Cherchez la femme
Y es que este extraordinario género ha cogido para sí una fibra íntima: el anhelo de enfrentar, por dura que ella siempre sea, la descarnada y humana verdad. Más allá de las convenciones sociales, de nuestra sofisticada humanidad, sentimos que bulle el animal que somos, ese atado de pulsiones y apetitos que a veces emerge y toma el control de nuestros actos.
Su acción es siempre el crimen, es decir, la rebelión contra la prohibición primera, contra el interdicto fundacional: No matarás. ¿Qué ser es este que se agazapa en nuestros modales, que se esconde tras nuestras buenas maneras? ¿Cuál es la materia deleznable de la que estamos hechos los seres humanos? Es este y no otro el misterio que asume, para sí, el cine y la novela negra; de allí el escepticismo que sobrecoge al héroe, esa lucidez que le da al investigador el contacto con el hiato que separa los vicios privados de las virtudes públicas.
El género se sustenta en esta actitud metafísica de quien no puede evitar, aun contra su vida, buscar la verdad, mirar cara a cara el ser que somos -de una u otra manera- todos los humanos. Es el detective privado, tal y como lo concibieron para siempre dos notables escritores, Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Tanto Phillp Marlowe como Sam Spade, sus detectives, han bajado a los infiernos y al volver no han podido evitar mirar nuestra vida sin engaños, tal y como es, con sus auténticos, lascivos y mezquinos afanes. Y como en la Biblia, la tentación tiene rostro de mujer, tras ella vamos como el elefante a su tumba, como el húmedo pez a su cuna. Cherchez la femme, repite la cínica sabiduría de nuestro investigador privado, porque sabe que la mujer hace brotar nuestra verdadera identidad, ese animal que, como escribía Vallejo, es lóbrego mamífero y se peina.
Constantino Carvallo Rey (Perú, 1953-2008)
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