Aquel fue un
invierno largo y crudísimo, como jamás se había conocido. Primero cayó una gran
nevada que sepultó montes y pueblos; ante nuestra casa se acumuló en una noche
más de un metro y se tuvo que practicar un caminito en el medio para poder
pasar sin hundirse. Los muchachos, al principio, estaban muy contentos,
especialmente los que tenían la excusa de no ira a la escuela. Andrea construyó
en el huerto una estatua monumental, con dos castañas por pupilas y un gorro de
piel en la cabeza; Santus, en cambio, intentó ir a la escuela, pero se tuvo que
volver porque ésta se encontraba en un antiguo convento, a las afueras de la
pequeña ciudad, y la nieve estaba tan alta que no se podía llegar hasta allí.
El estudiante, entonces, se encerró en la habitación de arriba, con un frío
siberiano y se puso a estudiar. La que más se divertía era Cósima. Por primera
vez veía la nieve en toda su terrible belleza y las cosas le parecían
infinitamente grandes, transformadas en nubes.
Otro
espectáculo maravilloso para ella era el fuego. Todas las chimeneas estaban
encendidas y también el hogar central de la cocina: parecía como si la llama
brotase del suelo de forma natural, e inclinándose aquí y allá, curiosa y casi
deseosa de separarse y correr alrededor de sí misma. El humo subía hacia el
techo y por cualquier otra abertura, pero volvía a entrar como repelido por el
frío del exterior y, entonces, se tornaba despechado y nos molestaba. Teníamos
la suerte de que el día anterior había vuelto un criado del seminerio, es decir, de las tierras
donde se sembraba el trigo, y ahora, bloqueado por la nieve, estaba en casa y
nos era útil de muchas maneras: partía la leña bajo el cobertizo, cuidaba del caballo
encerrado en el establo, del cerdo, de las gallinas ateridas de frío, atizaba
el fuego, sacaba agua del pozo y, al final, fue incluso a buscar algo de carne
para preparar el caldo para los amos. Todas las demás provisiones estaban ya en
casa, y no había peligro aunque la nieve durara semanas enteras. De hecho, al
anochecer, empezó a caer de nuevo, densa e incesante; se cerraron y atrancaron
puertas y ventanas, casi como si de un enemigo se tratara y en el silencio profundo,
las voces de la casa vibraron como en un refugio de montaña.
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