Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 7 de agosto de 2019

Tu boca: LA NIÑA DE LOS CUENTOS, de Lucy Maud Montgomery

(Fragmento del capítulo IX: La semilla mágica)

- Beverley King, ¿qué tienes ahí?

Guardé apresurada la caja en mi baúl y confronté a Dan.

- Nada que te importe –le dije desafiante.

- Sí, "tis" -Dan era demasiado en serio para resentir mi respuesta cortante-.

- Mira, Bev, ¿es una semilla mágica? ¿Y la conseguiste con Billy Robinson?

Dan y yo nos miramos, con la sospecha rondando en nuestros ojos.

- ¿Qué sabes de Billy Robinson y su semilla mágica?

- Sólo esto. Le compré una caja para… para algo. Me dijo que ya no la iba a vender a nadie más. ¿Te la vendió también a ti?

- Sí, lo hizo -dije con asco-, porque empezaba a entender que Billy y su semilla mágica eran fraudes redomados.

- ¿Para qué? Tu boca tiene un tamaño decente -dijo Dan.

- ¿Boca? ¡No tenía nada que ver con mi boca! Dijo que me haría crecer. Y no lo ha hecho, ¡ni un centímetro! ¡No veo para qué la querías tú! Eres lo suficientemente alto.

- La tengo para mi boca -dijo Dan con una sonrisa avergonzada-. Las chicas de la escuela se ríen de su forma. Kate Marr dice que es como una herida en un pastel. Billy me dijo que con seguridad esta semilla la encogería.

Bueno, ¡ahí estaba! Billy nos había engañado a los dos. Aunque tampoco éramos las únicas víctimas. No enteramos de toda la historia al mismo tiempo. De hecho, el verano ya casi había terminado y de una u otra manera, se nos reveló toda la medida de la iniquidad del desvergonzado Billy Robinson. Todos los alumnos de la escuela Carlisle, como nos iríamos enterando, habían comprado semillas mágicas, bajo solemne promesa de guardarlo en secreto. Félix había creído que lo haría felizmente delgado. El pelo de Cecilia se volvería naturalmente rizado, y Sara Ray ya no le tendría miedo a Peg Bowen. Era para hacer a Felicity tan inteligente como la Niña de los Cuentos y que la Niña de los Cuentos fuera tan buena cocinera como Felicity. El motivo por el que Pedro había comprado la semilla mágica se mantuvo en secreto más tiempo que cualquiera de los demás. Finalmente -la noche anterior a lo que esperábamos sería el Día del Juicio-, me confesó que la había tomado para que Felicity se fijara en él. Hábilmente, sin duda, el astuto de Billy había jugado con nuestras respectivas debilidades.


Lucy Maud Montgomery (Canadá, 1874-1942).

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