(Fragmento)
El
sol brilló con suficiente fuerza para que empezaran a gotear los tejados a
mediodía. Los herrerillos se apretujaban y se encaramaban a las paredes de
troncos expuestos al sol. Se les oía picotear las moscas atontadas en las
juntas de los troncos. En los prados, brillaba la nieve, dura y reluciente como
la plata.
Una
noche, por fin, las nubes empezaron a cubrir la luna. Por la mañana la gente de
Joerungaard despertó en medio de una nevada que no dejaba ver nada a dos pasos.
Aquel día, comprendieron que Ulvhild iba a morir.
Todos
los rumores de la casa parecieron desvanecerse de golpe cuando llegó Sira Erik.
En la sala grande había mucha luz. Al caer la tarde, Ulvhild se apagó
dulcemente, sin casi sentirlo, en brazos de su madre.
Ragnfrid
soportó la prueba mejor de lo que se esperaba. Los padres estaban abrazados
llorando en medio de un gran silencio. Todo el mundo lloraba. Cuando Cristina
se acercó a su padre, él le rodeó los hombros con el brazo; notó que se
estremecía y temblaba y la estrechó más contra sí. Pero incluso ella se daba
cuenta de que él tenía la sensación de tenerla más lejos de sí que a la pequeña
tendida en la cama.
No
comprendía cómo podía contenerse. Luego le costó recordar cómo pudo tener
aquella fuerza, pero atontada y muda de dolor, se contuvo y no se echó a los
pies de su padre.
Más
tarde levantaron unas maderas del piso de la iglesia, delante del altar de
Santo Tomás, y, en la tierra dura como la piedra, abrieron una fosa para Ulvhild
Lavransdatter.
Nevó
seguido y blandamente durante todos los días en que la niña estuvo de cuerpo
presente; nevaba cuando la condujeron a la fosa y continuó nevando casi sin
parar durante un mes entero.
Sigrid Undset (Noruega nacida en Dinamarca, 1882-1949). Obtuvo el premio Nobel en 1928.
(Traducido al español por Rosa S. de Naveira).
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