(Fragmento del capítulo XV: El sueño de MacIan)
- ¿La disciplina para la sociedad -repetía, recalcando- es más importante... que la justicia para el individuo?
Tras un largo silencio, exclamó:
- ¿Quién y qué es usted?
- Un ángel -dijo el del ropaje blanco sin volverse.
- Usted no es católico -dijo Evan.
El otro, como si no le hubiese oído, volvió al tema principal:
- En nuestros ejércitos celestiales, sabemos infundir en los subordinados un temor saludable.
MacIan tendía el cuello hacia adelante con ansiedad extraordinaria e inexplicable.
- ¡Prosiga! -gritó, enlazando y desenlazando sus largos y huesudos dedos-. ¡Adelante!
- Por otra parte -continuó el otro, en la proa-, debe usted admitir en los tipos superiores cierta altivez y elevación de ánimo.
- ¡Prosiga! -dijo Evan, ardiéndole los ojos.
- Lo mismo que la vista del pecado ofende a Dios -dijo el desconocido-, la vista de lo feo ofende a Apolo. Lo bello y lo egregio se impacientan necesariamente con lo mezquino y...
- ¡Cómo grandísimo loco! -grito MacIan, enderezándose en toda su tremenda estatura-. ¿Piensa usted que solamente he dudado a causa de ese golpe con la espada¡ Bien sé que órdenes muy nobles tienen malos caballeros, que buenos caballeros tienen mal carácter, que la iglesia tiene curas brutos y cardenales groseros; lo sé desde que nací. ¡Loco! Con que hubiese dicho: "Sí, es una vergüenza", habría yo olvidado ese asunto. Pero vi en tu boca la huella de una sofística infernal; conocí que había algo malo en ti y en tus catedrales. Algo de malo; todo es malo. No eres un ángel. Es decir, no eres una iglesia. El rey que ha vuelto no es el rey legítimo.
- Es una lástima -dijo el otro, con voz tranquila, pero ruda-, porque vamos a ver a Su Majestad.
- No -dijo MacIan-; a donde voy es a saltar por la borda.
- ¿Deseas morir?
- No -dijo Evan con entera calma-. Deseo un milagro.
- ¿A quién se lo pides? ¿A quién acudes? -dijo su compañero, severamente-. Has sido traidor al rey, renegado de la cruz en la catedral e insultado a un arcángel.
- Recurro a Dios -dijo Evan, y de un salto se puso en pie sobre la borda de la nave, que se bamboleaba. El ser que estaba en la proa se volvió lentamente; miró a Evan con ojos que parecían dos soles, y se tapó la boca con una mano, un poco tarde para mostrar una sonrisa horrible.
- ¿Y cómo sabes -dijo- que no soy Dios?
MacIan dio un grito.
- ¡Ah! -exclamó-. Ahora ya sé quien eres, en efecto. No eres Dios. No eres un ángel de Dios. Pero lo has sido.
El ser dejó caer la mano de la boca y MacIan cayó fuera del navío.
Gilbert Keith Chesterton (Inglaterra, 1874-1936).
(Traducido al español por Manuel Azaña).
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