Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 4 de agosto de 2018

El solsticio de verano según Jules Verne


 
Para Jules Verne, a quien se le reconocía como miembro de diferentes agrupaciones secretas -tal sería el caso de los Rosacruces y la Sociedad de la Niebla-, la celebración de los solsticios, tanto el de verano como el invernal, era de particular trascendencia. De ahí que hasta la lápida de su propia tumba fuese una suerte de acertijo iniciático. J. J. Benítez en su obra Yo, Julio Verne, decía respecto al uso de una expresión enigmática relativa al verano: "... esa jornada sólo podía ser la del solsticio; es decir, en el caso del verano, una fecha mágica y sagrada desde la más remota antigüedad. El día más largo, que simboliza el triunfo del sol. Tratándose, por tanto, de la época estival, ese «día mágico» sólo podía señalar el 21 de junio." Y más adelante, prosigue el propio Benítez:

«Aquello», ni remotamente intuido, sí tenía sentido. El sol, en efecto, «por el camino del oeste», en el ocaso, «ennegrece» u «oscurece» el sepulcro..., justamente en el «día mágico» del verano.

Salté como un gato sobre la hornacina. No había duda: la mano abierta de «Verne» proyectaba su sombra sobre el muro, oscureciendo dos de los dieciséis conceptos que integran la mencionada leyenda: ¡1828 y 1905! El resto, en cambio, aparecía iluminado por la ya débil radiación solar.

El fenómeno, naturalmente, tuvo una escasa duración. A los pocos minutos, todo volvió a la normalidad. Incrédulo y nervioso repetí las mediciones. Situé la brújula sobre la frente del «hombre» de mármol. El cálculo era correcto: oeste. Y otro tanto sucedió con la mano derecha. Ambos —rostro y mano— miran exacta e intencionadamente hacia poniente.

Entonces, si no era víctima de un alucinación, el enigma empezaba a cobrar sentido...

Roze, de acuerdo con los cálculos de Verne, había esculpido y situado el monumento de forma tal que, durante la puesta de sol de cada solsticio de verano, la mano derecha sombreara parte de la leyenda funeraria.

Ésta tenía que ser la «señal»...

En cuanto a la constante presencia de los solsticios en el conjunto de su obra, en esta ocasión me limitaré a aquellas que se refieran al que tiene lugar al principio del verano, esto es, al día más luminoso del año: "Se aproximaba el solsticio de junio, el día más largo del año en el hemisferio boreal..", según sus propias palabras en Robur, el conquistador. Y en París en el siglo XX, novela de la que ya me he ocupado en ocasiones anteriores, decía: "Una sola vez en el año, el solsticio del 21 de junio, si hacía buen tiempo, el más alto de los rayos del astro radiante rozaba el techo vecino, se deslizaba velozmente por la ventana..."

En su clásica aventura Veinte mil leguas de viaje submarino, se vale de los equinoccios y los solsticios para establecer la ubicación del submarino Nautilus. Cabe la acotación de que el siguiente fragmento corresponde al capítulo 14 de la segunda parte, titulado El polo sur, por lo que las fechas en el hemisferio austral son las opuestas a las que estamos acostumbrados quienes habitamos en el norte:

Era la fatalidad. Imposible efectuar la observación. Y si ésta no podía hacerse al día siguiente, tendríamos que renunciar definitivamente a fijar nuestra posición. En efecto, aquel día -era precisamente el 20 de marzo. Y al día siguiente, 21, el día del equinoccio, el sol, si no teníamos en cuenta la refracción, desaparecería del horizonte por un período de seis meses y con su desaparición comenzaría la larga noche polar. Surgido con el equinoccio de septiembre por el horizonte septentrional, el sol había ido elevándose en espirales alargadas hasta el 21 de diciembre. Desde ese día, solsticio de verano de las regiones boreales, había ido descendiendo y ahora se disponía a lanzar sus últimos rayos.

En contraste, su novela Una invernada entre los hielos acontece en el Ártico y este es un par de párrafos del séptimo capítulo:

Según la costumbre de los navegantes árticos, el aparejo permaneció tal como estaba; las velas fueron cuidadosamente plegadas sobre las vergas y metidas en su funda, y el nido de cornejas se quedó en su sitio, tanto para permitir observar a lo lejos corno para atraer la atención sobre el navío.

El sol ya apenas se levantaba por encima del horizonte. Desde el solsticio de junio, las espirales que había descrito eran cada vez más bajas, y no tardaría en desaparecer del todo.

Si bien en Los náufragos del Jonathan habla del solsticio de junio, esto sucede de nueva cuenta, al igual que en Veinte mil leguas de viaje submarino, desde una perspectiva al sur del planeta:

Estos, como niños grandes que eran, gozaron del sol mientras éste brilló, después, volviendo el cielo a mostrarse inclemente, se escondieron en sus refugios viviendo, confinados allí, como la primera vez, para salir en cuanto volvió a aclarar. Transcurrió así un mes, con alternativas de días buenos, poquísimos, y de malos que fueron muy numerosos, y se llegó al 21 de junio, fecha del solsticio de invierno en el hemisferio austral.

Aunque luego, en los pasajes culminantes del mismo relato, se refiere a los días largos y las noches breves:

Se estaba llegando al solsticio de verano. La noche cerrada apenas si duraba cuatro horas. Desde las dos de la mañana, el cielo se iluminó con los primeros resplandores del alba. De un mismo impulso, los hostelianos se dirigieron entonces al espaldón del sur, desde donde vislumbraron la larga línea del campamento enemigo.

Finalmente, no está de más consignar que las alusiones al solsticio en El volcán de oro, corresponden al invierno: "no se sabría decir si por la tarde o por la mañana, ya que en esa época del año, próxima al solsticio, ya no había mañana ni tarde." Lo mismo que en El rayo verde: "Además, aquel horizonte se dibujaba en el suroeste, es decir, en un segmento de arco que el astro radiante roza sólo en la época del solsticio de invierno."

El texto correspondiente al día de mañana lo estaré dedicando al párrafo completo de París en el siglo XX que aquí he mencionado de manera sucinta.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a la tumba de Jules Verne en el cementerio La Madeleine, en Amiens, Francia.

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