Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 6 de agosto de 2013

Páginas ajenas: EL CLUB DUMAS, de Arturo Pérez Reverte


(Fragmento sobre un manuscrito de Alexandre Dumas)

- Hace mal. Scaramouche es a Sabatini lo que Los tres mosqueteros a Dumas -hice un breve gesto de homenaje en dirección al retrato-. Nació con el don de la risa… No hay en la historia del folletín de aventuras dos primeras líneas comparables a ésas.

- Quizá sea cierto -concedió tras aparente reflexión, y entonces puso el manuscrito sobre la mesa, en su carpeta protectora con fundas de plástico, una por página-. Y es una coincidencia que haya mencionado a Dumas. Empujó la carpeta hasta mí, volviéndola de modo que yo pudiese leer su contenido. Todas las hojas estaban escritas en francés por una sola cara y había dos clases de papel: uno blanco, ya amarillento por el tiempo, y otro azul pálido con fina cuadrícula, envejecido también por los años. A cada color correspondía una escritura distinta, aunque la del papel azul -trazada con tinta negra- figuraba en las hojas blancas a modo de anotaciones posteriores a la redacción original, cuya caligrafía era más pequeña y picuda. Había quince hojas en total, y once eran azules.

- Curioso -levanté la vista hacia Corso; me observaba con tranquilas ojeadas que iban de la carpeta a mí y de mí a la carpeta-. ¿Dónde ha encontrado esto? Se rascó una ceja, calculando sin duda hasta qué punto la información que iba a pedirme lo obligaba a corresponder con ese tipo de detalles. El resultado fue una tercera mueca, esta vez de conejo inocente. Corso era un profesional.

- Por ahí. Un cliente de un cliente.

- Comprendo. Hizo una corta pausa, cauto. Además de precaución y reserva, cautela significa astucia. Y eso lo sabíamos ambos.

- Claro que -añadió- le diré nombres si usted me los pide. Respondí que no era necesario y eso pareció tranquilizarlo. Se ajustó las gafas con un dedo antes de pedir mi opinión sobre lo que tenía en las manos. Sin responder en seguida, pasé las páginas del manuscrito hasta llegar a la primera. El encabezamiento estaba en mayúsculas, con trazos más gruesos: LE VIN D’ANJOU. Leí en voz alta las primeras líneas:

Après de nouvelles presque désespérées du roi, le bruit de sa convalescence commençait à se répandre dans le camp…

No pude evitar una sonrisa. Corso hizo un gesto de asentimiento, invitándome a pronunciar veredicto.

- Sin la menor duda -dije- esto es de Alejandro Dumas, padre. El vino de Anjou: capítulo cuarenta y tantos, creo recordar, de Los tres mosqueteros.

- Cuarenta y dos -confirmó Corso-. Capítulo cuarenta y dos.

—¿Es el original?… ¿El auténtico manuscrito de Dumas?

- Para eso estoy aquí. Para que me lo diga. Encogí un poco los hombros, a fin de eludir una responsabilidad que sonaba excesiva.

- ¿Por qué yo? Era una pregunta estúpida, de las que sólo sirven para ganar tiempo. A Corso debió de parecerle falsa modestia, porque reprimió una mueca de impaciencia.


 Arturo Pérez Reverte (España, 1951)
 
 
 
 La lectura del primer capítulo de la novela: El vino de Anjou, es posible en el sitio de editorial Alfaguara:
 
 

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