(Fragmento que corresponde al 16 de junio,
donde se alude al solsticio de verano)
Uncle Prudent y Phil Evans estaban resueltos a fugarse. Si no hubiesen tenido que habérselas con ocho hombres extremadamente vigorosos que componían el personal del aparato, acaso habrían intentado la lucha. Un golpe de audacia hubiera podido hacerles dueños de la máquina y permitirse descender sobre algún punto de Estados Unidos. Pero eran dos (Frycollin no debía considerarse sino como cantidad negativa), y no había que pensar en ello. Ahora bien, puesto que no podía emplearse la fuerza, convenía recurrir a la astucia cuando el Albatros tomase tierra. Esto fue lo que Phil Evans procuró hacer comprender a su irascible colega, de quien temía siempre una violencia importuna, que hubiera agravado la situación.
En todo caso, éste no era el momento. La aeronave volaba a una gran altura por encima del Norte del Pacífico.
Al día siguiente por la mañana, 16 de junio, no se veía ya ninguna costa. Como el litoral se redondeó desde la isla de Vancouver hasta el grupo de las Aleutianas, parte de la América rusa cedida a los Estados Unidos en 1867, verosímilmente el Albatros le cruzaría por su extrema curvatura, si su dirección no se modificaba.
¡Cuán largas parecían las noches a los dos colegas! Por esto tenían afán de salir de su camarote. Esa misma mañana, cuando se presentaron sobre el puente, horas antes el alba había iluminado ya el horizonte del Este. Se aproximaba el solsticio de junio, el día más largo del año en el hemisferio boreal, y bajo el sexagésimo paralelo apenas era de noche.
En cuanto a Robur, por costumbre o con segunda intención, no se apresuraba en salir de su departamento. Ese día, cuando salió, se limitó a saludar a sus huéspedes en el momento en que se cruzaba con ellos en la popa de la aeronave.
Poco después; con los ojos inyectados en sangre a causa del insomnio, la mirada extraviada y las piernas vacilantes, Frycollin se atrevió a salir de su garita. Marchaba como un hombre que siente que el terreno que pisa no es sólido. Su primera mirada fue para el aparato suspensor que funcionaba con una regularidad tranquilizadora y sin gran rapidez.
Hecho esto, el negro, siempre titubeando, se dirigió a la barandilla del aparato, asiéndose a ella con ambas manos, a fin de asegurar mejor el equilibrio. Se entendía que deseaba formarse una idea del país en que el Albatros se cernía, a doscientos metros como máximo.
Jules Verne (Francia 1828-1905).
La ilustración corresponde a Robur, el conquistador (1886), de Léon Benett.
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