(Fragmento del capítulo 3)
Axel
observa que el tiempo va a cambiar; el viento sopla más fuerte cada vez. Pero
sigue trabajando con todo su empeño. Avanza la tarde y no ha comido aún. Está
abatiendo un pino grande, y éste cae y le arroja al suelo. ¿Cómo ha sido
posible? Mala suerte. Un pino gigante vacila en sus raíces, el hombre le
designa la caída por un lado y el viento por el lado contrario. Y el hombre
pierde. Tal vez hubiera soslayado el golpe, pero la nieve cubría el terreno
desigual y Axel dio un paso en falso, saltó a un lado y metió una pierna en la
hendidura de unas rocas, entre las cuales se quedó tendido y soportando encima
el peso de un gran pino.
También
esto hubiera tenido remedio; pero su posición era tan enrevesada que,
imposibilitado de mover mano ni pie –aunque sentía todos los miembros sanos–
era como si no los tuviera. Al cabo de un rato logró tener libre una mano; pero
sobre la otra pesaba su cuerpo, y el hacha no estaba al alcance de la mano
libre. Mira alrededor y reflexiona; como lo haría cualquier bestia cogida en el
lazo, mira en derredor, reflexiona y se esfuerza por salir de debajo del
tronco. Se le ocurre pensar que Brede, de vuelta de su inspección, no tardará
en pasar, y hace nuevos esfuerzos y respira con dificultad.
Al
principio, Axel lo toma a la ligera y sólo le incomoda que el miserable acaso
le tenga prisionero, pues no teme nada por su salud, y menos por su vida.
Siente, de todos modos, que la mano que le queda inhábil, poco a poco va
haciéndose insensible bajo la presión del cuerpo, y que la pierna cogida entre
las rocas se enfría y pierde su sensibilidad. Así y todo, no le va tan mal.
Brede vendrá de un momento a otro.
Pero
Brede no viene.
Arrecia
la tempestad y se arremolina la nieve contra la cara de Axel. «El caso es más
grave», piensa él, pero descuidado, como si con un guiño a sí mismo se dijera a
través de la nieve: «¡Alerta! ¡Esto va a ponerse mal!» Al cabo de un rato da el
primer grito de auxilio, que, en medio del fragor de la tormenta, no debe oírse
de lejos; grita en dirección de la línea telegráfica, para que alcance a Brede.
Allí tendido, paralizado, Axel sólo tiene pensamientos vanos: Si pudiera, por
lo menos, alcanzar el hacha, se abriría camino. ¡Ah, si pudiera sacar la mano!
Esta mano se apoya sobre algo puntiagudo
una piedra– que, poco a poco, amenaza perforarla. ¡Si aquella maldita
piedra no estuviera allí! Pero no se ha oído decir nunca todavía que una piedra
tuviera un rasgo conmovedor.
La
ventisca arrecia y la nieve lo va cubriendo, sin que él pueda defenderse de los
inocentes copos que se derriten al cabo de un rato sobre su cara; pero ésta se
enfría, y desde entonces la nieve no se derrite. ¡Ahora sí que la situación se
agrava!
Esta
vez da dos gritos de auxilio consecutivos, y aguza el oído. También el hacha va
a quedar pronto cubierta de nieve; un trozo del mango es lo único que
sobresale. Allá arriba ha quedado la mochila con las provisiones; si la tuviera
al alcance de la mano, comería un buen bocado. No estaría tampoco de más llevar
puesta la chaqueta que se había quitado, pues el frío va en aumento. Da un
tercer grito potente, pidiendo auxilio.
Knut Hamsun (Noruega, 1859-1952). Obtuvo el premio Nobel en 1920.
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