Vancouver: atardecer de verano en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

domingo, 31 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: ELLA CONFIESA SU AMOR MIENTRAS ESTÁ MEDIO DORMIDA, de Robert Graves


Ella confiesa su amor mientras está medio dormida,
en las horas oscuras,
con medias palabras, en susurros;
mientras la tierra se mueve en su sueño invernal
y hace germinar a la hierba, a las flores
a pesar de la nieve,
a pesar de la nieve que cae.

Robert Graves
(Inglés fallecido en España, 1895-1985).

sábado, 30 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: MELUSINA Y EL ESPEJO, de José Bergamín

"Entra Melusina, como cansada disponiéndose a desnudarse ante el espejo."

(
Fragmento del primer acto)

Escena IV (Tocador de Melusina. Igual que en le escena segunda, Arlequín con los ojos vendados, sosteniendo juntos los tres pedazos del espejo roto. Polichinela al lado. Es de noche. Entra Melusina, como cansada disponiéndose a desnudarse ante el espejo. Música como en la escena segunda).

Arlequín (Dice mientras Melusina se va desnudando, quedándose, al final, dormida):

Pusiste en mí tu amor cuando pusiste
tu vida en la mudanza de los vientos;
y tu alma en los mudables pensamientos
de alegres ilusiones que perdiste.
Vuelves de nuevo a mí los ojos, triste
de habérmelos quitado tan violentos,
mirando tus pasados sentimientos
que, deshechos, en lágrimas volviste.
No sabes si son tuyos o son míos
estos breves reflejos en pedazos,
estas prendas de amor, estos despojos;
pues para tan perdidos desvaríos
tiendes en vano con afán tus brazos,
vierten en vano lágrimas tus ojos.

(Vuelve el canto con la música dentro).
Canto:

Aunque a la desdicha tuya
ser dicha no le convenga,
no hay mal que por bien no venga
ni bien que por mal no huya.

Mira, Melusina bella
que una sola sombra son,
con tres nombres de ilusión,
Clavel, Maravilla, Estrella.
No persigas en su huella
la razón que las detenga:
que no hay amor que no tenga
sombra que ahuyente la suya,
aunque a la desdicha tuya
decirlo no le convenga.
Fantasma que nace y muere
en el cristal de un espejo,
no es amor, es un reflejo
con el que el amor te hiere.
Si tu desdicha prefiere
ser dicha para ser tuya,
desdiciéndose de suya
porque tu amor la mantenga:
no hay mal que por bien no venga
ni bien que por mal no huya.


(Melusina queda como desmayada, a medio desnudar, dormida; sigue la música mientras hablan Arlequín y Polichinela).

Arlequín (Quitándose la venda de los ojos): Es la primera vez que una mujer engaña a un espejo.

Diablo: Y la primera vez que un espejo engaña al diablo.

Arlequín: ¿Y podrás saber tú, que eres un pobre diablo, en qué sueña, en qué piensa, qué quiere Melusina?

Diablo: Lo que una mujer sueña o no sueña, piensa o no piensa, quiere o no quiere, ¡eso no hay diablo que lo sepa!

Mutación

José Bergamín (España, 1895-1983).

Melusina y el espejo lleva el subtítulo de Una mujer con tres almas y porqué tiene cuernos el diablo.

viernes, 29 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: LA SOMBRA EN LA PARED, de L. P. Hartley

"... y ella yacía con los ojos cerrados, casi dormida, en un baño de espuma químicamente enriquecida."

(
Fragmento)

«¡Qué tonta soy -pensó-, qué tonta!» Pero no fue la perspectiva de sus zapatos demasiado grandes y enlodados lo que la disuadió de llamar a su puerta, fue simple- mente su nombre en la tarjeta, sujeta entre cuatro pequeños triángulos de latón, lo que la hizo dudar.

Regresó a su habitación contigua, aliviada como lo estaría cualquiera por haber evitado el riesgo de exponerse. Comenzó el ritual que acostumbraba a la hora de acostarse -un largo proceso para ella-, pero sabía que no dormiría si no lo hacía. «Primero me daré un baño», pensó, «y luego una pastilla para dormir». El insomnio solía ser su problema.

El agua todavía estaba caliente (en algunas casas de campo se enfriaba después de medianoche) y ella yacía con los ojos cerrados casi dormida, en un baño de espuma químicamente enriquecida. «¡Oh, morir así!», pensó, aunque no lo decía en serio. Algunas de sus neurosis las había logrado superar -como era el caso de la claustrofobia que le provocaba viajar en un tren lleno de gente, por ejemplo-, y otras no. Una amiga suya había muerto en su baño de un infarto. Había una campana encima de la bañera -como solía ser la costumbre-, pero cuando llegó la ayuda ya era demasiado tarde.

No había ningún timbre sobre este baño, suponiendo que hubiera alguien para abrir, pero Mildred tenía como principio dejar la puerta del baño entreabierta. Si alguien entraba -tant pis-, gritaba y el intruso, hombre o mujer, por supuesto retrocedía.

Era bien sabido que un baño caliente es bueno para los nervios: ¡resulta tan útil tener autorización médica para algo que uno quiere hacer!

Mildred estaba disfrutando del agua aromática de color verde pino, con sus extremidades confusas pero todavía de color rosa pálido, cuando apareció una sombra en la brillante pared blanca frente a ella. Podría haber sido alguien que ella conocía, pero ¿quién puede ser capaz de reconocer una sombra?

Mildred tenía la costumbre, a diferencia de la mayoría de la gente, de bañarse con la cabeza del lado de los grifos, y la sombra de enfrente, en la reluciente pared, se hizo más grande y más oscura.

«¿Qué quieres?» -preguntó, sintiendo cierta seguridad física bajo su opaca capa de espuma.

«Te quiero?, respondió la sombra.

Sin embargo, ¿había hablado realmente? ¿O era una voz que escuchaba entre sueños? No se oía ningún ruido, ninguna otra señal, sólo la impresión de la cara en la pared que a cada momento se tornaba más vívida, hasta que sus labios se abrieron de repente, como las branquias de un pez, hacia su hocico.

Nadie sabe cómo se comportará ante una crisis. Midred saltó de la bañera gritando: «¡Largo de aquí!» Y por primera vez en muchos años cerró la puerta del baño.


Leslie Poles Hartley (Inglaterra, 1895-1972).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

jueves, 28 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: PRIMERAMENTE, de Paul Éluard

"... su cabeza dormida en mis manos..."

Primeramente

XV

Sobre mí se inclina
Corazón ignorante
Por ver si la amo
Confía y olvida
Sus párpados son nubes encima
De su cabeza dormida en mis manos
Estamos en dónde
Mezcla inseparable
Vivaces vivaces
Yo vivo ella viva
Mi cabeza rodando en sus sueños

(Traducido al español por Luis Cernuda).

En primer lugar

XV

Ella se inclina sobre mí
El corazón ignorante
Para ver si la amo
Ella se confía ella olvida
Bajo las nubes de sus párpados
Su cabeza duerme en mis manos
¿Dónde estamos?
Juntos inseparables
Vivos vivientes
Viviendo vivos
Y mi cabeza rueda en sus sueños.

(Traducido al español por Francisco Trusset).

(Prèmierement

Elle se penche sur moi
Le coeur ignorant
Pour voir si je l'aime
Elle a confiance elle oublie
Sous les nuages de ses paupières
Sa tête s'endort dans mes maines
Où sommes-nous
Ensamble inséparables
Vivants vivants
Vivant vivante
Et ma tête roule en ses rêves).

Paul Éluard: Eugène-Emile-Paul Grindel (Francia, 1895-1952).

La ilustración corresponde a una fotografía de Iness Rychlick.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: UN MUNDO FELIZ, de Aldous Huxley

"... yacía Lenina profundamente dormida y tan hermosa entre sus rizos, tan conmovedoramente infantil..."

(
Fragmento del capítulo IX)

Media hora después se le ocurrió echar una ojeada por la ventana. Lo primero que vio fue una maleta verde con las iniciales L. C. pintadas en la tapa. El júbilo se levantó en su interior como una hoguera. Cogió una piedra. El cristal roto cayó estrepitosamente al suelo. Un momento después, John se hallaba dentro del cuarto. Abrió la maleta verde; e inmediatamente se encontró respirando el perfume de Lenina, llenándose los pulmones con su ser esencial. El corazón le latía desbocadamente; por un momento, estuvo a punto de desmayarse. Después, agachándose sobre la preciosa caja, la tocó, la levantó a la luz, la examinó. Las cremalleras del otro par de pantalones cortos de Lenina, de pana de viscosa, de momento le plantearon un problema que, una vez resuelto, le resultó una delicia. ¡Zis!, y después ¡zas!, ¡zis!, y después ¡zas! Estaba entusiasmado. Sus zapatillas verdes eran lo más hermoso que había visto en toda su vida. Desplegó un par de pantaloncillos interiores, se ruborizó y volvió a guardarlos inmediatamente; pero besó un pañuelo de acetato perfumado y se puso una bufanda al cuello. Abriendo una caja, levantó una nube de polvos perfumados. Las manos le quedaron enharinadas. Se las limpió en el pecho, en los hombros, en los brazos desnudos. ¡Delicioso perfume! Cerró los ojos y restregó la mejilla contra su brazo empolvado. Tacto de fina piel contra su rostro, perfume en su nariz de polvos delicados… su presencia real.

- ¡Lenina! -susurró-. ¡Lenina!

Un ruido lo sobresaltó; se volvió con expresión culpable. Guardó apresuradamente en la maleta todo lo que había sacado de ella, y cerró la tapa; volvió a escuchar, mirando con los ojos muy abiertos. Ni una sola señal de vida; ni un sonido. Y, sin embargo, estaba seguro de haber oído algo, algo así como un suspiro, o como el crujir de una madera. Se acercó de puntillas a la puerta, y, abriéndola con cautela, se encontró ante un vasto descansillo. Al otro lado de la meseta había otra puerta, entornada. Se acercó a ella, la empujó, y asomó la cabeza.

Allí, en una cama baja, con el cobertor bajado, vestida con un breve pijama de una sola pieza, yacía Lenina, profundamente dormida y tan hermosa entre sus rizos, tan conmovedoramente infantil con sus rosados dedos de los pies y su grave cara sumida en el sueño, tan confiada en la indefensión de sus manos suaves y sus miembros relajados, que las lágrimas acudieron a los ojos de John.

Aldous Huxley
(Inglés fallecido en Estados Unidos, 1894-1963).

martes, 26 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: VIAJE AL FIN DE LA NOCHE, de Louis Ferdinand Céline

"... casi sin tapar, atravesada en la cama, con las piernas en desorden, carnes húmedas y abiertas, forcejeaba con la fatiga..."

(Fragmento)

Parapine, por su parte, pese a no ser lírico precisamente en materia de atracción, se sonreía a sí mismo, cuando ella había salido. El simple hecho de contemplarla te sentaba bien en el alma. Sobre todo a mí, para ser justos, consumiéndome de deseo.

Para sorprenderla, hacerla perder un poco de esa soberbia, de esa suerte de poder y prestigio que había adquirido sobre mí, Sophie, rebajarla, en una palabra, humanizar- la un poco a nuestra mezquina medida, yo entraba en su habitación mientras ella dormía.

Ofrecía un espectáculo muy distinto entonces, Sophie, familiar y, sin embargo, sor- prendente, tranquilizador tambien. Sin ostentación, casi sin tapar, atravesada en la cama, con las piernas en desorden, carnes húmedas y abiertas, forcejeaba con la fatiga... 

Se cebaba en el sueño, Sophie, en las profundidades del cuerpo, roncaba. Ese era el único momento en que yo la encontraba a mi alcance. No más hechizos. No más cachondeo. Pura y simple seriedad. Se afanaba en el revés, por así decir, de la existencia, extrayéndole vida... Tragona era en esos momentos, borracha incluso a fuerza de absorberla. Había que verla tras aquellas sesiones de soñarrera, toda hinchada aún y, bajo su piel rosa, los órganos que no cesaban de extasiarse. Estaba graciosa entonces y ridícula como todo el mundo. Titubeaba de felicidad durante unos minutos más y después toda la luz del dia caía sobre ella y, como tras el paso de una nube demasiado cargada, recobraba el vuelo, gloriosa, liberada...


Louis Ferdinand Céline (Francia, 1894-1961).
Céline nació el 27 de mayo, misma fecha que Dashiell Hammett. Ambos fallecieron en 1961.

lunes, 25 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: EL HALCÓN MALTÉS, de Dashiell Hammett

"... la suave respiración de Brigid O'Shaugnessy tenía la regularidad del sueño profundo."

(
Párrafo inicial del capítulo X: El diván del Belvedere)

El día naciente había convertido a la noche en una sutil humareda cuando Spade se incorporó. Junto a él, el tenue respirar de Brigid O’Shaughnessy tenía la regularidad de un sueño profundo. Spade no hizo ruido al dejar la cama y la alcoba ni al cerrar la puerta de la habitación. Se vistió en el cuarto de baño. Luego examinó la ropa de la muchacha dormida, encontró en el bolsillo del abrigo una llave plana, la cogió y salió.

(Traducido al español, sin crédito, por Fernando Calleja).

El día que se iniciaba había reducido la noche a una neblina fina cuando Spade se incorporó. A su lado, la suave respiración de Brigid O’Shaughnessy tenía la regulari- dad del sueño profundo. Spade no hizo ruido al levantarse de la cama, dejar la habitación y cerrar la puerta. Se vistió en el cuarto de baño. Examinando luego la ropa de la chica dormida, cogió una llave plana de bronce que ella tenía en el abrigo y salió.
(Traducido al español por Francisco Páez de la Cadena).

Dashiell Hammett (Estados Unidos, 1894-1961).
Hammett nació el 27 de mayo, misma fecha que Louis Ferdinand Céline. Ambos fallecieron en 1961.

domingo, 24 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: DUERMES y AMOR DORMIDO, de Jorge Guillén

"Mi mano toca sueño. Duermes. Gozo de tu inocencia confiada (...) que hace tan suya con amor la mano."

Duermes

Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes.
Gozo de tu inocencia confiada,
de tu implícita forma en esa noche
que hace tan suya con amor la mano.

Te siento dormir sin verte,
serenísima, sagrada,
nunca imagen de la muerte,
y oponiéndote a la nada
triunfar como piedra inerte.

La delicada masa de tu sueño
se espesa junto a mí, sin paz nocturna,
que así convive con la invulnerable,
cuyo retorno al despertar es siempre
la súbita inmersión en nuestra dicha.

Sumido en un calor de dos, el sueño
relaja su clausura, casi abierta
dulcemente hacia el día aún isleño.
Calor, amor.
La historia tras la puerta.

Amor dormido

Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa
rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así
la noche desvelada, bajo la luna presa?
tu soñar me envolvía, soñado me sentí.


Jorge Guillén (España, 1893-1984).

sábado, 23 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: ORGULLO DE CORAZÓN, de Pearl S. Buck

"Susan dormía como no lo había hecho desde niña, pero la voz de su marido la arrancó del profundo sueño..."

(
Fragmento del capítulo III)

- ¡Susan, Susan!

El día se iniciaba con la voz de Blake. Susan dormía como no lo había hecho desde niña, pero la voz de su marido la arrancó del profundo sueño en que se hallaba sumida.

- ¡Estás tan bella cuando duermes que necesito despertarte para decírtelo! -dijo Blake. La joven abrió los ojos y el camarote se llenó del fresco aire del mar, de la luz del sol y del sonido de la voz de su marido, sintiéndose una mujer bella bajo la acariciadora mirada de BlakeSí, ella era una mujer hermosa. Nada más, pero bastaba-. Susan, ¿te acuerdas de anoche? -continuó Blake-. Al despertarte, cada mañana tus ojos miran como si no recordases nada.

Susan hizo tímidos y rápidos gestos de afirmación. Se acordaba de todo. Bajo las completas y profundas caricias que Blake había prodigado a su cuerpo, Susan se sintió a sí misma como si ella fuese mármol y él la estuviera esculpiendo, como si ella fuese barro y él estuviera dándole forma. Las manos de Blake, al tocarla, la definían. Ella no se había sentido a sí misma antes.

Pearl Sydenstricker Buck: Sai Zhenzhu
(Estados Unidos, 1892-1973). Obtuvo el premio Nobel en 1938.

(Traducido al español por Enrique de Juan).

viernes, 22 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: SERENATA, de James M. Cain

"... y nos dieron un cuarto con ducha, así que ella estaba feliz. Después de que salpicó el agua suficiente..."

(Párraf
o inicial del capítulo VI)

Encontramos un pequeño hotel, un tugurio de dos dólares en la calle Primavera, y no tuvimos ningún problema. Era exactamente lo que podía esperarse, pero después de México parecía un palacio, y nos dieron un cuarto con ducha, así que ella estaba feliz. Después de que salpicó el agua suficiente para saciar su antojo, vino a caer en mis brazos, y ahí me quedé yo pensando en que estábamos por empezar una vida juntos en mi propio país, y le quería decir algo al respecto, pero de lo siguiente que vine a enterarme es que ella se había quedado dormida junto a mí.


(Fragmento del capítulo XI)

Entonces nos quedamos platicando y le dije a ella mucho más del asunto hasta que al fin lo saqué todo de mi pecho y ya no me quedaba nada más por decir. Una vez que dejé de mentirle, ella no pareció sorprendida, o escandalizada, ni nada por el estilo. Me miraba con sus grandes ojos negros y asentía con un movimiento de su cabeza, otras veces decía algo que me llevaba a pensar que ella comprendía ciertas cosas mejor que yo, o que los doctores. Entonces la abrazaba y después nos dormíamos, y yo sentía una paz que no había tenido por años. Todos esos horribles escalofríos de las últimas semanas se habían ido y algunas veces, cuando ella estaba dormida y yo no, la miraba pensando en la iglesia y en la confesión. Todo lo que puede significar para quienes llevan cargando algo muy pesado en su alma.

James Mallahan Cain
(Estados Unidos, 1892-1977).

jueves, 21 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: MI HERMANA, de Alfonsina Storni

"Haced como esa estrella que de noche la mira filtrando el ojo por un cristalino velo."

Son las diez de la noche; 
en el cuarto en penumbra
Mi hermana está dormida, las manos sobre el pecho;
Es muy blanca su cara y es muy blanco su lecho,
Como si comprendiera, la luz casi no alumbra.

En el lecho se hunde a modo de los frutos
Rosados, en el hondo colchón de suave pasto.
Entra el aire a su pecho y levántalo casto
Con su ritmo midiendo los fugaces minutos.

La arropo dulcemente con las blancas cubiertas
Y protejo del aire sus dos manos divinas;
Caminando en puntillas cierro todas las puertas,
Entorno los postigos y corro las cortinas.

Hay mucho ruido afuera, ahoga tanto ruido.
Los hombres se querellan, murmuran las mujeres,
Suben palabras de odio, gritos de mercaderes:
Oh, voces, deteneos. No entréis hasta su nido.

Mi hermana está tejiendo como un hábil gusano
Su capullo de seda: su capullo es un sueño.
Ella con hilo de oro teje el copo sedeño:
Primavera es su vida. Yo ya soy el verano.

Cuenta sólo con quince octubres en los ojos,
Y por eso los ojos son tan limpios y claros;
Cree que las cigueñas, desde países raros,
Bajan con rubios niños de piececitos rojos.

¿Quién quiere entrar ahora? Oh ¿eres tú, buen viento?
¿Quieres mirarla? Pasa. Pero antes, en mi frente
Entíbiate un instante; no vayas de repente
A enfriar el manso sueño que en la suya presiento.

Como tú, bien quisieran entrar ellos y estarse
Mirando esa blancura, esas pulcras mejillas,
Esas finas ojeras, esas líneas sencillas.
Tú los verías, viento, llorar y arrodillarse.

Ah, si la amáis un día sed buenos, porque huye
De la luz si la hiere. Cuidad vuestra palabra,
Y la intención. Su alma, como cera se labra,
Pero como a la cera el roce la destruye.

Haced como esa estrella que de noche la mira
Filtrando el ojo por un cristalino velo:
Esa estrella le roza las pestañas y gira,
Para no despertarla, silenciosa en el cielo.

Volad si os es posible por su nevado huerto:
¡Piedad para su alma! Ella es inmaculada.
¡Piedad para su alma! Yo lo sé todo, es cierto.
Pero ella es como el cielo: ella no sabe nada.

Alfonsina Storni
(Argentina nacida en Suiza, 1892-1938).

miércoles, 20 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: TRÓPICO DE CÁNCER, de Henry Miller

"Despierto de un sueño profundo para mirarla. Una pálida luz se filtra en la habitación."

(Fragmento)

El baúl está abierto y sus cosas tiradas por todas partes como antes. Está acostada en la cama con la ropa puesta. Una, dos, tres, cuatro veces... temo que se vuelva loca... En la cama, bajo las sábanas, ¡qué placer sentir su cuerpo de nuevo! Pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Durará esta vez? Ya tengo el presentimiento de que no.

Me habla febrilmente... como si no fuese a haber mañana. «¡Calla, Mona! Mírame solamente... ¡no hables!» Por fin, se queda dormida y retiro el brazo de debajo de ella. Se me cierran los ojos. Su cuerpo está ahí, a mi lado... va a estar ahí hasta mañana, seguramente... Fue en febrero cuando zarpé del puerto, con una ventisca cegadora. La última visión que tuve de ella fue en la ventana diciéndome adiós con la mano. Un hombre parado al otro lado de la calle, en la esquina, con el sombrero calado sobre los ojos, con la boca hundida entre las solapas. Un feto mirándome. Un feto con un puro en la boca. Mona en la ventana diciéndome adiós. Rostro blanco y triste, con los cabellos ondeando desordenados. Y ahora es un dormitorio triste, su respiración acompasada por la boca, savia que le rezuma todavía entre las piernas, un olor cálido y felino y su cabello en mi boca. Tengo los ojos cerrados. Respiramos nuestro cálido aliento uno en la boca del otro. Muy juntos, América a cinco mil kilómetros de distancia. No quiero volverla a ver. Tenerla aquí en la cama conmigo, respirándome en la piel, con su cabello en mi boca... lo considero como una especie de milagro. Ahora nada puede ocurrir hasta mañana...

Despierto de un sueño profundo para mirarla. Una pálida luz se filtra en la habitación.

Henry Miller (Estados Unidos, 1891-1980).

(Traducido al español por Carlos Manzano).

lunes, 18 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: ALGO FLOTA SOBRE EL AGUA, de Lajos Zilahy

"... en una tenue y opaca media luz. Su rostro brillaba sobre la almohada, listada a rayas..."

(
Fragmento inicial del capítulo III)

Yacía tendida en la cama, sobre las almohadas que olían a manzanas y en la penumbra del cuarto, porque las ventanas bajas y el techo con anchos puntales, igualmente bajo, mantenían la estancia en una tenue y opaca media luz.

Su rostro brillaba sobre la almohada, listada a rayas, como una suave mascarilla de yeso.

Así permanecía desde la tarde anterior y todavía no había recobrado el sentido. Pero ya se podía colegir, por el lento movimiento de su pecho, que dormía profunda e inconscientemente. El señor Samson frotó las extremidades de la enferma, la fría espalda, sus senos y su vientre con un líquido fuerte y de punzante olor, y declaró que volvería en sí, recomendando que la dejasen dormir tranquila.

Lajos Zilahy
(Húngaro nacido en Rumania y fallecido en Serbia, 1891-1974).

domingo, 17 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: DOCTOR ZHIVAGO, de Boris Pasternak

"... la cabeza de ella dormida, con las pestañas cerradas en el sueño, ignorante de que la estaban mirando..."

(
Fragmento del capítulo 13)

Sentía una gran necesidad de ella, pero no había modo de verla aquel domingo, y se agitaba como una fiera enjaulada, sin hallar paz.

Una criatura extraordinaria, con su gracia enteramente espiritual. Sus manos eran sorprendentes y despertaban la misma admiración que un pensamiento elevado. Sobre la tapicería de aquella habitación de hotel la sombra de ella parecía la imagen de su pureza. La camisa le ceñía el pecho con la naturalidad de un trozo de tela en torno a los dedos.

Komarovski tamborileaba en el cristal de la ventana al ritmo de los cascos de los caballos, que resonaban cadenciosos sobre el asfalto de la calle.

- Lara -murmuró, y cerrando los ojos volvió a ver entre sus brazos la cabeza de ella dormida, con las pestañas cerradas en el sueño, ignorante de que la estaban mirando desde hacía horas. Esparcida en desorden su cabellera sobre la almohada, el halo de su belleza le atenazaba la mirada y penetraba en su alma.

Boris Pasternak (Rusia, 1890-1960).
Obtuvo el premio Nobel en 1958.

(Traducido al español por Fernando Gutiérrez). 

sábado, 16 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: ASESINATO EN EL EXPRESO DE ORIENTE y EL INFERIOR, de Agatha Christie

"Pasaron por mi imaginación todos los crímenes que se han cometido en los trenes..."

Asesinato en el expreso de Oriente

(Fragmento del capítulo IV: Declaración de la dama norteamericana)

- Lo que tengo que decir es exactamente esto: anoche hubo un asesinato en el tren, y el asesino estuvo en mi mismo compartimiento.

Hizo una pausa para dar un énfasis dramático a sus palabras.

- ¿Está usted segura de eso, señora?

- ¡Claro que estoy segura! ¡Qué pregunta! Sé lo que digo. Escuchen cómo sucedió. Me había metido en la cama y empezaba a quedarme dormida, cuando me desperté de pronto, rodeada de tinieblas, y me di cuenta de que había un hombre en mi cabina. Fue tal mi espanto que ni siquiera pude gritar. Quedé inmóvil, pensando: «Dios mío, me van a matar». No puedo describirles lo que sentí en aquellos momentos. Pasaron por mi imaginación todos los crímenes que se han cometido en los trenes y me dije: «Bueno, de todos modos, no me robarán mis joyas, porque la he escondido en una media y he metido ésta bajo la almohada. Que sea lo que Dios quiera». ¿Qué es lo que iba diciendo?

- Que se dio cuenta usted de que había un hombre en su cabina.

- ¡Ah, sí! Estaba tendida en la cama con los ojos cerrados y pensaba: «Bueno, tengo que dar gracias a Dios de que mi hija no esté enterada del peligro en que me encuentro». Y de pronto me sentí serena, extendí a tientas la mano y oprimí el timbre para llamar al encargado. Lo oprimí una y otra vez, pero nadie acudió, y crean ustedes que pensé que se me paralizaba el corazón. «Quizá -me dije yo-, hayan asesinado a todos los que van en este tren.» Éste se encontraba parado y flotaba en el aire un extraño silencio. Pero yo seguí tocando el timbre y, ¡oh, qué alivio cuando sentí unos pasos apresurados por el pasillo y que alguien llamaba a mi
puerta! «¡Entre!», grité, y di la luz al mismo tiempo. Y les asombrará a ustedes, pero no había un alma allí. 

Esto le pareció a mistress Hubbard el climax del dramatismo y esperó  para ver el efecto causado.

"... la figura tendida en el sofá respondió en voz baja..."

El inferior

(Fragmento)

- ¿Nerviosa yo? -exclamó lady Astwell-. ¡Quisiera ver quién es el guapo que se atreve a hipnotizarme en contra de mi voluntad!

El doctor Cazalet le dirigió una amplia sonrisa.

- Si consiente no será en contra de su voluntad, ¿comprende? -replicó alegremente-. Bien, apague esa luz, ¿quiere, monsieur Poirot? Y usted, lady Astwell, dispóngase a echar un sueñecito. El doctor varió levemente de postura.

- Se hace tarde..., usted tiene sueño..., tiene sueño. Le pesan los párpados..., ya se cierran..., ya se cierran... Pronto quedará profundamente dormida.

La voz del doctor se asemejaba a un zumbido apagado, monótono, tranquilizador. Poco después se inclinaba para volver con suavidad un párpado de lady Astwell. A continuación se volvió a Poirot y le hizo una seña visiblemente satisfecho.

- Ya está -dijo en voz baja-. ¿Prosigo?

- Sí, por favor. La voz del doctor asumió ahora un tono vivo y muy autoritario.

- Duerme usted, lady Astwell, pero me oye y puede responder a mis preguntas -dijo. Sin moverse, sin agitar un párpado siquiera, la figura tendida en el sofá respondió en voz baja e inexpresiva:

- Le oigo. Puedo responder a sus preguntas.

- Hablemos de la noche en que asesinaron a su marido. ¿La recuerda?

- Sí. -Usted está sentada a la mesa. Es la hora de cenar. Descríbame lo que vio, lo que sentía.

La figura tendida en el sofá se agitó con desasosiego.

- Estoy muy disgustada. Me preocupa Lily.

- Ya lo sabemos. Cuéntenos lo que vio.

Agatha Christie (Inglaterra, 1890-1976).

viernes, 15 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: EL SEÑOR Y LA SEÑORA PALOMO, de Katherine Mansfield

"Era de noche. Anne estaba sentada en una silla y dormía."

(
Fragmento)

Y a pesar de la posición de Anne, a pesar de la fortuna de su padre, de ser hija única y, con mucho, la muchacha más popular de todo su círculo de relación; a pesar de su belleza y de su inteligencia. -¡Inteligencia!-, en realidad era mucho más que eso, la verdad es que no había nada que no hiciese a la perfección; a pesar de que Reggie creía que, si hubiese sido necesario, Anne podía llegar a ser un genio en cualquier cosa; a pesar de que sus padres la adoraban, y ella a sus padres, y no estarían dispuestos a permitir que se fuese tan lejos… A pesar de absolutamente todas las cosas en las que uno fuese capaz de pensar, su amor por ella era tan intenso que no podía por menos de abrigar algo de esperanza. Bueno, ¿era aquello esperanza? ¿O tal vez aquel extraño y tímido anhelo por tener la oportunidad de cuidar de ella, por tomar sobre sus hombros la responsabilidad de que nada le faltase, de que jamás se acercase a ella algo que no fuese absolutamente perfecto…, era, simplemente, amor? ¡La amaba, amaba! Se apretó contra la cómoda murmurando: «La quiero, la quiero». Y durante aquellos segundos le pareció viajar con ella camino de Umtali. Era de noche. Anne estaba sentada en una silla, y dormía. Su delicada barbilla se apoyaba en su dulce pecho, sus doradas pestañas descansaban sobre sus ojos. Su mente resiguió con fruición su esbelta naricilla, sus labios perfectos, su orejita infantil casi tapada por un rizo broncíneo. Estaban atravesando la jungla. Era de noche y se hallaba lejos, en un clima caluroso. Y ella se despertó y preguntó: «¿Me he dormi- do?» Y él respondió: «Sí. ¿Te encuentras bien? Déjame que te…» Y se inclinó para… Se inclinó hacia ella. La felicidad de aquel gesto era tanta que no pudo seguir soñando. Pero le dio la valentía necesaria para descender rápidamente a la planta baja, tomar el panamá del vestíbulo, y murmurar mientras cerraba la puerta de la casa:

- Bueno, no puedo hacer otra cosa que probar suerte, eso es todo.

Katherine Mansfield (Neozelandesa fallecida en Francia, 1888-1923).

(Traducido al español por Francesc Parcerisas).

jueves, 14 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: LA VORÁGINE, de José Eustasio Rivera

"Alicia se reclinó temblorosa bajo el mosquitero (...) Al verla dormida me aparté..."

(
Fragmento de la primera parte)

Presa del pánico, Alicia se reclinó temblorosa bajo el mos­quitero. Tuvo vahídos, pero la cerveza le aplacó las náuseas. Con espanto no menor, comprendí lo que le pasaba, y, sin saber cómo, abrazando a la futura madre, lloré todas mis desventuras.

***

Al verla dormida, me aparté con don Rafael, y sentándonos sobre una raíz del árbol, escuché sus consejos inolvidables:

No convenía, durante el viaje, advertirla del estado en que estaba, pero debía rodearla de todos los cuidados posibles. Haríamos jornadas cortas y regresaríamos a Bogotá antes de tres meses. Allí las cosas cambiarían de aspecto.

Por lo demás, los hijos, legítimos o naturales, tenían igual procedencia y se querían lo mismo. Cuestión del medio. En Casanare así acontecía.


José Eustasio Rivera (Colombiano fallecido en Estados Unidos, 1888-1928).

miércoles, 13 de marzo de 2024

Mirándolas dormir: EL SUEÑO ETERNO, EL LARGO ADIÓS y PLAYBACK, de Raymond Chandler


El sueño eterno

(Fragmento del capítulo 7)

Volví con el llavero al cuarto de estar y examiné el contenido del escritorio. Encontré una caja fuerte en el cajón más profundo. Utilicé una de las llaves para abrirla. Dentro sólo había una libreta encuadernada en piel azul con un índice y muchas cosas escritas en clave; la letra inclinada era la misma de la nota enviada al general Sternwood. Me guardé la libreta en el bolsillo, limpié los sitios donde había tocado con los dedos la caja fuerte, cerré los cajones del escritorio, me guardé las llaves, apagué el gas que daba realismo a los falsos troncos de la chimenea, me puse la gabardina y traté de despertar a la señorita Sternwood. No hubo manera. Le encasqueté el sombrero de ala ancha, la envolví en su abrigo y la saqué hasta su coche. Luego volví a la casa, apagué todas las luces, cerré la puerta principal, encontré las llaves que mi dormida acompañante llevaba en el bolso y puse en marcha el Packard. Descendi- mos colina abajo sin encender los faros. El trayecto hasta Alta Brea Crescent fueron menos de diez minutos. Carmen los empleó en roncar y en echarme éter a la cara. Imposible que me quitase la cabeza del hombro. Era la única solución para evitar que acabara en mi regazo.

"Dormida de costado sin hacer ruido. Las rodillas dobladas. Demasiado inmóvil, me pareció."

El largo adiós

(Fragmento del capítulo 28)

Dormida de costado sin hacer ruido. Las rodillas dobladas. Demasiado inmóvil, me pareció. Siempre se hace algo de ruido cuando se duerme. Quizá no dormida, quizá sólo tratando de dormir. Si me acercase más lo sabría. También podría caerme. Abrió un ojo, ¿o no fue así? ¿Me miró o no me miró? No. Se habría incorporado y habría dicho: ¿No te encuentras bien, cariño? No, no me encuentro bien, cariño. Pero que no te quite el sueño, cariño, porque este malestar es mi malestar y no el tuyo, así que duerme con sosiego y encantadoramente y sin recuerdos y sin que te lleguen mis babas ni se acerque a ti nada que sea sombrío, gris y feo.

(Fragmento del capítulo 50)

Serví un poco más de champán en su copa y me reí de ella. Linda se lo bebió despacio, luego se volvió del otro lado y apoyó la cabeza en mis rodillas.

- Estoy cansada -dijo-. Esta vez tendrás que llevarme en brazos. Al cabo de un rato se durmió.

Por la mañana aún seguía dormida cuando me levanté y preparé el café. Me duché, me afeité y me vestí. Se despertó entonces. Desayunamos juntos. Llamé un taxi y bajé los escalones de secuoya con su bolso de viaje.

"Seguía profundamente dormida. Y roncaba (...) Después suspiró y cambió la cabeza de posición en la almohada."

Playback

(Fragmentos del capítulo 10)

- Sí, sí -contestó-, pero no me importa nada.

- No es usted quien habla; es el somnífero.

Se desplomó hacia delante, pero logré sostenerla a tiempo y la conduje hacia la cama. Se dejó caer de cualquier manera. Le quité los zapatos y la tapé con una manta, arropándola bien. Se quedó dormida inmediatamente. Empezó a roncar. Fui al cuarto de baño y, a tientas, encontré un frasco de Nembutal en el estante. Estaba casi lleno. Había un letrero con el número de la receta y una fecha. La fecha era de un mes antes, y la farmacia era de Baltimore. Vacié el frasco de píldoras amarillas en mi mano y las conté. Había cuarenta y siete y casi llenaban la botella. Cuando las toman para suicidarse las toman todas, menos las que se caen al suelo, que casi siempre se les cae alguna. Volví a meter las pastillas en el frasco y me metí éste en un bolsillo. Volví a la habitación y contemplé a la chica. Hacía frío. Conecté el radiador y lo ajusté a una temperatura no muy alta. Finalmente, abrí uno de los ventanales y salí a la terraza. Hacía tanto frío como en el Polo Norte.

(...)

Seguía profundamente dormida. Y roncaba. Le rocé la mejilla con la palma de la mano. Estaba húmeda. Se movió un poco y refunfuñó. Después suspiró y cambió la cabeza de posición en la almohada. Nada de estertores, ni estupor profundo, ni coma y, por tanto, nada de sobredosis. En eso no me había engañado, no como en casi todo lo demás.

(Fragmento del capítulo 23)

- Pero no había… quiero decir que seguramente fue un sueño.

- Señorita, usted vino aquí a las tres de la madrugada en un estado de gran excitación. Me describió exactamente dónde estaba y qué posición ocupaba en la silla de su terraza. Así que la acompañé y subí por la escalera de incendios, con las infinitas precauciones por las que mi profesión se ha hecho famosa. Ni rastro de Mitchell y, por si eso fuera poco, usted se deja arrullar por una pastillita y se queda dormida en su camita.

- Siga con su actuación -me espetó con rabia-; ya veo que le encanta. ¿Por qué no se encargó usted de arrullarme? De este modo no habría necesitado un somnífero… quizá.

- Vayamos por partes, si no le molesta. Y lo primero es que usted decía la verdad cuando llegó aquí. Mitchell estaba muerto en su terraza. Pero alguien se llevó su cadáver mientras usted estaba aquí haciéndome toda clase de proposiciones. Y alguien lo bajó a su coche, hizo sus maletas y también las bajó. Todo esto requirió tiempo; requirió algo más que tiempo: un importantísimo motivo. Ahora bien, ¿quién haría una cosa así… sólo para ahorrarle el mal trago de notificar a la policía el hallazgo de un cadáver en su terraza?

- ¡Oh, cállese! -apuró su copa y la dejó en la mesa-. Estoy cansada. ¿Le importa que me acueste en su cama?

- Si se desnuda, no.

- De acuerdo… me desnudaré. Esto es lo que ha estado persiguiendo, ¿verdad?


Raymond Chandler (Estados Unidos, 1888-1957).