Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

lunes, 28 de febrero de 2022

Día de reyes: LOS REYES MAGOS, de Edmond Rostand

"... trazaron círculos en el suelo. Hicieron cálculos, se rascaron la barbilla, pero la estrella había huido..."

(Versión rimada)

Perdieron la estrella una noche; ¿Por qué perdemos
la estrella? Porque demasiado a veces la vemos.
Los dos reyes blancos, siendo eruditos de Caldea,
trazaron círculos en el suelo, con toda su sabiduría.

Hicieron cálculos, y la barbilla se rascaron,
pero la estrella había huido, como huye una idea.
Y aquellos hombres cuyas almas estaban sedientas de guía
mientras armaban sus tiendas de algodón, lloraron

Pero el pobre rey negro, por los otros dos despreciado,
"Pensemos en una sed que no es la nuestra -se dijo, preocupado-
la de los animales, todavía debemos darles de beber a ellos".

Y, mientras su balde de agua por el asa tomaba,
En el humilde círculo de cielo donde bebían los camellos
vio la estrella dorada, que en silencio danzaba.

(Traducción libre del soneto original)

Perdieron la estrella una noche; ¿Por qué perdemos
la estrella? Por haberla mirado a veces demasiado,
los dos reyes blancos, siendo eruditos de Caldea,
con una vara trazaron círculos en el suelo.
Hicieron cálculos, se rascaron la barbilla,
pero la estrella había huido, como huye una idea.
Y aquellos hombres cuyas almas estaban sedientas de guía
lloraron, mientras armaban sus tiendas de algodón.
Pero el pobre rey negro, por los otros dos despreciado,
se dijo: "Pensemos en esa sed que no es la nuestra,
todavía debemos dar de beber a los animales".
Y, mientras sostenía su balde de agua por el asa,
En el humilde círculo de cielo donde bebían los camellos
vio la estrella dorada, que danzaba en silencio.


(Ils perdirent l'étoile, un soir ; pourquoi perd-on
L'étoile? Pour l'avoir parfois trop regardée,
Les deux rois blancs, étant des savants de Chaldée,
Tracèrent sur le sol des cercles au bâton.

Ils firent des calculs, grattèrent leur menton,
Mais l'étoile avait fui, comme fuit une idée.
Et ces hommes dont l'âme eût soif d'être guidée
Pleurèrent, en dressant des tentes de coton.

Mais le pauvre Roi noir, méprisé des deux autres,
Se dit "Pensons aux soifs qui ne sont pas les nôtres,
Il faut donner quand même à boire aux animaux."

Et, tandis qu'il tenait son seau d'eau par son anse,
Dans l'humble rond de ciel où buvaient les chameaux
Il vit l'étoile d'or, qui dansait en silence).

Edmond Rostand (Francia, 1868-1918).

(Traducido del francés por Jules Etienne).

domingo, 27 de febrero de 2022

Día de reyes: ARROZ Y TARTANA, de Vicente Blasco Ibáñez

"... contemplaba respetuosamente los pastorcillos de Belén y los Reyes Magos hechos de barro..."

(Fragmento del capítulo I)

- Vamos a la acera -dijo a sus criados-. Compraremos primero las verduras.

Y subieron a la acera de la Lonja, pasando por entre los grupos de gente menuda que, con un dedo en la boca o hurgándose las narices, contemplaba respetuosamen- te los pastorcillos de Belén y los Reyes Magos hechos de barro y colorines, estrellas de latón con rabo, pesebres con el Niño Jesús, todo lo necesario, en fin, para arreglar un Nacimiento.

(Fragmento del capítulo VIII)

- ¡La cabalgata! ¡La cabalgata! -gritaba la chiquillería, corriendo por la calle de Caba- lleros.

Y las de Pajares tuvieron que detenerse ante la muralla de curiosos agolpados al paso de la cabalgata. Primero pasaron los portadores de las banderolas, con sus dalmáticas de seda, con las barras aragonesas y altas coronas de latón sobre mele- nas y barbazas de estopa; tras ellos, el cura municipal, el famoso «capellán de las rocas», jinete en briosos caballo encaparazonado de amarillo, el manteo de seda descendiendo desde el alzacuello a la cola del caballo y enseñando la limpia y blanca tonsura al saludar con el bonete al público de los balcones. Seguían detrás las dansetes: escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile; las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo XVI; la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huída de Egipto; los pecados capitales, con extravagantes
trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos, la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de Moma; los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación; heraldos a caballo; jardineros municipales a pie, con grandes ramos; carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tambori- les y el marcial pasacalle de las bandas.

Vicente Blasco Ibáñez (España, 1867-1928).

sábado, 26 de febrero de 2022

Día de reyes: LOS TRES REYES MAGOS, de Rubén Darío


IV

- Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

- Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!

- Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

- Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!


Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916).

viernes, 25 de febrero de 2022

Día de reyes: UNA MEDITACIÓN NAVIDEÑA, de Richard Le Gallienne

"Algunos pastores de Judea. Tres Reyes Magos de Oriente. Un poco de incienso y mirra. Una madre y un niño."

(Fragmento)

El mundo era todo mármol, sangre y bronce, contra un cielo despiadado de dioses despiadados. El mundo era Roma. Ninguna regla se levantó jamás construida de manera tan inexpugnable desde la tierra hasta las estrellas: un muro de poder despiadado. Fuerza nunca plantada sobre la tierra con un pie tan severo. Nunca la tiranía fue un bastión tan invencible ante el ojo acobardado y conquistado.

Y contra todo este mármol y sangre y bronce, ¿qué frágil ataque fantástico es este? ¿Qué pintoresca expedición del país de las hadas llega tan insignificante contra estas almenas en las que los cascos romanos atrapan el sol poniente?

Una estrella en el cielo. Algunos pastores de Judea. Tres Reyes Magos de Orien- te. Un poco de incienso y mirra. Una madre y un niño.

Sí, una procesión de cuento de hadas, pero estos son para conquistar Roma, y ​​ese niño en el pecho de su madre no tiene más que pronunciar seis palabras, para que todo ese mármol y bronce se derrita: "Amaos los unos a los otros".


Richard Le Gallienne (Inglés fallecido en Francia, 1866-1947).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).
La ilustración corresponde a un detalle de El nacimiento (The Nativity), de Greg Olsen.

jueves, 24 de febrero de 2022

Día de reyes: LA ADORACIÓN DE LOS REYES, de Ramón del Valle-Inclán

"Y aquellos tres Reyes, que lllegaban de Oriente en sus camellos blancos..."

(Fragmento)

Y aquellos tres Reyes, que llegaban de Oriente en sus camellos blancos, volvieron a inclinar las frentes coronadas, y arrastrando sus mantos de púrpura y cruzadas las manos sobre el pecho, penetraron en el establo. Sus sandalias bordadas de oro producían un armonioso rumor. El niño, que dormía en el pesebre sobre rubia paja centena, sonrió en sueños. A su lado hallábase la Madre, que le contemplaba de rodillas con las manos juntas. Su ropaje parecía de nubes, sus arracadas parecían de fuego, y como en el lago azul de Genezaret, rielaban en el manto los luceros de la aureola. Un ángel tendía sobre la cuna sus alas de luz, y las pestañas del Niño temblaban como mariposas rubias, y los tres Reyes se postraron para adorarle y luego besaron los pies del Niño. Para que no se despertase, con las manos apartaban las luengas barbas que eran graves y solemnes como oraciones. Después se levantaron, y volviéndose a sus camellos le trajeron sus dones: Oro, Incienso, Mirra.

Y Gaspar dijo al ofrecerle el Oro:

- Para adorarte venimos de Oriente.

Y Melchor dijo al ofrecerle el Incienso:

- ¡Hemos encontrado al Salvador!

Y Baltasar dijo al ofrecerle la Mirra:

- ¡Bienaventurados podemos llamarnos entre todos los nacidos! Y los tres Reyes Magos despojándose de sus coronas las dejaron en el pesebre a los pies del Niño. Entonces sus frentes tostadas por el sol y los vientos del desierto se cubrieron de luz, y la huella que había dejado el cerco bordado de pedrería era una corona más bella que sus coronas labradas en Oriente… Y los tres Reyes Magos repitieron como un cántico:

- ¡Éste es!… ¡Nosotros hemos visto su estrella!

Ramón María del Valle-Inclán (España, 1866-1836).

miércoles, 23 de febrero de 2022

Día de reyes: BERTILLA, de André-Ferdinand Hérold

"... o ángeles volando entre los cielos profundos."

En los márgenes nuevos de un bello evangelio,
la abadesa pinta palomas y grifones,
ella pinta ramas de olivo y de hiedra
o ángeles volando entre los cielos profundos.

Allí, Jesús duerme en una cama de paja fresca;
y están los tres Reyes Magos y los pastores
que la estrella guiaba al pesebre divino
con los jarrones dorados y las frutas de los huertos.

La sabia abadesa pinta dulces sueños:
el Precursor, grave y delgado, y vestido de piel,
y el Señor que en las místicas praderas
vela por las ovejas de su casto rebaño.

Y la cabeza de un Cristo sangrante en el muro se inclina
para ver mejor y sonreir a la sapiente abadesa.


(Aux marges neuves d’un bel évangéliaire,
L’Abbesse peint des colombes et des griffons,
Elle peint des rameaux d’olivier et de lierre
Ou des anges volants parmi des ciels profonds.

Là, Jésus dort en un berceau de paille fraîche;
Et voici les trois Rois Mages et les Bergers
Que l’Étoile guida vers la divine crèche
Avec les vases d’or et les fruits des vergers.

La sage Abbesse peint de douces rêveries :
Le Précurseur, grave et maigre, et vêtu de peau,
Et le Seigneur qui dans les mystiques prairies
Veille sur les brebis de son chaste troupeau.

Et la tête de Christ saignant au mur se baisse
Pour mieux voir et sourit à la savante Abbesse).


André-Ferdinand Hérold (Francia, 1865-1940).

(Traducido del francés por Jules Etienne).

martes, 22 de febrero de 2022

Día de reyes: LA SEÑORITA SANTA CLAUS DEL PULLMAN, de Annie F. Johnston

"¡Y las campanillas de las bridas tinrinearon!, igual que la campana en la puerta de la tienda Dranma's."

(Fragmento)

Ante ese terrible pensamiento, Will comenzó a balancearse violentamente de un lado a otro y a cantar. Era una tonadilla ahogada y sollozante. Su voz sonaba débil y lejana incluso para sus propios oídos, porque su resfriado era muy fuerte. Pero la idea de que Santa podría estar escuchando y que como todo buen niño le escribiría, le dio valor para soportarlo durante varios minutos. Luego, debido a que a veces tenía una forma de cantar sus pensamientos en voz alta, en lugar de mantenerlos para sí mismo, prosiguió, medio cantando, medio contando la historia de los camellos y la estrella, y estaba esperando a que volviera la Abuela Neal para que la terminara. Él ya la conocía tan bien como ella, porque se la había repetido tantas veces en la última semana.

"Y los sabios cabalgaron durante la noche, y cabalgaron y cabalgaron, ¡y las campa- nillas de las bridas tintinearon!, igual que la campana en la puerta de la tienda Dranma's. Y la gran estrella brilló sobre ellos y siguió al frente para mostrarles el camino. Y un enorme reno corrió a lo largo del camino del cielo -ahora estaba mezclando la historia de la abuela Neal con lo que había escuchado por la rendija de la puerta, y encontró la mezcla mucho más emocionante que la historia original-. "Y corrieron y corrieron ¡y los cascabeles tintinearon! como la campana en la puerta de la tienda Dranma's. Y después de mucho tiempo todos llegaron a la casa donde estaba el rey bebé. Entonces los sabios saltaron de sus camellos y se arrodillaron y abrieron todas sus cajas de cosas bonitas para que Él jugara. Y el reno se arrodilló en el techo donde la gran estrella brillante se quedó quieta, para que Santa pudiera vaciar toda su mochila en la boca de la chimenea del rey bebé".


Annie Fellows Johnston (Estados Unidos, 1863-1931).

lunes, 21 de febrero de 2022

Día de reyes: LA NOCHE BUENA, de Julián del Casal

"Después miramos avanzar, por el camino solitario, al resplandor de la lumínica estrella, a los tres reyes magos..."

(Fragmento)

El cuadro bíblico se dibuja con todas sus líneas y con todos sus colores en el lienzo anchuroso de la imaginación. Allí vemos surgir al blondo niño de entre la paja del pesebre; las figuras unidas, grave la una y sonriente la otra, del humilde carpintero y de la hermosa hebrea, alrededor de la mísera cuna; la masa bronceada del buey y el lomo erguido de la mula azotada, arrojando humo por las fauces entreabiertas. Después miramos avanzar, por el camino solitario, al resplandor de lumínica estrella, a los tres reyes magos: Melchor con su túnica azul y su manto de armiño; Baltasar con su veste roja y su calzado amarillo; Gaspar con su vestidura anaranjada y sus sandalias moradas, cargados respectivamente de oro, mirra e incienso para verterlos a las plantas del recién nacido.

Julián del Casal y de la Lastra (Cuba, 1863-1893).

domingo, 20 de febrero de 2022

Día de reyes: UN MISTERIO NAVIDE- ÑO, LA HISTORIA DE LOS TRES REYES MAGOS, de William J. Locke


(Fragmento final)

Se hizo un silencio sobre ellos mientras estaban sentados alrededor de las llamas con el bebé recién nacido envuelto en sus extraños pañales dormido sobre sus abrigos de piel amontonados, y la pausa se prolongó hasta que Sir Angus McCurdie miró su reloj.

- Dios mío -dijo-, son las doce.

- Mañana de Navidad -dijo Biggleswade.

- Una Navidad extraña-, reflexionó Doyne.

McCurdie levantó la mano.

- ¡Ahí está otra vez! El batir de alas -y todos escucharon como hombres hechizados. McCurdie mantuvo su mano levantada y miró por encima de sus cabezas a la pared; su mirada era la de un hombre en trance, y agregó:

- Un niño ha nacido, un hijo nos es dado...

Doyne saltó de su silla, que cayó detrás de él con estrépito.

- Hombre, ¿qué diablos estás diciendo?

Entonces McCurdie se levantó y se encontró con los ojos de Biggleswade que lo miraban fijamente a través de sus grandes gafas redondas, y Biggleswade se volvió para encontrarse con los ojos de Doyne. Una pulsación como el batir de unas alas agitó el aire.

Los tres reyes magos se estremecieron con singular exaltación. Algo extraño, dinámico y místico había sucedido. Era como si se les hubieran caído las escamas de los ojos para ver con una nueva visión. Permanecían juntos despojados humilde- mente de toda su grandeza, tocándose a la manera instintiva de los niños, como si buscaran protección mutua, y miraban, al unísono, impulsados irresistiblemente, al niño.

Por fin, McCurdie estiró sus cejas negras y dijo con voz ronca:

- No fue el Ángel de la Muerte, Doyne, sino otro Mensajero el que nos atrajo hasta aquí.

El cansancio pareció desvanecerse del rostro del gran administrador, y asintió con la cabeza mostrando la calma de un hombre que ha llegado con el corazón tranquilo a la perplejidad de un misterio.

- Es cierto -murmuró-. Un niño ha nacido, un hijo nos es dado. A nosotros tres.

Biggleswade se quitó las grandes gafas redondas y las limpió.

- Gaspar, Melchor, Baltasar. Pero ¿dónde están el oro, el incienso y la mirra?

- En nuestros corazones, hombre-, dijo McCurdie.

El bebé lloró y estiró sus diminutos miembros.

Instintivamente todos se arrodillaron juntos para descubrir, si era posible, proporcionar desde su  ignorancia, lo que necesitaba. La escena tenía el aspecto de una adora- ción.

Entonces estos tres hombres sabios, solitarios y sin hijos que, en aras de su propia grandeza, se habían apartado de las cosas dulces y sencillas de la vida y de las maneras amables de sus hermanos, y habían envejecido en una sabiduría infeliz e inútil, supieron que una Providencia inescrutable los había conducido, como a los tres Reyes Magos de antaño, en una lejana mañana de Navidad, a una natividad que debía darles una nueva sabiduría, un nuevo vínculo con la humanidad, una nueva mirada espiritual, una nueva esperanza.


sábado, 19 de febrero de 2022

Día de reyes: LOS REYES MAGOS, de Gabriele D'Annunzio


Una luz bermellón
brilla en la piadosa
noche y se extiende
por millas y millas.

¡Oh nueva maravilla!
¡Oh flor de María!
La melodía pasa
y la tierra se enreda.

Cantan con el silbido
del viento en las gargantas
los ángeles rubios en coro;
y aquí están Baltasar
y Melchor y Gaspar,
con mirra, incienso y oro.

(I re magi

Una luce vermiglia
risplende nella pia
notte e si spande via
per miglia e miglia.

O nova maraviglia!
O fiori di Maria!
Passa la melodia
e la terra s'ingiglia.

Cantano tra el fischiare
del vento per le forre,
i biondi angeli in coro;
ed ecco Baldassarre
e Gaspare e Melchiorre,
con mirra, incenso e oro).

Gabriele D'Annunzio (Italia, 1863.1938).

(Traducido del italiano por Jules Etienne). 

viernes, 18 de febrero de 2022

Día de reyes: EL REGALO DE NAVIDAD, de O. Henry

"Los Reyes Magos (...) llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad."

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.

Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.

Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.

Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".

La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.

Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.

Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.

La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.

Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.

Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.

-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.

-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.

La áurea cascada cayó libremente.

-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.

-Démelos inmediatamente -dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.

Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.

Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.

A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.

Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".

La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.

Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.

Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!

-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.

-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?

Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.

-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.

-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.

Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.

Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.

Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.

Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:

-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!

Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:

-¡Oh, oh!

Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.

-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.

En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.

-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.

Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosa mente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

O. Henry: William Sydney Porter (Estados Unidos, 1862-1910).

La ilustración corresponde a El regalo de los magos (The gift of the magi), de Sonja Danowski.

jueves, 17 de febrero de 2022

Día de reyes: CUENTO PARA LA NOCHE DE REYES, de Jean Lorrain

"Un horrible hechizo la mantenía prisionera en el bosque espectral, si no lograba romperlo, su muerte era segura."

(Fragmento)

La reina, oculta tras el tronco de un árbol, había reconocido a los Reyes Magos, el rey negro Gaspar, el joven jeque Melchor y el viejo Baltasar*; iban, como hace dos mil años, a rendirle su homenaje al Divino Niño.

Ya habían pasado. Y, lívida bajo su capa de pastor, la reina recordaba demasiado tarde que la noche de la Epifanía, la presencia de los Magos camino de Belén rompe el poder de los maleficios y que ningún sortilegio es posible en el aire nocturno impregnado aún de la mirra de sus incensarios.

Por lo tanto había realizado su viaje en vano. Eran inútiles las leguas recorridas por el bosque fantasma y tenía que repetir su peligroso recorrido en medio del frío y de la nieve. Quiso dar un paso y volverse, pero el niño que llevaba oculto bajo la capa pesaba exageradamente en su brazo; había adquirido una pesadez de plomo y la mantenía clavada allí, inmóvil en la nieve; una nieve extrañamente amontonada a su alrededor y en la que sus pies entumecidos no podían moverse. Un horrible hechizo la mantenía prisionera en el bosque espectral: si no lograba romperlo, su muerte era segura. Pero, ¿quién acudiría a socorrerla? Todos los malos espíritus permanecen prudentemente agazapados en sus guaridas durante la luminosa noche de la Epifanía; sólo los buenos espíritus, amigos de los humildes y de los que sufren, se arriesgan a merodear por él; y a la insidiosa reina Imogine se le ocurrió la idea de llamar a los gnomos para que le ayudaran, los buenos y pequeños señores, completamente vestidos de verde y encapirotados de prímulas, que habían recogido a Neigefleur; y, sabiendo que éstos son unos enamorados de la música, tuvo fuerzas para sacar su flauta de cristal de debajo de su capa y llevársela a los labios.

Jean Lorrain (Francia, 1855-1906).

* No se trata de un error de traducción, en el original en francés el autor escribió:
La reine, arrêtée derrière un tronc d’arbre, avait reconnu les rois mages, le roi nègre Gaspar, le jeune cheik Melchior et le vieux Balthazar ; ils allaient, comme il y a deux mille ans, rendre à l’Enfant divin leur adorant hommage.

El cuento completo es posible leerlo en Ciudad Seva.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Día de reyes: LA SANTA CORTESANA, de Oscar Wilde


(Fragmento final del primer acto)

Myrrhina: ¿Quién es Aquel cuyo amor es más grande que el de los hombres mortales

Honorio: Es a Él a quien ves en la cruz, Myrrhina. Él es el Hijo de Dios y nació de una virgen. Tres reyes magos que eran reyes le trajeron ofrendas, y los pastores que estaban acostados en las colinas fueron despertados por una gran luz.

Las Sibilas sabían de Su venida. Las arboledas y los oráculos hablaban de Él. David y los profetas lo anunciaron. No hay amor como el amor de Dios ni ningún amor que pueda compararse con él.

El cuerpo es vil, Myrrhina. Dios te resucitará con un cuerpo nuevo que no conocerá corrupción, y habitarás en los atrios del Señor y verás a Aquel cuyo cabello es como lana fina y cuyos pies son de bronce.

Myrrhina: La belleza...

Honorio: La belleza del alma aumenta hasta que puede ver a Dios. Por lo tanto, Myrrhina, arrepiéntete de tus pecados. El ladrón que fue crucificado junto a Él lo llevó al Paraíso.

(Sale).

Myrrhina: ¡Qué extraño me habló! Y con qué desprecio me miró. Me pregunto por qué me habló de forma tan extraña.

* * * *

Honorio: Myrrhina, se me han caído las escamas de los ojos y ahora veo claramente lo que antes no veía. Llévame a Alejandría y déjame probar los siete pecados.

Myrrhina: No te burles de mí, Honorio, ni me hables con palabras tan amargas. Porque me he arrepentido de mis pecados y busco una caverna en este desierto donde yo también pueda habitar para que mi alma sea digna de ver a Dios.

Honorio: El sol se está poniendo, Myrrhina. Ven conmigo a Alejandría.

Myrrhina: No iré a Alejandría.

Honorio: Adiós, Myrrhina.

Myrrhina: Honorio, adiós. No, no, no te vayas.

* * * *

He maldecido mi hermosura por lo que ha hecho, y he maldecido la maravilla de mi cuerpo por el mal que ha traído.

Señor, este hombre me trajo a tus pies. Me habló de Tu venida a la tierra, y de la maravilla de Tu nacimiento, y también de la gran maravilla de Tu muerte. Por él, oh Señor, me fuiste revelado.

Honorio: Hablas como una niña, Myrrhina, y sin conocimiento. Suelta tus manos. ¿Por qué viniste a este valle con tu hermosura?

Myrrhina: El Dios a quien adoras me trajo aquí para que me arrepintiera de mis iniquidades y lo conociera como el Señor.

Honorio: ¿Por qué me tentaste con palabras?

Myrrhina: Para que veas el Pecado en su máscara pintada y mires a la Muerte en su túnica de Vergüenza.

Oscar Wilde (Irlandés fallecido en Francia, 1854-1900).

martes, 15 de febrero de 2022

Día de reyes: REDEMPTIO, de Salvador Díaz Mirón

"Yo soy el numen de tus sueños vagos, yo soy la llama de la zarza ardiente, yo soy la estrella de los reyes magos".

Llegué a desesperar... ¿Adónde iba
por el rudo peñón cortado a tajo?
Miré al cielo ¡y estaba muy arriba!

La sima con su vértigo me atrajo;
torné la faz a la traspuesta hondura,
vi la tierra ¡y estaba muy abajo!

Y a la mitad de la pendiente dura
do el fragoroso alud bota o resbala,
dudé entre la vergüenza y la locura.

Y un gran buitre al pasar me hirió con su ala,
y oré sabiendo que el incienso sube
a excelsitudes que el cóndor no escala.

Imploré con fervor... y me detuve
observando con pasmo que mi ruego
se condensaba alrededor en nube.

Y algo como una lágrima de fuego
brilló en ese vapor, germen de estragos,
y dijo a mi dolor convulso y ciego:

“Yo soy el numen de tus sueños vagos,
yo soy la llama de la zarza ardiente,
yo soy la estrella de los reyes magos:

Yo soy la Redención”. Y eco rugiente
se levantó del valle, y parecía
como rumor de mar... Y alcé la frente
y puse el pie en la nube que partía.


Salvador Díaz Mirón (México, 1853-1928).

lunes, 14 de febrero de 2022

Día de reyes: LA VIDA PASA, de Paul Bourget

"... cuyo gran rostro estático había esculpido con plena complacencia."

(Fragmento final del primer capítulo)

- Bueno -respondió el abad, tras un breve debate interior-, iré a ver al coronel.

Estas palabras «alguien en tu cuna», habían evocado de repente ante él a todos esos personajes con los que había convivido durante tanto tiempo. Había visto con claridad, como con los ojos de su cabeza, a los tres Reyes Magos, y en particular al Negro, cuyo gran rostro estático había esculpido con plena complacencia. «Un pagano», pensó, «bien puede tener en su tobillo o brazo una joya que perteneció a una mujer cananea...»

Volvió a mirar el oro de la pulsera, los rubíes del lema: La vida pasa. La tentación de adornar su Baltasar fue más fuerte, y repitió:

- Sí, iré a ver al coronel.

Paul Bourget (Francia, 1852-1935).