(Fragmento del quinto capítulo)
Y si raras habían sido las Navidades últimas, más rara fue, aquella vez, la Semana mayor, pues en ella en vez de evocarse la Invención de la Santa Cruz, se asistió, a lo largo y ancho del territorio nacional, a la Invención de la Huelga.
Todo empezó el Miércoles de Ceniza, como quien no dice nada, por el paro insólito de unos braceros en el Ingenio América, que se negaron a aceptar unos vales canjeables por mercancía en el pago de sus jornales. Pronto, el movimiento se extendió a todos los centrales azucareros. Los guardas rurales, los guardias montados, las guarni- ciones provincianas, fueron movilizadas: pero nada podían contra hombres que ni manifestaban, ni alborotaban, que no «alteraban el orden público», sino que permane- cían quietamente en los portales de sus viviendas, negados a trabajar, cantando, con acompañamiento de bandurrias, cuatro o guitarra:
Yo no tumbo caña
que la tumbe el viento
o que la tumben las mujeres
con su movimiento.
Aquella huelga fue ganada.
Alejo Carpentier
(Cubano nacido en Suiza y fallecido en Francia, 1904-1980).
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