Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 14 de agosto de 2024

Mirándolas dormir: LA CARCAJADA DEL GATO, de Luis Spota

"Estaba (...) a merced de ese gato grande, de leonado pelaje y rectas orejas,que observaba atento y tranquilo a la víctima de su fascinación."

(Fragmento)

Al tomar los suyos contacto con los ojos del animal, Claudia comenzó a sentir que su voluntad (la de pensar, sentir, moverse, gritar, huir) se paralizaba gradualmente y que su cuerpo iba quedando poco a poco, de manera inevitable, en poder de la voluntad del gato. Sólo conseguía mirar; mirar las tercas pupilas redondas que la taladraban con su insistencia. Estaba, hubo de admitirlo, por completo a merced de ese gato grande, de leonado pelaje y rectas orejas,que observaba atento y tranquilo a la víctima de su fascinación. Claudia parecía estar bajo los efectos paralizadores de la hipnosis; de una hipnosis, como las que víboras-alicante, conforme a las consejas campesinas, suelen producir en las mujeres para aprovecharse de la leche de sus senos. Afirman tales consejas que la bicha, poseedora de facultades mesmerísticas, busca la mirada de las recién paridas y las induce al sueño y se aplica enseguida a sus pechos, y al chico, para que no llore al verse privado del pezón, le entrega el consuelo de su cola. Cuando se harta, la culebra se escurre a su escondrijo, y al cabo de unos minutos, las mujeres recuperan la lucidez sin recordar qué les ocurrió durante el breve sueño; o sólo recordando ciertas deleitosas emociones.

Después de un tiempo, en que permaneció muy quieto frente a Claudia en tenaz duelo de miradas, el gato abandonó, su tensa postura acurrucada, se irguió sobre sus cuatro patas, sacudió la cabeza de color más oscuro que el resto del cuerpo, arqueó el espinazo como si se desperezara, y bostezó. Pero no avanzó inmediatamente hacia la mujer, que continuaba mirándolo, impedida de moverse, de ahuyentar con una voz o con un ademán, al felino de expresión torva, agudos colmillos y negra lengua, que la atisbaba con obsesiva curiosidad. Luego, como si estuviese seguro de que ella no iba a huir o a rechazarlo con un golpe, caminó sobre la mesa, pisando la picadura de legumbres; se dejó caer en el regazo de Claudia y, mientras maullaba con dejo sensual, comenzó a frotarse contra el vientre, los senos, el cuello de la muchacha.

Cuando el gato, con lento paso majestuoso, hubo vuelto a la luz del jardín, Clau- dia fue recuperando lentamente el dominio de sus movimientos, la aptitud de pensar, hablar y sentir que había perdido en los minutos, ¿o las horas? que pasó en compañía del animal. Una gran lasitud -como la que sigue a un intenso placer o a un intenso miedo- fatigaba sus músculos, al grado de que sólo ansiaba echarse sobre la mesa y dormir. Tiempo más tarde, Lázaro la encontró así: dormida con la mejilla en la madera y en el rostro una misteriosa expresión de placidez.

Luis Spota
(México, 1925-1985).

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