"... estamos contentas con retozar en el agua, jugar con el arcoíris y buscar piedras preciosas en el fondo del río..."
Rusalka, 1829
(Fragmento)
- Madre, déjame ir a pasear en el bosque, a jugar durante la semana verde y después nadar hacia nuestro hogar bajo el agua... Yo sé que tú te preocupas por mí y que lloras por mí pero, ¿quién te detiene de estar conmigo sin volver a separarnos? Arroja tu temor inútil y ven con nosotras al fondo del Dniéper. ¡Es divertido allá! ¡Es fácil allá! Todo se vuelve más joven, tan juguetón como un chorro de agua, divertido y despreocupado como un pez. Donde nosotras estamos, el sol brilla más intenso y por la mañana la brisa se respira con mayor libertad. ¿Qué hay en tu tierra? Aquí, la miseria nos rodea -el hambre y el frío-, en cambio allá no conocemos la miseria: estamos contentas con retozar en el agua, jugar con el arcoíris y buscar piedras preciosas en el fondo del río para divertirnos con ellas. En el invierno estamos calientes debajo del hielo como si estuviéramos cubiertas con un abrigo de pieles; y en el verano, en una noche clara, podemos recibir los rayos de luz de la luna y jugar entre nosotras. ¿Es tan malo que a veces le hagamos cosquillas a la gente o la llevemos hasta el fondo del río? ¿Serán peores nada más por eso? Se vuelven tan ligeros y libres como lo somos nosotras... ¡Madre! Déjame ir: aquí voy a sufrir y a sofocarme entre los vivos. Déjame ir, madre, si de veras me quieres...
La mujer no sucumbió ante los ruegos y continuó conduciéndola rumbo a casa, aunque con gran pesar comprendió que su hija se había convertido en una rusalka. Llegaron a la casa y entonces la vieja llevó a Horpynka al interior. Se sentó frente a la estufa, apoyando los brazos sobre sus rodillas mientras miraba la boca de la estufa. En aquel momento la vela negra ardió y Horpynka se quedó inmóvil. Su cara se volvió azul, sus miembros se paralizaron y se puso tan fría como el hielo; su cabellera estaba húmeda, como si recién hubiese salido del agua. Era horrible ver su rostro sin vida y sus ojos abiertos, turbios, que miraban sin ver. Muy tarde la vieja se arrepintió de haber escuchado a la malvada hechicera; pero aún ahora su instinto maternal y una vaga esperanza triunfaban sobre el miedo y cualquier reproche de su conciencia: había decidido esperar a cualquier costo.
Orest Somov (Orest Mykhailovych Somov): Орест Михайлович Сомов.
(Ucraniano fallecido en Rusia, 1793-1833).
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