"... cuando hablas con tanta dulzura que parece que tu boca está llena de miel..."
(Fragmento de La cruz, capítulo 2: Los deudores)
Erlend la interrumpió
bruscamente:
- Cristina, sabes de sobra
que nunca he tardado en arrepentirme de mis pecados y he hecho penitencia lo
mejor que he sabido. Es verdad que no soy un hombre devoto. He visto demasiadas
cosas siendo niño y adolescente. Mi padre era muy amigo de los grandes señores
del capítulo, que acudían a casa en tropel, como cerdos, así como Eiliv en la época
en que era sacerdote, y Micer Sigvat Laude, y otros muchos; y sólo se oían
gritos y disputas. Se mostraban duros y sin misericordia hacia su propio
arzobispo. Lo mismo que los demás, carecían de espíritu pacífico y pureza de
corazón, ellos, que todos los días tenían en sus manos lo más sagrado y
elevaban a Dios en el pan y el vino.
- No debemos juzgar a los sacerdotes,
decía siempre mi padre; tenemos la obligación de inclinarnos ante su ministerio
sagrado y obedecerles; el hombre que hay en ellos puede ser juzgado solamente
por Dios Todopoderoso.
- Sí -Erlend tardó en
contestar-. Ya sé que decía esas mismas palabras. Sé además que tú eres más
devota que yo. No obstante, Cristina, me cuesta creer que sea una buena
interpretación de la palabra divina el guardar rencor y no olvidar nada. También
Lavrans era rencoroso. Y no voy a decir que tu padre no fuera devoto, noble y
bueno, como lo eres tú también, Cristina, lo sé. Pero a veces, cuando hablas
con tanta dulzura que parece que tu boca está llena de miel, tengo miedo de que
estés pensando en los agravios que se te han hecho, y Dios juzgará si eres tan
devota y buena en el fondo de tu corazón como en tus palabras.
Sigrid Undset (Noruega nacida en Dinamarca, 1882-1949).
Obtuvo el premio Nobel en 1928.
(Traducido al español por Rosa S. de Naveira).
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