(Fragmento del segundo capítulo)
Joel no oía muy bien la canción; se sentía
feliz, amigo de toda aquella gente, gente valerosa y trabajadora, superior a
una burguesía que les ganaba en ignorancia e inmoralidad, y capaz de conquistar
una posición de primera importancia en una nación que durante una década sólo
había querido que la entretuvieran. Le gustaba... Le encantaba aquel mundo.
Oleadas de buenos sentimientos recorrían a Joel. Cuando el cantante terminó su
número y los invitados empezaron a acercarse a la anfitriona para despedirse,
Joel tuvo una idea. Podría cantarles Dándole forma, una composición suya. Era
su único número para las fiestas, había alegrado más de una y quizá le gustara
a Stella Walker. Dominado por aquel deseo, mientras le bullían en la sangre los
glóbulos escarlata del exhibicionismo, buscó a Stella.
- Por supuesto —exclamó ella-. ¡Te lo ruego! ¿Necesitas alguna cosa?
- Por supuesto —exclamó ella-. ¡Te lo ruego! ¿Necesitas alguna cosa?
- Alguien tiene que hacer de secretaria, se supone que
le estoy dictando.
- Yo seré la secretaria.
Cuando llegó la noticia al
vestíbulo, los invitados que ya se ponían los abrigos para irse se apresuraron
a volver, y Joel se vio frente a las miradas de una multitud de desconocidos.
Tuvo un ligero presentimiento, porque se había dado cuenta de que el hombre que
acababa de actuar era un famoso artista de la radio. Entonces alguien dijo
«Chissss» y Joel se quedó solo con Stella, en el centro de un siniestro
semicírculo indio. Stella le sonrió con expectación, y él comenzó. Su parodia
se basaba en las limitaciones culturales del señor Dave Silverstein, un productor
independiente; se suponía que Silverstein dictaba una carta esbozando el
tratamiento de un guión que había comprado.
- ...la historia de un divorcio, los
generadores más modernos y la Legión Extranjera -oyó que decía su voz, con el
acento del señor Silverstein-. Pero tenemos que darle forma, ¿sabe? Una aguda
punzada de incertidumbre lo atravesó. Las caras que lo rodeaban a la luz
suavemente modulada reflejaban interés y curiosidad, pero no encontró ni la
sombra de una sonrisa; exactamente delante de él, el Gran Amante de la pantalla
le dedicaba una mirada feroz y tan penetrante como la mirada de una patata.
Sólo Stella Walker lo contemplaba con una radiante sonrisa que nunca
desfallecía.
-Si lo hiciéramos estilo Menjou, conseguiríamos una especie de Michael
Arlen pero con ambiente de Honolulú.
En las primeras filas no se oía una mosca,
pero del fondo llegaba un susurro, un perceptible desplazamiento hacia la
izquierda donde estaba la puerta.
- ...entonces ella dice que él le atrae, le
atrae sexualmente, y él se calienta y dice: «Ah, sí, sí, sigue
deshaciéndote...» En algún momento oyó la risa contenida de Nat Keogh y aquí y
allá le pareció ver alguna cara alentadora, pero al terminar tenía la
desagradabilísima impresión de que había hecho el ridículo ante un importante
sector del mundo del cine, de cuyos favores dependía su carrera.
Se encontró en medio de un confuso
silencio, roto por la migración general hacia la puerta. Sentía la corriente de
burla que resonaba entre los comentarios en voz baja; y entonces -todo en el
espacio de diez segundos- el Gran Amante, con la mirada dura y vacía como el
ojo de una aguja, le silbó, lo abucheó, y Joel sintió que aquel abucheo
expresaba el humor de toda la sala. Era el resentimiento del profesional hacia
el aficionado, de la comunidad hacia el extraño, los pulgares vueltos hacia
abajo del clan. Sólo Stella Walker
seguía a su lado y le daba las gracias como si hubiera logrado un éxito
incomparable, como si fuera inconcebible que a alguien no le hubiera gustado.
Cuando Nat Keogh lo ayudaba a ponerse el abrigo, lo invadió una oleada de
irritación consigo mismo, y se aferró desesperadamente a su principio de no
revelar jamás una emoción inferior hasta que ya no la sintiera.
- Ha sido un
fracaso -dijo a Stella, sin darle importancia-. No te preocupes, es un buen
número si se sabe apreciar. Gracias por haberme ayudado. La sonrisa no abandonó
la cara de Stella. Joel hizo una especie de reverencia ebria y Nat lo arrastró
hacia la puerta...
Francis Scott Fitzgerald (Estados Unidos, 1896-1940)
Domingo Loco (Crazy Sunday) provee un ejemplo excelente de la manera en la que Fitzgerald incorporaba incidentes autobiográficos a la ficción. El incidente acontecido en el té de los Calman estuvo basado en una exhibición impulsada por el alcohol por parte de Fitzgerald, en una reunión de la que Irving Thalberg y Norma Shearer eran los anfitriones. Fitzgerald canto una canción humorística: el actor John Gilbert y la actriz Lupe Vélez lo abuchearon; luego, Shearer le envió un telegrama para reanimarlo.
Mary Jo Tate en su ensayo crítico sobre F. Scott Fitzgerald
(A Literary Reference to His Life And Work).
(A Literary Reference to His Life And Work).
(Traducido al español por Justo Navarro).
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