Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 29 de enero de 2018

Nieve: CÓSIMA, de Grazia Deledda

"Primero cayó una gran nevada que sepultó montes y pueblos..."

(Fragmento)

Aquel fue un invierno largo y crudísimo, como jamás se había conocido. Primero cayó una gran nevada que sepultó montes y pueblos; ante nuestra casa se acumuló en una noche más de un metro y se tuvo que practicar un caminito en el medio para poder pasar sin hundirse. Los muchachos, al principio, estaban muy contentos, especialmente los que tenían la excusa de no ira a la escuela. Andrea construyó en el huerto una estatua monumental, con dos castañas por pupilas y un gorro de piel en la cabeza; Santus, en cambio, intentó ir a la escuela, pero se tuvo que volver porque ésta se encontraba en un antiguo convento, a las afueras de la pequeña ciudad, y la nieve estaba tan alta que no se podía llegar hasta allí. El estudiante, entonces, se encerró en la habitación de arriba, con un frío siberiano y se puso a estudiar. La que más se divertía era Cósima. Por primera vez veía la nieve en toda su terrible belleza y las cosas le parecían infinitamente grandes, transformadas en nubes.
 
Otro espectáculo maravilloso para ella era el fuego. Todas las chimeneas estaban encendidas y también el hogar central de la cocina: parecía como si la llama brotase del suelo de forma natural, e inclinándose aquí y allá, curiosa y casi deseosa de separarse y correr alrededor de sí misma. El humo subía hacia el techo y por cualquier otra abertura, pero volvía a entrar como repelido por el frío del exterior y, entonces, se tornaba despechado y nos molestaba. Teníamos la suerte de que el día anterior había vuelto un criado del seminerio, es decir, de las tierras donde se sembraba el trigo, y ahora, bloqueado por la nieve, estaba en casa y nos era útil de muchas maneras: partía la leña bajo el cobertizo, cuidaba del caballo encerrado en el establo, del cerdo, de las gallinas ateridas de frío, atizaba el fuego, sacaba agua del pozo y, al final, fue incluso a buscar algo de carne para preparar el caldo para los amos. Todas las demás provisiones estaban ya en casa, y no había peligro aunque la nieve durara semanas enteras. De hecho, al anochecer, empezó a caer de nuevo, densa e incesante; se cerraron y atrancaron puertas y ventanas, casi como si de un enemigo se tratara y en el silencio profundo, las voces de la casa vibraron como en un refugio de montaña.
 
 
Grazia Deledda (Italia, 1871-1936). Obtuvo el premio Nobel en 1926.

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