Nippur es presa de una duda. La hermosura de las estatuas griegas, de las pinturas romanas, de los mosaicos púnicos o de las miniaturas etruscas, cuando toda la tradición religiosa la condena, ¿no será porque contiene realmente algo de maldito? Piensa en su joven amigo, Asur el babilonio, que orienta sus búsquedas hacia una celebración de las humildes realidades humanas. Pero ¿cómo exaltar lo que por su naturaleza está condenado a ser irrisorio, efímero?

Y los tres tratan de imaginar, cada uno a su manera, al pequeño rey de los judíos hacia el cual Herodes les ha delegado tras de su pájaro blanco. Pero todo se hace confuso en su mente, porque aquel Heredero del Reino mezcla atributos incompa- tibles, la grandeza y la pequeñez, el poder y la inocencia, la plenitud y la pobreza.

Hay que seguir andando. Ir a ver. Abrir los ojos y el corazón a verdades desconoci- das, prestar oído a palabras inauditas. Andan, presintiendo con conmovido gozo que tal vez una era nueva va a abrirse ante sus pasos.

Michel Tournier (Francia, 1924-2016).

La ilustración corresponde a la reproducción del palacio de Herodes en Jerusalén.

domingo, 3 de abril de 2022

Día de reyes: UN PAR DE VISIONES AMARGAS, de Gabriel Miró y Marco Denevi

"Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén."

Los tres caminantes

(Fragmento)

Gaspar, Balthásar y Melchor subían las manos, y las familias les maldijeron. Les veían demacrados y pobres, pero invocaban la misma estrella que la turba del rey señalaba cuando degolló a sus hijos.

Lejos, en el albergue, se torcían los rojos corazones de las hogueras. Y en el portal se les cayeron las carroñas exhaustas de sus bestias. Llamaron los tres caminantes. Les recibió un husmo de castas, un tufo de hachones y fogariles, un olor agrio de frutas que se derretían, un aliento de intemperies cobijadas toda la noche». Ganados y recuas rodeando los pozos. Judíos en oración, inmóviles, hacia Jerusalem. Soldados, mayorales, trajineros disputándose armas, aparejos, rameras. Despertaban las caravanas a punto de abrirse en una rosa de rutas y climas. Como en todos los paradores. Seguir; comenzar; volver en curvas de río por la misma planicie. Ahora estaría la cumbre de ellos ungida de las esencias de la madrugada, como en los tiempos de su quietud, antes de la aparición de la estrella. Como entonces y sin ellos; sin poder retornar a entonces. Se internaron por corredores cavados dentro de la colina que sostiene la obra de la caravanera. Salían hatos, acémilas, familias... Después todo se quedaba recogido, tierno de la flor del alba; y por una pared rota bajaba muy grande el lucero. En lo último del refugio había un rodal de gentes con gallaruzas de vellones, con capuces peludos de olor de majada. Ponían sus manos de cepas a la lumbre despertando el rescoldo no como los magos hacían con el fuego divino de sus losas, sino como fuego terrenal creado para el bien de los hombres. Conversaban mirando a una rinconada donde se guarecía un matrimonio de Nazareth: la mujer lisa, frágil de recién parida, aniñada por la maternidad; el marido tostado, maduro, con sayal tosco y el paño de su frente desatado, y se le juntaban la cabellera aceitosa y la barba que principiaba a encanecer.

Los pastores les daban agua y lienzos con que lavar y aviar el hijo, y después se lo pusieron al pecho de la madre. Todo lo iban reflejando los gordos ojos de la jumenta que les trajo de su país y los de un buey echado detrás del pesebre que volvía su cuerna moviendo despacio las quijadas con un crujido de grama, dejando el humo de su morro caliente; y cuando paraba de rumiar se sentía mamar a la criatura.

Marido, mujer, pastores y bestias se volvieron pasmados a los tres aparecidos.

¿Serían tres ángeles? Tres ángeles de blancuras ajadas, extenuados, envejecidos de tanto caminar. Vendrían de las orillas del cielo, donde el cielo y la tierra tienen un vado de montes azules.

Gaspar, Balthásar y Melchor se arrimaron poco a poco entre garbas de lena y atadijos y vasijas del ajuar de la familia de Nazareth, hasta postrarse en el pajuz.

El hijo soltose del pecho. Y Balthásar le dejó delante un terrón de oro; Gaspar, un alabastro de incienso; Melchor, un pomo de mirra. No dijeron nada. Callando era más clara la suavidad de su cansancio en el descanso. Así, con el silencio de su boca respondían al silencio interior de su vida. Ni se preguntaban si habían venido, si habían bajado de su cumbre lejana para eso. Si habían pasado desiertos, fragas, ríos, naciones para ver un matrimonio artesano con un hijo recién nacido. No se lo reprocharon. Nunca habían sentido esta emoción de humanidad. Buscaron la gloria prometida al mundo, y se encontraban a sí mismos en su alma trémula de ternuras. No se calcinaría el misterio ni el deseo. No se les vería regresar con la estrella apagada.

Siempre los tres magos camino de Bethlem, con el lucero llagándoles los ojos.

Gabriel Miró (España, 1879-1930).

Desastroso fin de los tres reyes magos

“Herodes, viéndose burlado por los Magos se irritó
sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén.”
(Mateo, 2, 16).

Camino de regreso a sus tierras, los tres Reyes Magos oyeron a sus espaldas el clamor de la Degollación. Más de una madre corrió tras ellos, los alcanzó y los maldijo. De todos modos la noticia se propagó velozmente. Marcharon entre puños crispados y sordas recriminaciones de hombres y mujeres. En una encrucijada vieron a José y a María que huían a Egipto con el Niño. Cuando llegaron a sus respectivos países los mató el remordimiento.

Marco Denevi (Argentina, 1922-1998).

sábado, 2 de abril de 2022

Día de reyes: LA MAYOR ESPERANZA (Los niños de Herodes), de Ilse Aichinger


(Fragmento de Temor al miedo)

- Quizás entendiste mal -murmuró Elena-. Tal vez quisieron decir que la muerte significa una estrella.

- No se dejen desviar -dijo Ana en voz baja-. Es todo lo que puedo decirles. Tienen que seguir la estrella. No les pregunten a los adultos porque no les van a decir la verdad. No la verdad a fondo. Mejor pregúntense ustedes mismos, preguntenselo a su ángel.

- ¡La estrella! -dijo Elena con las mejillas radiantes-. La estrella de los reyes magos, lo supe todo el tiempo.

- Me da pena por la policía secreta -dijo Ana-. Tienen miedo del rey de los judíos otra vez.

Julia se puso de pie y mientras corría las cortinas dijo:

- Qué oscuro se ha puesto.

- Tanto mejor -respondió Ana.

Ilse Aichinger
(Escritora austriaca en lengua alemana, 1921-2016).

Die Grössere Hoffnung ha sido traducida al inglés como The Greater Hope o Herod's Children,
y al español como La esperanza más grande o La mayor esperanza.

viernes, 1 de abril de 2022

Día de reyes: ANTES DEL FIN, de Ernesto Sabato

"... venían misteriosamente cuando (...) estábamos dormidos, para dejar en nuestros zapatos algo muy deseado..."

(Fragmento)

Siempre he añorado los ritos de mi niñez con sus Reyes Magos que ya no existen más. Ahora, hasta en los países tropicales, los reemplazan con esos pobres diablos disfrazados de Santa Claus, con pieles polares, sus barbas largas y blancas, como la nieve de donde simulan que vienen. No, estoy hablando de los Reyes Magos que en mi infancia, en mi pueblo de campo, venían misteriosamente cuando ya todos los chiquitos estábamos dormidos, para dejarnos en nuestros zapatos algo muy deseado; también en las familias pobres, en que apenas dejaban un juguete de lata, o unos pocos caramelos, o alguna tijerita de juguete para que una nena pudiera imitar a su madre costurera, cortando vestiditos para una muñeca de trapo.

Hoy a esos Reyes Magos les pediría sólo una cosa: que me volvieran a ese tiempo en que creía en ellos, a esa remota infancia, hace mil años, cuando me dormía anhelando su llegada en los milagrosos camellos, capaces de atravesar muros y hasta de pasar por las hendiduras de las puertas -porque así nos explicaba mamá que podían hacerlo-, silenciosos y llenos de amor. Esos seres que ansiábamos ver, tardándonos en dormir, hasta que el invencible sueño de todos los chiquitos podía más que nuestra ansiedad. Sí, querría que me devolvieran aquella espera, aquel candor. Sé que es mucho pedir, un imposible sueño, la irrecuperable magia de mi niñez con sus navidades y cumpleaños infantiles, el rumor de las chicharras en las siestas de verano.

Ernesto Sabato (Argentina, 1911-2011).