(Fragmento del primer acto)
Dreissiger:
No era nada. El pequeño está ya completamente restablecido. (Yendo y viniendo con agitación. Se detiene a
veces completamente sofocado). De todos modos, es estúpido el mandar hacer
semejantes correrías a un pequeñuelo que no abulta un comino, al que se le
tiraría de un soplo. No comprendo que haya gentes... pobres que carezcan de
conciencia hasta ese punto. Obligarle a hacer legua y media con dos piezas de
fustán al hombro. Es cosa de no creerlo. En adelante, prohíbo que se reciban
las piezas tejidas que sean traídas por los niños. (Da algunos pasos en silencio). En todo caso, no quiero que vuelva a
suceder semejante cosa. En último término, ¿a quién se hace responsable de
ello? ¡A los fabricantes, caramba! Nosotros somos la causa de todo. Que un
pobre diablillo como ese vaya un día de invierno a pararse y dormirse en la
nieve, y siempre habrá por allí un periodista que llegará, no se sabe de dónde,
para enterarse del hecho, y dos días después circulará por todos los
periódicos. El padre, los parientes que hayan enviado al niño a la nieve, esos
no tienen la culpa; nosotros somos los pérfidos emisarios. A los tejedores se
les adula siempre; a nosotros nos vapulean. El fabricante es un hombre sin
corazón, duro como una roca, un ser peligroso, tras del cual todos los perros
tienen derecho a ladrar. Vive en la opulencia, y no da más que un salario
irrisorio a sus obreros. Que semejante hombre tenga sus preocupaciones, sus
noches de insomnio; que corra riesgos de los que el obrero ni siquiera puede
formarse una idea; que pierda la cabeza a fuerza de calcular; que no pase un
día sin contrariedades o decepciones; que deba pensar en mil cosas, cada una de
las cuales es para él una cuestión de vida o muerte, todo esto les da igual a
los hacedores de frases bellas. ¡Dios sabe, sin embargo, todo lo que depende de
los fabricantes y a cuánta gente hacen vivir! ¡Ah! Yo quisiera veros en mi
pellejo un poco de tiempo de cuando en cuando; pronto os cansaríais. (Después
de reponerse un poco). Y ya veis cómo se conduce ese desalmado, ese bribón de
Baecker. Lo que no le impedirá ir a gritar por todas partes que yo soy un ser
sin corazón, que por un sí o un no despido a mis obreros. Vamos a ver: ¿es
cierto eso? ¿Soy yo un ser sin corazón?
Gerhart Hauptmann (Alemán, nacido y muerto en ciudades que hoy forman parte de Polonia, 1862-1946).
Obtuvo el premio Nobel en 1912.
La ilustración corresponde a la escenografía para la puesta en escena de Los tejedores (Die Weber), en el teatro Thalia de Hamburgo, bajo la dirección de Kornél Mundruczó. estrenada el 27 de mayo de 2017.
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