Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 12 de junio de 2018

Rusalka: ELEGÍA PAGANA, de Rubén Darío

"La llamaron las voces de un coro de rusalcas..."
 
¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca rusa
que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada, y sonrió mucho, y partió luego
a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.
 
La rusa más hermosa de las rusas viajeras,
manzana matutina, flor de las primaveras,
diamante de los popes y perla de los zares;
la rusa que tenía su ramo de azahares
fresco para la fiesta nupcial, Mima, no existe...
Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
que en desagravio a Venus se maten mis palomas;
rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;
y vierta el dulce Véspero su elegía nocturna,
su elegía de oro dolorosa, en la urna
en que descansa aquella gentil carne divina.
No descansa. En el lago de la muerte patina
la regia rusa, brillan sus patines de plata
al halago lunar. Mágica serenata
hacer sonar un ruiseñor en lo invisible,
y Mima es ya princesa de un imperio imposible.

La llamaron las voces de un coro de rusalcas;
partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,
los azahares y las tórtolas sonoras.
¿Recuerdas aquel día, amante que la lloras,
en que gozosa y orgullosa fue mi rima
encadenada al libro con un guante de Mima?

Propiciatoriamente, yo invocaba a Himeneo...
Aún veo el libro todo blanco y oro. Aún veo
una noche a la eslava que tú adoraste ciego,
digna de amor latino, como de culto griego,
pues la petersburguesa, parisiense y latina
tuvo todas las gracias, y además, la argentina.
 
Como la Diana de Falguière, ella ha partido,
virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.
Como la Diana de Falguière, blanca y pura
a cazar imposibles entre la selva obscura.


Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916).

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