Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 17 de agosto de 2019

Tu boca: CARTAS A GÉNICA ATHANASIOU, de Antonin Artaud


Cavalaire, 17 de agosto de 1922.

No, Génica, no, no estoy enojado. Conozco demasiado bien el esfuerzo que me veo obligado a hacer para  ponerme en estado de escribir. El alma del hombre no está en las palabras. Y además tengo confianza. Tu carta, tus postales me revelan sentimientos de una intensidad, de una cualidad tan rara que me hacen por fin poseer el ideal del amor perfecto, celeste, que tanto soñé. Y esta clase de amor no se experimente dos veces. En consecuencia, creo en ti. Hay en tu alma y en mi alma cosas que necesitan encontrarse.

Y si alguna vez la vida nos separara, nuestras almas, con el tiempo, podrían cicatrizarse, pero serían iníeriores. Sí, me haces gustar cosas que pocos hombres tienen el privilegio de gustar, que la mayoría ignora. Y después del alma de mi espíritu, eres el alma de mi vida, tan diferente de ti misma que ni siquiera puedes llegar a imaginarlo. Entonces tranquilízate, sé silenciosa, si el silencio te complace, nos amamos más cuando no escribimos porque todas las  palabras son una mentira. Cuando hablamos, traicionamos a nuestra alma. Bastaría con mirarse. Sentimos cosas, pero el solo esfuerzo que hacemos para expresarlas es ya una traición.

Esta mañana, un poco antes de recibir tu carta, una calma, una certidumbre, una dulzura me invadieron ; con los ojos en el aire, bajo un techo de paja, con el mar delante, vi tu rostro dentro mío y por sobre mí, lo sentí con los ojos de mi alma, durante muchos segundos no se movió, veía la expresión de tu boca, el tinte mate de tu piel, y tus ojos como el agua a través de las hojas frescas, brillantes, por eso me sorprendí cuando descubrí en tus palabras que me veías de la misma manera que tú me veías. En general cuando se contempla una visión desaparece enseguida, y tú, tú te quedaste.

Una noche, el 14 de agosto, asistí a un anochecer maravilloso, muy japonés, sobre el mar, con pinos muy negros como en el Japón, la luna grande, triste, y dulce, un poco enferma, amarilla, sucia, la calma sobre las aguas oscuras y esa gran flor de luz enferma, otoñal, que había nacido sobre las aguas. Tuve el espíritu muy enfermo durante cinco días, un regreso a la neuropatía, en el que la expresión sensible de mi conciencia me fue arrancada, no podía leer, ni escribir, ni pensar, no tenía pensamientos materiales, por dentro yo era más profundo pero incapaz de expre- sarme, paralizado, ahora mi alma material ha regresado, y pensar que la locura hace perder hasta el alma espiritual. Difícil problema.

Soy un poco obscuro, tal vez me comprendas con dificultad.

Ninguna noticia de Dullin. Yo también pienso que el Atelier no va a seguir adelante. ¿Qué va a ser de mí? ¿Encontraré algún trabajo en París? Pregunta angustiante... ¿Cómo nos volveremos a encontrar? De todos modos sabes mi dirección.

Siempre. Contigo.
Mi alma sobre tus labios.

Nanaqui.

Antonin Artaud (Francia, 1896-1948).

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