(Fragmento inicial)
El mago era un hombre con menos de treinta años, cuyo rostro encogido ya era muy triste y arrugado para los niños, de tanto opio, cigarrillos y besos; murió el Miércoles de Ceniza, temprano por la mañana. En un salón de baile o en un banquete, no lo sé. Se sentó en un pequeño reservado, solo y pobre. No cabe duda de que para cuando salga el sol, ya estará rígido, y lo habrás visto bien. Pero él no estaba triste por eso.
Probó, como era de suponerse, todo tipo de hechizos; la última vez, incluso solo, por lo que era mayor el riesgo, pero nada funcionó, y para el amanecer de ese Miércoles de Ceniza, tras el gran fracaso, tuvo que terminar con su vida. Se reclinó sobre dos sillas de la mesa y cerró los ojos.
Su padre, un hombre amable, fuerte y de hombros anchos, llegó primero.
- Te dije que ibas a tener problemas con el opio. Que eso acabaría por arruinarlo todo. Mírame, tengo cincuenta. Viví de otra manera. Muy diferente.
Su madre, una mujer pálida, muerta hace ya mucho tiempo, se cubrió la cara con un pañuelo y sollozó abrazando la cabeza del mago.
- ¿Por qué no quisiste vivir como es debido, hijo? Casarte. Ahora vas a morir como un perro callejero. Tu esposa habría cerrado tus ojos. Yo, como ves, ya no puedo porque estoy muerta. ¿Dónde están ahora tantas mujeres que te amaban?
- No me gustó ninguna de ellas-, dijo el mago-. De todos modos, lo único que tengo que hacer es morir por las mujeres.
Géza Csáth (Húngaro nacido y fallecido en Serbia, 1887-1919).
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