(Fragmento)
Ninguno, a excepción del jefe y de
sus allegados, veía ya en la empresa más que una quimera; pero jamás llegó a
flaquear la confianza de Aníbal. Además encontraron numerosos soldados que
habían rodado por las laderas; los galos aliados se hallaban muy próximos, y
estaban en el punto de partida de las aguas. Tenían ante sí la bajada, cuya
vista alegra siempre al que viaja por las montañas. Después de haber descansado
un poco, el ejército recobró su valor y comenzó la última y más difícil
operación, que debía conducirlo a la llanura. El enemigo no lo incomodaba ya
mucho, pero el mal tiempo había llegado, era ya comienzos de septiembre, y
reemplazó en la bajada las molestias que los bárbaros les habían hecho sufrir
en la subida. Por las pendientes resbaladizas y heladas de las orillas del
Duria, donde la nieve había borrado toda huella y todo camino, se extraviaban
hombres y animales, perdían la tierra y caían en los abismos. Al anochecer del
primer día llegaron a un sitio de unos doscientos pasos de extensión, por donde
se precipitaban a cada momento enormes avalanchas que se desprendían de los
escarpados picos del Cramont, cubiertos casi perpetuamente por las nieves. La
infantería pudo pasar, aunque con dificultad; pero no sucedió lo mismo con los
elefantes y los caballos, que se resbalaban en las masas de hielo ocultas bajo
una nueva y tenue capa de nieve. Aníbal acampó más arriba con los elefantes y
la caballería. A la mañana siguiente rompieron la capa de hielo a fuerza de
trabajo, e hicieron practicable el camino para los mulos y los caballos. Sin
embargo, se necesitaron tres días de grandes esfuerzos, en los que los soldados
se iban relevando sin cesar, para que pudiesen pasar los elefantes. Al cuarto
día se había ya reunido por fin todo el ejército; el valle se iba ensanchando y
era más fértil cada vez. Por último, después de otros tres días de marcha,
llegaron al territorio de los salasas, ribereños del Duria y clientes de los
insubrios, que recibieron a los cartagineses como amigos y salvadores.
Theodor Mommsen (Alemania, 1817-1903). Obtuvo el premio Nobel en 1902.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario