(Fragmento)
Debería darle el sol a mediodía; pero las altas paredes de un patio impedían que entrara. Una sola vez en el año, el solsticio del 21 de junio, si hacía buen tiempo, el más alto de los rayos del astro radiante rozaba el techo vecino, se deslizaba velozmente por la ventana, se posaba como un pájaro en el ángulo de un estante o sobre el lomo de un libro, temblaba allí un instante y coloreaba con su proyección luminosa los pequeños átomos de polvo; después, al cabo de un minuto, retomaba vuelo y se marchaba hasta el año siguiente. El tío Huguenin conocía este rayo de luz, que era siempre el mismo; lo acechaba, con el corazón palpitante, con la atención de un astrónomo; se bañaba en su luz bienhechora, regulaba la hora de su viejo reloj a su paso, y agradecía al sol por no haberlo olvidado.
Jules Verne (Francia, 1928-1905).
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