"Miraba el cielo de invierno, la ciudad envuelta en nieve y la gente que pasaba haciendo esfuerzos para preservarse de la tormenta."
(Fragmentos del tomo II: La rebelión)
Cristóbal respiraba con entera libertad, sin comprender lo que le había sucedido. Cuando volvió, después de acompañar a Gottfried, entraba por la gran puerta de la ciudad un torbellino de cierzo helado. La gente bajaba la cabeza para protegerse del huracán. Las jóvenes que iban a su trabajo, luchaban a pesar suyo contra el viento que les levantaba las faldas; se paraban un momento para respirar, con la nariz y las mejillas coloradas, y llenas de ira, Cristóbal, en cambio, reía lleno de satisfacción y no pensaba en la tormenta. Pensaba únicamente en la otra de que acababa de librarse. Miraba el cielo de invierno, la ciudad envuelta en nieve y la gente que pasaba haciendo esfuerzos para preservarse de la tormenta; miraba en torno suyo, pero no sentía lazo alguno entre sí mismo y el exterior. Se hallaba solo... ¡Solo! ¡Qué felicidad estar solo consigo mismo! ¡Qué dicha verse libre de las cadenas, de la tortura de los recuerdos y de la alucinación de las caras detestadas o queridas! ¡Qué felicidad vivir al fin sin verse presa de la vida, y dueño por completo de sus acciones!
...
Volvió a su casa cubierto de nieve. Se sacudió como un perro y, al pasar junto a su madre, que estaba barriendo el pasillo ,la levantó del suelo, lanzando gritos inarticulados y cariñosos como los que se dirigen a los niños. La anciana Luisa luchaba por desasirse de los brazos de su hijo, que estaba cubierto de nieve que iba derritiéndose, y le llamó: ¡tonto!, riendo al mismo tiempo con risa infantil.
Romain Rolland (Francia, 1866-1944). Obtuvo el premio Nobel en 1915.
Es tan hermoso este fragmento que siento un ansia enorme de volver a leer la novela entera y volver a escribir... tanto como volver a vivir.
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