"Tu boca es tan bella, tan ardiente: da calor al cuerpo y al alma."
(Fragmento del capítulo XVI)
- ¿Te ha gustado el arreglo de tu cuarto? -continuó ella, al mismo tiempo que por sus ojos dulces y tristes pasaba un débil fulgor de malicia.
A guisa de respuesta posé humildemente en sus labios un beso de agradecimiento.
- ¡Sí, bésame, bésame otra vez! -dijo ella-. Tu boca es tan bella, tan ardiente: da calor al cuerpo y al alma.
Y un nuevo calofrío la sacudió.
Un instante después entró Roberto.
- Prepárate, querida -dijo acariciando la mejilla de Marta-: el médico, nuestro tío, ha llegado.
En seguida me hizo una seña y salí detrás de él. Junto a la cuna del recién nacido encontré a un hombre ya viejo, cuya barba gris no había sido afeitada por varios días, la nariz chata y roja y dos ojos vivos e inteligentes que me miraban sonriendo detrás de los brillantes vidrios de sus antiparras.
- Entonces, ¿es ella? -dijo extendiéndome la mano.
Una oleada de sangre me subió al corazón; a la primera ojeada comprendí que tenía delante de mí a un amigo, a quien podría confiarme sin reserva.
Hermann Sudermann (Alemania, 1857-1928).
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