Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 23 de enero de 2018

Nieve: BENDICIÓN DE LA TIERRA, de Knut Hamsun



Libro segundo
 
(Fragmento del capítulo 3)
 
Axel observa que el tiempo va a cambiar; el viento sopla más fuerte cada vez. Pero sigue trabajando con todo su empeño. Avanza la tarde y no ha comido aún. Está abatiendo un pino grande, y éste cae y le arroja al suelo. ¿Cómo ha sido posible? Mala suerte. Un pino gigante vacila en sus raíces, el hombre le designa la caída por un lado y el viento por el lado contrario. Y el hombre pierde. Tal vez hubiera soslayado el golpe, pero la nieve cubría el terreno desigual y Axel dio un paso en falso, saltó a un lado y metió una pierna en la hendidura de unas rocas, entre las cuales se quedó tendido y soportando encima el peso de un gran pino.
 
También esto hubiera tenido remedio; pero su posición era tan enrevesada que, imposibilitado de mover mano ni pie –aunque sentía todos los miembros sanos– era como si no los tuviera. Al cabo de un rato logró tener libre una mano; pero sobre la otra pesaba su cuerpo, y el hacha no estaba al alcance de la mano libre. Mira alrededor y reflexiona; como lo haría cualquier bestia cogida en el lazo, mira en derredor, reflexiona y se esfuerza por salir de debajo del tronco. Se le ocurre pensar que Brede, de vuelta de su inspección, no tardará en pasar, y hace nuevos esfuerzos y respira con dificultad.
 
Al principio, Axel lo toma a la ligera y sólo le incomoda que el miserable acaso le tenga prisionero, pues no teme nada por su salud, y menos por su vida. Siente, de todos modos, que la mano que le queda inhábil, poco a poco va haciéndose insensible bajo la presión del cuerpo, y que la pierna cogida entre las rocas se enfría y pierde su sensibilidad. Así y todo, no le va tan mal. Brede vendrá de un momento a otro.
 
Pero Brede no viene.
 
Arrecia la tempestad y se arremolina la nieve contra la cara de Axel. «El caso es más grave», piensa él, pero descuidado, como si con un guiño a sí mismo se dijera a través de la nieve: «¡Alerta! ¡Esto va a ponerse mal!» Al cabo de un rato da el primer grito de auxilio, que, en medio del fragor de la tormenta, no debe oírse de lejos; grita en dirección de la línea telegráfica, para que alcance a Brede. Allí tendido, paralizado, Axel sólo tiene pensamientos vanos: Si pudiera, por lo menos, alcanzar el hacha, se abriría camino. ¡Ah, si pudiera sacar la mano! Esta mano se apoya sobre algo puntiagudo  una piedra– que, poco a poco, amenaza perforarla. ¡Si aquella maldita piedra no estuviera allí! Pero no se ha oído decir nunca todavía que una piedra tuviera un rasgo conmovedor.
 
La ventisca arrecia y la nieve lo va cubriendo, sin que él pueda defenderse de los inocentes copos que se derriten al cabo de un rato sobre su cara; pero ésta se enfría, y desde entonces la nieve no se derrite. ¡Ahora sí que la situación se agrava!
 
Esta vez da dos gritos de auxilio consecutivos, y aguza el oído. También el hacha va a quedar pronto cubierta de nieve; un trozo del mango es lo único que sobresale. Allá arriba ha quedado la mochila con las provisiones; si la tuviera al alcance de la mano, comería un buen bocado. No estaría tampoco de más llevar puesta la chaqueta que se había quitado, pues el frío va en aumento. Da un tercer grito potente, pidiendo auxilio.

 
Knut Hamsun (Noruega, 1859-1952). Obtuvo el premio Nobel en 1920.

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